jueves, 10 de noviembre de 2022

LA MISA NUEVA. MONS. MARCEL LEFEBVRE.


“Destruir la Misa"

¿Cuál es la crisis que estamos atravesando actualmente? Se manifiesta, a mi entender, bajo cuatro aspectos fundamentales para la Santa Iglesia. Se manifiesta, a primera vista, creo yo, y me parece que es uno de los aspectos más graves, porque, para mí, si se estudia la historia de la Iglesia, uno se da cuenta de que la gran crisis que atravesó en el siglo XVI, crisis espantosa, que arrebató a la Iglesia santa, millones y millones de almas, regiones enteras, estados en su totalidad, esta crisis fue, más que nada, una crisis del culto litúrgico; y que, si actualmente existen divisiones entre aquéllos que se dicen cristianos, se ha de atribuir más que a otras causas a la manera de celebrar el culto litúrgico; y si los protestantes se separaron de la Iglesia, la causa principal es que los instigadores del protestantismo, como Lutero, dijeron, desde el primer momento: "Si queremos destruir la Iglesia hemos de destruir la Santa Misa". Ésta fue la consigna de Lutero.

Se había dado cuenta de que, si llegaba a poner las manos en la Santa Misa, si conseguía reducir el Sacrificio de la Misa a una pura comida, a una conmemoración o recuerdo, a una significación de la comunidad cristiana, a una rememoración o memorial de la Pasión de Nuestro Señor y, como consecuencia, que quedase más débil lo más sagrado que hay en la Iglesia, lo más santo que nos ha legado Nuestro Señor, lo más sacrosanto, él conseguiría destruir la Iglesia. Y ciertamente, consiguió, por desgracia, arrebatar a la Iglesia naciones enteras, obrando de esta forma.

La Misa, un sacrificio

Pues, bien. Hoy existe una tendencia, que nadie puede negar, de poner las manos sobre la Santa Misa. Se llega a alterar cosas que son esenciales en la Santa Misa. Y ¿Cuáles son estas cosas esenciales, en la Santa Misa? En primer lugar, la Santa Misa es un sacrificio. Un sacrificio no es una comida. Pero, en la actualidad, se ha querido desterrar hasta la palabra sacrificio. Se habla de “Cena Eucarística, se habla de comunión eucarística” ..., se habla de todo lo que se quiera, con tal de no mencionar siquiera la palabra sacrificio, y, no obstante, la Misa es, esencialmente, un sacrificio, el Sacrificio de la Cruz; no es otra cosa. Sustancialmente, el Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio de la Misa son la misma cosa y el mismo y Único Sacrificio.

No hay otra mutación que en la forma oblación. Nuestro Señor se ofreció de una manera sangrante, cruenta, en el altar de la Cruz, siendo Él mismo el Sacerdote Y la Víctima. Y sobre nuestros altares, se ofrece, siendo igualmente el Sacerdote y la Víctima, por ministerio de los sacerdotes.

El sacerdote es solamente el ministro consagrado por el Sacramento del Orden, configurado, por el Carácter, al Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo el Sacrificio de la Misa, en la persona de Cristo: "in persona Christi".

La Presencia Real

Si se le quita la Transubstanciación, a la Misa... Ya que os he hablado de Sacrificio, hablemos ahora de la segunda cosa necesaria, esencial, que es la Presencia Real de Nuestro Señor, en la Sagrada Eucaristía. Si se elimina la Transubstanciación. . . Esta palabra es de una importancia capital, porque, al suprimirla, se omite la presencia real, y deja, por tanto, de haber Víctima.

Deja de haber Víctima para el Sacrificio, y, por lo tanto, deja de haber Misa. Dicho de otra forma: deja de existir Sacrificio Y nuestra Misa es vana. Nos quedamos sin Misa. (Ha dejado de ser el Sacrificio que nos dio Nuestro Señor, en la Santa Cena y en la Cruz, y que les mandó a los Apóstoles lo perpetuaran sobre el altar). Es el segundo elemento indispensable. Primero, el Sacrificio, luego, la Presencia Real. Hablemos ahora del Carácter sacerdotal del ministro.

Es el sacerdote, no los fieles

Es el sacerdote el que ha recibido el encargo, de Dios Nuestro Señor, para continuar el Sacrificio. Y de ninguna manera los fieles.

