Carmelita Robles
¡Lágrimas, Profanación, Salvajismo y Martirio!
—¡Ya
vienen!... ¡ya vienen!— gritaba, en el colmo del espanto, el 13 de enero de
1928, por la tarde, en las callejuelas de Huejuquilla, población importante del
Estado de Jalisco, límites de Zacatecas, una mujer humilde, desgreñada, y con
todas las señales de haber hecho una larga caminata por las veredas que bajan
de la montaña vecina. —Pero ¿quién viene? —le preguntaron algunos pacíficos
vecinos de la población, que se encontraron con ella en la callejuela. — ¡Ellos!...
¡Ellos!... ¡los bandidos!... ¡los callistas! Ya están en la hacienda de San
Antonio y dicen que vienen a Huejuquilla. . . que los trae Vargas... y que
vienen a hacer un "escarmiento"... ¡Ay! ¡María Santísima de
Guadalupe!... ¿qué haremos?... ¡Ay, nos vienen a matar a todos!. . . Yo me escapé
de la hacienda sin que me vieran. . . para avisarles. . .
¡Ay! ¡Que
ya vienen! ¡y son hartos. . . hartos! Es toda una tropa. . . y están furiosos,
porque allá abajo, en los Altos, les han dado buenas tundas los cristeros. . .
y ellos, ya que no pueden vengarse allá, se han venido para el otro extremo del
Estado, y dicen que sernos también cristeros, y que se las hemos de pagar. ¿Qué
haremos?. . . Y entre convulsivos sollozos seguía como loca, corriendo por las
callejas de la población.
Los
vecinos salieron a las puertas de sus casas a los gritos que daba la pobre mujer,
y enterados del suceso y la amenaza, algunos de los hombres dijeron: —Vamos al
monte, todos los que podamos. Buscan a los cristeros, esos "guachos"
y que se encuentren vacía la población. . . Que los vayan a buscar a donde
están. . . ¿A que no se atreven?. . . Pero nosotros, no vamos a dejarnos matar
como borregos. . .
—Yo
tengo una pistola, dijo uno, y yo otra; y yo una escopeta, y yo otra, y
nosotros nuestros machetes de campo. . . Nos defenderemos, gritaron algunos de
los vecinos. —Pero ¿qué son diez o doce contra los cientos de rifles, que traen
los "guachos"?. . . No; es una locura —exclamó el más prudente y
respetado de la población. . . —No; vámonos, y cuando no encuentren a nadie, se
irán a otra parte y volveremos. . . —Pos lo que es yo no me voy —gritó el de la
escopeta—... no van a decir que en Huejuquilla no hay hombres. . . Aunque sea a
algunos de ellos me los echo abajo. . . ¡Bandidos! —Bueno, pues los que quieran
y tengan armas, que se queden, pero cuando se les acabe el parque. . . al monte
con nosotros. . . ¡No sean locos. . .!Los demás, vámonos, con las mujeres y los
niños . . . Lleven comida para dos o tres días, frazadas y lo que puedan
llevar. . . Pronto. . . prontito ¡vámonos!
Y
todos se desparramaron por la población y pronto salieron de sus casas,
cargados con lo más indispensable, y emprendieron el camino del monte. Sólo se
quedaron una docena de valientes, emboscados tras las ventanas de las casas o
en las azoteas y tan débilmente armados, que nadie dejaría de calificarlos de
temerarios, si no fuera porque los movía el pudor católico de los jaliscienses,
que se puso tantas veces de manifiesto en la terrible persecución. La noticia
llegó a la casa que habitaba una excelente y piadosísima mujer, la señorita
Carmelita Robles, acompañada de otras buenas muchachas, que más que sus
sirvientas, pueden considerarse como sus discípulas en la virtud, todas hijas
de María sin llegar por eso a formar una congregación religiosa.
Cuando
la suspensión de los cultos el 31 de julio de 1926, y la retirada del sacerdote
que ministraba en la iglesita del pueblo, pidió con grandes instancias que su
casa fuera escogida para oratorio, que supliera como casa particular, a la
Iglesia y en él se guardara el Sagrado Depósito del Santísimo Sacramento, y se
celebrara la Santa Misa, a la que, como visitas de la casa, pudieran asistir
todos los del pueblo Logró su intento y en la mejor pieza de su morada, se puso
aquel oratorio, y era de ver el decoro, la limpieza y el adorno con que lo
mantenía siempre.
Carmelita
era la Presidenta del grupo de la Unión Popular de Jalisco establecido en
Huejuquilla, y Presidenta de las Hijas de María y de toda organización piadosa
que había en Huejuquilla. Su carácter alegre y bondadoso, su claro talento y su
valor cristiano hacían resaltar sus grandes y sólidas virtudes, y la
convirtieron en un ídolo de los vecinos, que la respetaban, la obedecían y
seguían sus excelentes consejos, como unos fieles hijos los de una buena madre.
Muchas veces Carmelita había discutido con el caciquillo de la población el
llamado coronel Juan Vargas, endemoniado socialista, y perillán de tomo y lomo,
derrotándole siempre; derrotas que disimulaba o creía disimular el pícaro, con
grandes risotadas burlonas.
