miércoles, 2 de noviembre de 2022

¡CUAN TAN POCAS ALMAS VIVEN BIEN Y SE SALVAN Y MUCHAS VIVEN MAL Y SE CONDENAN!, ¿ A CUAL DE ELLAS PERTENECES TU?

EL HIJO PRODIGO

 


La Bondad de Dios:

 Tal vez ustedes todavía no creen en la terrible verdad que acabo de enseñar. Pero son la mayoría de los teólogos altamente considerados, los Padres más ilustres que han hablado a través de mí. Entonces, ¿cómo se pueden resistir a razones con el apoyo de tantos ejemplos y las palabras de la Escritura? Si ustedes aún no se deciden, a pesar de esto, y si sus mentes se inclinan a la opinión contraria, ¿esta consideración no basta para hacerlos temblar? Ah, ¡esto muestra que no les importa mucho su salvación! En esta importante cuestión, un hombre sensato es golpeado con más fuerza por la menor duda de que corre el riesgo, por la evidencia de la ruina total en asuntos en que el alma está implicada. Uno de nuestros hermanos, Giles de Asís, tenía la costumbre de decir que, si un solo hombre iba a ser condenado, el haría todo lo posible para asegurarse de que no fuera ese hombre.

Entonces, ¿Qué debemos hacer, nosotros los que sabemos que la mayor parte va a ser condenada, y no sólo de todos los católicos? ¿Qué debemos hacer? Tomar la resolución de pertenecer al pequeño número de los que se salvan. Alguno dirá: Si Cristo quería maldecirme, ¿por qué me ha creado? ¡Silencio, lengua precipitada! Dios no creó a nadie para condenarlo, pero el que está condenado, está condenado porque él quiere estarlo. Por lo tanto, voy a tratar de defender la bondad de mi Dios y de absolverla de toda culpa: que será el tema del segundo punto.

Antes de continuar, vamos a reunir a un lado todos los libros y todas las herejías de Lutero y Calvino, y en el otro lado los libros y las herejías de los pelagianos y semipelagianos, y vamos a quemarlos. Algunos destruyen la gracia, otros la libertad, y todos están llenos de errores, así que los echamos en el fuego. Todos los condenados tienen a su frente el oráculo del profeta Oseas, “Tu condena proviene de ti”, de modo que puedan entender que todo el que está condenado, está condenado por su propia malicia y porque quiere ser condenado.

Primero vamos a echar estas dos verdades innegables como base: “Dios quiere que todos los hombres se salven", "Todos se encuentran en necesidad de la gracia de Dios”. Ahora, si me muestran que Dios quiere salvar a todos los hombres, y que para ello les da a todos ellos su gracia y todos los demás medios necesarios para obtener este fin sublime, estarán obligados a aceptar que quien está condenado debe imputarlo a su propia malicia, y que, si el mayor número de cristianos son condenados, es porque quiere serlo. “Tu maldición viene de ti, tu ayuda es sólo en mí”.

 Dios quiere que todos los hombres se salven:

En un centenar de lugares en las Sagradas Escrituras, Dios nos dice que es realmente su deseo el de salvar a todos los hombres. “¿Es acaso mi voluntad que el pecador muera, y no que se convierta de sus caminos? ... Vivo yo, dice Jehová el Señor. Yo no deseo la muerte del pecador. Si se convierte vivirá”. Cuando alguien quiere algo mucho, dice que se está muriendo con el deseo, es una hipérbole. Pero Dios ha querido y aún quiere nuestra salvación, tanto, que murió de deseo, y sufrió la muerte para darnos vida. Esta voluntad de salvar a los hombres tanto, no es una voluntad superficial y aparente en Dios, es una voluntad real, efectiva, y beneficiosa, porque Él nos da todos los medios más adecuados a nosotros para ser salvos. No nos los da a nosotros para que no la consigamos, nos los da con una voluntad sincera, con la intención de que podamos obtener su efecto. Y si no lo obtenemos, se muestra afligido y ofendido por ello. Manda aún a los condenados a seguirla, a fin de ser salvados; Les exhorta a esta, les obliga a esta, y si no la hacen, pecan. Por tanto, puedan hacerla y así ser salvados.

