“Destruir la Misa"
¿Cuál es la crisis
que estamos atravesando actualmente? Se manifiesta, a mi entender, bajo cuatro
aspectos fundamentales para la Santa Iglesia. Se manifiesta, a primera vista,
creo yo, y me parece que es uno de los aspectos más graves, porque, para mí, si
se estudia la historia de la Iglesia, uno se da cuenta de que la gran crisis
que atravesó en el siglo XVI, crisis espantosa, que arrebató a la Iglesia
santa, millones y millones de almas, regiones enteras, estados en su totalidad,
esta crisis fue, más que nada, una crisis del culto litúrgico; y que, si
actualmente existen divisiones entre aquéllos que se dicen cristianos, se ha de
atribuir más que a otras causas a la manera de celebrar el culto litúrgico; y
si los protestantes se separaron de la Iglesia, la causa principal es que los
instigadores del protestantismo, como Lutero, dijeron, desde el primer momento: "Si queremos destruir la Iglesia hemos de
destruir la Santa Misa". Ésta fue la
consigna de Lutero.
Se había dado
cuenta de que, si llegaba a poner las manos en la Santa Misa, si conseguía
reducir el Sacrificio de la Misa a una pura
comida, a una conmemoración o recuerdo, a una significación de la comunidad
cristiana, a una rememoración o memorial de la Pasión de Nuestro Señor y,
como consecuencia, que quedase más débil lo más sagrado que hay en la Iglesia,
lo más santo que nos ha legado Nuestro Señor, lo más sacrosanto, él conseguiría
destruir la Iglesia. Y ciertamente, consiguió, por desgracia, arrebatar a la
Iglesia naciones enteras, obrando de esta forma.
La
Misa, un sacrificio
Pues, bien. Hoy
existe una tendencia, que nadie puede negar, de poner las manos sobre la Santa
Misa. Se llega a alterar cosas que son esenciales en la Santa Misa. Y ¿Cuáles son estas cosas esenciales, en la Santa Misa? En primer lugar, la Santa Misa es
un sacrificio. Un sacrificio no es una
comida. Pero, en la actualidad, se ha querido desterrar hasta la
palabra sacrificio. Se habla de “Cena
Eucarística, se habla de comunión eucarística” ..., se habla de
todo lo que se quiera, con tal de no mencionar siquiera la palabra sacrificio,
y, no obstante, la Misa es, esencialmente, un sacrificio, el Sacrificio de la
Cruz; no es otra cosa. Sustancialmente, el Sacrificio de la Cruz y el
Sacrificio de la Misa son la misma cosa y el mismo y Único Sacrificio.
No hay otra
mutación que en la forma oblación. Nuestro Señor se ofreció de una manera
sangrante, cruenta, en el altar de la Cruz, siendo Él mismo el Sacerdote Y la
Víctima. Y sobre nuestros altares, se ofrece, siendo igualmente el Sacerdote y
la Víctima, por ministerio de los sacerdotes.
El sacerdote es
solamente el ministro consagrado por el Sacramento del Orden, configurado, por
el Carácter, al Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo el
Sacrificio de la Misa, en la persona de Cristo: "in persona Christi".
La Presencia Real
Si se le quita
la Transubstanciación,
a la Misa... Ya que os he hablado de Sacrificio, hablemos ahora de la segunda
cosa necesaria, esencial, que es la Presencia Real de Nuestro Señor, en
la Sagrada Eucaristía. Si se elimina la Transubstanciación. . . Esta palabra es
de una importancia capital, porque, al suprimirla, se omite la presencia real, y deja, por
tanto, de haber Víctima.
Deja de haber
Víctima para el Sacrificio, y, por lo tanto, deja de haber Misa. Dicho de otra
forma: deja de
existir Sacrificio Y
nuestra Misa es vana. Nos quedamos sin Misa. (Ha dejado de ser el Sacrificio
que nos dio Nuestro Señor, en la Santa Cena y en la Cruz, y que les mandó a los
Apóstoles lo perpetuaran sobre el altar). Es el segundo elemento indispensable.
Primero, el Sacrificio, luego, la Presencia Real. Hablemos ahora del Carácter
sacerdotal del ministro.
Es el sacerdote,
no los fieles
Es el sacerdote el
que ha recibido el encargo, de Dios Nuestro Señor, para continuar el
Sacrificio. Y de ninguna manera los fieles.
Cierto es que los
fieles se han de unir al Sacrificio, unirse de todo corazón, con toda su alma,
a la Víctima, que está sobre el altar, como debe hacerlo también el sacerdote.
