SAN PIO X CELEBRANDO LA MISA
Si se
suprimen los gestos que materializan la "virtud de religión" ¿cómo
puede uno estar persuadido de que se encuentra en presencia del Creador y
soberano, Señor de todas las cosas? ¿No se corre así el riesgo de disminuir el
sentimiento de Su Presencia real en el tabernáculo? Los católicos están también desorientados por
la trivialidad y hasta por la vulgaridad que se les impone en los lugares de
culto de manera sistemática. Se tildó de triunfalismo todo aquello
que contribuía a la belleza de los edificios y al esplendor de la ceremonia.
Hoy la decoración debe aproximarse a la decoración cotidiana, a lo
"vivido". En los siglos de fe, se ofrecía a Dios lo que el hombre
poseía de más precioso-, en las iglesias de aldea se podía ver precisamente
aquello que no pertenecía al universo cotidiano: piezas de orfebrería, obras de
arte, ricos tejidos, encajes, bordados, estatuas de la Santa Virgen coronadas
de joyas. Los cristianos hacían sacrificios financieros para honrar lo mejor
que podían al Altísimo. Todo eso contribuía a la oración, ayudaba al alma a
elevarse, y éste es un fenómeno natural en el hombre: cuando los reyes magos
acudieron al pobre pesebre de Belén, llevaban oro, incienso y mirra. Hoy se
embrutece a los católicos haciéndolos rezar en un ambiente trivial, en
"salas polivalentes" que no se distinguen de ningún otro lugar
público y a veces son incluso peores que los lugares públicos. Aquí y allá se
abandona una magnífica iglesia gótica o románica para construir al lado una
especie de cobertizo pelado y triste, o bien se organizan eucaristías domesticas en comedores y hasta en
cocinas. Me han hablado de una de ellas celebrada en el domicilio de
un difunto en presencia de su familia y de amigos; después de la ceremonia se
retiró el cáliz y sobre la misma mesa cubierta por el mismo mantel se instaló
el refrigerio. Durante todo ese tiempo y a algunos centenares de metros, los
pájaros eran los únicos que cantaban al Señor alrededor de la iglesia del siglo
XIII provista de magníficos vitrales. Aquellos lectores que hayan conocido la
época anterior a la guerra seguramente se acuerdan del fervor de las
procesiones de Corpus Christi, con las múltiples estaciones, los cantos, los
incensarios, la custodia resplandeciente a los rayos del sol, llevada por el
sacerdote bajo el dosel bordado de oro. El sentido de la adoración nacía así en
el alma de los niños y les quedaba grabado para toda la vida. Este aspecto
primordial de la oración parece muy descuidado. ¿Se podrá aducir el motivo de
la evolución necesaria, de los nuevos hábitos de vida? Las complicaciones del
tránsito de automóviles no impiden las manifestaciones callejeras, y los que
participan de ellas no sienten ningún respeto humano para expresar sus
opiniones políticas o sus reivindicaciones justas o injustas. ¿Por qué tendría que
ser Dios el único en quedar descartado y por qué sólo los cristianos deberían
abstenerse de rendirle el culto público que le corresponde? La
desaparición casi total de las procesiones no tiene por origen un desafecto de
los fieles. La procesión está prescrita por la nueva pastoral que sin embargo
insiste incesantemente en la busca de una "participación activa del pueblo
de Dios". En 1969 un cura de Oise era destituido por su obispo después de
haber recibido la prohibición de realizar la tradicional procesión de Corpus,
pero esa procesión se realizó así y todo y atrajo a diez veces más personas que
los propios habitantes de la aldea. ¿Se podrá decir que la nueva pastoral, por lo demás, en
contradicción en este punto con la contribución conciliar sobre la Santa
Liturgia, está de acuerdo con las aspiraciones profundas de los cristianos que
permanecen aferrados a esas formas de piedad? ¿Qué les proponen en cambio?
Muy poco, pues el servicio del culto se redujo muy rápidamente. Los sacerdotes
ya no celebran todos los días el Santo Sacrificio y concelebran el resto del
tiempo; el número de misas disminuyó en grandes proporciones.