Carmelita,
al saber lo del éxodo de sus vecinos, declaró abiertamente que ella no salía de
su casa. —Tengo en mi oratorio al Santísimo Sacramento, y no voy a dejarlo solo.
. . —Nos lo llevaremos con nosotros, Carmelita. Creo que en este caso podemos
hacerlo aunque no esté el señor cura. . . —No y no. Tampoco dejo el oratorio. .
. Y haré lo posible para que no profanen la iglesia... Si Dios quiere que nos
maten, como no hemos cometido ningún crimen, y sólo por ser católicos... ¡seremos
mártires como tantos otros mexicanos lo han sido ¡ya¡ Que se haga la voluntad
de Dios. . . ! —Pues nosotras no la dejaremos sola —dijeron a una las señoritas
Ignacia, Ramona, Gregoria, Carolina, y Guadalupe Ibarra, hijas del ausente en
esos momentos, D. Melquíades Ibarra, y que habitaban la casa contigua a la de
Carmelita. —Ni tampoco nosotras —dijeron las otras muchachas de la casa,
Margarita Victorio, Concepción Ruiz e Hilaria Madera. —Vargas me respeta, y
acaso pueda yo impedir muchas atrocidades —terminó Carmelita. Y así fue como
ese grupo de valientes y piadosas mujeres se quedaron también en Huejuquilla,
aquella tarde del 13 de enero.
La
mañana del 14, como estaba anunciado por la mujer, Vargas, con el coronel
Mendoza, y los politicastros de la aldea de Mezquitic, Jesús Ocampo, Apolonio
González, y Eliseo Robles, al frente de setecientos hombres de tropa, entraron,
lanzando blasfemias y con gritos de verdaderos endemoniados, en Huejuquilla.
Como
nadie les respondía, extrañados del caso salieron a las afueras en donde
pensaban se habrían atrincherado los hombres.
¡Soledad
por todas partes!
Pero
en el ranchito de Los Arroyos, encontraron a un pobre anciano de más de sesenta
años —don Juan Ramírez—, que no había huido, e incontinenti, después de haberle
preguntado si era católico, a su respuesta afirmativa lo fusilaron entre gritos
salvajes. Cerca de la puerta de Tepetates, entraron en una casita y allí
encontraron a otro vecino, Pedro Ochoa, que no había huido.
— ¿Eres
católico, tal por cuál? —le preguntaron. -— ¡Sí que lo soy! —respondió el
valiente. —Pues toma; y lo acribillaron a balazos. Y como no hallaron a otros,
furiosos quemaron todas las casas de las rancherías y asolaron todo a su paso.
Volvieron a Huejuquilla la tarde del 15 y se dirigieron a la casa de Carmelita,
en la que encontraron a aquellas buenas mujeres, a las que se había unido la
señora Isabel Jaime, madre de las señoritas Ibarra, en oración en el oratorio
de la casa.
Carmelita
previendo lo que había de suceder, a las dos y media de la tarde, de aquel
domingo consumió junto con las demás señoritas el Sagrado Depósito. Ordenó a
varias de sus acompañantes de toda la mañana, que se retiraran a sus casas, y
con las que quedaron con ella se dispuso, orando, a esperar los
acontecimientos. Con los federales y Vargas, que entraron en la casa, iba
entonces otro coronel, un tal Mendoza, que parecía tener aún mayor autoridad
que Vargas y ordenó que todas aquellas muchachas salieran de la casa, y que
algunos de los soldados fueran en busca de las otras que se habían retirado,
pero no lograron encontrarlas, pues Carmelita les había ordenado se escondieran
bien.
Mientras
tanto la soldadesca se dedicó a saquear la casa, y uno de aquellos bribones
encontró una imagen vestida, del Señor "Divino Preso" y quitándole la
peluca y la túnica se las puso y salió gritando entre las risotadas y
blasfemias de sus compañeros: — ¡Adoren a Cristo Rey!... — ¡Insensato!
Otros
villanos habían forzado la puerta de la Iglesita de San Antonio, y llenaron de
inmundicias el sagrario vacío, y lo mismo hicieron en una urna de cristales,
que encerraba otra imagen de Jesucristo llamada en el pueblo "el Señor de
las injurias de la Pasión".
¡Estos
hombres son los genuinos representantes de la Revolución Mexicana, de que tanto
se glorían algunos!
Pero
¿cómo puede pensarse que hubo algo bueno, en una Revolución hecha por tales
salvajes?
Los
pocos católicos emboscados, de que ya hice mención, creyeron llegado el momento
de defender las cosas santas de tales profanaciones y por diversos puntos de la
población salieron algunos tiros, de los que ni uno solo se perdió.
El
pánico entonces se apoderó de los malvados. Creyeron que los cristeros les
habían armado alguna trampa, y que habían entrado en las casas que antes habían
encontrado vacías, sin que ellos se percataran... ¡Ni por las mientes les
pasaba, que los tiradores llegarían escasamente a una docena y mal armados!
