l. De
la pasión de Cristo en la Sagrada Escritura. (a.1-3)
Cuando leemos en el Antiguo
Testamento los oráculos proféticos sobre el Mesías, echamos de ver que siempre
nos lo presentan como un monarca glorioso, que defiende la causa de los
humildes contra la violencia de los poderosos, que recibe los homenajes de los
pueblos y de los reyes. Esta concepción no podía menos de halagar al pueblo
israelita, que acaba por ver en el reino mesiánico una idealización del reino
de David, De aquí viene que el pueblo expresara su fe en la dignidad mesiánica
de Jesús llamándole Hijo de David y aclarándole en su entrada en Jerusalén con
las voces de «Bendito el reino de David, nuestro padre, que llega» (Mc, 11,10).
Por esto los apóstoles no entendían las palabras del Salvador cuando les
anunciaba su pasión en Jerusalén (Mt. 6,22 s), y los judíos se mostraban
desconcertados cuando oían que Jesús les habla de su exaltación de la tierra
(lo. 8,32ss).
Sin embargo, no podía ser que
el Antiguo Testamento dejase de vaticinar el gran misterio de, la pasión
redentora del Hijo de Dios. San Lucas nos cuenta que el Salvador resucitado, al
aparecerse a los dos discípulos, que caminaban hacia Emaús, les dijo: ¡iOh
hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo Lo que vaticinaron
Los profetas! ¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su
gloria? Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando
cuanto a Él se refería en todas Las Escrituras (Lc. 24,25-27).
Pues éste es el programa que nos proponemos desarrollar en esta introducción. Para conseguirlo tenemos necesidad de recordar que la exégesis judía admitía en la Sagrada Escritura, además del sentido literal histórico, un sentido literal más hondo, que, hoy suelen llamar sentido pleno, y luego el sentido típico. Esto sin contar el sentido acomodado, del que usaban y abusaban los doctores de la Ley. Todos estos sentidos, sin excluir el acomodado, que no es sentido de la Escritura, sino del intérprete de ella, los podemos hallar en los escritos del Nuevo Testamento.
Los sacrificios el el Antiguo Testamento.
Entre las fiestas que celebraba el pueblo
israelita, ocupa un lugar destacado la Pascua. El día 10 de Nisán, cada familia
separará del rebaño un cordero o un cabrito; el 14, al atardecer, lo
sacrificarán y lo comerán al ser de noche, asado con panes ácimos y lechugas
silvestres.
Sólo a los circuncidados será
permitido participar de este banquete.
Este es el sacrificio de la
Pascua de Yavé, que pasó de largo por las casas de los hijos de Israel cuando
ario a Egipto, salvando nuestras rosas (Ex. 12,27). La Pascua recuerda la
liberación de Israel en virtud de las promesas hechas a los patriarcas,
confirmadas luego con el pacto del Sinaí. A esas promesas hace, sin duda,
referencia el Apóstol cuando dice de Moisés que por la fe celebro la Pascua y
la aspersión de la sangre, para que el exterminador no tocase a los
primogénitos de Israel; (Hebr. II, 28). La consumación de esta Pascua nos la
declara San Pablo escribiendo a los Coriritios: alejad la vieja levadura para
ser masa nueva, como sois ácimos, porque Cristo, nuestra Pascua, ya ha sido
inmolada (1 Cor. 5,7). El sacrificio pascual, conmemorativo de la liberación de
Israel, es, pues, el tipo del sacrificio de Cristo, con que se realizó la
liberación del género humano. Por esto San Juan, declarando por qué al Salvador
no quebraron las piernas como a los ladrones, trae las palabras del Éxodo en
que se mandó no quebrar hueso al cordero pascual (lo. 19,36; Ex. 12,46).
El acto principal del culto
es el sacrificio. Los patriarcas, dondequiera que fijaban sus tiendas,
levantaban un altar y ofrecían sacrificios al Señor: La víctima sacrificada era
el substituto del oferente, que en aquélla se ofrecía y sacrificaba. La
oblación de la sangre representaba el alma del que la ofrecía. Por eso, cuando
faltaba en el oferente la devoción, por la que se incorporaba a la víctima, el
sacrificio no era grato al Señor, y, en cambio, la devoción como quiera que se
manifestase, constituía un sacrificio grato al Señor. Mas ya se ve que sola la
perfectísima devoción del Hijo de Dios podía ser grata al Padre celestial, y la
de los otros, por cuanto participasen de ella.