Es más, porque Dios ve que ni siquiera podemos hacer uso de su gracia, sin su ayuda, Él nos da otras ayudas, y si a veces son ineficaces, es nuestra culpa, porque con estas mismas ayudas, se puede abusar de ellas y ser condenados con ellas, más otro con ellas puede hacer el bien y ser salvo; incluso podríamos salvarnos con las ayudas de menor potencia. Sí, puede suceder que abusen de una mayor gracia y sean condenados, mientras que otro coopera con una gracia menor y se salva.

San Agustín exclama: “Por tanto, si alguien se aparta de la justicia, este es llevado por su libre voluntad, encabezada por su concupiscencia, y engañado por su propia convicción”. Pero para aquellos que no entienden teología, esto es lo que les tengo que decir: Dios es tan bueno que cuando ve a un pecador corriendo a su ruina, corre detrás de él, le llama, le suplica y lo acompaña hasta las puertas del infierno, ¿Qué no hará para convertirlo? Le envía buenas inspiraciones y pensamientos santos, y en caso de que no saque provecho de ellos, Él se enoja y se indigna, Él lo persigue. ¿Le golpeará? No. Él golpea el aire y lo perdona. Pero el pecador no se convierte todavía. Dios le envía una enfermedad mortal. Sin duda, es todo para él. No, hermanos, Dios lo cura, el pecador se obstina en el mal, y Dios en su misericordia, busca otro camino, Él le da un año más, y cuando este año pasa, es más, le concede otro.

Pero si el pecador todavía quiere arrojarse al infierno a pesar de todo esto, ¿qué hace Dios? ¿Le abandona? No. Él lo toma de la mano, y mientras que él tiene un pie en el infierno y el otro fuera, Él le predica y le implora que no abuse de sus gracias. Ahora les pregunto, si ese hombre es condenado, ¿no es cierto que es condenado en contra de la voluntad de Dios y porque quiere ser condenado? Ahora ven y pregúntame: Si Dios hubiera querido condenarme, ¿por qué me ha creado?

Pecador ingrato, aprende hoy que, si eres condenado, no es Dios quien tiene la culpa, sino eres tú y tu propia voluntad. Para que te convenzas tú mismo, baja hasta las profundidades del abismo, y os traeré una de esas miserables almas condenadas ardiendo en el infierno, para que estas te expliquen esta verdad. Aquí está una ahora: “Dime, ¿Quién eres?” “Soy un pobre idólatra, nacido en una tierra desconocida, nunca oí hablar del cielo o del infierno, ni de lo que estoy sufriendo ahora”. ¡Pobre miserable! Vete, no eres al que estoy buscando”. Otro está viniendo; ahí está. “¿Quién eres?” “Soy un cismático de los extremos de Tartaria, siempre he vivido en un estado incivilizado, casi sin saber que hay un Dios”. “Usted no es al que quiero, regresa al infierno”. Aquí está otro. “¿Y tú quién eres?” “Soy un pobre hereje del Norte. Nací bajo el Polo y nunca vi ni la luz del sol ni la luz de la fe”. “No eres al que yo estoy buscando, regresa al infierno”. Hermanos, mi corazón se rompe al ver a estos desgraciados que ni siquiera sabían de la verdadera fe entre los condenados. Aun así, sabemos que la sentencia de condena fue pronunciada contra ellos y se les dijo, “tu condena proviene de ti”. Fueron condenados porque querían serlo. ¡Recibieron tantas ayudas de Dios para ser salvados! No sabemos lo que eran, pero ellos saben bien, y ahora gritan “¡Oh Señor!, tú eres justo... y tus juicios son equitativos”.