¡No!... ¡Eran sin duda los cristeros! ¡Vámonos!...
Carmelita
se había estacionado a la puerta de su casa, y antes pasarían por su cadáver,
que permitir ella sacaran a una sola de las muchachas sus compañeras, pues bien
sabía lo que las esperaba. . .
Pero
el valiente (?) coronel Mendoza dio orden de que la lazaran y la sacaran
arrastrando hasta la calle... A las otras jóvenes a empujones las sacaron también.
. . Quisieron montar a todas en ancas de sus caballos, pero aquellas valientes
mujeres se resistieron. . .
Echáronles
entonces una soga al cuello y a pie apresuradamente las llevaron hasta un lugar
llamado "Las Cuevas", distante un kilómetro de la población.
Con
Carmelita iban Concepción Ruiz, Hilaria Madera, Ignacia, María Ramona,
Guadalupe, Gregoria y Carolina Ibarra; Margarita Victoria y Doña Isabel Jaime
Vda. de Ibarra, que seguía a sus hijas Ignacia y Ramona, dispuesta a que la
mataran antes que permitir se cometiera alguna villanía con ellas.
Aquel
mismo día 15, las condujeron hasta la hacienda de San Antonio, distante 8
kilómetros de Huejuquilla; pero para ir más aprisa por el temor de que los
persiguieran los cristeros fantasmas, las hicieron montar allí en sendos
burros. Por todo el camino Carmelita no cesaba de exhortar a sus compañeras a
permanecer firmes en su fe, y ofrecer sus sufrimientos a Cristo Rey, para la
salvación de México.
El
lunes 16 otra vez montadas, pero sin haberles dado ni un pedazo de pan y un
sorbo de agua desde su salida de Huejuquilla, las condujeron a otra ranchería
llamada "La Soledad". Allí las bajaron para que descansaran un poco.
Carmelita ya no podía tenerse en pie. Tomándola del brazo la tiraron sobre una
tabla, en donde la venció el sueño por unos cinco o diez minutos. Nueva orden
de proseguir el camino, y vuelta a subir a los burros a las exhaustas mujeres,
para llevarlas así hasta Mezquitic, a donde llegaron a las 11 de la noche.
Carmelita lloraba en silencio, y a una de sus más cercanas compañeras, le dijo
que lloraba porque se le hacía muy dura la ausencia de Jesús Sacramentado. Con
todo hacía esfuerzos por animarse y animar a sus compañeras. Rezaban a veces en
coro el Oficio de la Inmaculada Virgen María; luego aquella heroica mujer
sacando fuerzas de flaqueza les leía en voz alta el libro de Fabiola del
Cardenal Wiseman que había logrado llevar consigo. . . El martes 17 lo pasaron
todo en Mezquitic; y Mendoza y Vargas se pusieron como de costumbre a querer
discutir sobre asuntos religiosos, y como siempre, Carmelita les hizo frente
dándoles una revolcada de ordago. Bien se cumplió entonces la palabra de
Jesucristo: "Cuando seáis llevados a los tribunales, no penséis antes lo
que habéis de decir; el Espíritu de Dios hablará por vosotros”. Pero tantas
fatigas acabaron por fin con la fortaleza física de aquella santa señorita. . .
Por la
noche ya no pudo rezar en voz alta. . . arrodillada y en silencio seguía
interiormente las preces de sus desfallecidas compañeras...
Acercóse
entonces una pobre soldadera con un niño que le acababa de nacer y Carmelita
haciendo un esfuerzo supremo bautizó al chiquillo. . . A las once de la noche
entraron los soldados en la pieza de la casa donde habían encerrado a las
valientes mártires, y les dieron orden de salir de tres en tres, porque iban a
continuar el camino. En vano Carmelita suplicó a aquellos brutos, que las
sacaran a todas juntas. . . Al fin quedaban cuatro en la pieza: tres muchachas
y Carmelita... las tres llevadas a empujones por los soldados salieron a su
vez. . ¿Y Carmelita?. . .
Nadie
volvió a verla jamás. . . Se han hecho varias suposiciones acerca de su
indudable asesinato. En él, se dice, debió intervenir Vargas, porque un hombre
que nunca fue capaz de recibir un ascenso por sus hazañas militares, después de
la tragedia de Mezquitic fue ascendido, tal vez en premio del asesinato. . . ¿No
ha habido entre los revolucionarios algunos ascensos debidos a la misma causa?
Una de las muchachas refiere que al ir por la oscura barranca de Mezquitic, oyó
a dos soldados que hablaban entre sí: —Pero ¡qué bárbaro! ¿Por qué le echaste
tierra a la mujer en la boca? —Pos, ¡porque no se quería morir la jija. . .!
Las
muchachas fueron libertadas algunos días después. De Carmelita se han buscado
inútilmente los sagrados restos. . . No se han podido encontrar hasta ahora. .
.
Pero
no se pierde la esperanza de hallarlos algún día, cuando se intente el proceso
de su beatificación . . .
¿Cuándo
será eso?
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