EN LA ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA
27. Además, los doctores escolásticos vieron indicada la Asunción de la Virgen Madre de Dios no sólo en varias figuras del Antiguo Testamento, sino también en aquella Señora vestida de sol, que el apóstol Juan contempló en la isla de Patmos (Ap 12, 1s.). Del mismo modo, entre los dichos del Nuevo Testamento consideraron con particular interés las palabras "Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres" (Lc 1, 28), porque veían en el misterio de la Asunción un complemento de la plenitud de gracia concedida a la bienaventurada Virgen y una bendición singular, en oposición a la maldición de Eva.
28. Por eso, al comienzo de la teología
escolástica, el piadoso Amadeo, obispo de Lausana, afirma que la carne de María
Virgen permaneció incorrupta ("no se puede creer, en efecto, que su cuerpo
viese la corrupción"), porque realmente se reunió a su alma, y junto con
ella fue envuelta en altísima gloria en la corte celeste. "Era llena de
gracia y bendita entre las mujeres" (Lc 1, 28). "Ella sola mereció
concebir al Dios verdadero del Dios verdadero, y le parió virgen, le amamantó
virgen, estrechándole contra su seno, y le prestó en todo sus santos servicios
y homenajes" (13).
29. Entre los sagrados escritores que en este
tiempo, sirviéndose de textos escriturísticos o de semejanza y analogía,
ilustraron y confirmaron la piadosa creencia de la Asunción, ocupa un puesto
especial el doctor evangélico San Antonio de Padua. En la fiesta de la
Asunción, comentando las palabras de Isaías "Glorificaré el lugar de mis
pies" (Is 60, 13), afirmó con seguridad que el divino Redentor ha
glorificado de modo excelso a su Madre amadísima, de la cual había tomado carne
humana. "De aquí se deduce claramente, dice, que la bienaventurada Virgen
María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies del
Señor". Por eso escribe el salmista: "Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo,
tú y el Arca de tu santificación". Como Jesucristo, dice el santo,
resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra de su Padre, así
"resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la
Virgen Madre fue asunta al tálamo celeste" (14).
30. Cuando en la Edad Media la teología
escolástica alcanzó su máximo esplendor, San Alberto Magno, después de haber
recogido, para probar esta verdad, varios argumentos fundados en la Sagrada
Escritura, la tradición, la liturgia y la razón teológica, concluye: "De
estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que la beatísima Madre
de Dios fue asunta en cuerpo y alma por encima de los coros de los ángeles.
Y esto lo creemos como absolutamente
verdadero" (15). Y en un discurso tenido el día de la Anunciación de
María, explicando estas palabras del saludo del ángel "Dios te salve,
llena eres de gracia...", el Doctor Universal compara a la Santísima
Virgen con Eva y dice expresamente que fue inmune de la cuádruple maldición a
la que Eva estuvo sujeta (16).
31. El Doctor Angélico, siguiendo los
vestigios de su insigne maestro, aunque no trató nunca expresamente la
cuestión, sin embargo, siempre que ocasionalmente habla de ella, sostiene constantemente
con la Iglesia que junto al alma fue asunto al cielo también el cuerpo de María
(17).
32. Del mismo parecer es, entre otros muchos,
el Doctor Seráfico, el cual sostiene como absolutamente cierto que del mismo
modo que Dios preservó a María Santísima de la violación del pudor y de la integridad
virginal en la concepción y en el parto, así no permitió que su cuerpo se
deshiciese en podredumbre y ceniza (18). Interpretando y aplicando a la
bienaventurada Virgen estas palabras de la Sagrada Escritura "¿Quién es
esa que sube del desierto, llena de delicias, apoyada en su amado?" (Cant
8, 5), razona así: "Y de aquí puede constar que está allí (en la ciudad
celeste) corporalmente... Porque, en efecto..., la felicidad no sería plena si
no estuviese en ella personalmente, porque la persona no es el alma, sino el
compuesto, y es claro que está allí según el compuesto, es decir, con cuerpo y
alma, o de otro modo no tendría un pleno gozo" (19).
33. En la escolástica posterior, o sea en el
siglo XV, San Bernardino de Siena, resumiendo todo lo que los teólogos de la
Edad Media habían dicho y discutido a este propósito, no se limitó a recordar
las principales consideraciones ya propuestas por los doctores precedentes,
sino que añadió otras. Es decir, la semejanza de la divina Madre con el Hijo
divino, en cuanto a la nobleza y dignidad del alma y del cuerpo -porque no se
puede pensar que la celeste Reina esté separada del Rey de los cielos-, exige
abiertamente que "María no debe estar sino donde está Cristo" (20);
además es razonable y conveniente que se encuentren ya glorificados en el cielo
el alma y el cuerpo, lo mismo que del hombre, de la mujer; en fin, el hecho de
que la Iglesia no haya nunca buscado y propuesto a la veneración de los fieles
las reliquias corporales de la bienaventurada Virgen suministra un argumento
que puede decirse "como una prueba sensible" (21).
