lunes, 23 de agosto de 2021

Fátima: Un asunto pendiente. (Cuarta parte)


II PARTE

¿Por qué no han hecho la Consagración?

En la edición de septiembre de 2008 de Inside the Vatican, mi artículo “La hora ha llegado”, que algunos de Ustedes ya han visto, señalaba que ese miedo parece ser la principal fuerza decisoria detrás de la política del Vaticano sobre la Consagración de Rusia. El Papa Juan Pablo II comenzó su pontificado con la exhortación a los fieles que se tornó, de cierta manera, su divisa: “No tengáis miedo”. Pero “miedo” es precisamente el término de la reacción del Vaticano a la idea de consagrar a Rusia por su nombre, desde la década de 1930 hasta hoy, parece indicar. Así, tendremos que preguntar a nosotros mismos: ¿“Pero de qué tienen miedo”?

Seis temores posibles

Al considerar qué temores puedan impedir a los Papas para consagrar a Rusia como debe ser o como Ella lo pidió – y podemos probablemente reducirlos a no más de media docena – es importante tener presente que estamos considerando impedimentos potenciales en dos niveles. Hay temores que pueden ser un factor en el pensamiento del Santo Padre mismo; y hay quien pueda motivar otros en el Vaticano que están en una posición de promover, acelerar, retrasar o hacer descarrilar una acción papal como la Consagración colegial de Rusia.

Primer temor:

Ya vimos que, durante las últimas décadas, los Papas no vacilaron en asociar la Iglesia y sus personas a las apariciones de Fátima, ni temieron hacer Consagraciones en respuesta a los pedidos de Nuestra Señora. Es evidente que no temieron exponer la Iglesia a vergüenzas inaceptables, en el caso de sus actos no produciendo resultados, o que la credibilidad de las Consagraciones anteriores sería perjudicada si hiciese otra. No sabemos la medida en que estas preocupaciones, de parte de otros funcionarios del Vaticano, puedan haber atrasado o diluido las acciones tomadas por los Papas, o si haciendo la Consagración en una manera a cumplir meticulosamente todos los requisitos de Nuestra Señora – consagrando a Rusia por su nombre, en una ceremonia solemne y pública en que todos los Obispos participasen – levantaría las expectativas a un tal punto que el Santo Padre o su burocracia temiese una pérdida de credibilidad si no siguiese una conversión dramática de Rusia. Pero sabemos que estuvieron dispuestos a correr tales riesgos a consagraciones parciales, en que la probabilidad de un resultado decepcionante sería en verdad más grande. Así, eliminemos, al momento, este primer temor posible, el temor de resultados que desaniman.

Segundo temor:

Un segundo temor, que fue probablemente lo que predominó durante la era soviética, era el miedo de que, si consagrase públicamente a Rusia, seguiría una represalia de parte del régimen soviético. Muchas personas en aquel tiempo creyeron, y con razón, que la terrible persecución que los comunistas hacían a los cristianos, y en especial, a los católicos, estaría aún peor si la Santa Sede hiciese alguna cosa que provocase los rusos.

Tercer Temor:

Ahora, por lo menos supuestamente, la amenaza del Gobierno soviético ya no existe, pero hay un tercer temor que emana de Rusia y que es mencionado con frecuencia – el temor de ofender a los miembros o jerarcas de la Iglesia ortodoxa rusa.

Un impedimento real –

¿pero será la verdadera razón?

Este tercer temor – el temor de ofender los ortodoxos – es más que especulación; es probablemente la explicación corriente más generalmente expresada entre los que conceden que hay un tabú en el Vaticano contra la mención de Rusia en una Consagración. Y sabemos que afectó la Iglesia en el pasado. Ciertamente esta preocupación ocupaba un lugar importante en la mente del Papa Juan XXIII, que tenía gran interés en asegurar la participación de los ortodoxos rusos en el Concilio Vaticano II, y esta preocupación se reflexionó en la política de acomodación en relación al Bloque Soviético, que su sucesor, el Papa Pablo VI, también apoyaba antes y después de su elevación a la Silla de San Pedro. La misma lógica subyacente a su lamentable promesa de que los documentos del Vaticano II no incluirían cualquier condenación del comunismo, también podría servir para rechazar la Consagración de Rusia.

