miércoles, 17 de julio de 2019

LA PASION DEL CORAZON y el Corazón de la Pasión




LA PASION DEL CORAZON y el Corazón de la Pasión

En Cristo nuestro Señor podemos distinguir como dos pasiones: la exterior y la interior, la de su Cuerpo Sacratísimo y la de su Corazón Divino. Entendemos la primera fácilmente ya que, por decirlo así, se nos entra por los ojos y podemos leerle escrita en el Crucifijo desgarrado y sangrante; pero la otra, incomparablemente más dolorosa y profunda, es también por lo mismo más desconocida y arcana. Pudiéramos decir que esta pasión de su Corazón, es al mismo tiempo, como el corazón de la Pasión, es decir, lo central, lo íntimo, lo más doloroso los más hondo de la Pasión de Cristo. Es pues, según la expresión de Mons. Gay, la Pasión del Corazón y el corazón de la Pasión.
La devoción a la Pasión exterior ha sido desde un principio muy conocida y propagada. La numerosa y secular familia franciscana tiene esta devoción entre los elementos de su espíritu. Más tarde, deseando Nuestro Señor aumentarla, sucito a San Pablo de la Cruz que con sus beneméritos pasionistas la ha propagado por todas partes.
Pero era necesario dar un paso más. Así como la revelación, sustancialmente invariable, ha ido sin embargo progresando en la sucesión de los siglos, enriqueciéndose y aclarándose  con las definiciones de la Iglesia; así también la devoción  a la Pasión de Cristo Nuestro Señor. Con las revelaciones a Santa Margarita Mari entro en una nueva etapa. Cuando Jesús le mostro su Corazón herido, no pretendía otra cosa sino hacer comprender al mundo que había sufrido mucho en su Cuerpo, mas, incomparablemente más había sufrido en su Corazón.
La causa de todo este sufrimiento noble sobre la tierra es siempre el amor; y por eso Jesús dijo en aquella celebre aparición: “¡He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, no recibiendo en cambio de ellos sino ingratitudes y desprecios!” He aquí su amor y su dolor; he aquí revelado al mundo el secreto de sus dolores íntimos. Porque ama sufre; sufre por la ingratitud de los hombres; sufre, sobre todo, por la ingratitud de los que más debieran amarlo.
Pero aun esta devoción al Sagrado corazón de Jesús, que tanto se ha extendido por el mundo, tiene como dos etapas; en su evolución va cada vez aclarándose más. La primera idea, el primer deber que despertaron las revelaciones de Paray-le-Monial, fue la reparación. Era un Dios ultrajado, ofendido; por consiguiente, debía el hombre, como un deber a la más estricta justicia, reparar esos ultrajes y ofensas. Tal fue el primer aspecto de la devoción al Sagrado Corazón; fue una devoción reparadora.
¡Hermoso fue entonces el espectáculo que ofreció el mundo como respuesta al Corazón Divino! Multitud de almas se ofrecieron como victimas reparadoras para satisfacer los derechos de la justicia divina ultrajados. ¿No nacieron así múltiples congregaciones religiosas cuyo fin principal es la reparación, como por ejemplo, el Instituto de María Reparadora, como las Religiosas victimas del Corazón de Jesús?
Y esta etapa de la devoción al Sagrado Corazón tuvo todo su apogeo, toda su plenitud y su sanción más solemne con la encíclica de S. S. Pío XI, “Miserentissimus Redemptor”, en la que la idea central es la reparación, como lo es también el nuevo Oficio y Misa del Sagrado corazón (En esta misma encíclica no solo se proclama el deber de la reparación, sino que también se afirma la necesidad de consolar al Corazón Sagrado: más aun S. S. explica magistralmente como podemos efectivamente consolar a Nuestro Señor, pues si nuestros pecados futuros fueron causa de su tristeza de su tristeza mortal, nuestros consuelos futuros también fueron parte para consolarlo, porque unos y otros fueron previstos y para Cristo eran como presentes. Y así “a este Corazón Sagrado a quien no cesan de herir los pecados de los ingratos, ahora podemos y debemos consolarlo de una manera misteriosa, pero real…”)
Pero poco a poco se ha ido acentuando una nueva etapa de la devoción al Sagrado Corazón, más elevada y más intima, que entraña no un deber de justicia sino un deber de caridad exquisita. Si Jesús es ultrajado, si su corazón está herido, la justicia divina, la majestad, la santidad de Dios exige reparación. Pero, si su Corazón está herido, precisamente porque ama, ¿no es lo más necesario que haya almas que lo consuelen?
Después de la reparación debe venir el consuelo, después de las almas reparadoras, las almas consoladoras; y esta es la segunda etapa de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (En las revelaciones de santa Margarita María se encuentran ya estos dos caracteres de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús cuando Nuestro Señor le pidió que la acompañara una hora la noche de los jueves a los viernes, le indico que eran los dos fines de esta Hora Santa; aplacar la cólera divina y pedir misericordia para los pecadores; y segundo, suavizar la amargura de su corazón abandonado)
El deber de la reparación se extiende a todas las almas, porque si todas hemos pecado, todos debemos en cierto grado, reparar por nuestras propias faltas, y aun por las de los demás, a causa de la solidaridad que debe haber entre los cristianos. Pero esta otra misión, la de consolar, supone cierta intimidad.