Cierto es que los fieles se han de unir al Sacrificio, unirse de todo corazón, con toda su alma, a la Víctima, que está sobre el altar, como debe hacerlo también el sacerdote. Pero los fieles no pueden ofrecer, en manera alguna, el Santo Sacrificio, "in persona Christi", como el sacerdote.

El sacerdote está configurado al Sacerdocio de Cristo, está marcado para siempre, para la eternidad. "Tu es sacerdos in aeternum"... Sólo él puede ofrecer verdaderamente el Sacrificio de la Misa, el Sacrificio de la Cruz. Y, por consiguiente, sólo él puede pronunciar las palabras de la Consagración.

¡De rodillas!

No es normal que los seglares se coloquen alrededor del altar y que pronuncien todas las palabras de la Misa, junto con el sacerdote. Porque ellos no son sacerdotes en el sentido propio en que lo es el sacerdote consagrado. Tampoco podemos considerar como cosa normal el haber suprimido toda señal de respeto a la Real Presencia. A fuerza de no ver ningún respeto hacia la Sagrada Eucaristía, acaba por no creerse en la Presencia Real. Y ¿Quién se atreverá allegar, por, tal camino, a cosa parecida, después de meditar la divina Palabra, según la cual "al nombre de Jesús, dóblese toda rodilla, en el Cielo, en la tierra y en los infiernos" Si al nombre de Jesús hay que arrodillarse ¿vamos a permanecer de pie, cuando está presente en la realidad, en la Sagrada Eucaristía?

Al lugar donde se ofrece un sacrificio, se le llama altar. Por ello, no se puede aceptar, como sustitutivo del altar, una mesa corriente, destinada a las comidas, que, según recordaba San Pablo, se hallan en los comedores de las casas, para comer y beber. El altar ha de ser pieza que no se traslade y donde se ofrece y se derrama la sangre. En el momento en que se convierte el altar en mesa de comedor ha dejado de ser altar.

Tomado del protestantismo

Suprimir todos los altares que son verdaderamente tales, poner, en su lugar, una mesa de madera, delante del altar que ha sido solemnemente consagrado, es, precisamente, hacer desaparecer la noción de Sacrificio, que hemos visto es de importancia capital para la Iglesia Católica. Y es de esta forma como llegó y se consolidó el protestantismo. Por esta desaparición de la idea de Sacrificio, pasó Inglaterra entera, al cisma y luego a la herejía.

... Resbalando, resbalando, poco a poco, vamos a encontrarnos protestantes, sin enterarnos siquiera.

El nuevo rito de la misa no es obligatorio.

¿La introducción del Novus Ordo Missae, coronación de la reforma litúrgica, tuvo realmente las consecuencias bienhechoras supuestas? ¿o ha producido los efectos nefastos que eran de prever? La respuesta a esta cuestión nos hará examinar de cerca las circunstancias particulares de esta reforma, única en su género en la historia de la Iglesia, y dar las indicaciones sobre nuestro deber para el futuro.

Para poder juzgar el valor dogmático y espiritual de esta reforma debemos rememorar brevemente los principios inmutables de la fe católica acerca de los elementos esenciales de la Santa Misa.

"In Missa offertur Deo, verum et propríum Sacrificium" (De fide divina catholica definíta). ("En la Misa se ofrece a Dios un verdadero Sacrificio propiamente dicho". De fe divina y católica definida). El que negara esta proposición sería hereje.

"Todo sacrificio necesita un sacerdote, una víctima y una acción sacerdotal por la cual la víctima es ofrecida".

"In Missa et in Cruce eadem est Hostia et idem Sacerdos principalis". (De fide divina catholica definíta). "En la Misa y sobre la Cruz, la Víctima y el Sacerdote principal son los mismos". (De fe divina y católica definida).

"Hostia seu Victima est ipse Christus praesens sub speciebus panis et vini" (De fide divina catholica definita). "El Oblato o Víctima es Cristo mismo, presente bajo las especies del pan y del vino". (De fe divina y católica definida).

Sería herético, igualmente, el que negare estas dos últimas proposiciones.

Tres realidades son pues esenciales para la realidad del Sacrificio de la Misa:

• el sacerdote ("Sacerdotes, íllíque soli, sunt mínístrí": de fide divina catholíca: "Los sacerdotes, y ellos solos, son ministros"; de fe divina y católica), el cual tiene "carácter" sacerdotal;

• la presencia real y substancial de la Víctima, que es Cristo;

• la acción sacerdotal de la oblación sacrificial, que se cumple esencialmente en la consagración.

