Capítulo
2
Las
perfecciones de Dios
Conviene
recordar durante toda esta contemplación de Dios, que debemos aplicar todo lo
que se dijo de Dios a Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios verdadero. No se
puede separar a Jesucristo de Dios. No se puede separar la religión cristiana
de Jesucristo, que es Dios, y se ha de comprobar y creer que sólo la religión
católica es la religión cristiana. Estas afirmaciones tienen como consecuencia
conclusiones ineludibles y que ninguna autoridad eclesiástica puede contestar:
fuera de Jesucristo y de la religión católica, fuera de la Iglesia, no hay
salvación, no hay vida eterna; todo el que se salva, llega a la vida eterna por
su adhesión al Cuerpo místico de Nuestro Señor.
Otra
consecuencia: todas las sociedades que Nuestro Señor ha creado deben
necesariamente colaborar, según su finalidad, a que las almas se hagan
católicas y luego sigan siéndolo, para conseguirles la salvación eterna, fin de
toda la Creación, fin de la Encarnación y de la Redención. Estas
conclusiones son inmortales, incambiables. Son la expresión de toda la
Revelación, y han sido los principios directivos de toda la Iglesia hasta el
Concilio Vaticano II.
[La
instauración de esta “Iglesia Conciliar”, imbuida de los principios de la
Revolución Francesa, principios masónicos sobre la religión y las religiones,
sobre la sociedad civil, es una impostura inspirada por el infierno para la
destrucción de la religión católica, de su magisterio, de su sacerdocio y del
sacrificio de Nuestro Señor. Lógicamente,
esta nueva Iglesia no podía seguir cantando las alabanzas de Jesucristo, Rey
universal de las naciones, ni puede tener ya los pensamientos de Nuestro Señor
sobre el mundo; por eso se ha cambiado todo el espíritu de la Liturgia,
modificando muchísimos detalles tanto en los textos como en los gestos. La
nueva Iglesia, desde entonces, nos impide la contemplación del Verbo Encarnado
tal como se lo canta en todas las fiestas litúrgicas. Debemos a toda costa
permanecer fieles al espíritu de la Iglesia católica, si que-remos darnos a la
contemplación de los misterios divinos, del misterio del Verbo Encarnado, del
misterio de la Santísima Trinidad].
Las
perfecciones divinas se distinguen de las operaciones divinas. Aunque en Dios
no haya separación alguna, la debilidad de nuestro espíritu nos obliga a
estudiar a Dios de manera humana. Dios
es la Verdad, la Bondad, la Belleza. Estos atributos son los del ser que es
Dios. Dios, que posee todo el ser en sí mismo, posee por ende la verdad, la
bondad, la belleza en su más acabada perfección. Cuanto
más participan los seres del Ser divino, tanto más participan de su Verdad, de
su Bondad, de su Belleza. Nuestro
conocimiento de Dios es muy imperfecto en esta vida y lo seguirá siendo en el
Cielo, porque haría falta ser Dios para conocerlo en toda su perfección y su
ser, como sucede en las tres personas divinas.
Un
medio de llegar a conocer mejor a Dios consiste en negar en El todas las
limitaciones de las creaturas, limitaciones que, por otra parte, nos sirven
para demostrar la existencia de Dios. Así, pues, negamos en Dios toda
imperfección: Dios es perfecto; negamos todo límite: El es infinito; negamos
todo límite en el espacio: El está en todas partes, omnipresente; negamos todo
límite en el tiempo: El es eterno; negamos toda mutación: El es inmutable.
Habría
que citar aquí, a propósito de esto, numerosos textos de la Sagrada Escritura.
Se puede decir que todo el Antiguo Testamento es un himno a la perfección
infinita de Dios; expresa de manera maravillosa el espíritu de adoración, la
grandeza, la omnipotencia de Dios, su Providencia en la historia de la
humanidad y especialmente en la historia de Israel, que prepara al Mesías. El
Nuevo Testamento, a su vez, será la manifestación, la epifanía de la Santísima
Trinidad, de su Caridad infinita, de su misericordia insondable hacia los
pecadores que somos nosotros.
¡Con
qué profunda convicción deberíamos pronunciar todas las oraciones litúrgicas
que nos recuerdan sin cesar las perfecciones divinas! La humildad, el silencio
y todo lo que nos aleja del mundo acabarían entonces siéndonos naturales, para
darnos el gusto de vivir en Dios, en la Trinidad Santa, en Jesucristo y por
Jesucristo, en este océano de bondad, de misericordia y de omnipotencia.
Entonces
Jesucristo ocupará en nosotros, cada vez más, el verdadero lugar que se le debe
como Dios Encarnado, y su Eucaristía, sacrificio y sacramento, pasará a ser el
centro de nuestra vida y de nuestros pensamientos, y a través de ella
penetraremos en la inmensa realidad de la Santísima Trinidad.
CONTINUA...
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