Hermanos, ustedes deben saber que la creencia más antigua es la Ley de Dios, y que todos llevamos escrita en nuestros corazones, que se pueden aprender sin maestro, y que basta con tener la luz de la razón para conocer todos los preceptos de esta ley. Por eso, incluso los bárbaros se escondieron al momento de cometer el pecado, porque sabían que estaban haciendo mal, y que son condenados por no haber observado la ley natural escrita en sus corazones, porque si la hubieran observado, Dios habría hecho un milagro en lugar de dejarlos que sean condenados, Él les hubiera enviado a alguien para que les enseñe y les hubiera dado otras ayudas, de las que se hicieron indignos por no vivir en conformidad con las inspiraciones de su propia conciencia, que nunca dejó de advertirles del bien que deben hacer y el mal que deben evitar. Así que es su conciencia, que los acusó en el Tribunal de Dios, y les dice constantemente en el infierno, “Tu condena proviene de ti”. Ellos no saben qué responder y se ven obligados a confesar que son merecedores de su destino. Ahora bien, si estos infieles no tienen excusa, ¿Habrá alguna para un católico que tenía tantos sacramentos, tantos sermones, tanta ayuda a su disposición? ¿Cómo se atreve a decir?: “Si Dios iba a condenarme, ¿por qué me ha creado”? ¿Cómo se atrevería a hablar de esta manera, cuando Dios le da tantas ayudas para ser salvo? Así que vamos a terminar frustrándole.

Ustedes, que están sufriendo en el abismo, ¡contéstenme! ¿Hay católicos entre ustedes? “¡Por cierto que hay!” ¿Cuántos? ¡Que uno de ellos venga aquí! “Eso es imposible, están demasiado abajo, y para poder hacer que ellos vengan aquí tendríamos que poner todo el infierno de cabeza, sería más fácil detener a uno de ellos que este cayendo adentro”. Así pues, me dirijo a ustedes que viven en el hábito de pecado mortal, en el odio, en el fango del vicio de la impureza, y que se acercan al infierno cada día. Para, y da la vuelta, es Jesús el que te llama y que, con sus heridas, así como con tantas voces elocuentes, te grita a ti, “Hijo mío, si eres condenado, sólo te puedes culpar a ti mismo: “Tu condenación proviene de ti”. Alzad vuestros ojos y ved todas las gracias con las que te he enriquecido para asegurar tu salvación eterna. Te podría haber hecho nacer en un bosque en Bavaria, que es lo que hice con muchos otros, pero yo te hice nacer en la Iglesia Católica, te puse un padre tan bueno, una madre excelente, con las más puras instrucciones y enseñanzas. Si eres condenado a pesar de esto, ¿quién tiene la culpa? Tu propia culpa es, Hijo mío, tu propia culpa: Tu condenación proviene de ti”.

“Yo te podía haber echado en el infierno después del primer pecado mortal que cometiste, sin esperar al segundo: lo hice a tantos otros, pero fui paciente contigo, te esperé durante muchos largos años. Todavía estoy esperando de ti hoy en la penitencia. Si eres condenado, a pesar de todo eso, ¿de quién es la culpa? Tu culpa es, Hijo mío, tu propia culpa: Tu condena proviene de ti. Tú sabes cuántos han muerto ante tus propios ojos y son condenados, esta era una advertencia para ti. Tú sabes cuantos otros he puesto por el buen camino para darte un ejemplo. ¿Recuerdas lo que ese excelente confesor te dijo? yo soy el que hice que lo dijera. ¿No te ordeno cambiar tu vida, para hacer una buena confesión? yo soy el que le inspiró. ¿Recuerdas aquel sermón que tocó tu corazón? yo soy el que te llevó allí. Y lo que pasó entre tú y yo en el secreto de tu corazón, que nunca puedes olvidar”.