En la
campaña es prácticamente imposible asistir a misa en los días hábiles; los
domingos es necesario usar algún vehículo para llegar a la localidad a la que
le toca recibir al sacerdote del "sector". Numerosas iglesias de
Francia han quedado definitivamente cerradas, otras se abren algunas veces en
el año. Si se agrega a esto la crisis de las vocaciones, el resultado es que la
práctica religiosa se hace año tras año más difícil. Las grandes ciudades están
en general mejor servidas, pero la mayoría de las veces es imposible comulgar,
por ejemplo, los primeros viernes o los primeros sábados del
mes. Naturalmente ya no hay que pensar en la misa cotidiana; en muchas
parroquias de ciudades las misas se celebran por encargo, para un grupo dado de
personas a una hora convenida y de manera tal que el que entra por casualidad
donde se dice la misa se siente extraño a una celebración salpicada de
alusiones a las actividades especiales y a la vida del grupo. Se ha tratado de
desacreditar lo que se ha dado en llamar celebraciones individuales por
oposición a las celebraciones comunitarias; en realidad, la comunidad se
disgregó en pequeñas células; no es raro ver a sacerdotes celebrar misa en
casa, de un cristiano entregado a actividades de la acción católica y en
presencia de algunos militantes. También se comprueba que el horario del
domingo a la mañana está distribuido entre las diferentes comunidades
lingüísticas y entonces hay misa en francés, misa en portugués, misa en
español... En una
época en la que los viajes al exterior se han difundido tanto, los católicos
deben asistir a misas en las que no comprenden una palabra, aunque se les da a
entender que no es posible orar sin "participar". ¿Cómo
podrían participar? Ya no hay misas o hay muy pocas, ya no hay procesiones, ya
no hay bendiciones del Santo Sacramento, ya no hay vísperas... La oración en
común ha quedado reducida a su expresión más simple. Pero cuando el fiel logró
superar las dificultades de horarios y de traslado, ¿qué encuentra para apagar
su sed espiritual? Más adelante hablaré de la liturgia y de las graves
alteraciones que sufre. Por el momento observemos el exterior de la cuestión,
observemos la forma de esta oración común. Con harta frecuencia el clima de las
"celebraciones" resulta chocante para el sentido religioso de los
católicos. Se ha
producido la intrusión de ritmos profanos con toda clase de instrumentos de
percusión, guitarras, saxofones. Un músico responsable de música
sagrada de una diócesis del norte de Francia escribía con el apoyo de eminentes
y numerosas personalidades del mundo musical: "A
pesar de las designaciones corrientes, la música de esos cantos no es moderna:
ese estilo musical no es nuevo, sino que se practicaba en lugares y medios muy
profanos (cabarets, music-halls, a menudo para bailar danzas más o menos
lascivas con nombres extranjeros)... y sus ritmos impulsan a menearse o al
swing: todo el mundo tiene ganas de agitarse. Esta es ciertamente una expresión
corporal extraña a nuestra cultura occidental, poco favorable al recogimiento y
cuyos orígenes son bastante turbios... La mayor parte del tiempo nuestros
conjuntos a los que les cuesta ya tanto trabajo no igualar las negras y las
corcheas en una medida de 6/8 no respetan el ritmo exacto y el conjunto falla:
entonces uno ya no siente ganas de menearse pues el ritmo se hace informe y
muestra tanto más la pobreza habitual de la línea melódica." ¿En qué se convierte la oración
en medio de todo esto? Felizmente parece que en más de un lugar la gente ha
retornado a costumbres menos bárbaras. Entonces, si uno quiere cantar, está
sujeto a las producciones de los organismos oficiales especializados en la
música de iglesia, pues ya a nadie se le ocurre utilizar la maravillosa
herencia de los siglos.
UN SACERDOTE LISTO PARA CELEBRAR LA MISA NUEVA
Las
melodías habituales, siempre las mismas, son de una inspiración muy mediocre.
