Cuando
nuestra pobre alma escucha algo sublime y elevado como lo es la bienaventuranza
eterna considerándose a sí misma y mira su gran miseria, puede desalentarse o
desanimarse en el camino asía su salvación eterna porque considera que tal
doctrina contenida en las bienaventuranzas solo la pueden practicar los que son
llamados a tal vocación sin saber que todos somos llamados a ella mientras
estemos en este valle de lágrimas, nada más alejado de la realidad que esta
conclusión nuestro Señor nos las dijo a todos; pecadores y justos. Pues esto se
lee en el evangelio de San Mateo: “Y viendo Jesús a las turbas subió a un
monte, y después de haberse sentado, se llegaron a Él sus discípulos y la multitud
de las gentes que le seguían...” Y si aun persistimos el desaliento pensemos
que también los santos alcanzaron su galardón a pesar de sus miserias y, aunque
suene un poco raro, A PESAR DE SUS DEFECTOS. Pero si bien lo meditamos estos
defectos son parte de la miseria humana. Quizá esto último nos pueda
escandalizar a lo sumo o nos resulte extraño pero interesante a lo menos y no
pasa desapercibido.
Ahora bien, ¿es posible hablar de los
defectos de los santos? Puede ser que para algunas almas de criterio estrecho y
tímido les sea escandaloso, pero debemos verlo por el lado positivo o en otras
palabras pienso que no hay nada más edificante; porque si se comprueba que los
santos tuvieron los mismos o mayores defectos como los nuestros por ejemplo
santa María Magdalena entre otros, podemos concluir con lógica rigurosa que
nosotros podemos tener las mismas virtudes que ellos. Pero quiero recalcar de
nuevo por esta razón nos es necesario tener esto en claro y bajo este aspecto
es posible que los santos tuvieron defectos. Si se lee las vidas de los santos
escritas con poca o ninguna crítica histórica, contestaremos negativamente.
Según ellas, sus héroes desde su nacimiento aparecieron sobre la tierra con una
aureola de santidad jamás desmentida, como santos de nicho o rinconera; de
niños no jugaban; de jóvenes, no reían; jamás una alteración en su carácter, ni
un momento de debilidad en su ánimo, ni una expansión en su corazón, ni una
sombra de imperfección en su conciencia... si así fueran los santos, harto
motivo habría para desanimarnos, teniendo por imposible su imitación.
A Dios gracias no es así, cierto tampoco
negamos que han aparecido sobre la tierra, como una visión celestial, almas que
más parecen ángeles que hombres, pero no es lo común y ordinario pues lo común
y ordinario es que un santo “no nace se hace”, y luchando a brazo partido con
sus miserias y defectos y hasta con hábitos pecaminosos, y que aun llegados a
las cumbres de la santidad, conservan alguna huella de la región tenebrosa de
donde partieron; como Cristo, en los esplendores de la gloria, conserva las
cicatrices de su muerte ignominiosa.
Pero quizá podríamos decir que
canónicamente la santidad exige que se hayan ejercitado en grado heroico todas
las virtudes o por lo menos alguna. Y para este grado heroico no basta algún
acto aislado, sino que se requiere algo permanente y habitual.
Por otra parte, teológicamente la santidad
consiste “en la transformación del alma en Dios”, o sea en su perfecta
divinización: de la naturaleza del alma, por la plenitud de la gracia; de las
facultades del alma, por las virtudes infusas y sobre todo por los dones del
Espíritu Santo en pleno ejercicio; de la actividad del alma, por la moción
constante, o casi constante, del Espíritu Santo.
Ahora bien, ¿cómo puede haber miserias en
un alma que posee todas las virtudes en grado heroico, en un alma movida
habitualmente por el Espíritu Santo? Para resolver esta dificultad debemos
considerar a los santos en tres etapas sucesivas:
1º Antes de empezar a trabajar en la perfección,
y en esta etapa por gracia especial iluminativa, el alma alcanza un conocimiento
de si misma, pero sobre todo de sus miserias como la parte tenebrosa que no le
agrada a Dios y, en consecuencia, a ella misma y comienza la lucha.
2º Durante el periodo largo y laborioso de
su santificación, y es el tiempo propio de la ascesis, de la lucha tenaz para
arrancar defectos y plantar virtudes.
3º Llegados al termino, en esa época de
madurez más o menos larga que precede a la muerte ya se encuentran depuradas de
y desapegadas de todo defecto voluntario, de todo pecado venial y de todas las
cosas del mundo.
Así pues,
cuando hablamos de defectos en los santos, me refiero especialmente a esta
segunda etapa, pero aun cuando han llegado a la tercera etapa o a la madurez de
la santidad, es en rigor compatible con no pocas miserias humanas; y no solo de
aquellas que no suponen imperfección en el orden sobrenatural, sino aun de las
que implican imperfección moral y aun pecado venial semi deliberado, no
habitual, sino accidental y de pura flaqueza.
Y esto es lógico porque para poseer las
virtudes en grado heroico no es necesario que todos y cada uno de los actos de
los santos sean heroicos tengan la suma perfección. Tal perfección es
sobrehumana, no es de los hombres aquello que solo en la Sma. Virgen puede
concebirse.
Ni tampoco es necesario que el alma del
santo sea movida por el Espíritu Santo en todo y cada uno de sus actos, aun los
más insignificantes, ni que la correspondencia del santo sea tal que no flaquee
ni un segundo. Esto más que heroico sería extraordinario y milagroso con
relación a esto y para confirmarlo el concilio de Trento dice: “Si alguno dijere que
el hombre, una vez justificado, no puede volver a pecar... o que puede evitar
durante toda la vida todos los pecados, aun veniales, sin un privilegio
especial de Dios, como la Iglesia lo afirma de la Bienaventurada Virgen María,
que sea anatema.”
Gracias 😌
ResponderEliminarInteresante tema.
Dios lo bendiga 🙏😇 Padre Arturo Vargas 🙏🙏