En el Levítico se nos dan a
conocer las diversas clases de sacrificios admitidos por el ritual mosaico: el
holocausto, el sacrificio pacífico y el doble sacrificio expiatorio de los
pecados (Lev. 1-5). De éstos era mirado como más perfecto el holocausto, porque
en él toda la víctima se consumía en obsequio de Dios, sin que ni el oferente ni
el sacerdote se reservasen parte alguna. Del sacrificio pacífico se ofrecían a
Dios la sangre y las vísceras; las carnes se las repartían el sacerdote y el
oferente, que debían comer las en el santuario, en banquete de comunión,
ofrecido por Dios mismo, que lo había santificado. Los sacrificios expiatorios
se ordenaban a la expiación de los pecados y purificación de las almas. Los
sacerdotes solos recibían una porción de ellos, por lo cual se decía que comían
los pecados del pueblo: Sola la fe y la devoción hacían gratos todos estos
sacrificios, que del sacrificio de Cristo recibían la virtud de agradar a Dios
y expiar los pecados. En esto se halla la razón de tipo que todos ellos tienen
para figurar el sacrificio del Calvario
Entre los sacrificios
expiatorios ocupan lugar preferente los que se ofrecía allá del mes séptimo en
la fiesta de la expiación, que muy detalladamente se nos describen en el
capítulo 16 del Levítico y que en la Epístola a los hebreos es declarada en su
sentido típico (9-10). Mediante estos sacrificios, el pueblo se creía
purificado de sus pecados y plenamente reconciliado con su Dios. Dos cosas hay
que distinguir en la virtud de esta fiesta, como en la de los otros ritos
mosaicos: la purificación de las impurezas legales, que tenían su origen en la
ley misma, y la purificación de los pecados o infracciones de la ley de Dios.
Las primeras eran quitadas por los ritos de la misma ley que las ponía; pero
las segundas sólo se quitaban por la devoción y la fe en el sacrificio de Jesucristo,
por lo cual es tan ponderada esta fe de los patriarcas en la Epístola a los
hebreos (II, 1-40)
Todo esto aparecerá más claro
en el sacrificio de Isaac, que la tradición exegética ha mirado siempre como
tipo el más expresivo del sacrificio de Jesucristo. Los sacrificios humanos
ofrecidos a los dioses falsos eran frecuentes en Canaán, Los padres ofrecían a
sus divinidades aquel que más amaban, sus propios hijos. Con, esto pensaban
merecer sus gracias... Que esta bárbara costumbre se introdujo en Israel, nos
lo prueba el caso de Jefté, que ofreció su hija a Dios después de la victoria
sobre los amonitas... La intención del autor sagrado al referir el sacrificio
de Isaac es, sin duda, mostrar qué es lo que en los sacrificios agrada al
Señor… Para entender el sentido de este relato hay que comenzar por hacerse
cargo de lo que era Isaac para su padre: el hijo tan deseado, el heredero de
las promesas divinas. Pues el Señor se lo exige a Abrahán, y el patriarca se
dispone a realizar el sacrificio y, cuando estaba para consumarlo, Dios le
revela su voluntad y cómo estaba satisfecho de su obediencia. Abrahán era, a la
vez, el sacerdote y la víctima. Al descargar el golpe mortal sobre su hijo, lo
descarga sobre su propio corazón.
La
muerte de Jesucristo como sacrificio supremo y único.
Pues la muerte de Jesucristo,
dispuesta por el Padre, aceptada por el Hijo desde el principio, pedida por los
judíos, ejecutada por los romanos y soportada por el Salvador en conformidad
con la voluntad del Padre, es un verdadero sacrificio, el único acepto a Dios
Padre, y en atención al cual tenían valor los sacrificios antiguos de la ley
como figuras suyas. En la Epístola a los Hebreos el Apóstol nos habla extensa
mente del sacerdocio de Cristo, del sacrificio que hizo de sí mismo y de los
frutos de ese sacrificio (Hebr. 7,27'; 29,11s; ro, 4-I.14), y escribiendo a los
romanos dice San Pablo que Dios ha puesto a Cristo Jesús como sacrificio de
propiciación, mediante la fe en su sangre, para manifestación de su justicia,
por tolerancia de los pecados (3,25S) y
a los efesios señala como una prueba del amor de Cristo hacia nosotros en que
se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave (5,9) y
San Juan nos declara que el amor de Dios se muestra en que envió a su Hijo,
víctima expiatoria de nuestros pecados (1 lo. 4,1O).
IV.
De la redención de Cristo (a.4)
En la antigüedad era el
hambre objeto de tráfico. Y no sólo el individuo, también en las Escrituras lo
es el pueblo en masa. Los vencidos eran, por derecho en todas partes recibido,
esclavos del vencedor, que los podía vender como una parte del botín de guerra.