Pero los fieles no pueden ofrecer, en manera alguna, el Santo Sacrificio,
"in persona Christi", como el sacerdote.
El sacerdote está
configurado al Sacerdocio de Cristo, está marcado para siempre, para la
eternidad. "Tu es sacerdos in aeternum"... Sólo él puede ofrecer verdaderamente
el Sacrificio de la Misa, el Sacrificio de la Cruz. Y, por consiguiente, sólo
él puede pronunciar las palabras de la Consagración.
¡De rodillas!
No es normal que
los seglares se coloquen alrededor del altar y que pronuncien todas las
palabras de la Misa, junto con el sacerdote. Porque ellos no son sacerdotes en
el sentido propio en que lo es el sacerdote consagrado. Tampoco podemos
considerar como cosa normal el haber suprimido toda señal de respeto a la Real Presencia. A
fuerza de no ver ningún respeto hacia la Sagrada Eucaristía, acaba por no
creerse en la Presencia
Real. Y ¿Quién se
atreverá allegar, por, tal camino, a cosa parecida, después de meditar la
divina Palabra, según la cual "al
nombre de Jesús, dóblese toda rodilla, en el Cielo, en la tierra y en los
infiernos" Si al nombre de Jesús hay que arrodillarse ¿vamos a
permanecer de pie, cuando está presente en la realidad, en la Sagrada
Eucaristía?
Al lugar donde se
ofrece un sacrificio, se le llama altar. Por ello, no se puede aceptar, como
sustitutivo del altar, una mesa corriente,
destinada a las comidas, que, según recordaba San Pablo, se hallan
en los comedores de las casas, para comer y beber. El altar ha de ser pieza que
no se traslade y donde se ofrece y se derrama la sangre. En el momento en que
se convierte el altar en mesa de comedor ha dejado de ser altar.
Tomado del
protestantismo
Suprimir todos los
altares que son verdaderamente tales, poner, en su lugar, una mesa de madera,
delante del altar que ha sido solemnemente consagrado, es, precisamente, hacer
desaparecer la noción de Sacrificio, que
hemos visto es de importancia capital para la Iglesia Católica. Y es de esta
forma como llegó y se consolidó el protestantismo. Por esta desaparición de la
idea de Sacrificio, pasó Inglaterra entera, al cisma y luego a la herejía.
... Resbalando,
resbalando, poco a poco, vamos a encontrarnos protestantes, sin enterarnos
siquiera.
El nuevo rito de la misa no es obligatorio.
¿La introducción
del Novus Ordo Missae, coronación de la reforma litúrgica, tuvo realmente las
consecuencias bienhechoras supuestas? ¿o ha producido los efectos nefastos que
eran de prever? La respuesta a esta cuestión nos hará examinar de cerca las
circunstancias particulares de esta reforma, única en su género en la historia
de la Iglesia, y dar las indicaciones sobre nuestro deber para el futuro.
Para poder juzgar el valor dogmático y espiritual de esta reforma debemos rememorar brevemente los principios inmutables de la fe católica acerca de los elementos esenciales de la Santa Misa.
"In Missa
offertur Deo, verum et propríum Sacrificium" (De fide divina catholica
definíta). ("En la Misa se ofrece a Dios un verdadero Sacrificio
propiamente dicho". De fe divina y católica definida). El que negara esta
proposición sería hereje.
"Todo
sacrificio necesita un sacerdote, una víctima y una acción sacerdotal por la
cual la víctima es ofrecida".
"In Missa et
in Cruce eadem est Hostia et idem Sacerdos principalis". (De fide divina
catholica definíta). "En la Misa y sobre la Cruz, la Víctima y el
Sacerdote principal son los mismos". (De fe divina y católica definida).
"Hostia seu
Victima est ipse Christus praesens sub speciebus panis et vini" (De fide
divina catholica definita). "El Oblato o Víctima es Cristo mismo, presente
bajo las especies del pan y del vino". (De fe divina y católica definida).
Sería herético,
igualmente, el que negare estas dos últimas proposiciones.
Tres realidades
son pues esenciales para la realidad del Sacrificio de la Misa:
• el sacerdote
("Sacerdotes, íllíque soli, sunt mínístrí": de fide divina catholíca:
"Los sacerdotes, y ellos solos, son ministros"; de fe divina y
católica), el cual tiene "carácter" sacerdotal;
• la presencia
real y substancial de la Víctima, que es Cristo;
• la acción
sacerdotal de la oblación sacrificial, que se cumple esencialmente en la
consagración.
