Hoy con gran pompa la santa Madre Iglesia
celebra LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS. Cuando la madre dispone algo con relación
a sus hijos bien amados entonces conviene que también nosotros la celebremos
por dos razones de conveniencia: la primera consiste en que celebramos dicha
festividad en comunión de los bienaventurados quienes ya gozan de esa promesa
divina, es decir, de la bienaventuranza eterna o de la vida eterna lo cual
causa alegría enorme a nuestro pobre corazón sumido aun en este valle de
lagrimas y nos alienta para el combate cotidiano; la segunda es que nuestra
esperanza no es vana y que Nuestro señor cumplió con su promesa divina cuando
dijo: “Conviene
que yo me vaya para arreglaros vuestras moradas y luego vendré por ustedes”
y creemos firmemente donde nuestra esperanza se nutre no de un espejismo sino
de una realidad tan bella como nuestro Dios y Señor. Y, finalmente, celebramos no a los que perecieron
en el combate sino a los que vencieron, con la gracia divina, a los enemigos
del alma y ahora tienen el premio y descansan de sus trabajos. Y más nos es
necesario celebrar con santa devoción por los momentos tan difíciles que
estamos viviendo, tiempos en donde la maldad “parece” ocuparlo todo, bueno es
para nuestro espíritu encontrar en ellos esa alegría tan necesaria a nuestro corazón
y su apoyo incondicional pues creemos firmemente que ellos interceden ante Dios
por nosotros como no nos imaginamos lo cual no nos hace sentir solos sino todo
lo contrario, bien acompañados.
Cuando
uno piensa en los santos canonizados se hace una imagen que no corresponde a la
realidad del combate acá abajo. Nos imaginamos que no pasaron por las miserias,
debilidades y defectos por los cuales pasamos nosotros, que no pecaron o fueron
impecables durante su trayecto por esta vida. Nada más lejos de la realidad,
los santos fueron hombres como nosotros llenos de defectos que supieron pulir
con la gracia y la caridad de Nuestro Señor Jesucristo, con sus penitencias y
otras cosas inimaginables para nosotros solo no pecaron aquellos que recibieron
una gracia muy especial; la Santísima Virgen María, san Juan Bautista, los discípulos
de Nuestro Señor y estos últimos después de la venida del Espíritu Santo y san
Luis Gonzaga de los que me acuerdo. Por eso en este día veremos los defectos de
los santos.
LOS DEFECTOS DE LOS SANTOS
Cuando
el alma escucha algo sublime y elevado, considerando su miseria, puede
desalentarse o desanimarse en el camino asía su salvación eterna porque
considera que tal doctrina contenida en las bienaventuranzas solo la pueden
practicar los santos. Nada más alejado de la realidad que esta conclusión
nuestro Señor nos las dijo a todos; pecadores y justos. Pues esto se lee en el
evangelio de San Mateo: “Y viendo Jesús a las turbas subió a un monte, y después de
haberse sentado, se llegaron a Él sus discípulos...” Y si aun persistimos
el desaliento pensemos que también los santos alcanzaron su galardón a pesar de
sus miserias y, aunque suene un poco raro, A PESAR DE SUS DEFECTOS. Por si bien
lo meditamos son parte de la miseria humana. Quizá esto último nos pueda
escandalizar a lo sumo o nos resulte extraño pero interesante a lo menos y no
pasa desapercibido.
Ahora bien, ¿es posible hablar de los
defectos de los santos? Puede ser que para algunas almas de criterio estrecho y
tímido les sea escandaloso, pero debemos verlo por el lado positivo o en otras
palabras pienso que no hay nada más edificante; porque si se comprueba que los
santos tuvieron los mismos o mayores defectos como los nuestros, podemos
concluir con lógica rigurosa que nosotros podemos tener las mismas virtudes que
ellos. Pero quiero recalcar de nuevo por esta razón nos es necesario tener esto
en claro y bajo este aspecto es posible que los santos tuvieron defectos. Si se
lee las vidas de los santos escritas con poca o ninguna crítica histórica,
contestaremos negativamente. Según ellas, sus héroes desde su nacimiento
aparecieron sobre la tierra con una aureola de santidad jamás desmentida, como
santos de nicho o rinconera; de niños no jugaban; de jóvenes, no reían; jamás
una alteración en su carácter, ni un momento de debilidad en su ánimo, ni una
expansión en su corazón, ni una sombra de imperfección en su conciencia... si
así fueran los santos, harto motivo habría para desanimarnos, teniendo por
imposible su imitación.
