Fetos con destino a las cosméticas famosas.
XIII
EL
ÁNGEL, PREOCUPADO.
LE
PREGUNTO POR QUÉ LA JUSTICIA DE LOS HOMBRES PERMITE QUE
LOS
PADRES MATEN A SUS HIJITOS.
Es evidente para mí, que ya lo conozco tanto, que
Absalón está muy preocupado y hasta triste. ¿Pero un ángel puede estar triste? A
cada instante viene, observa el resplandor que ahora hay en el corazón de mamá
y sin decir palabra abre sus alas de nácar y se vuela, como si temiera la desaparición
de esa divina luz que ahora nos alumbra a ella ya mí.
¿Qué es lo que había sabido? ¿Qué le han dicho los
otros ángeles de la familia, puesto que tengo la seguridad de que se encuentran
y conversan? ¿Qué le ha dicho sobre todo el ángel del "doctor negro sobre
las conversaciones que éste mantiene cada día con mi padre?
No sé nada, porque está mudo conmigo.
Si no fuera por la tremenda angustia que me causa el
ver a mi ángel en esta situación, yo estaría orgulloso de mí mismo. A la luz
del corazón de mi mamá he podido con mis propios ojitos contemplar mi pequeño
cuerpo.
Ya no soy lo que era cuando comencé a conversar con
Absalón. Mi alma ya era perfecta, a pesar de su inmensa ignorancia, pero de mi
cuerpo entonces no había apenas señales. Esto lo pienso ahora, porque yo no
veía, no tenía ojos, ni órgano alguno separado y viviente.
Ahora soy otra cosa, y me asombro de los progresos
que he hecho. Soy un muchachito bien formado, un poco nervioso y comprendo que
mi mamá esté enamorándose de mí cada día más. Yo también de ella, seguro de que
me defenderá contra todo peligro.
Hoy no lo he dejado escaparse a mi ángel y le he
soltado la pregunta que hace días quiero hacerle:
-¿La justicia de los hombres permite que haya papás
que decidan asesinar a sus hijitos y doctores que se encarguen de hacerlo?
-¡Sí! -me responde muy pausadamente Cuando un doctor
de ésos firma en un papel que tal niñito fue muerto antes de que naciera para
salvar la vida de la madre, la policía cierra los ojos y no averigua nada y el
asunto no llega a los jueces, que tampoco dirían nada.
-¿Pero hay quienes conocen estos crímenes, además de
los que los ejecutan?
-Sí, muchos amigos a quienes los papás de los
niñitos asesinados les cuentan esto como si contaran que han bebido un vaso de
agua. Y se les felicita, corno si hubieran escapado a un peligro.
-¿Qué quieres decir?
-Que cuando los papás no quieren tener un nuevo
hijito, porque piensan que les costaría mucho mantenerlo, se apresuran a
matarlo, antes de que nazca o antes de que se forme en el seno de la mamá. Si
no se apresurasen y el chiquito naciera, la policía y las leyes y los jueces
considerarían criminales a los papás o a los doctores que los suprimieran. Por
eso hay que andar a prisa. Mientras más pronto se les mata es menos peligroso
para los papás y para el doctor que los aconseja. Los chiquitos antes de nacer
no tienen ninguna defensa en la sociedad.
-¿Y son muchos los que mueren así?
-Los que mueren antes de formarse en el seno de la
madre son miles de millones. Los que son muertos después que se han formado,
cuando tienen ya un alma creada por Dios para ellos y un destino trazado en sus
planes son muchos, quizá millones. Estos crímenes, que la sociedad ni siquiera
considera faltas, enojan a Dios de un modo terrible, porque... ¿Te estás
durmiendo, chiquito? -Sí, perdón ame, pero tus explicaciones son muy difíciles
de comprender y me hacen doler la cabeza.
-¡Duérmete! Todavía hay mucha luz en el corazón de
tu mamá y tú duermes mejor en la luz que en las tinieblas.
Al decir mi ángel "todavía hay mucha luz"
su acento es melancólico como si temiera que eso pudiera faltarme un día u
otro, pero no en tan terrible proporción. Mi ángel me ha dicho que por cada
niño que nacen cientos son impedidos de existir, y que un día Dios tomará
tremenda cuenta de estos crímenes. La Santísima Virgen está deteniendo el brazo
de Dios.
¿Hasta cuándo podrá hacerlo?
XIV
¡QUE NO
ME MATEN, DIOS MÍO! Y O QUIERO SER SACERDOTE.
Mi ángel ya no teme que yo me duerma cuando él me
habla con tanta seriedad.
Yo comprendo que están acercándose para mí las horas
más trágicas. Mi pobre madre ahora en casa de la suya que es mi abuelita, vive
en paz, sin disputas. Pero sabe que esta preciosa paz que le permite ir todos
los días a la iglesia a comulgar, llenándose de luz y tornando fuerzas no puede
durar.
El ángel vuelve a hablarme, y esto 10 sabe por el
arcángel Gabriel, de que los hombres cegados por la maldad del diablo no tienen
idea de lo que el mundo pierde con estos asesinatos sin número qué cada día se
cometen, en lo más puro de la humanidad, que son sus niñitos.
