Dice un dicho popular: “Después de la tormenta vino la calma”. El motu proprio de Francisco “Custodes Tradicionis” levanto en su momento mucho revuelo entre los católicos y se vio como un inminente golpe definitivo a la Santa Misa Tridentina y su santa liturgia.
Los
humanos tenemos la facilidad de olvidar la historia de la Iglesia y vemos como
una primera amenaza terrible al Santo Sacrificio de la Misa sin recordar que,
en épocas pasadas, esta misma ha recibido ataques con el fin de consumar la
obra del diablo bien explicada por Martin Lutero con estas palabras: “Destruid
la misa y destruiréis la Iglesia”.
Por
otro lado, no es el primer “Motu proprio” con este fin diabólico ya otros
Pontífices como Juan Pablo II y Benedicto XVI hicieron también lo suyo contra
este venerable Rito de la Misa.
La
providencia divina, en todos estos actos de sabotaje del enemigo, siempre ha suscitado
hombres de iglesia que han salido a su defensa y atacando, a su vez, a la misa
nueva o “Novus ordo” dicho hasta ahora en lengua vernácula. Esta primera
defensa se hizo durante el Concilio Vaticano II, en donde, por votación unánime
perdió el rito nuevo y se afirmo el Rito Tridentino. No contentos con ello los
Padres ortodoxos o tradicionalistas se empeñaron en hacer publico su
descontento ante Pablo VI y dejar a las generaciones venideras un testimonio de
una valiente defensa del Rito de Siempre, todo resumido en un pequeño libro
titulado:
BREVE
EXAMEN CRITICO SOBRE LA NUEVA MISA.
Al
cual los católicos tradicionalistas nos adherimos de todo corazón como una
valiente protesta contra los abusos de estas “autoridades” que en nada distan
de aquellas que, en su momento, pretendieron concretar el golpe maestro de satanás.
Ante esto tomamos como nuestras las palabras del gran apóstol de las gentes san
Pablo:
“Te
conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, el cual juzgara a vivos y a muertos,
tanto en su aparición como en su reino: predica la palabra, insta a tiempo y a
desatiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina… (II,
Tim, 1-5)
Este
ha sido mi objetivo y he tratado de ser fiel a el en todos mis escritos
relacionados al peligro inminente que, representa para los verdaderos
católicos, la misa modernista o, también, la denominada “Misa de Pablo VI”. Es
por esta razón que vuelvo a la carga atacando a estas misas modernistas con el
fin de mostrar a propios y extraños los peligros espirituales a los que expone
nuestra alma si continúa bebiendo de esta fuente turbia y envenenada.
En
una primera entrega expondré el breve examen critico asignado al Cardenal
Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci, pero que, según se dice, fue escrito por
Mons. Marcel Lefebvre y otro gran teólogo francés y continuaremos este mismo
tema con otra obra muy importante titulada “La Misa de Pablo VI”
Nota 2. la letra en bastardilla es el comentario del editor sobre este breve examen critico
Prefacio
Carta a Pablo VI de los cardenales Ottaviani y Bacci
Santidad,
Después de haber examinado y hecho examinar el
nuevo Ordo Missae preparado por los expertos de la Comisión para la
aplicación de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, y
después de haber reflexionado y rezado durante largo tiempo, sentimos la
obligación ante Dios y ante Vuestra Santidad de expresar las siguientes
consideraciones:
1. Como suficientemente prueba el examen
crítico anexo, por muy breve que sea, obra de un grupo selecto de teólogos,
liturgistas y pastores de almas, el nuevo Ordo Missae –si se consideran los
elementos nuevos susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen en él
sobreentendidas o implícitas– se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de
la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 20ª
sesión del Concilio de Trento que, al fijar definitivamente los «cánones» del
rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera atentar
a la integridad del Misterio.
2. Las razones pastorales atribuidas para
justificar una ruptura tan grave, aunque pudieran tener valor ante las razones
doctrinales, no parecen suficientes. En el nuevo Ordo Missae aparecen tantas
novedades y, a su vez, tantas
cosas eternas se ven relegadas a un lugar inferior o distinto –si es que
siguen ocupando alguno– que podría reforzarse o cambiarse en certeza la duda
que por desgracia se insinúa en muchos ámbitos según el cual las verdades que
siempre ha creído el pueblo cristiano podrían cambiar o silenciarse sin que
esto suponga infidelidad al depósito sagrado de la doctrina, al cual está
vinculado para siempre la fe católica. Las recientes reformas han demostrado suficientemente que
los nuevos cambios en la liturgia no podrán realizarse sin desembocar en un
completo desconcierto de los fieles, que ya manifiestan que les resultan
insoportables y que disminuyen incontestablemente su fe. En la mejor parte
del clero esto se manifiesta por una crisis de conciencia torturante, de la que
tenemos testimonios innumerables y diarios.
