domingo, 6 de junio de 2021

OBSERVADORES DELEGADOS E INVITADOS PROTRSTANTES Y CISMATICOS EN EL CONCILIO VATICANO II

 


El 8 de septiembre de 1868, quince meses antes de la apertura del Concilio Vaticano I, el Papa Pio IX envió una Carta Apostólica a todos los patriarcas y obispos de la Iglesia Ortodoxa, invitándoles a finalizar con su estado de separación. Si aceptaban, tendrían los mismos derechos en el Concilio que los demás obispos, pues la Iglesia Católica les consideraba válidamente consagrados. Si no aceptaban, dispondrían de la oportunidad de participar en comisiones conciliares especiales

compuestas por obispos católicos y teólogos para discutir los asuntos del Concilio, como en el Concilio de Florencia en 1439. Pero el tono de la carta resulto ofensivo para los patriarcas y obispos. Y aun les molesto más el hecho de que el texto en su totalidad fuese publicado en un periódico romano antes de que ellos recibiesen su copia personal.

En consecuencia, ningún patriarca u obispo ortodoxo acepto la invitación. Cinco días después de escribir la carta anterior, el Papa Pio IX invito “a todos los protestantes y otros no católicos” a aprovechar la ocasión del Concilio ecuménico “para volver a la Iglesia Católica”. Un estudio cuidadoso, afirmaba su carta, probaría que ninguno de sus grupos, ni todos ellos en conjunto, “constituye ni es en modo alguno la única Iglesia Católica fundada, constituida y deseada por Jesucristo; ni pueden estos grupos en modo alguno ser llamados miembros o parte de esta Iglesia, desde el momento en que están visiblemente separados de la unidad católica”. Les invitaba “a procurar librarse a si mismos de ese estado en el que no pueden estar seguros de su propia salvación”.

También esta carta fue considerada ofensiva, y obtuvo muy exiguo resultado.

El fracaso del Concilio Vaticano I en la consecución de la unidad de los cristianos planeaba como una nube aciaga sobre el segundo.

Pero el Papa Juan XXIII, en su optimismo, parecía ignorarlo. Cuando; informo al mundo de su intención de convocar un Concilio ecuménico, hablo enseguida de "una renovada invitación a los fieles de las Iglesias separadas a seguirnos amistosamente en esta búsqueda de la unidad y de la gracia, deseada por tantas almas en todas las partes del mundo”. Y entre las numerosas comisiones y secretariados que instituyo el 5 de junio de 1960 para abordar inmediatamente el trabajo de preparación del Concilio, se encontraba el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Su propósito era establecer contacto con los ortodoxos, viejos-católicos, anglicanos, e Iglesias protestantes, e invitarles a enviar representantes oficiales al Concilio.

El clima religioso en el mundo de Juan XXIII era muy diferente

del que había sido en tiempos del Papa Pio IX. En los años intermedios, el movimiento ecuménico, que promovía la unidad de los cristianos, había calado hondo en las comunidades cristianas de todo el mundo.

Muchos factores contribuyeron al desarrollo de este movimiento verdaderamente providencial. Uno era la investigación bíblica, que, a unos especialistas protestantes, anglicanos, ortodoxos y católicos.

Fue el primer ámbito de colaboración entre las iglesias cristianas. Luego vino el Consejo Ecuménico de las Iglesias, fundado específicamente para promover la colaboración cristiana en todos los campos posibles, que en menos de treinta años vio crecer las adhesiones hasta 214 miembros de pleno derecho y ocho iglesias asociadas de comuniones protestantes, anglicanas, ortodoxas y viejas-católicas.

Otro factor influyente fue la amenaza neopagana del nazismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, que unió a católicos y cristianos de otras denominaciones en defensa de la religión. Esto explica por qué el interés católico en el movimiento ecuménico se manifestó primero en Alemania, Francia y Holanda. Entre los miembros más activos del ecumenismo católico figuraban dominicos y jesuitas.

Los éxitos iniciales en estos tres países recibieron un impulso adicional cuando la Sagrada Congregación del Santo Oficio promulgo su larga Instrucción sobre el Movimiento Ecuménico de 20 de diciembre de 1949. Esta Instrucción instaba a los obispos de todo el mundo “no solo a vigilar con diligencia y cuidado estas iniciativas, sino también a promoverlas y dirigirlas prudentemente, para poder ayudar a quienes buscan la verdad y la verdadera Iglesia, y proteger a los fieles de los peligros que podrían tan fácilmente resultar de las actividades de este movimiento”.

Por tanto, no sorprendió que Juan XXIII eligiese al Card. Bea (alemán, jesuita, y profesor bíblico); el hecho de que el cardenal tuviese setenta y nueve años de edad parecido intrascendente.