En el Deuteronomio (28.68) amenazando a Israel con el castigo de sus
prevaricaciones, se dice: Acabará Yavé por haceros volver en naves a Egipto por
el camino de que te había dicho; N o volverás más por él. A él seréis ofrecidos
a vuestros enemigos en venta, como esclavos y esclavas, y no habrá quien os
compre. El esclavo no podía jurídicamente recobrar su libertad sino pagando el
debido rescate a su dueño. Los profetas .se valen de esta imagen para explicar
la conducta de Dios con 1srael. Isaías hace hablar a Yavé en esta forma: O
¿Cuál es aquel de mis acreedores a quien os haya vendido yo? Por nuestros
crímenes fuisteis vendidos (50,15). y el salmista se queja al Señor diciendo;
Has vendido de balde a tu pueblo; no subiste mucho su precio (44,13) y en el
cántico del Deuteronomio; ¿Cómo puede uno soto perseguir a mil, y dos poner en
fuga a diez mil, sino porque su Roca los vendió y Yavé los ha entregado
(32,30)? En oposición a esto, Isaías habla, en la segunda parte de su libro,
del Redentor de Israel, que dice; Por vosotros mandé yo contra Babilonia y
rompí los cerrojos de vuestra cárcel, y los caldeas fueron atados con cuerdas
(43,14). Antes había hablado con más respeto de los derechos de los caldeos
sobre su pueblo, diciendo; Yo di el Egipto por rescate tuyo, doy por ti la Etiopía
y Saba. Porque eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio, y te amo, y
entrego por ti reinos y pueblos a cambio de tu vida (43,3S). Es la
interpretación providencialista de la conquista de Egipto por Nabucodonosor
hacia el fin de su reinado.
La redención o el rescate
supone, naturalmente, la servidumbre del rescatado. Esta será la servidumbre
del pecado (Tit, 2,13) o la esclavitud del diablo. Los apóstoles hablan con
frecuencia de Cristo, que ha venido a sernos, de parte de Dios, sabiduría,
justicia, santificación y redención, para que, según está escrito, el que se
gloría gloríese en el Señor (1 Cor. 1,30S). Y más adelante; Habéis sitio
comprados a precio; no os hagáis siervos de los hombres (7,23). Ese precio que
por nosotros se dio, no es otro que Cristo, que se entregó a sí mismo para
redención de todos (1 Ti.m, 2,6). Y concretando más, es la sangre, es decir, la
vida de Cristo, la que nos rescató, o en El tenemos la redención por la virtud
de Su sangre (Eph. 1,7; Hebr. 9, 12, I5). No con oro ni plata, que son
corruptibles, dice San Pedro, habéis sido rescatados, sino Con la sangre preciosa
de Cristo (I Petr. 1,18s•). Y San Juan dice que el Cordero degollado fue quien
compro con su sangre para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación,
y nos hizo para nuestro Dios reino y sacerdotes (Apoc, 9S). San Pablo, que
había sentido, en su vida de fariseo, todo el peso de la ley y que estimaba en
tanto el hallarse libre, de ella, dice a los gálatas: Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición, pues está escrito,
Maldito todo el que cuelga de un madero (3,13.44S).
V.
Eficiencia de la pasión de Cristo (a.5-6)
El articulo postrero sirve
para proponer otra nueva cuestión sobre el modo de obrar Cristo la salud de los
hombres, Distinguen los filósofos cuatro causas, dos internas a las cosas,
porque entran en la constitución de ellas, que son la material y la formal;
otros dos externas a. las cosas, que son la final, que obra como atracción hada
sí, y la eficiente, que obra como impeliendo, la máquina que empuja o arrastra
el tren, es causa eficiente de su movimiento. A esta causa eficiente física se
reduce le causa moral, el consejo, el mandato, el ejemplo.
¿Cómo se realiza esto en la
pasión de Cristo? Volviendo al principio antes indicado, hay que ver en Jesús
la divinidad y la humanidad, La primera es la causa principal de la salud
humana; la humanidad, la instrumental; las dos eficientes, pero subordinadas,
puesto que el instrumento no obra si no es movido por la causa principal, la
pluma por la mano del escribiente, Pero la principal, todo cuanto hace, lo hace
valiéndose del instrumento. De otro modo no sería causa principal, sino causa
única, La aplicación de esta doctrina a estas cosas divinas suele tener su
dificultad, puesto que sólo por analogía se pueden aplicar las doctrinas
humanas a la declaración de los misterios divinos. Por eso no los extraño que
no concuerden las sentencias de los teólogos en explicar esta cuestión que aquí
propone el Aquinatense. Veamos de hacerlo apoyándonos en sus palabras. Hay en
Cristo dos naturalezas, la divina y la humana, siendo la humana el instrumento
de la divina; aquélla obra, sufre y muere por la salud del mundo; pero sus
obras, sufrimientos y muerte reciben la virtud de obrar la salud humana de la
naturaleza divina, La flaqueza humana se hace fuerte por la virtud de la
divinidad, Cuando el alma fiel movida ¡por Dios, se une en la pasión y muerte
de Cristo mediante la fe, la divinidad obra comunicando ole ¡os frutos de la
pasión y muerte de Cristo, que son frutos de salvación.
fuente: Santo Tomas de Aquino.
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