Los juegos de Satán
Aparte
del satanismo-religión y del satanismo-magia, existen todavía los "juegos
de Satán".
En un
discurso ardiente y célebre, San Pedro Crisólogo dijo un día a sus diocesanos
de Ravena: "¡El
que haya jugado con el Diablo, no podrá reinar con Cristo:"
Hablaba
a cristianos, pero a los cuales "el juego con el Diablo" — en este
caso los espectáculos inmorales del circo — tentaba a veces.
En nuestros
días, como en el siglo V, un cristiano debe saber que no se debe jugar con el
Diablo si no se quiere estar expuesto a "no reinar
con Cristo".
Pero
los juegos del Diablo no son seguramente los mismos, en conjunto, que les que
denunciaba San Pedro Crisólogo. O, si son los mismos, ofrecen en nuestros días
aspectos completamente nuevos.
Hemos
hablado ya del cinematógrafo y no volveremos a tocar el tema. Tampoco hablaremos
más del inmenso abuso de la novela, que es, para cantidad de nuestros
contemporáneos, la lectura preferida, y cuyo poder de atracción parece estar en
razón directa de la basura que se expone en ella.
Ningún
cristiano puede poner en duda que la novela tal cual se escribe y triunfa ante
nuestros ojos, con su "realismo" malsano y perverso, sea con
demasiada frecuencia "satánica". ¿No
es acaso una razón para repetir las palabras proféticas de San Pablo a su
discípulo Timoteo?
"Llegará una época en que los
hombres no soportarán la sana doctrina, sino, por el contrario, al capricho de
sus pasiones y picándoles los oídos, se darán amos en cantidad y volverán el
oído de la verdad para inclinarse hacia las fábulas " Ad fabulas convertentur Sabemos que la palabra latina
con la cual se designa a la novela es precisamente ésa: fábula. ¡Fábulas! ¡Cuántos
de nuestros contemporáneos no buscan su filosofía, su manera de comprender la
vida más que en las novelas que leen y enloquecen a menudo sus imaginaciones y
sus sentidos! Hemos dicho lo que el santo cura de Ars pensaba y decía del espiritismo.
Mucho
más cerca de nosotros, exactamente el 26 de noviembre de 1955, el padre
Berger-Bergés, el exorcista ya nombrado por nosotros, hacía a una posesa las
cuatro preguntas siguientes:
1 ¿El
espiritismo es una ciencia o una mistificación? ¿Eres tú quien está en el
espiritismo?
Respuesta:
por un ademán indica lentamente con la mano ¡que es él!
2 ¿Las
mesas giratorias? ¿Eres tú quien las hace girar? Respuesta: sí, pero no estoy
completamente solo; son necesarias las personas alrededor de la mesa! ¡Estamos
juntos!
3 En
el espiritismo hay escritos firmados Marco Aurelio. ¿Quién firma Marco Aurelio?
¿Eres tú o alguno de los tuyos? . . . Insisto firmemente, dice el padre Berger.
. . No contesta, no quiere contestar, me dice, y finalmente me declara que no
tiene permiso para contestar. Después de haber, sin embargo, esbozado un
pequeño ademán que me pareció descubrir y que lo señalaba a él mismo, hace como
alguien que contesta a escondidas ¡para que Dios no vea nada!. . .)
4 ¿Y
las que leen las cartas? Quid?
Satán
contesta: "¡Y bien! ¡Es necesario que las gentes se ganen la vida!" Y
deja entender que los naipes también son uno de los medios por los cuales él
halaga la estupidez humana.
Y esto
nos invita a echar una rápida ojeada sobre este aspecto extraño de nuestro
tiempo; recurrir a la adivinación, que nos retrotrae a las modalidades más
infantiles de los paganismos antiguos.
La adivinación: cosa satánica
Es
increíble la expansión actual de la práctica de la adivinación popular, bajo
las formas más diversas. Se dan las cifras siguientes para los faquires,
cartománticos, quirománticas, adivinas: seis mil declaradas a la policía en
París solamente y sesenta mil en toda Francia, con una "cifra de
negocios" evaluada en sesenta mil millones por lo menos.
Sin
duda los procedimientos antiguos, el examen de las entrañas de las víctimas,
del vuelo de los pájaros, del murmullo del viento en los bosques o de los
dibujos que trazan las aguas bullentes en una fuente, han desaparecido para
siempre. Pero están los naipes, o el estudio de las líneas de la mano, la
interpretación del residuo de las heces de café y otros muchos procedimientos,
tan válidos los unos como los otros. Y está, como en la antigüedad, la
astrología, que se considera la forma más erudita de discernir los destinos
humanos.