Dice que muchos sabios siniestros andan propagando
sistemas para contener el aumento de las gentes aduciendo que pronto la tierra
no podrá alimentar a su población. Con el aparente miedo de que algún día esos
niños por falta de alimentos puedan morir, se anticipan a matarlos desde ahora y
dice que este pecado infernal ha excluido de la existencia a seres que habrían sido
inventores prodigiosos, infinitamente superiores a los que se han conocido, genios
que con sus descubrimientos habrían conjurado todo peligro de que la humanidad
aun multiplicada por cien pudiera encontrarse estrecha en los ámbitos de la
tierra. Más aún, que algunos de esos niñitos arrancados a la vida, iban a ser cerebros
capaces de hallar la manera de que los hombres conquistaran pacíficamente
nuevas tierras en los astros y difundir en ellos la fe y el servicio de Dios.
Todo eso ha sido borrado, aniquilado por las infames
prácticas de lo que llaman restricción de la natalidad.
Me pondera el ángel lo que habría adelantado el
mundo en otras cosas, menos materiales, como son las artes o la ciencia del
alma.
Entraba en los planes de Dios, me dice Absalón, que
el hombre (Adán y Eva) llenara la tierra con sus descendientes y la dominara. Y
ahora el hombre, que no confía en Él, no se atreve a crear un descendiente más
y se hace impotente él mismo para dominar su propio imperio.
¡Qué inmensos horizontes se abren a mi pequeño pensamiento
con estas grandes palabras! ¿Podré yo, algún día, ser sacerdote y contribuir a
que por mi parte se cumplan los planes de Dios?.
Hoy en la iglesia, cuando mamá comulgó, me sentí tan
cerca de Jesús en su corazón que volvía rezar 'casi en 'Sus "Oídos mi
oración de siempre.
-¡Que no me maten, Señor y Dios mío! ¡Yo quiero ser
sacerdote!
Eso fue la última vez que pude rezar cerca de Cristo
en persona, porque fue también la última vez que mi pobre madre comulgó.
Vino, pues, mi padre y se llevó a mi madre a Buenos
Aires.
Le bastó una ojeada para comprender la comedia que
ella estaba representando. Ya no era posible mantener el secreto. Mi pequeño
cuerpo se había desarrollado tanto que para un ojo experto era inútil toda
ficción.
Él se limitó a decir pocas palabras, que me hicieron
temblar en aquel mi refugio que duraba ya varios meses.
-Ahora será difícil extirpar eso, pero el doctor lo
arreglará bien. No sufrirás mucho. no te asustes.
En el tono inflexible se advertía su extrema cólera
y su inexorable decisión.
Tuvimos dos días de paz. Mi padre parecía
'tranquilizado. Además, el doctor negro se hallaba ausente, en un país lejano,
a donde había ido a dar conferencias sobre su maldita "especialidad".
Mi ángel me contaba todo y me hacía rogar a Dios por
mi madrecita, agotada de fuerzas para las nuevas arremetidas que iba a soportar
de mi padre, irritado e inflexible.
Mi desventurada madre nunca tuvo voluntad, Débil,
apocada se hubiera dejado matar. Tal vez ahora sería capaz de defender su vida,
porque en ella se sustentaba la mía. Ya mentalmente me había bautizado con el
hermoso nombre de Jesús.
Yo me dirigí a Él rogándole que auxiliara a mi madre.
XVI
LAS
INFAMES AMIGAS. LAS BIENHECHORAS DE LA HUMANIDAD.
Era día de visitas y la casa se nos llenó de señoras
que iban a saludar a mamá.
Sus conversaciones, que yo oía bastante bien, era
desconsoladoras.
Hablaban de lo difícil que es, en la época moderna,
tener muchos hijos. La vida cara, las casas pequeñas, la falta de' sirvientes,
lo incierto del porvenir.
Yo había oído tantas veces aquella tirada de las
mismas cosas a diversos amigos y amigas de papá y mamá que me agobiaban y
aburrían, Pero en esa ocasión impresionaron mucho a mamá, sobre cuyo cuerpo
deformado parece que caían todas las miradas de aquellas mujeres frívolas y
curiosas. Una de ellas se atrevió a decirle:
-¿Cómo es eso? ¿De nuevo estás...?
Mi madre, estremecida de espanto volvió a negarme,
diciendo: -¡No! ¡Qué ocurrencia! Ya tengo bastante con mis dos chiquillos que
me dan mucha guerra. ¿Y tú?
-Yo también tengo dos y de aquí no pasaré.
Eran varias en la reunión, todas casadas y todas con
poquísimos hijos. Apenas si una de ellas tenía cuatro y casi con rubor
confesaba que los dos últimos fueron por "inadvertencia" y o no
comprendí, pero me hizo temblar la explicación que aquella bribona agregó:
-Yo era muy joven y me aturdí y no me animé a
resolver lo que ahora, con diez años más de experiencia, resolvería
tranquilamente.
La asaltaron a interrogaciones.
-¿Qué harías, pues? -le preguntaron varias para
quienes aquella conversación tenía un sabor especial, porque todas ellas habían
pasado por los mismos trances y les convenía tranquilizar sus conciencias con
el ejemplo de otras, tan malvadas o más que ellas.
-Yo haría ahora prosiguió la otra con voz maligna
que llegaba a mis oídos como sentencia de un juez perverso, yo haría lo que
ustedes han hecho siempre...
Todas se echaron a reír. Ninguna protestó, porque
ninguna podía decir: Yo puedo jurar no haber cometido un fraude ni un crimen.
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