Con miles de iglesias cristianas separadas en todo el mundo, era imposible que todas estuviesen representadas en el Concilio. La solución del Card. Bea consistió en contactar con los grupos principales e invitarles a enviar delegaciones que pudiesen representar a las iglesias afiliadas a ellos. Así pues, se remitió invitación a la Federación Luterana Mundial, a la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas y Presbiterianas, a la Convención Mundial de las Iglesias de Cristo (Discípulos de Cristo), al Comité Mundial de los Amigos (cuáqueros), al Consejo Mundial de los Congregacioncitas, al Consejo Mundial de los Metodistas, a la Asociación Internacional por el Cristianismo Liberal y la Libertad Religiosa, al Consejo Ecuménico de las Iglesias, al Consejo Australiano de Iglesias y a otros grupos.

El arzobispo John C. Heenan, de Liverpool, miembro del Secretariado del Card. Bea, dijo en 1962: “no es exagerado decir que la personalidad del Papa altero la disposición hacia el Vaticano de los no católicos en Inglaterra. En la jerga actual, podríamos decir que el Papa Juan ha dado una nueva imagen a la Iglesia Católica en la mente de los protestantes (...). El Dr. Fisher [antiguo arzobispo de Canterbury]

me dijo que la actitud del Papa Juan le inspiro la iniciativa de proponer una visita al Vaticano. Eso habría sido impensable incluso hace tan solo cinco años”.

El Card. Bea invito al arzobispo de Canterbury a enviar una delegación en nombre de la Iglesia anglicana. La invitación fue aceptada.

Luego pidió al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Atenagoras, que enviase una delegación que representase a las diversas ramas de la Iglesia Ortodoxa. Pero cuando el patriarca acudió a la Iglesia Ortodoxa Rusa (Patriarcado de Moscú), esta no mostro ningún interés, considerando el Concilio ecuménico como un asunto interno de la Iglesia Católica, que no le concernía. Como, sin embargo, crecía el interés internacional por el Concilio, también lo hizo el de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y cuando se le pregunto al obispo Nicodemo Rotow, en la Asamblea de Nueva Delhi del Consejo Ecuménico de las Iglesias de noviembre de 1961, si la Iglesia Ortodoxa Rusa enviaría delegados al Concilio Vaticano II, replico que era una cuestión embarazosa, pues no había sido invitado.

Técnicamente esto era verdad, pues la Iglesia Ortodoxa Rusa no había sido invitada directamente por el Card. Bea, sino por medio del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que se consideraba con derecho a tomar la iniciativa para proponer a otros patriarcas una delegación común. Y cuando Mons. Jan Willebrands, secretario del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, visito las sedes patriarcales de Oriente Medio para explicar a los patriarcas y a sus sínodos los asuntos que serían tratados por el Concilio, comprendido que también ellos eran contrarios a ser invitados por medio del Patriarca Ecuménico de

Constantinopla. A su modo de ver, ningún patriarca era superior a los demás; todos estaban al mismo nivel. Entonces el Card. Bea invito directamente a cada grupo de la Iglesia Ortodoxa.

Cuando el obispo Nicodemo se reunió con Mons. Willebrands en Paris, en agosto de 1962, le dijo que su Iglesia reaccionaria favorablemente a una invitación si Mons. Willebrands viajaba a Moscú e invitaba al Patriarca Alexis personalmente. Mons. Willebrands lo hizo, visitando Moscú del 27 de septiembre al 2 de octubre. Explico al Patriarca el programa del Concilio, y le formulo una invitación verbal.

Sin embargo, no recibió una respuesta inmediata, porque la invitación escrita todavía no había llegado. El asunto del comunismo no surgió directamente en ninguno de los encuentros de Paris o Moscú. La Iglesia Ortodoxa Rusa no formulo ninguna petición de que el tema no fuese tratado en el Concilio, y Mons. Willebrands no dio ninguna seguridad de que no lo seria. Al explicar la agenda del Concilio, Mons. Willebrands afirmo simplemente que el problema figuraba en ella. Sin embargo, dejo claro que, una vez abierto el Concilio, los Padres conciliares eran libres de alterar el programa e introducir los temas que deseasen.

La invitación escrita del Card. Bea llego tras la partida de Mons. Willebrands. El 10 de octubre, día anterior a la apertura del Concilio, el Patriarca Alexis y su sínodo enviaron un telegrama aceptando la invitación. El mismo día, el Patriarca Atenagoras, de Constantinopla, informo al Card. Bea de que había sido incapaz de reunir una delegación representativa de la Iglesia Ortodoxa en su conjunto, y de que no era partidario de enviar una delegación que representase exclusivamente a su Patriarcado Ecuménico. (Ni su patriarcado, ni el patriarcado ortodoxo griego de Alejandría, enviaron representantes al Concilio hasta la tercera sesión, y los patriarcados de Antioquia, Atenas y Jerusalén nunca llegaron a hacerlo.) Entre los ortodoxos presentes en la primera sesión, además de la delegación de la Iglesia Ortodoxa Rusa, había representantes de la Iglesia Ortodoxa copta de Egipto, la Iglesia Ortodoxa siria, la Iglesia Ortodoxa de Etiopia, la Iglesia Ortodoxa armenia, y la Iglesia Ortodoxa rusa de fuera de Rusia. 

 

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