Los trozos más elaborados, ejecutados por coros, se resienten por la influencia
profana y excitan la sensibilidad en lugar de penetrar en el alma como el canto
llano; la letra inventada con un vocabulario nuevo, como si un diluvio hubiera
destruido unos veinte años atrás todos los libros antifonarios en los cuales se
podría haber buscado inspiración aun queriendo hacer algo nuevo, adopta el
estilo del momento y pasa rápidamente de moda; al cabo de muy breve tiempo ya
no es comprensible. Innumerables discos destinados a la "animación"
de las parroquias difunden paráfrasis de salmos que se dan como si fueran
salmos y que suplantan el texto sagrado de inspiración divina. ¿Por qué no
cantar los salmos mismos? No hace mucho tiempo apareció una novedad; en la
entrada de las iglesias podían leerse unos letreros que decían: "Para alabar a Dios, batid
palmas". Así, durante la celebración y a una señal del animador
los concurrentes levantan los brazos por encima de la cabeza y golpean las
manos cadenciosamente con entusiasmo, de suerte que producen un insólito
estrépito en el recinto del santuario. Este tipo de innovaciones, que ni
siquiera tiene relación con nuestros hábitos profanos, intenta implantar una
actitud artificial en la liturgia y sin duda no tendrá gran futuro; sin embargo
contribuye a desalentar a los católicos y a aumentar su perplejidad. Uno puede
abstenerse de frecuentar las Gospel Nights pero ¿qué hace
cuando las raras misas del domingo están invadidas por estas desoladoras
prácticas?
La
pastoral de conjunto, según la expresión adoptada, obliga al fiel a hacer
nuevos gestos, cuya utilidad él no comprende y van contra su naturaleza. Ante
todo es menester que las cosas ocurran de una manera colectiva, con intercambios
de palabras, intercambios de evangelio, intercambios de miradas, apretones de
manos. El pueblo sigue estas prácticas refunfuñando y a regañadientes, como lo
demuestran las cifras estadísticas: las últimas estadísticas registran entre
1977 y 1983 una nueva disminución en la frecuentación de la Eucaristía en tanto
que la oración personal registra un ligero aumento.2 La pastoral de conjunto no
logró pues conquistar a la población católica. Véase lo que puede leerse en un
boletín parroquial de la región parisiense: " Desde hace dos años la misa de las nueve y media tenía de vez
en cuando un estilo un poco particular por cuanto a la proclamación del
Evangelio seguía un intercambio en el cual los fieles se reunían por grupos de
a diez. En realidad, la primera vez que se intentó semejante celebración, sólo
sesenta y nueve personas constituyeron grupos de intercambio y ciento treinta y
ocho permanecieron al margen de la ceremonia. Se podía pensar que corriendo el
tiempo se modificaría ese estado de cosas, pero nada de eso ha ocurrido."
Entonces
el equipo parroquial organizó una reunión para establecer si continuarían o no
las "misas con intercambios". Se comprende que las dos terceras
partes de los asistentes que se resistieron hasta entonces a las novedades posconciliares
no se hayan sentido encantados con esas chácharas improvisadas en plena misa. ¡Qué difícil es hoy
ser católico! La liturgia francesa, aun sin
"intercambios", aturde a los asistentes con oleadas de palabras, de
suerte que muchos se quejan de que ya no pueden rezar durante la misa.
Entonces, ¿cuándo rezarán? Los cristianos desconcertados comprueban que se les
proponen recetas admitidas por la jerarquía siempre que se alejen de la
espiritualidad católica. El yoga y el zen son las más extrañas. ¡Desastroso
orientalismo que conduce a la piedad por falsos caminos al pretender realizar
una "higiene del alma"! ¿Quién
podrá exagerar, por otro lado, los efectos nefastos de la expresión corporal,
degradación de la persona y al mismo tiempo exaltación del cuerpo que es
contraria a la elevación hacia Dios? Estas nuevas prácticas introducidas hasta
en los monasterios de monjes contemplativos, como muchas otras, son
extremadamente peligrosas y dan la razón a aquellos a quienes oímos decir: "Nos están cambiando nuestra religión".
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