34. En tiempos más recientes, las opiniones
mencionadas de los Santos Padres y de los doctores fueron de uso común.
Adhiriéndose al pensamiento cristiano transmitido de los siglos pasados. San
Roberto Belarmino exclama: "¿Y quién, pregunto, podría creer que el arca
de la santidad, el domicilio del Verbo, el templo del Espíritu Santo, haya
caído? Mi alma aborrece el solo pensamiento de que aquella carne virginal que
engendró a Dios, le dio a luz, le alimentó, le llevó, haya sido reducida a
cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos" (22).
35. De igual manera, San Francisco de Sales, después de haber afirmado no ser lícito dudar que Jesucristo haya ejecutado del modo más perfecto el mandato divino por el que se impone a los hijos el deber de honrar a los propios padres, se propone esta pregunta: "¿Quién es el hijo que, si pudiese, no volvería a llamar a la vida a su propia madre y no la llevaría consigo después de la muerte al paraíso?" (23). Y San Alfonso escribe: "Jesús preservó el cuerpo de María de la corrupción, porque redundaba en deshonor suyo que fuese comida de la podredumbre aquella carne virginal de la que Él se había vestido" (24).
36. Aclarado el objeto de esta fiesta, no
faltaron doctores que más bien que ocuparse de las razones teológicas, en las
que se demuestra la suma conveniencia de la Asunción corporal de la
bienaventurada Virgen María al cielo, dirigieron su atención a la fe de la
Iglesia, mística Esposa de Cristo, que no tiene mancha ni arruga (cfr. Ef 5,
27), la cual es llamada por el Apóstol "columna y sostén de la
verdad" (1 Tim)
3, 15), y, apoyados en esta fe común,
sostuvieron que era temeraria, por no decir herética, la sentencia contraria.
En efecto, San Pedro Canisio, entre muchos otros, después de haber declarado que
el término Asunción significa glorificación no sólo del alma, sino también del
cuerpo, y después de haber puesto de relieve que la Iglesia ya desde hace
muchos siglos, venera y celebra solemnemente este misterio mariano, dice:
"Esta sentencia está admitida ya desde hace algunos siglos y de tal manera
fija en el alma de los piadosos fieles y tan aceptada en toda la Iglesia, que
aquellos que niegan que el cuerpo de María haya sido asunto al cielo, ni
siquiera pueden ser escuchados con paciencia, sino abochornados por demasiado tercos
o del todo temerarios y animados de espíritu herético más bien que
católico" (25).
37. Por el mismo tiempo, el Doctor Eximio,
puesta como norma de la mariología que "los misterios de la gracia que
Dios ha obrado en la Virgen no son medidos por las leyes ordinarias, sino por
la omnipotencia de Dios, supuesta la conveniencia de la cosa en sí mismo y
excluida toda contradicción o repugnancia por parte de la Sagrada
Escritura" (26), fundándose en la fe de la Iglesia en el tema de la Asunción,
podía concluir que este misterio debía creerse con la misma firmeza de alma con
que debía creerse la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen, y ya
entonces sostenía que estas dos verdades podían ser definidas.
38. Todas estas razones y consideraciones de
los Santos Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada
Escritura, la cual nos presenta al alma de la Madre de Dios unida estrechamente
a su Hijo y siempre partícipe de su suerte. De donde parece casi imposible
imaginarse separada de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo,
después de esta vida, a Aquella que lo concibió, le dio a luz, le nutrió con su
leche, lo llevó en sus brazos y lo apretó a su pecho. Desde el momento en que
nuestro Redentor es hijo de María, no podía, ciertamente, como observador
perfectísimo de la divina ley, menos de honrar, además de al Eterno Padre,
también a su amadísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al
preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo
realmente.
39. Pero ya se ha recordado especialmente que
desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva
Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha
contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn
3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la
muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap.
5 et 6; 1 Cor 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de
Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para
María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal;
porque, como dice el mismo Apóstol, "cuando... este cuerpo mortal sea revestido
de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida
en la victoria" (1 Cor 15, 54).
40. De tal modo, la augusta Madre de Dios,
arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad "con un mismo
decreto" (27) de predestinación, inmaculada en su concepción, Virgen sin
mancha en su divina maternidad, generosa Socia del divino Redentor, que obtuvo
un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como
supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro
y vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la
gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey
inmortal de los siglos (cfr. 1 T"im 1, 17).
41. Y como la Iglesia universal, en la que vive el Espíritu de Verdad, que la conduce infaliblemente al conocimiento de las verdades reveladas, en el curso de los siglos ha manifestado de muchos modos su fe, y como los obispos del orbe católico, con casi unánime consentimiento, piden que sea definido como dogma de fe divina y católica la verdad de la Asunción corporal de la bienaventurada Virgen María al cielo -verdad fundada en la Sagrada Escritura, profundamente arraigada en el alma de los fieles, confirmada por el culto eclesiástico desde tiempos remotísimos, sumamente en consonancia con otras verdades reveladas, espléndidamente ilustrada y explicada por el estudio de la ciencia y sabiduría de los teólogos-creemos llegado el momento preestablecido por la providencia de Dios para proclamar solemnemente este privilegio de María Virgen.
