jueves, 22 de octubre de 2020

«Soy yo, el acusado, quien tendría que juzgaros» Monseñor Marcel Lefebvre

 



Introducción (continuación)

Luego nos detendremos en las encíclicas que condenan el liberalismo y también, como su consecuencia, el socialismo, el comunismo y el modernismo: las encíclicas de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y San Pío X. Estos textos son de una importancia capital, pues yo no me niego a lo que me pide ahora la Santa Sede: “leer el Concilio Vaticano II a la luz del magisterio constante de la Iglesia”. Este magisterio está en los documentos de estos Papas, de modo que, si en el Concilio hay cosas que no están de acuerdo con ellos y los contradicen, ¿cómo podemos aceptarlas? No puede haber contradicciones. Los Papas enseñan con mucha claridad y nitidez. El Papa Pío IX escribió incluso un Syllabus, es decir, un catálogo de verdades que hay que abrazar. San Pío X hizo otro tanto en su decreto Lamentabili. ¿Cómo podríamos, pues, aceptar estas verdades enseñadas por siete u ocho Papas y al mismo tiempo aceptar una enseñanza impartida por el Concilio que contradice lo que han afirmado esos Papas de modo tan explícito?

Durante dos siglos, los Papas no han enseñado ni han dejado que se enseñen errores. Eso no debiera suceder. Puede ocurrir que lo hagan momentáneamente, o que ellos mismos los abracen, como por desgracia el Papa Pablo VI o ahora el Papa Juan Pablo II; eso sí puede ser, pero en ese caso estamos obligados a resistir, apoyados en el magisterio constante de la Iglesia desde hace siglos.

CAPÍTULO 1

Encíclica E supremi apostolatus

del Papa San Pío X

(4 de octubre de 1903)

La primera encíclica de San Pío X se titula E supremi apostolatus. Su fecha es el 4 de octubre de 1903. El Papa había sido coronado el 4 de agosto, así que tan sólo dos meses después de haberse convertido en Papa publicó esta encíclica, relativamente corta y sencilla en su estructura. Tras el prólogo, expone el programa que pretende realizar durante su pontificado, no sin dar una visión del mundo actual. Luego exhorta a los obispos a que le ayuden, insistiendo sobre todo en la formación de los seminaristas, y su desvelo por el clero y la acción católica.

El Papa empieza, pues, con algunas consideraciones sobre su elección. De hecho, él nunca había pensado, ni siquiera imaginado, que sería elegido por el cónclave; incluso había prometido a sus fieles de Venecia que volvería, pero no fue así… Dice:

«Al dirigirnos por primera vez a vosotros desde la Cátedra apostólica a la que hemos sido elevados por el inescrutable designio de Dios, no es necesario recordar con cuántas lágrimas y oraciones hemos intentado rechazar esta enorme carga del pontificado».

Hace suyas las palabras de San Anselmo cuando fue elevado al episcopado:

«Porque Nos tenemos que recurrir a las mismas muestras de desconsuelo que él [San Anselmo] profirió para exponer con qué ánimo y con qué actitud hemos aceptado la pesadísima carga del oficio de apacentar la grey de Cristo. Mis lágrimas son testimonio —esto dice—, así como mis quejas y los suspiros de lamento de mi corazón, cuales en ninguna ocasión y por ningún dolor recuerdo haber derramado hasta el día en que cayó sobre mí la pesada suerte del arzobispado de Canterbury. No pudieron dejar de advertirlo todos aquellos que en aquel día contemplaron mi rostro...»

«Efectivamente —dice entonces San Pío X— no Nos faltaron múltiples y graves motivos para rehusar el pontificado... Dejando aparte otros motivos, Nos llenaba de temor sobre todo la tristísima situación en que se encuentra la humanidad. ¿Quién ignora, efectivamente, que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cuál es el mal: el abandono de Dios y la apostasía».

El abandono de Dios

El laicismo

Después, echa una mirada sobre el mundo:

«Ciertamente, al hacernos cargo de una empresa de tal envergadura y al intentar sacarla adelante Nos proporciona, Venerables Hermanos, una extraordinaria alegría el hecho de tener la certeza de que todos vosotros seréis unos esforzados aliados para llevarla a cabo».

Cuenta con el apoyo de los obispos para que lo ayuden.

«Verdaderamente contra su Autor se han amotinado las gentes y traman las naciones planes vanos (Sal 2, 1); parece que de todas partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios: Apártate de nosotros (Job 22, 14). Por eso, en la mayoría se ha extinguido el temor al Dios eterno y no se tiene en cuenta la ley de su poder supremo en las costumbres, ni en público ni en privado».

Aquí se hace notar la introducción del laicismo, de lo que hoy quizás se llamaría de modo más corriente la secularización, es decir, que la religión ya no influye en la vida pública, que únicamente el hombre organiza la sociedad y todas las cosas como si Dios no existiera para nada. Es el laicismo puro.

El Papa prosigue:

«Aún más, se lucha con denodado esfuerzo y con todo tipo de maquinaciones para arrancar de raíz incluso el mismo recuerdo y noción de Dios».

¡Qué habría dicho si hubiese vivido en los tiempos del comunismo y de las escuelas del ateísmo!

La venida del Anticristo

Después, algo curioso, el Papa hace alusión al Anticristo:

«Es indudable que quien considera todo esto tendrá que admitir sin más que esta perversión de las almas es como una muestra, como el prólogo de los males que debemos esperar al fin de los tiempos, o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de la perdición (2 Tes. 2, 3) de quien habla el Apóstol».

No cabe duda de que San Pío X estaba inspirado al hablar así desde el principio de su pontificado, como si le pareciera que el Anticristo ya estaba viviendo en la sociedad de su época. El Papa santo continúa:

«Por el contrario —esta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol—, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios».

Sabemos que la venida del Anticristo será cuando los hombres rechacen a Dios en todas partes. Esta lucha abierta ha empezado ya desde hace mucho tiempo (desde la caída de Satanás y después del pecado original), pero en el transcurso de la historia de la Iglesia hemos vivido un tiempo en que Dios ha sido conocido, amado y respetado por la mayoría de las naciones.

El culto del hombre

Con el Renacimiento y el protestantismo aparecieron pensadores que deseaban transformar la sociedad y volverla laica, o más bien atea, pero mientras había reyes y príncipes católicos no podían conseguir lo que pretendían. Por eso, levantaron la Revolución, matando a los reyes y exterminando a los príncipes, y después de haber destruido el antiguo orden, consiguieron poco a poco establecer una sociedad realmente laica en todas partes, el mayor o menor grado de los diferentes países. Hoy los legisladores ya no tienen en cuenta los derechos de Dios ni el decálogo, sino sólo los derechos del hombre. Es algo que ya veía San Pío X:

«Hasta tal punto que —aunque no es capaz de borrar dentro de sí la noción que de Dios tiene— tras el rechazo de Su majestad, se ha consagrado a sí mismo este mundo visible como si fuera su templo para que todos lo adoren».

Todo esto ha sido profetizado. Hablando sobre su tiempo, el Papa dirige sus pensamientos hacia el futuro. Siente que van a llegar tiempos terribles en que la persecución contra Nuestro Señor será abierta. ¿Presentía acaso la llegada del comunismo ateo? En todo caso, veía al Anticristo en obra.

 

 

 

 

 

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