“Esas inspiraciones interiores, ese conocimiento claro, ese constante remordimiento de conciencia, ¿te atreves a negarlos? Todas estas fueron tantas ayudas de mi gracia, porque quería salvarte. Me negué a dárselas a muchos otros, y te las di a ti porque te amaba tiernamente. Hijo mío, hijo mío, si yo les hubiera hablado con tanta ternura como me dirijo a ti hoy, ¿cuántas otras almas hubieran vuelto al camino correcto? Y tú... Me das la espalda. Escucha lo que te voy a decir, y estas son mis últimas palabras: Tú me has costado mi sangre, si deseas ser condenado a pesar de la sangre que derrame por ti, no me culpes, sólo a ti mismo puedes acusar, y por toda la eternidad, no olvides que, si eres condenado, a pesar de mí, eres condenado porque quieres ser condenado: Tu condena proviene de ti”.

Oh, mi buen Jesús, las piedras mismas se partirían al oír palabras tan dulces, expresiones tan tiernas. ¿Hay alguien aquí que quiere ser condenado, con tantas gracias y ayudas? Si hay una, dejen que me escuche, y que se resista si puede.

Baronio relata que después de la apostasía infame de Juliano el Apóstata, este concibió un odio tan grande contra el Santo Bautismo que día y noche, buscó una manera en la que podría borrar el suyo. Para tal fin preparo un baño de sangre de cabra y se colocó en él, queriendo que esta sangre impura de una víctima consagrada a Venus pueda borrar el carácter sagrado del bautismo de su alma. Tal comportamiento te parecerá abominable, pero si el plan de Juliano hubiera sido capaz de tener éxito, lo cierto es que estaría sufriendo mucho menos en el infierno.

Pecadores, el consejo que les quiero dar, sin duda, parecerá extraño, pero si ustedes lo entienden bien, es, por el contrario, inspirado por la tierna compasión hacia ustedes. Les suplico de rodillas, con la sangre de Cristo y el Corazón de María, que cambien sus vidas, vuelvan al camino que conduce al cielo, y hagan todo lo posible por pertenecer al pequeño número de los que son salvados. Si, en lugar de ello, desean continuar caminando en la carretera que conduce al infierno, al menos, encuentren una manera de borrar su bautismo. ¡Ay de ti si tomas el Santo Nombre de Jesucristo y el carácter sagrado de los cristianos grabado en tu alma al infierno! Tu castigo será aún mayor. Así que lo que yo aconsejo que hagas: si no deseas convertirte, ve hoy mismo y pregúntale a tu pastor para borrar tu nombre del registro bautismal, de modo que no quede ningún recuerdo de que hallas sido alguna vez un cristiano; implora a tu ángel de la guarda para que te borre de su libro de gracias las inspiraciones y las ayudas que te ha dado por orden de Dios, porque ¡ay de ustedes si las recuerda! Dígale a Nuestro Señor que tome de regreso su fe, su bautismo, sus sacramentos.

¿Estás horrorizado al pensar así? Pues bien, échate a los pies de Jesucristo, y dile, con lágrimas en los ojos y el corazón contrito: “Señor, confieso que hasta ahora no he vivido como cristiano. No soy digno de ser contado entre tus elegidos. Reconozco que merezco ser condenado, pero tu misericordia es grande y lleno de confianza en tu gracia, te digo que quiero salvar mi alma, aunque tenga que sacrificar mi fortuna, mi honor, y hasta mi vida, con tal que sea salvado. Si he sido infiel hasta ahora, me arrepiento, deploro, detesto mi infidelidad, te pido humildemente que me perdones por ello. Perdóname, buen Jesús, y también fortaléceme, para que pueda ser salvado. Te pido no la riqueza, ni el honor ni la prosperidad, te pido una sola cosa, que salves mi alma”.

Y tú, ¡oh Jesús! ¿Qué dices? ¡Oh buen Pastor, mira a la oveja descarriada que vuelve a ti; ¡abraza a este pecador arrepentido, bendice sus suspiros y lágrimas, ¡o más bien bendice a estas personas que están tan dispuestas y que no quieren nada más que su salvación! Hermanos, a los pies de Nuestro Señor, vamos a protestar porque queremos salvar nuestra alma, cueste lo que cueste. Pongámonos todos a decirle con los ojos llenos de lágrimas, “Buen Jesús, yo quiero salvar mi alma”, ¡Oh, benditas lágrimas, benditos suspiros!