No olvidemos que son precisamente las tres verdades fundamentales que son negadas por los protestantes y por los modernistas.

No olvidemos que, como expresión de su rechazo a la fe en estos dogmas, sus misas fueron cambiadas en "culto", en cena o en asamblea eucarística, donde la lectura de Biblia, la palabra, se desarrolló en perjuicio del ofertorio y de la liturgia del Sacrificio.

A excepción de algunas ventajas accidentales de importancia limitada, o mejor dicho de la única ventaja de la lectura de la Epístola y del Evangelio en lengua vernácula, se debe decir, desgraciadamente que toda la reforma atenta, directa o indirectamente, a estas tres verdades esenciales de la fe católica. No se trata, pues, de una reforma litúrgica como la de San Pío X, sino, sin duda alguna, de una nueva concepción de la Misa.

Todo lo que está prescrito de hecho por las novedades se refiere a esta concepción, más próxima de la concepción protestante que de la católica; Las declaraciones de los protestantes que contribuyeron a esta reforma ilustran de manera ingenua y afligente esta verdad: "Los protestantes ya no ven más qué les impediría celebrar el nuevo Ordo", es decir, no hay ningún problema para ellos celebrar el novus ordo.

Uno puede preguntarse entonces sí, ya que la fe católica en las verdades esenciales de la Misa desaparece insensiblemente, ¿la validez de la Misa no desaparece igualmente? La intención del celebrante se conformará a la nueva concepción de la Misa, que no será pronto otra cosa que la protestante. En ese momento la Misa no será más válida.

Ahora bien, debemos darnos cuenta muy claramente de que la Misa no es solamente el acto religioso más importante, sino que es la fuente de toda la doctrina católica, la fuente de la Fe y de la moral: de la moral individual, de la moral familiar y de la moral social. Del Sacrificio de la Cruz, continuado sobre el altar, y de ninguna otra parte fluyen todas las gracias que permiten a la sociedad cristiana vivir y desenvolverse; dejar secar esta fuente significa aniquilar sus efectos.

Estos efectos, los frutos del Espíritu Santo, que San Pablo describe tan elocuentemente a los Gálatas (5, 22), están a punto de desaparecer de esta sociedad. Todas las familias están divididas, las órdenes religiosas y las parroquias se ven alcanzadas por el virus de la discordia; los obispos, los cardenales mismos están alcanzados por él.

La Misa católica ha tenido siempre por efecto -y lo tiene todavía- elevar a los hombres hasta la Cruz y unirlos en Nuestro Señor Jesucristo crucificado y debilitar en ellos los fermentos del pecado que engendran las divisiones. Cuando la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo desaparezca, cuando su Cuerpo y su Sangre no se hagan más presentes entre los hombres, éstos no se encontrarán sino alrededor de una mesa desierta y sin vida; nada los unirá más.

De ahí este descorazonamiento y este sombrío disgusto que comienza a expandirse por todos lados, de ahí esta crisis de vocaciones que no tienen más objeto, de ahí esta secularización y desacralización del sacerdote que no encuentra más su razón de ser, de ahí este apetito del mundo. Por culpa de esta concepción protestante de la Santa Misa, Jesucristo abandona poco a poco las iglesias, que son a menudo profanadas.

La concepción de esta reforma, la manera en que ha sido publicada con una serie de ediciones modificadas, la manera con que ha sido hecha obligatoria, a veces de manera tiránica como por ejemplo en Italia, la definición de la definición de la Misa sin ninguna consecuencia en el rito mismo, constituyen hechos sin precedentes en la Tradición de la Iglesia Romana, que ha procedido siempre "cum consilio et sapientia" (con reflexión y sabiduría). Ellos nos autorizan a poner en duda la validez de esta legislación y a obrar según el Canon 23: "En el caso de duda [sobre la validez de una ley], no se presuma la revocación de la ley precedente, sino que las leyes posteriores se han de cotejar con las anteriores y, en cuanto sea posible, han de conciliarse con ellas".

Subsisten un solo deber absoluto y un solo derecho absoluto, a saber: la preservación de la Fe. Y la Santa Misa es su expresión más viva y la fuente divina; de ahí su importancia primordial.

 


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