3. Estamos seguros de que estas
consideraciones, directamente inspiradas en lo que escuchamos por la voz
vibrante de los pastores y del rebaño, deberán encontrar un eco en el corazón
paterno de Vuestra Santidad, siempre tan profundamente preocupado por las
necesidades espirituales de los hijos de la Iglesia. Los súbditos, para cuyo bien se hace la ley,
siempre tienen derecho y, más que derecho, deber –en el caso en que la ley se
revele nociva– de pedir con filial confianza su abrogación al legislador.
Por ese motivo suplicamos instantemente a
Vuestra Santidad que no permita, –en un momento en que la pureza de la fe y la
unidad de la Iglesia sufren tan crueles laceraciones y peligros cada vez
mayores, que encuentran cada día un eco afligido en las palabras del Padre
común–, que no se nos
suprima la posibilidad de seguir recurriendo al íntegro y fecundo Misal romano
de San Pío V, tan alabado por Vuestra Santidad y tan profundamente
venerado y amado por el mundo católico entero.
I
El Sínodo episcopal convocado en Roma en
octubre de 1967 tuvo que pronunciar un juicio sobre la celebración experimental
de una misa denominada «misa
normativa». Esa misa había sido elaborada por la Comisión para la
aplicación de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia.
Esa misa provocó una enorme perplejidad entre
los miembros de Sínodo: una viva oposición (43 non placet), muchas y
sustanciales reservas (62 juxta modum) y 4 abstenciones, de un total de
187 de votantes.
La prensa internacional informativa habló de
un «rechazo» por parte del Sínodo. La prensa de tendencia innovadora pasó en
silencio el acontecimiento. Un periódico conocido, destinado a los obispos y
que expresa su enseñanza, resumió el nuevo rito en estos términos: «Se pretende hacer tabla rasa de
toda la teología de la Misa. En pocas palabras, se acerca a la teología
protestante que destruyó el sacrificio de la Misa».
En el Ordo Missae promulgado por la
Constitución apostólica Missale romanum del 3 de abril de 1969,
encontramos, idéntica en su sustancia, la «misa normativa». No parece que en el intervalo se
haya consultado sobre este tema a las Conferencias episcopales como tales.
La Constitución apostólica Missale romanum afirma
que el antiguo Misal promulgado por San Pío V (Bula Quo Primum, 14 de
julio de 1570), –pero que se remonta en gran parte a San Gregorio Magno e
incluso a una mayor antigüedad 1– ha sido durante cuatro siglos la norma de la
celebración del Sacrificio para los sacerdotes de rito latino. La Constitución
apostólica Missale romanum añade que, en este Misal, difundido en toda
la tierra, «innumerables santos alimentaron su piedad y su amor a Dios».
Y, sin embargo, «desde que comenzó a afirmarse
y extenderse en el pueblo cristiano el gusto de favorecer la sagrada liturgia»,
se habría vuelto necesaria –según la misma Constitución– la reforma que
pretende poner ese Misal definitivamente fuera de uso.
Esta última afirmación encierra, con toda
evidencia, un grave equívoco.
Pues, aunque el pueblo cristiano expresó su
deseo, lo hizo –principalmente por impulso de San Pío X– cuando se puso a
descubrir los tesoros auténticos e inmortales de su liturgia. Nunca, absolutamente nunca, el
pueblo cristiano pidió que, para hacerla entender mejor, se cambiara o mutilara
la liturgia. Lo que pide entender mejor es la única e inmutable liturgia, que
nunca habría querido ver que se cambie.
El Misal romano de San Pío V era muy querido
para el corazón de los católicos, sacerdotes y laicos, que lo veneraban religiosamente.
No se entiende en qué este Misal, acompañado por una apropiada iniciación,
podría obstaculizar una mayor participación y un mejor conocimiento de la
sagrada liturgia; no se entiende por qué, al mismo tiempo que se le reconocen
tan grandes méritos como lo hace la Constitución Missale romanum, se juzga que no es capaz de
seguir alimentando la vida litúrgica del pueblo cristiano.