Si una persona de elevada dignidad es ofendida, por ejemplo, por todo un pueblo, todo el pueblo está obligado, de una manera o de otra a reparar esa ofensa. Pero si al mismo tiempo su corazón se siente herido y necesita consuelo, no lo buscara en todos sino en los más allegados, en los íntimos, en los más amados. ¡Felices las almas a quienes Jesús escoge para que sean su consuelo!
De dos maneras podemos consolar al que sufre, o suprimiendo las causas de su pena-y este modo es propio de Dios  que tiene a su servicio la omnipotencia- o compartiendo esas penas, compadeciéndolas, que es un modo más propio de la impotencia humana.
Pero en uno y otro caso necesitamos primeramente conocer esos sufrimientos; ignorándolos, ¿Cómo podríamos compadecerlos o aliviarlos?
Ahora bien, de dos modos podemos conocer también esos dolores íntimos del Coraza de Jesús; ambos son, pues no tratamos de de un conocimiento puramente científico: uno es por la fe ordinaria, ilustrada por la lectura del Santo Evangelio y de sus comentadores, profundizada por las meditaciones y reflexiones personales, esclarecida por las ilustraciones que Nuestro Señor Jesucristo suele comunicar en la oración; el otro es un conocimiento que pudiéramos llamar experimental y que se tiene cuando Nuestro Señor hace sentir al alma un reflejo de sus propios dolores, cuando le participa como una gota del océano de amargura que llevo en su Corazón divino ( De esta manera experimental, Nuestro Señor dio a conocer a Santa Margarita los dolores internos de su Corazón divino, “Todas las noches, del jueves al viernes, te hare participar de aquella mortal tristeza que tuve a bien sentir en el jardín de los Olivos; esta tristeza te reducirá, sin que tú puedas comprenderlos, a una agonía mas difícil que la muerte. Otro tanto podríamos comprobar en algunas almas privilegiadas como santa Gema Galgani)
Un ejemplo nos mostrara mejor la diferencia que hay entre estos dos conocimientos. Una persona que tiene la dicha de vivir al lado de su madre, sabe que una amiga suya acaba de perderla. El dolor de aquella pérdida, la desgracia de la orfandad, la soledad del hogar vacio, puede sin duda alguna comprenderla aquella persona poniéndose en el lugar de su amiga. Pero un día llega a tener ella la desgracia de perder a su propia madre. ¡Qué diferencia ahora! Ya no conoce ese dolor por reflexiones o comparaciones, no; lo conoce porque está sintiendo, lo sabe sin ningún recurso, de una manera intima, experimentalmente.
Lo mismo pasa con los doleré internos del Corazón de Cristo: los podemos conocer: los podemos conocer, como decía, por reflexiones y consideraciones, ponderándolos, interrogando nuestro propio corazón, pensando en lo que sufriríamos puestos en las mismas circunstancias en que se vio Cristo. Pero este conocimiento por precioso que sea y aunque engendrado por la gracia al calor de la oración, no es más que una pálida imagen de la realidad.
Más si el alma es generosa, si en lo que está de su parte procura prepararse haciendo grandes progresos en el camino del sacrificio, quizá llegue un día en que Jesús de una manera misteriosa le haga beber de su propio cáliz…
Así como Nuestro Señor no puede hacer mayor gracia en la eternidad que participándonos de su gozo infinito; así no puede darnos mayor prueba de mayor intimidad. Cuando queremos comunicar nuestras alegrías secretas si duda que buscamos un corazón amigo; pero cuando deseamos confiar nuestros dolores, sobre todo los más secretos, los más personales, buscamos al amigo de mayor confianza; y cuando hemos hecho semejante confidencia, hemos revelado el ultimo secreto, hemos dado la prueba suprema de amistad.
Así Jesús; cuando a un alma le ha hecho sentir algo de sus propios dolores, puede decirle con verdad: “ya no te llamare sierva, sino amiga, porque te he revelado el fondo mismo de mi Corazón…” ¡Bienaventurada el alma a quien Jesús encuentra tan olvidada de sí misma, tan generosa en el sacrificio, tan delicada en el amor, que la convierten en el Cirineo de su corazón: esa alma será verdaderamente el consuelo de Jesús.
Sea de ella lo que fuere, toda alma noble y delicada desea hacer lo que este de su parte para consolar a nuestro Señor, y ya que ese conocimiento experimental no está en su mano alcanzarlo, como don gratuito que es de Dios; por lo menos debe aplicarse por adquirir el que si está en su poder.
Para ayudar a este objeto ponemos a vuestra meditación las siguientes sencillas reflexiones. ¡Ojala que fecundadas por la gracia hagan brotar en algún alma de buena voluntad un sentimiento siquiera de compasión que consuele al Corazón de Cristo, hoy como nunca ultrajado de propios y extraños!
Él mismo nos ha dejado entrever: cuando agonizó en Getsemaní, cuando expiro en la Cruz y en esta vida de oculto sacrificio, de inmolación perpetua que lleva en la Eucaristía. De ahí tres series de consideraciones: el Corazón de Cristo en Getsemaní, el Corazón de Cristo en el Calvario y el Corazón de Cristo en la Eucaristía.
Solamente trataremos por ahora de la primera serie, dejando para otra ocasión tratar de las otras dos, si Nuestro Señor nos presta su
Ayuda.

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