Escolta de Cristo
Pero Cristo no vendrá solo. Como Rey que es,
vendrá acompañado de su corte. Ya San Juan en el texto anteriormente citado nos
le presenta seguido de los ejércitos del cielo. Vendrá el Señor acompañado de
sus Ángeles, como Él mismo indicó al explicar la parábola de la cizaña (Mt. 13,
41); y más claramente lo dijo en otra ocasión: “El Hijo del hombre vendrá en la
gloria de su Padre con sus Ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras”
(Mt. 16, 27).
Asimismo, en los textos evangélicos en que
describe su venida dice que enviará sus Ángeles con trompeta y con gran voz a
congregar sus escogidos (Mt. 24, 31, y Mc. 13, 27). Y San Judas en su carta
trae unas palabras de Enoc, que dice: “He aquí que el Señor viene con sus
santas miríadas a hacer juicio contra todos y a convencer a los impíos acerca
de todas las obras de su impiedad, que hicieron impíamente, y de todas las
cosas duras que hablaron contra Dios los pecadores impíos” (Jud. 14-15).
Resurrección de los santos y congregación de los
escogidos
Seguiráse después la resurrección de los
santos. Verdad es que acerca de este punto no están de acuerdo los teólogos e
intérpretes, pues que comúnmente dicen que la resurrección ha de ser de todos
juntos y a un mismo tiempo. Pero esto ha de entenderse de la resurrección
general. Mas esta resurrección particular de los Santos será como un
privilegio, y así como resucitó Cristo y con Cristo resucitaron también otros
santos, como dice San Mateo (27, 52-53), los cuales probablemente, como siente
Santo Tomás (S. Th. Sup., 3 p., q. 77, a. 1, ad 3), no volvieron a morir, así
también puede admitirse que cuando aparecerá Cristo en su segunda venida para
destruir el Anticristo, resucitarán por privilegio, no todos los Santos, sino
solamente algunos.
“Vendrá, pues, el Señor sobre las nubes y
acompañado de sus Ángeles con gran poder y majestad, y enviará sus Ángeles con
gran voz y con sonido de trompeta y congregarán sus escogidos de los cuatro
vientos desde un confín de los cielos hasta el otro confín” (Mt. 24, 31 y Mc.
13, 27). ¿Pero, quiénes son estos escogidos, y de dónde y adónde se han de
congregar?
Estos escogidos de que habla aquí el Señor son
de la tierra y de la tierra se han de tomar, y así parecen indicarlo claramente
aquellas palabras que añadió después: “Entonces dos estarán en el campo, el uno
será tomado y el otro será dejado; dos estarán moliendo en una muela, la una
será tomada y la otra será dejada” (Mt. 24, 40-41 y Lc. 17, 34-35).
Pero, ¿para qué serán tomados y adónde han de
ir? Eso mismo preguntaron los discípulos a Cristo: “¿Adónde, Señor?” Y Él les
dijo: “En donde quiera que estuviere el cuerpo allí se congregarán las águilas”
(Lc. 17, 37), que es como si dijera, así como las águilas o los buitres se
congregan alrededor del cuerpo, así los escogidos se reunirán y juntarán
alrededor de Cristo glorioso.
De esta congregación de los escogidos habla
también San Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses, pero advierte que
ha de preceder a ésta la resurrección de los que murieron en el Señor. Y así
dice: “El mismo Señor, con imperio y con voz de arcángel y con trompeta de
Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero;
después nosotros los vivientes, los que quedemos junto con ellos, seremos
arrebatados en las nubes por el aire al encuentro del Señor, y así estaremos
siempre con el Señor” (1 Tes. 16, 17). Y lo mismo dice en la primera carta a
los Corintios. Dice que tocará la trompeta y los muertos resucitarán
incorruptos, y nosotros (esto es, los que estuvieren vivos), seremos
transformados.
Según esto, distingue San Pablo claramente a
la venida de Cristo dos clases o suertes de justos que se le juntarán. Los unos
serán los muertos que resucitarán, primeramente, resucitarán incorruptos; los
otros serán los vivos, los cuales no morirán, sino que serán transformados de
mortales y corruptibles en incorruptibles e inmortales, y juntamente con los
otros serán arrebatados por el aire sobre las nubes al encuentro de Cristo.
Pero, ¿quiénes serán estos mortales tan
dichosos que resucitarán entonces o serán transformados? ¿Serán todos los
justos muertos? ¿Serán todos los justos vivos? San Pablo habla en términos
generales, aunque no dice expresamente que hayan de ser todos los justos. Los
textos evangélicos hablan de los escogidos, dicen que los Ángeles congregarán
los escogidos, pero no dicen ni dan a entender que éstos sean todos los justos
o predestinados. Y así de los dos que estarán en un campo dicen que el uno será
tomado con Cristo, y el otro será dejado; no dicen que este otro será
condenado, sino que será dejado.