42. Nos, que hemos puesto nuestro pontificado bajo el especial patrocinio de la Santísima Virgen, a la que nos hemos dirigido en tantas tristísimas contingencias; Nos, que con rito público hemos consagrado a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y hemos experimentado repetidamente su validísima protección, tenemos firme confianza de que esta proclamación y definición solemne de la Asunción será de gran provecho para la Humanidad entera, porque dará gloria a la Santísima Trinidad, a la que la Virgen Madre de Dios está ligada por vínculos singulares. Es de esperar, en efecto, que todos los cristianos sean estimulados a una mayor devoción hacia la Madre celestial y que el corazón de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se mueva a desear la unión con el Cuerpo Místico de Jesucristo y el aumento del propio amor hacia Aquella que tiene entrañas maternales para todos los miembros de aquel Cuerpo augusto. Es de esperar, además, que todos aquellos que mediten los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada vez más del valor de la vida humana, si está entregada totalmente a la ejecución de la voluntad del Padre Celeste y al bien de los prójimos; que, mientras el materialismo y la corrupción de las costumbres derivadas de él amenazan sumergir toda virtud y hacer estragos de vidas humanas, suscitando guerras, se ponga ante los ojos de todos de modo luminosísimo a qué excelso fin están destinados los cuerpos y las almas; que, en fin, la fe en la Asunción corporal de María al cielo haga más firme y más activa la fe en nuestra resurrección.
43. La coincidencia providencial de este
acontecimiento solemne con el Año Santo que se está desarrollando nos es
particularmente grata; porque esto nos permite adornar la frente de la Virgen
Madre de Dios con esta fúlgida perla, a la vez que se celebra el máximo
jubileo, y dejar un monumento perenne de nuestra ardiente piedad hacia la Madre
de Dios.
44. Por tanto, después de elevar a Dios muchas
y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de
Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor
de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte;
para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de
toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los
bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos
y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios,
siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en
cuerpo y alma a la gloria celeste.
45. Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera,
osase negar o poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa
que ha caído de la fe divina y católica.
46. Para que nuestra definición de la Asunción
corporal de María Virgen al cielo sea llevada a conocimiento de la Iglesia
universal, hemos querido que conste para perpetua memoria esta nuestra carta apostólica;
mandando que a sus copias y ejemplares, aun impresos, firmados por la mano de
cualquier notario público y adornados del sello de cualquier persona
constituida en dignidad eclesiástica, se preste absolutamente por todos la
misma fe que se prestaría a la presente si fuese exhibida o mostrada.
47. A
ninguno, pues, sea lícito infringir esta nuestra declaración, proclamación y
definición u oponerse o contravenir a ella. Si alguno se atreviere a
intentarlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios omnipotente y de sus
santos apóstoles Pedro y Pablo.
Nos, PÍO, Obispo de la
Iglesia católica, definiéndolo así, lo hemos suscrito.
Dado en Roma, junto a
San Pedro, el año del máximo Jubileo de mil novecientos cincuenta, el día
primero del mes de noviembre, fiesta de Todos los Santos, el año duodécimo de
nuestro pontificado.
Notas.
12. Cfr. Ioan Damasc., Encomium in Dormitionem
Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 2, 11;
Encomium in Dormitionem, S. Modesto Hierosol,
attributum.
13. Amadeus Lausannensis, De Beatae Virginis
obitu, Assumptione in caelum, exaltatione ad Filii
dexteram.
14. San Antonius Patav., Sermones dominicales
et in solemnitatibus. In Assumptione S. Mariae Virginit
sermo.
15. S. Albertus Magnus, Mariale sive
quaestionet super Evang. Missut est, q. 132.
16. S. Albertus Magnus, Sermones de sanctis, sermón 15: In Anuntiatione B. Mariae, cfr. Etiam Mariale, q. 132.
17. Cfr. Summa Theol., 3, q. 27, a. 1 c.;
ibíd., q. 83, a. 5 ad 8, Expositio salutationis angelicae, In symb.,
Apostolorum expositio, art. 5; In IV Sent., d.
12, q. 1, art. 3, sol. 3; d: 43, q. 1, art. 3, sol. 1 et 2.
18. Cfr. S. Bonaventura, De Nativitate B.
Mariae Virginis, sermón 5.
19. S. Bonaventura, De Assumptione B. Mariae
Virginis, sermón 1.
20. S. Bernardinus Senens., In Assumptione B.
M. Virginis, sermón 2.
21. S. Bernardinus Senens., In Assumptione B.
M. Virginis, sermón 2.
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