Conclusión:

 Hermanos, quiero despedirlos a todos ustedes consolados hoy. Así que si preguntan mi sentimiento sobre el número de los que se salvan, aquí está: si hay muchos o pocos los que se salvan, digo que todo aquel que quiere ser salvo, será salvo, y que nadie puede ser condenado si no quiere serlo. Y si bien es cierto que pocos se salvan, es porque hay pocos que viven bien. Por lo demás, comparen estas dos opiniones: la primera afirma que son condenados el mayor número de católicos, la segunda, por el contrario, pretende que se salvan el mayor número de católicos. Imagina a un ángel enviado por Dios para confirmar la primera opinión, viene a decir que no sólo son la mayoría de los católicos condenados, pero que de esta reunión de todo estos aquí presentes, uno solo será salvo. Si obedeces los mandamientos de Dios, si detestas la corrupción de este mundo, si abrazas la cruz de Jesucristo en un espíritu de penitencia, serás ese uno que se salvará.

Ahora imagínate al mismo ángel que regrese a ti confirmando la segunda opinión. Él te dice que no sólo son la mayor parte de los católicos salvados, pero que, de todos en esta reunión, uno solo va a ser condenado y todos los demás salvados. Si después de esto, continúas con tus usuras, tus venganzas, tus acciones criminales, tus impurezas, entonces serás ese uno que será condenado.

¿Cuál es el uso de saber si muchos o pocos se salvan? San Pedro nos dice: “Esfuérzate por las buenas obras para hacer tu elección segura”. Cuando la hermana de Santo Tomás de Aquino le preguntó qué debía hacer para ir al cielo, este dijo: “serás salva si deseas serlo”. Yo les digo lo mismo a ustedes, y aquí está la prueba de mi declaración. Nadie es condenado si no comete pecado mortal, que es de la fe. Y nadie comete un pecado mortal, a menos que quiera: que es una proposición teológica innegable. Por lo tanto, nadie va al infierno a menos que quiera, y la consecuencia es obvia. ¿Acaso eso no es suficiente para consolarlos a ustedes? Lloren por los pecados del pasado, hagan una buena confesión, no pequen más en el futuro, y todos serán salvos. ¿Por qué te atormentes así? Porque es cierto que hay que cometer pecado mortal para ir al infierno, y que para cometer pecado mortal debes querer hacerlo, y como consecuencia, nadie va al infierno a menos que quiera. Esto no es sólo una opinión, es una verdad innegable y muy reconfortante, Dios os haga entender, y que Dios los bendiga. Amén.

En las primeras normas sobre el discernimiento de espíritus, San Ignacio pone de manifiesto que es típico del espíritu del mal tranquilizar a los pecadores. Por lo tanto, debemos predicar constantemente y dar lugar a la confianza y a la esperanza en el perdón infinito del Señor y de su misericordia, para que la conversión sea fácil y su gracia, omnipotente. Pero también debemos recordar que “Dios no puede ser burlado”, y que alguien que vive habitualmente en el estado de pecado mortal está en el camino a la condenación eterna.

Hay milagros de último minuto, pero a menos que sostengamos que los milagros son la generalidad de las cosas, estamos obligados a aceptar que para la mayoría de las personas que viven en el estado de pecado mortal, condenación final es la posibilidad más probable.

La doctrina de San Leonardo de Puerto Mauricio ha salvado y salvará innumerables almas hasta el fin del tiempo. Esto es lo que dice la Iglesia en la oración del Oficio Divino, Lección Sexta, hablando de la elocuencia celestial San Leonardo: Al oírle, hasta los corazones de hierro y bronce fueron fuertemente inclinados a la penitencia, con motivo de la sorprendente eficacia de la predicación y celo ardiente del predicador. Y en la oración litúrgica pedimos al Señor, “danos el poder para doblar el corazón de los pecadores endurecidos por las obras de la predicación.”

Este sermón de San Leonardo de Porto-Maurizio se predicó durante el reinado del Papa Benedicto XIV, que tanto amó al gran misionero.

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