¿Quiénes, pues, serán estos justos escogidos,
que serán tomados y arrebatados para que se junten con Cristo en su venida? Si,
como es probable, la resurrección de los justos de que habla San Pablo en su
primera carta a los Tesalonicenses, es la que San Juan llama en el Apocalipsis
la primera resurrección, entonces los resucitados, los escogidos son los que
allí dice San Juan. Dice que vio las almas de los degollados por el testimonio
de Jesús y por la palabra de Dios y los que no habían adorado a la bestia ni a
su imagen ni recibieron su marca o señal, en su frente o en su mano: y vivieron
y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no vivieron hasta que se
cumplan los mil años. Esta es la primera resurrección.
Este texto de San Juan parece indicar dos
clases o suertes de escogidos, los unos son los degollados por el testimonio de
Jesús, esto es, los mártires, o todos o algunos, y en primer lugar los
Apóstoles a los cuales prometió el mismo Cristo que en la regeneración se
sentarían sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel; los otros
son los que no adoraron a la bestia ni recibieron su señal, aunque no hayan
sido martirizados sino que estén vivos, pues, de lo contrario, no había para
qué distinguirlos de los mártires. Y de los unos y de los otros, dice San Juan,
que vivieron; de los mártires porque resucitaron, de los otros porque, aunque
estaban vivos, fueron transformados y comenzaron a vivir vida incorruptible e
inmortal.
Derrota y
destrucción del Anticristo
Efecto de la Venida de Cristo será también la
destrucción del Anticristo y en general de todas las potestades
antiteocráticas, que se oponen al gobierno de Dios. Vimos ya que el Anticristo
ha de reunir sus reyes y sus ejércitos en Armagedón para pelear contra el
Cordero. Entonces, pues, vendrá Cristo a destruirle y a salvar y librar a los
suyos.
Así lo dijo ya Zacarías, según vimos, que:
saldrá el Señor y peleará contra aquellas gentes enemigas de Jerusalén, y se afirmarán
sus pies en el Monte de los Olivos (Zac. 14, 3-4). Y más claramente San Pablo
en su segunda carta a los Tesalonicenses. “Y entonces se manifestará aquel
inicuo, al cual el Señor matará con el soplo de su rostro y lo destruirá con el
resplandor de su venida” (2 Tes. 2, 8).
Y San Juan en el Apocalipsis dice lo mismo.
Después de describir a Cristo Rey de reyes y Señor de señores montado sobre un
caballo blanco, sus ojos como llama de fuego, en su cabeza muchas coronas,
saliendo de su boca una espada aguda para herir con ella a las gentes, y
seguido de los ejércitos y escuadrones celestiales, dice:
“Y vi a la bestia (el Anticristo) y a los
reyes de la tierra congregados para hacer guerra contra el que estaba sentado
sobre el caballo y contra su ejército. Y fue presa la bestia y con ella el
pseudoprofeta, el que hacía delante de ella las señales con que engañó a los
que recibieron la señal de la bestia y adoraron su imagen. Ambos fueron echados
vivos en un lago de fuego ardiendo en azufre. Y los demás fueron muertos con la
espada que salía de la boca del que estaba sentado sobre el caballo, y todas
las aves se hartaron de las carnes de ellos” (Ap. 19, 19-21).
Junto con esta derrota y destrucción del
Anticristo y de las potestades antiteocráticas terrenas, parece probable, según
veremos luego, que ha de ponerse también la atadura y encarcelamiento del
diablo y de las potestades infernales que San Juan pone a continuación:
“Y vi bajar del cielo un ángel, que tenía la
llave del abismo, y una gran cadena en su mano. Y prendió al dragón, la
serpiente antigua (la del paraíso), que es el diablo y Satanás y lo ató por mil
años. Y lo arrojó al abismo, y cerró y selló sobre él para que no engañe más a
las gentes, hasta que se cumplan mil años: y después de esto es necesario que
sea desatado un poco de tiempo” (Ap. 20, 1-3).
Y a esto mismo parece que se refiere Isaías en
su profecía cuando dice: “Ese día Yahvé pedirá cuentas al ejército de los
cielos, allá en lo alto (esto es, al diablo y a sus ángeles), y aquí abajo, a
los reyes de la tierra (esto es, el Anticristo y los otros reyes sus
partidarios); los juntará a todos y los meterá en un calabozo, y serán
encerrados en la cárcel, y después de muchos días (los mil años de san Juan),
recibirán su sentencia.”
Reino de los santos
Destruidas las potestades antiteocráticas y
encadenado y encarcelado el demonio, seguiráse luego el reino de Cristo y de
los Santos. Este reino predícelo el profeta Daniel en el capítulo séptimo de su
profecía, en el cual, después de describir aquellas cuatro bestias que
simbolizan cuatro imperios, después de describir los diez cuernos que proceden
de la cuarta bestia, que son diez reyes y el undécimo cuerno (el Anticristo)
que hablará palabras contra el Altísimo y quebrantará a los santos del Altísimo
y pensará que puede mudar los tiempos y las leyes y serán entregados en su mano
hasta tiempo, y tiempos y medio tiempo (esto es, tres años y medio) añade que
se sentará el juez y le quitarán su señorío para que sea arruinado y destruido
hasta el fin y para que el reino y el señorío y la majestad de los reinos de
debajo de todo el cielo sea dada al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo
reino es reino sempiterno, y todos los reyes le servirán y obedecerán (al
pueblo de los santos).