No olvidemos que
son precisamente las tres verdades fundamentales que son negadas por los
protestantes y por los modernistas.
No olvidemos que,
como expresión de su rechazo a la fe en estos dogmas, sus misas fueron
cambiadas en "culto", en cena o
en asamblea eucarística, donde
la lectura de Biblia, la palabra, se desarrolló en perjuicio del ofertorio y de
la liturgia del Sacrificio.
A excepción de
algunas ventajas accidentales de importancia limitada, o mejor dicho de la
única ventaja de la lectura de la Epístola y del Evangelio en lengua vernácula,
se debe decir, desgraciadamente que toda la reforma atenta, directa o
indirectamente, a estas tres verdades esenciales de la fe católica. No se
trata, pues, de una reforma litúrgica como la de San Pío X, sino, sin duda
alguna, de una nueva concepción de la Misa.
Todo lo que está
prescrito de hecho por las novedades se refiere a esta concepción, más próxima
de la concepción protestante que de la católica; Las declaraciones de los
protestantes que contribuyeron a esta reforma ilustran de manera ingenua y
afligente esta verdad: "Los protestantes ya no ven más qué les impediría
celebrar el nuevo Ordo", es decir, no hay ningún problema para ellos
celebrar el novus ordo.
Uno puede
preguntarse entonces sí, ya que la fe católica en las verdades esenciales de la
Misa desaparece insensiblemente, ¿la validez de la Misa no desaparece
igualmente? La intención del celebrante se conformará a la nueva concepción de
la Misa, que no será pronto otra cosa que la protestante. En ese momento la
Misa no será más válida.
Ahora bien,
debemos darnos cuenta muy claramente de que la Misa no es solamente el acto
religioso más importante, sino que es la fuente de toda la doctrina católica,
la fuente de la Fe y de la moral: de la moral individual, de la moral familiar
y de la moral social. Del Sacrificio de la Cruz, continuado sobre el altar, y
de ninguna otra parte fluyen todas las gracias que permiten a la sociedad
cristiana vivir y desenvolverse; dejar secar esta fuente significa aniquilar
sus efectos.
Estos efectos, los
frutos del Espíritu Santo, que San Pablo describe tan elocuentemente a los
Gálatas (5, 22), están a punto de desaparecer de esta sociedad. Todas las
familias están divididas, las órdenes religiosas y las parroquias se ven
alcanzadas por el virus de la discordia; los obispos, los cardenales mismos
están alcanzados por él.
La Misa católica
ha tenido siempre por efecto -y lo tiene todavía- elevar a los hombres hasta la
Cruz y unirlos en Nuestro Señor Jesucristo crucificado y debilitar en ellos los
fermentos del pecado que engendran las divisiones. Cuando la Cruz de Nuestro
Señor Jesucristo desaparezca, cuando su Cuerpo y su Sangre no se hagan más
presentes entre los hombres, éstos no se encontrarán sino alrededor de una mesa
desierta y sin vida; nada los unirá más.
De ahí este
descorazonamiento y este sombrío disgusto que comienza a expandirse por todos
lados, de ahí esta crisis de vocaciones que no tienen más objeto, de ahí esta
secularización y desacralización del sacerdote que no encuentra más su razón de
ser, de ahí este apetito del mundo. Por culpa de esta concepción protestante de
la Santa Misa, Jesucristo abandona poco a poco las iglesias, que son a menudo
profanadas.
La concepción de
esta reforma, la manera en que ha sido publicada con una serie de ediciones
modificadas, la manera con que ha sido hecha obligatoria, a veces de manera
tiránica como por ejemplo en Italia, la definición de la definición de la Misa
sin ninguna consecuencia en el rito mismo, constituyen hechos sin precedentes en
la Tradición de la Iglesia Romana, que ha procedido siempre "cum consilio
et sapientia" (con reflexión y sabiduría). Ellos nos autorizan a poner en
duda la validez de esta legislación y a obrar según el Canon 23: "En el
caso de duda [sobre la validez de una ley], no se presuma la revocación de la
ley precedente, sino que las leyes posteriores se han de cotejar con las
anteriores y, en cuanto sea posible, han de conciliarse con ellas".
Subsisten un solo
deber absoluto y un solo derecho absoluto, a saber: la preservación de la Fe. Y
la Santa Misa es su expresión más viva y la fuente divina; de ahí su
importancia primordial.
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