Ahora el comunismo supuestamente se desagregó, pero manteniendo la suma importancia de la reconciliación entre católicos y ortodoxos sigue continuando ser una preocupación primordial de Juan Pablo II, como también de Benedicto XVI. Como notició el Inside the Vatican en noviembre del 2000, un destacado Cardenal, uno de los consejeros más próximos de Juan Pablo II, dijo particularmente que el Papa había sido aconsejado a no hacer mención de Rusia en ninguna ceremonia de Consagración, porque eso ofendería a los ortodoxos. Hace unos tres o cuatro años, una fuente de alto nivel del Vaticano dijo en privado que los ortodoxos mismos habían dicho claramente a sus pares católicos que cualquier mención de Rusia en una Consagración llevaría todo el diálogo entre la Santa Sede y la Iglesia ortodoxa rusa a ser parado inmediatamente.

Si eso es verdad, quedaría resuelto tal vez el largo misterio de por qué es que ningún de los Papas – sea cual sea su unión a Fátima – había osado consagrar a Rusia por su nombre. A la luz de la mejora notable en las relaciones entre católicos y ortodoxos que hemos visto en este pontificado, la presión de evitar ofender a los ortodoxos y precipitar un revés trágico podrá ser ahora más fuerte que nunca. Pero si es eso lo que está bloqueando la Consagración a Nuestra Señora de Fátima, el misterio es elevado a otro nivel. ¿Por qué la Consagración de Rusia ofendería los ortodoxos?

La Consagración de un país, después de todo, no es una anatema ni un exorcismo. Es una invocación de una bendición y protección especiales. El hecho de María habiendo nombrado una nación en particular para un tal honor es señal de su afecto maternal especial. Cuando Nuestro Señor dijo a Santa Margarita María que hiciese el Rey de Francia consagrar su nación a Su Sagrado Corazón, Francia era un país católico que estimaba el título de “hija mayor de la Iglesia”. Este pedido fue hecho mucho antes que la Revolución y el Reino de Terror revelasen el género de problemas contra las cuales la Consagración podría haber protegido aquella nación, si fuese cumplido en el tiempo debido. Cuando Sor Lucía transmitió a los Obispos de Portugal el pedido de Nuestra Señora para una Consagración episcopal de su país – un pedido separado, que no debe confundirse con Su pedido de Consagración de Rusia – los Obispos portugueses lo aceptaron con alegría. Muchas personas creyeron que ese acto trajo grandes bendiciones y protección a Portugal en los años después, incluyendo la exclusión de la nación de participar en la Guerra Civil de España o en la Segunda Guerra Mundial.

Sería de esperar que cualquier nación que honrase la Madre Santísima considerase como un privilegio envidioso ser elegida de propósito para una tal dignidad por Santa María misma. Los ortodoxos rusos honran María, y aunque tal vez no acepten el milagro y el Mensaje de Fátima como tales, como sucede con algunos llamados “ramos de cristianismo”, creen que Ella puede intervenir e de hecho interviene personalmente en la historia humana. Su tradición es rica en milagros marianos oficialmente aceptados y en revelaciones particulares, muchas veces asociados con ciertos íconos.

Entonces, si las cuestiones teológicas no parecen constituir un impedimento, ¿por qué la Consagración pedida en Fátima ofendería los ortodoxos rusos? Este punto es importante para ser explorado, porque, si las verdaderas cuestiones subyacentes son identificadas y abiertamente tratadas, tal vez puedan ser resueltas conjuntamente con base en la razón, buena voluntad y un auténtico diálogo. Y tal vez entonces el impedimento pueda ser removido, en vez de perder los beneficios de la Consagración.

Una razón puede ser el orgullo nacional. ¿Los ortodoxos rusos se sentirían insultados como rusos por la sugerencia de que necesitaban de convertirse más de que los pueblos de otras naciones? El pedido de Nuestra Señora para la Consagración de Rusia fue hecho en el contexto de discutir no sólo su necesidad de conversión (una cosa que todas las personas, aun las que están en estado de gracia, deben buscar constantemente), pero también sus futuros errores, persecuciones y responsabilidad por guerras, martirios y aniquilación de naciones. ¿Daría este contexto la idea de que la Consagración sería como una censura o un exorcismo, aun no siendo por su propia naturaleza?

Esto sería comprensible, pero no es una explicación probable. Como esos males anteriores se identifican tanto, en general, con el comunismo soviético y no con los rusos como un pueblo, parecería que los cristianos ortodoxos – muchos de los cuales también sufrieron mucho bajo el régimen soviético – muy probablemente verían cualquier censura como dirigida a sus antiguos opresores, y no a ellos mismos. Debería ser posible tornar claro que ser consagrado a Nuestra Señora – por sí o por otro – no limita en nada la libertad de un individuo o de una nación, y sirve sólo para hacer de ellos beneficiarios especiales de la protección amorosa de la Madre de Dios. Este pensamiento podría ser anatema para un régimen ateo, pero no podría ser un honor más natural para una cultura tan ligada a la devoción mariana como es Rusia, y la ortodoxia rusa. En verdad, es la Iglesia ortodoxa rusa que siempre promovió la idea de que la “Santa Rusia” heredó el papel verdaderamente único de la cristiandad en la historia de la salvación. De cierta manera, el pedido de Nuestra Señora de Fátima confirma y valida esa creencia. En verdad, una definición de la palabra “consagrar” es “poner aparte” como cosa sagrada. Ser una nación así puesta aparte por la Consagración a Nuestra Señora de Fátima se integra perfectamente en la tradición rusa. Por otro lado, ese significado de la palabra se pierde por completo cuando todo el mundo es consagrado.