Resulta pues, que el Sínodo episcopal había
rechazado esa «misa normativa», y ahora se
recupera sustancialmente y se impone con el nuevo Ordo
Missae, sin haber sido sometido nunca al juicio colegial de las
Conferencias episcopales. Nunca
el pueblo cristiano (y especialmente en las misiones) ha querido ninguna
reforma de la Santa Misa. No se alcanzan, pues, a discernir los motivos
de la nueva legislación que acaba con una tradición de la que, la propia
Constitución Missale romanum reconoce que había permanecido sin cambio
desde los siglos IV o V.
Por consiguiente, al no existir los motivos de
tal reforma, la propia reforma aparece desprovista de fundamento razonable que,
justificándola, la volvería aceptable al pueblo cristiano.
El Concilio había
expresado claramente, en el nº 50 de su Constitución sobre la liturgia,
el deseo de que las diversas partes de la Misa fueran revisadas «de modo que se manifieste con
mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua
conexión». No vemos de qué modo el nuevo Ordo Missae responde a esos
deseos, de los que podemos decir que no queda, de hecho, ningún recuerdo.
1 Las
oraciones del Canon romano se encuentran en el tratado De Sacramentis (fin del siglo IV y principios del V). Nuestra
Misa se remonta, sin ningún cambio esencial, a la época en que por primera vez
adoptaba la forma desarrollada de la liturgia común más antigua. Aún conserva
el perfume de aquella liturgia primitiva, contemporánea a los días en que los
Césares gobernaban al mundo y esperaba poder extender la fe cristiana; y a los
días en que nuestros antepasados se reunían antes de la aurora para cantar el himno
de Cristo, al que reconocían como a su Dios (cf. Plinio el Joven, Ep. 96). En toda la cristiandad no
hay un rito tan venerable como la Misa romana (A. Fortescue, The Mass, a study of the Roman Liturgy, 1912).
«El Canon romano, tal como es hoy, se remonta a San Gregorio Magno. No hay ni
en Oriente ni Occidente ninguna plegaria eucarística que, permaneciendo en uso
hasta nuestros días, pueda invocar tal antigüedad. No sólo según el juicio de
los ortodoxos sino también según el parecer de los anglicanos e incluso de
aquellos de entre los protestantes que han guardado algún sentido de la
tradición, rechazar este Canon equivaldría por parte de la Iglesia romana a
renunciar para siempre a la pretensión de representar la verdadera Iglesia
Católica» (P. Louis Bouyer).
El examen detallado del nuevo Ordo Missae revela cambios
de tal importancia que justifican el mismo juicio que se hizo sobre la «misa
normativa».
El nuevo Ordo Missae, como la «misa
normativa», en muchos
puntos se ha redactado para contentar a los protestantes más modernistas.
II
Empecemos con la DEFINICIÓN DE LA MISA.
Se encuentra en el nº 7 del capítulo 2 de la Ordenación general. Este
capítulo se titula «Estructura de la Misa».
Esta es la definición:
«La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea 2 sagrada
o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote
para celebrar el memorial del Señor 3. De ahí que sea eminentemente válida,
cuando se habla de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de
Cristo: ―Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos‖ (Mt 18, 20)». 2
La definición de la Misa se reduce, pues, a
una «cena»: y esto aparece continuamente (en los números 8, 48, 55, 56 de la Ordenación
general).
Esta «cena» se describe además como asamblea
presidida por el sacerdote; asamblea reunida para realizar «el memorial del
Señor», que recuerda lo que se hizo el Jueves Santo.
Todo esto no implica ni Presencia real, ni realidad del
Sacrificio, ni el carácter sacramental del sacerdote que consagra, ni el valor
intrínseco del Sacrificio eucarístico independientemente de la presencia de la
asamblea 4.
En pocas palabras, esta nueva definición no
contiene ninguno de los elementos dogmáticos esenciales a la Misa y que
constituyen su verdadera definición 5. La omisión de estos elementos dogmáticos
en tal lugar sólo puede ser voluntaria.
Tal omisión voluntaria significa su
«superación» y, por lo menos en la práctica, su negación.
En la segunda parte de la nueva definición se
agrava aún más el equívoco, pues se afirma que la asamblea en la que consiste
la Misa realiza «eminentemente» la promesa de Cristo: «Donde están reunidos dos o tres en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos». Ahora bien, esta promesa se refiere formalmente a
la presencia espiritual de Cristo en virtud de la gracia.
Nota.
En la próxima entrega vendrá en primer lugar el comentario de estos párrafos y,
en segundo lugar, mas materia del breve examen crítico.
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