A Dios gracias no es así, cierto tampoco
negamos que han aparecido sobre la tierra, como una visión celestial, almas que
más parecen ángeles que hombres, pero no es lo común y ordinario pues lo común
y ordinario es que un santo “no nace se hace”, y luchando a brazo partido con
sus miserias y defectos y hasta con hábitos pecaminosos, y que aun llegados a
las cumbres de la santidad, conservan alguna huella de la región tenebrosa de
donde partieron; como Cristo, en los esplendores de la gloria, conserva las
cicatrices de su muerte ignominiosa.
Pero
quizá podríamos decir que canónicamente la santidad exige que se hayan
ejercitado en grado heroico todas las virtudes o por lo menos alguna. Y para
este grado heroico no basta algún acto aislado, sino que se requiere algo
permanente y habitual.
Por otra parte, teológicamente la santidad
consiste “en la transformación del alma en Dios”, o sea en su perfecta
divinización: de la naturaleza del alma, por la plenitud de la gracia; de las
facultades del alma, por las virtudes infusas y sobre todo por los dones del
Espíritu Santo en pleno ejercicio; de la actividad del alma, por la moción
constante, o casi constante, del Espíritu Santo.
Ahora bien, ¿cómo puede haber miserias en
un alma que posee todas las virtudes en grado heroico, en un alma movida
habitualmente por el Espíritu Santo? Para resolver esta dificultad debemos
considerar a los santos en tres etapas sucesivas:
1º Antes de empezar a trabajar en la
perfección,....
A esta etapa los padres espirituales le llaman la vía purgativa que consiste en el conocimiento de nuestra nada y miseria humana a cuyo conocimiento se llega por medio de los pecados que hemos cometido en nuestra vida y debemos luchar para evitarlos y purificar con la oración, la penitencia y otros medios aprobados por los directores espirituales
2º Durante el periodo largo y laborioso de
su santificación, y es el tiempo propio de la ascesis, de la lucha tenaz para
arrancar defectos y plantar virtudes. A este periodo se le llama vía iluminativa, dejada la anterior vía en esta el alma se esfuerza con la ayuda de Dios no solo en desterrar los defectos sino también en practicar con mas intensidad las virtudes con el fin de fijarlas en el alma todo a imitación de Cristo
3º Llegados al término, en esa época de
madurez más o menos larga que precede a la muerte. A este periodo se le llama vía unitiva cuando el alma es llevada por el mismo Dios de virtud en virtud hasta lograr la transformación total de su alma en Nuestro señor. Estas almas pueden decir lo que san Pablo dijo de si mismo: "Ya no soy yo quien vive en mí, sino Cristo quien vive en mí"
Así pues cuando hablamos de defectos en los
santos, me refiero especialmente a esta segunda etapa, pero aun cuando han
llegado a la tercera etapa o a la madurez de la santidad, es en rigor
compatible con no pocas miserias humanas; y no solo de aquellas que no suponen
imperfección en el orden sobrenatural, sino aun de las que implican
imperfección moral y aun pecado venial semi deliberado, no habitual, sino
accidental y de pura flaqueza.
Y esto es lógico porque para poseer las
virtudes en grado heroico no es necesario que todos y cada uno de los actos de
los santos sean heroicos tengan la suma perfección. Tal perfección es
sobrehumana, no es de la tierra y sólo en la
Sma. Virgen puede concebirse.
Ni tampoco es necesario que el alma del
santo sea movida por el Espíritu Santo en todo y cada uno de sus actos, aun los
más insignificantes, ni que la correspondencia del santo sea tal que no flaquee
ni un segundo. Esto más que heroico sería extraordinario y milagroso con
relación a esto y para confirmarlo el concilio de Trento dice: “Si alguno dijere
que el hombre, una vez justificado, no puede volver a pecar... o que puede
evitar durante toda la vida todos los pecados, aun veniales, sin un privilegio
especial de Dios, como la Iglesia lo afirma de la Bienaventurada Virgen María,
que sea anatema.”
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