Si, entonces, no es probable que la idea de ser consagrada a Nuestra Señora ofenda los ortodoxos rusos como rusos, ¿será probable que la idea de ser consagrada por el Pontífice Romano los ofenda como ortodoxos? Podría ser una simple cuestión de territorio. Debido a la preeminencia numérica e histórica de la Iglesia ortodoxa en Rusia, es posible que considerase presuntuosa cualquier iniciativa Papal específicamente sobre Rusia, como una invasión del territorio ortodoxo. En un nivel más profundo, es posible que cualquier oracion católica pretendiendo “la conversión de Rusia” – específicamente en esta era post-soviética en que algunos sienten que ella ya se convirtió saliendo del comunismo – encontrasen oposición por pretender una conversión de la Ortodoxia al catolicismo.

Este último punto, aunque sea un deseo y una intención de oración perfectamente apropiados de parte de los católicos, sería sin duda sensible para los ortodoxos. Esto, más aún de que la cuestión de territorio, es una objeción potencial que verdaderamente afecta los ortodoxos rusos no simplemente como rusos sino como ortodoxos, y las relaciones entre las Iglesias católica y ortodoxa como entidades religiosas distintas y, consecuentemente, como potenciales rivales a la disputa de los corazones de los fieles. Considerando el objetivo perene del Vaticano a favor de la reconciliación con los ortodoxos, el actual desafío de la civilización occidental en declinación, que clama por el testimonio común de una Iglesia reunida, y los desarrollos muy prometedores obtenidos en los meses recientes en las relaciones entre el Vaticano y la Iglesia ortodoxa rusa, se puede comprender fácilmente la resolución del Santo Padre en hacer algo que haría descarrilar ese proceso.

Pero las divergencias por resolver entre las dos Iglesias, tanto como su rivalidad potencial en la conquista del alma de Rusia, no fueron causadas por Fátima, y rechazando la Consagración a Nuestra Señora de Fátima no las hará desaparecer. En verdad, en mi artículo en Inside the Vatican, expuse una conclusión sorprendente – que el potencial de Fátima para unir los grandes ramos oriental y occidental de la Cristiandad es mucho mayor de que el potencial para dividirlos aún más.

La tragedia del Gran Cisma es que las Iglesias católica y ortodoxa, que están tan

cerca en sus creencias, en la oración, en la cultura, en la devoción, en la vida litúrgica y sacramental, a pesar de esto se han mantenido divididas a lo largo de tantos siglos. Ambas derivan su teología y jerarquía de raíces apostólicas. Sus doctrinas divergen en sólo algunos pocos, de un número incontable, de artículos de fe. Veneran juntas santos comunes, que comparten su milenio de historia conjunta. Sus prácticas litúrgicas – especialmente considerando los ortodoxos lado al lado con los católicos de Rito oriental – serían difíciles de distinguir para un observador externo casual. La posición exaltada de la Madre de Dios – no sólo en la teología, en la piedad personal y en el arte, pero hasta en la experiencia práctica de Su intervención en la Historia y en las vidas de los hombres – es una poderosa dimensión unificadora que las Iglesias católica y ortodoxa comparten. Pero la unidad que ambas profesan desear les ha escapado. Irónicamente, no pueden aproximarse más, no a pesar del hecho de ya ser tan próximos, sino a causa de eso. (Cabe hacer una aclaración muy importante, hasta 1960 el rito latino predominaba en la liturgia de la Iglesia Católica y se centraba principalmente en la Misa dicha en rito latino o latín extendida universalmente, después de este año apareció el rito vernáculo, cambio de idioma y cambios litúrgicos que se alejan impresionantemente de la verdadera expresión católica de la religión. Estos cambios radicales en vez de unir a ortodoxos y católicos los han separado aún más, ya no se puede dar una unión entre una liturgia totalmente cambiada y una que aún seguía permaneciendo igual a la liturgia latina, es imposible en este tiempo la unión entre una y otra.)

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