Existen
todavía en nuestros días astrólogos. Y aseguran —no sin imprudencia — que
tienen pruebas perentorias del valor de sus predicciones.
La
verdad es que todas estas pretensiones son, no solamente vanas, sino
rigurosamente absurdas. Son seguramente formas de la "mentira"
de la cual el demonio tiene la secular especialidad. A los astrólogos, que
podemos considerar como los más distinguidos de los adivinos, nos bastará
oponer las palabras de un maestro de la astronomía científica, G. de
Vaucouleurs. Hablando, al final de su gran obra La Astronomía, que es de 1948,
de las influencias cósmicas sobre los seres vivientes, escribe: "No por
cierto las ilusorias, a las cuales los astrólogos intentan colgar sus
divagaciones seudocientíficas." Y un poco más lejos comprueba que la
astronomía, en el pasado, ha quedado "estrechamente asociada a las supersticiones
astrológicas hasta los comienzos de los tiempos modernos (y aún, ¡ay!,
actualmente en muchos espíritus sub evolucionados", y con estos
términos de desprecio indica bastante la posición de la ciencia de los astros
frente a la adivinación astrológica, en la cual se distinguió otrora un
Nostradamus, que conserva admiradores fanáticos hasta en nuestros días.
Si
esto ocurre con la astrología ¿quién, pues, dará importancia ya, con respecto
al porvenir humano, a los encuentros fortuitos de los naipes o a los
lineamientos más o menos extraños de las heces del café?
Para
un creyente, lo que torna evidente la "mentira" de la adivinación es
la certidumbre de que sólo Dios conoce el porvenir. ¿Cómo lo conoce?" ¿Cómo lo que todavía no
es, puede ser objeto de conocimiento para Dios, cuando la libertad humana está
en juego? ¿Y cómo esta presciencia divina es compatible con nuestra libertad?
Todo el mundo sabe que esto constituye uno de los problemas más difíciles de la
metafísica general. Digamos con pocas palabras lo que nos parece la única
solución pensable. Nuestro mundo no es el único posible. Existen inanidad de
mundos posibles, todos diferentes unos a otros. Pero su
posibilidad misma viene de que están llevados desde toda eternidad en la Mente
del Creador. Y en esta Mente, es
decir en el Verbo Divino, estos mundos se desarrollan idealmente al natural, con
sus leyes y también con el juego eventual de las libertades creadas. Cuando
Dios decreta
que tal mundo será existente, es decir, será creado por El, con preferencia a
otros, las condiciones de ese mundo no son cambiadas por eso, sino no sería el
mundo deseado y visto por Dios. Los actos libres serán en él libres, y sin
embargo Dios los habrá visto y los ve en el momento en que se producen. Es en este
sentido que Dios conoce el porvenir. Pero como es el único que lleva
eternamente los mundos en su mente, El es evidentemente el único que conoce el
porvenir. Querer predecir el porvenir, fuera de los casos milagrosos de
profecías divinas, es pues necesariamente diabólico en el sentido en que es una
usurpación a Dios. Se deduce que ningún poder de adivinación ha sido
depositado en el juego de naipes, en las heces del café, en las líneas de la
mano, en las líneas trazadas por la sal sobre la clara de huevo, como tampoco
en las "conjunciones" de los planetas y las estrellas en el momento del
nacimiento de un ser humano. Lo que se llama en astrología un fatum, y que
antaño se llamaba un horóscopo, es pues superchería o superstición.
No
sostendremos, ciertamente, que los miles de adivinos y adivinas que ejercen el
oficio pretendidamente lucrativo de predecir el porvenir, en París y en todas
las grandes ciudades de Francia, sean brujos o brujas
vendidos a Satán.
Parecería
que la mayor parte de ellos sólo piensan en practicar un oficio que da
beneficios, sin pensar que ese oficio es inmoral y probablemente
diabólico. Pero no por ello dejamos de tener el derecho de pensar que el
demonio saca su provecho de estas aberraciones y que la adivinación bajo sus
formas contemporáneas, como asimismo bajo sus formas antiguas, no es más que
uno de los "juegos de Satán" en el
seno de la humanidad. Y es pues una de las formas actuales del satanismo-magia,
en lo que tiene de distinto del satanismo-religión.
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