En este texto se predice claramente que a la
destrucción del Anticristo y de las otras potestades antiteocráticas seguirá no
sólo un triunfo, sino un reino de Cristo y de los santos, un reino, que será
sobre la tierra o debajo del cielo, como dice Daniel, un reino en que el poder
será del pueblo de los santos del Altísimo, al cual pueblo todos los reyes
servirán y obedecerán.
Es, por consiguiente, muy probable que,
inmediatamente después de la muerte del Anticristo, no se acabará el mundo,
sino que se seguirá todavía la Santa Iglesia, el Reino de los Santos que
ejercerá la soberanía sobre toda la tierra. Y en este sentido interpretan el
texto de Daniel los mejores y más renombrados intérpretes, Maldonado, Mariana,
Menoquio Tírini, Gaspar Sánchez, Cornelio a Lapide y Kabenbauer. Véase, por
ejemplo, lo que dice Cornelio a Lapide: “Entonces, destruido el reino del
Anticristo, la Iglesia reinará en toda la tierra y de los judíos y de los
gentiles se hará un solo redil con un solo pastor.” [1]
Resurrección Universal y Juicio Final
Seguiráse después la sublevación o rebelión de
Gog y Magog contra la ciudad de los santos, que es probablemente, según
veremos, diversa de la persecución del Anticristo. Luego, más tarde, el fuego
de la conflagración, con el cual serán encendidos y abrasados los cielos y los
elementos, según dice el apóstol San Pedro en su segunda carta (3, 7-12). Y,
por fin, terminará todo con la resurrección última y el juicio final.
Esta resurrección y juicio lo describió Cristo
a sus discípulos, según se refiere en el Evangelio de San Mateo (25, 31-46):
“Cuando viniere el Hijo del hombre, en su gloria y todos los ángeles con Él, se
sentará en el trono de su gloria. Y se juntarán delante de Él todas las gentes
y las separará unas de otras como el pastor separa las ovejas de los cabritos:
y pondrá las ovejas a la mano derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces
dirá el rey a los que estarán a su diestra: Venid, benditos de mi Padre, poseed
el reino preparado para vosotros desde el principio del mundo; porque tuve
hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber. Y le responderán
los justos diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer,
sediento y te dimos de beber? Y respondiendo el rey les dirá: En verdad os
digo, que cuantas veces lo hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis. Entonces dirá el rey a los que estén a su izquierda:
Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que está preparado para el diablo y
para sus ángeles, porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis de beber.” Y ellos le harán también la misma pregunta que los buenos y
Él les dará la misma respuesta: “En verdad os digo, que cuantas veces no lo
hicisteis con uno de estos pequeñuelos, tampoco conmigo lo hicisteis. E irán
estos al suplicio eterno, y los justos, a la vida eterna.”
Se contiene, pues, en esta descripción, el
tribunal del juez, la congregación de las gentes, la separación de buenos y
malos, el examen de la causa, la sentencia del juez y sus efectos, vida eterna
y suplicio eterno. Más el examen de la causa, que se ciñe y circunscribe a las
obras de misericordia.
Otra descripción del juicio final hallamos en
el Apocalipsis (20, 11-15): “Y vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado
en él, de delante del cual huyó la tierra y el cielo, y no fue hallado el lugar
de ellos. Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios, y
los libros fueron abiertos: y otro libro fue abierto el cual es el de la vida:
y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros,
según sus obras. Y el mar dio los muertos que estaban en él; y la muerte y el
infierno dieron los muertos que estaban en ellos; y fue hecho juicio de cada
uno según sus obras. Y el infierno y la muerte fueron echados en el lago de
fuego. Esta es la muerte segunda y el que no fue hallado escrito en el libro de
la vida, fue echado en el lago de fuego.”
Y San Pablo (1 Cor. 15, 24-28) dice también
que Cristo reinará hasta que ponga bajo sus pies a todos sus enemigos, y la
última de todas será destruida la muerte: después de esto Cristo entregará su
reino al Padre y entonces será Dios todo en todos.
Por último, como remate y complemento de todo,
sucederán los cielos nuevos y la tierra nueva de que habla San Pedro (2 Pe. 3,
13), en los cuales habita la justicia, los nuevos cielos y tierra, que vio San
Juan en el Apocalipsis y la nueva ciudad de Jerusalén, que allí describe, que
bajaba del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido,
el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su
pueblo, y el mismo Dios con ellos será su Dios (Ap. 21, 1-27).
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