sábado, 29 de junio de 2019

EL SANTO ABANDONO. DOM VITAL LEHODEY


«Mas, en último recurso, después que hayamos llorado sobre los obstinados y hayamos cumplido para con ellos los deberes de la caridad, a fin de conseguir, si fuera posible, apartarlos de la perdición, debemos imitar a Nuestro Señor y a los Apóstoles; es decir, desviar de ellos nuestro espíritu y volverle a otros objetos, a otras preocupaciones más útiles para la gloria de Dios. Porque mal podremos entretenemos en llorar demasiado a unos, sin que se pierda el tiempo propio y necesario para la salvación de los otros. Por lo demás, es preciso adorar, amar y alabar para siempre la justicia vengadora y punitiva de nuestro Dios como amamos su misericordia, pues tanto una como otra son hijas de su bondad. Pues así como por su gracia quiere hacernos buenos, como bonísimo, o mejor dicho, como infinitamente bueno que El es, así por su justicia quiere castigar el pecado, porque le odia; pero le odia porque, siendo soberanamente bueno, detesta el sumo mal que es la iniquidad. Y nota, Teótimo, como conclusión, que siempre, o punitivo o remunerador, su beneplácito es adorable, amable y digno de bendición eterna.
»Así el justo que canta las alabanzas eternas de la misericordia por aquellos que serán salvos, gozará igualmente cuando vea la justicia..., y los ángeles custodios, habiendo ejercido su caridad para con los hombres, cuya guarda y custodia han tenido, quedarán en paz viéndolos obstinados y aun condenados. Necesario es, pues, reverenciar la divina voluntad, y besar con igual acatamiento y amor la diestra de su misericordia que la siniestra de su justicia.»
Otras pruebas se hallarán en la dirección de las almas.
Cada una tiene al menos la misión providencial de hacernos practicar el desasimiento de los hombres y de las cosas, un celo absolutamente puro y el Santo Abandono. Por vía de ejemplo, digamos que hay personas que nos proporcionan cumplida satisfacción y Dios, sin embargo, nos las quita de un modo inesperado; entonces, lejos de murmurar, besemos la mano que nos hiere. ¿No es misión nuestra el conducir las almas a Dios...?; ya hemos tenido el dulce consuelo de verla realizada. Para Él las formamos, y a Él le pertenecen más que a nosotros. Si Él, pues, estima conveniente privarnos de la alegría que su presencia nos inspira y de nuestras caras esperanzas, ¿no es justo que la voluntad de Dios se anteponga a la nuestra, su infinita sabiduría a nuestras miras tan limitadas, y nuestros intereses eternos a los de la tierra?
Artículo 4º.- Nuestras propias faltas
Hablemos ahora de nuestras propias faltas.
Ante todo, pongamos el mayor cuidado en huir del pecado; pero mantengámonos en apacible resignación a las disposiciones de la Providencia. En efecto, dice San Francisco de Sales, «Dios odia infinitamente el pecado y, sin embargo, lo permite sapientísimamente, con el fin de dejar a la criatura racional obrar según la condición de su naturaleza y hacer más dignos de alabanza a los buenos, cuando pudiendo violar la ley, no la violan. Adoremos, pues, y bendigamos esta santa permisión; mas ya que la Providencia que permite el pecado, le aborrece infinitamente, detestémosle con Ella y odiémosle, deseando con todas nuestras fuerzas que el pecado permitido (en este sentido) no se cometa jamás, y como consecuencia de este deseo, empleemos todos los medios que nos sea posible para impedir el nacimiento, el progreso y el reinado del pecado. Imitemos a Nuestro Señor que no cesa de exhortar, prometer, amenazar, prohibir, mandar e inspirar cerca de nosotros para apartar nuestra voluntad del pecado, en tanto que lo puede hacer sin privarnos de nuestra libertad.» Si perseveramos constantemente en la oración, la vigilancia y el combate, serán más raras nuestras faltas a medida que avancemos, menos voluntarias y mejor reparadas, y nuestra alma se consolidará en una prudencia cada vez mayor. Sin embargo, salvo una especialísima gracia, como la concedida a la Santísima Virgen, es imposible en esta vida evitar todo pecado venial, pues hasta los santos mismos recurrieron a la confesión.
Pero si aconteciera que cometiésemos algún pecado, «hagamos cuanto de nosotros depende, a fin de borrarlo.
Aseguró Nuestro Señor a Carpus: que, si preciso fuere, sufriría de nuevo la muerte para librar a una sola alma del pecado». Con todo, «sea nuestro arrepentimiento fuerte, sereno, constante, tranquilo, pero no inquieto, turbulento, ni desalentado».
«Si me elevo a Dios -decía Santa Teresa del Niño Jesús por la confianza y el amor, no es por haber sido preservada de pecado mortal. No tengo dificultad en declararlo, que aunque pesaran sobre mi conciencia todos los pecados y todos los crímenes que se pueden cometer, nada perdería de mi confianza. Iría con el corazón transido de dolor a echarme en brazos de mi Salvador, pues sé muy bien que ama al hijo pródigo, ha escuchado sus palabras a Santa Magdalena, a la mujer adúltera, a la Samaritana. No, nadie podrá intimidarme, porque sé a qué atenerme en lo que se refiere a su amor y a su misericordia. Sé que toda esa multitud de ofensas se abismaría en un abrir y cerrar de ojos como gota de agua arrojada en ardientes brasas.»
No imitemos, pues, a las personas para quienes un arrepentimiento tranquilo es una paradoja. ¿No ha de haber un término medio entre la indiferencia a la que tanto teme su espíritu de fe, y el despecho, el abatimiento en que los arroja su impaciencia? Jamás sabríamos precavernos lo bastante contra la turbación que nuestros pecados nos causan, lo cual, lejos de ser un remedio, es un nuevo mal. Mas, por nocivas que las faltas sean en sí mismas, lo son más aún en sus consecuencias cuando producen la inquietud, el desaliento y a veces la desesperación. Por el contrario, la paz en el arrepentimiento es muy deseable. «Santa Catalina de Sena cometía algunas faltas, y afligiéndose por este motivo ante el Señor, hízola entender que su arrepentimiento sencillo, pronto y vivo y lleno de confianza, le complacía más de lo que había sido ofendido por las faltas. Todos los santos han tenido faltas, y a veces los mayores las han tenido considerables, como David y San Pedro, y jamás quizá hubieran llegado a santidad tan encumbrada si no hubieran cometido faltas y faltas muy grandes. Todo concurre al bien de los elegidos -dice San Pablo-; hasta sus pecados -comenta San Agustín-.»
Existe, en efecto, el arte de utilizar nuestras faltas, y consiste el gran secreto en soportar con sincera humildad, no la falta misma, ni la injuria hecha a Dios, sino la humillación interior, la confusión impuesta a nuestro amor propio; de suerte que nos abismemos en la humildad confiada y tranquila. ¿No es el orgullo la principal causa de nuestros desfallecimientos? Poderoso medio para evitar sus efectos, será aceptar la vergüenza, confesando que se la tiene merecida. Con sobrada facilidad eludimos las otras humillaciones, persuadiéndonos de que son injustas, ¿pero cómo no sentir la dura lección de nuestras faltas, siendo así que ellas ponen de manifiesto tanto nuestra nativa depravación como nuestra debilidad en el combate? La humillación bien recibida produce la humildad, y la humildad a su vez, recordándonos sin cesar ya sea el tiempo que hemos de recuperar, ya las faltas cuyo perdón necesitamos implorar, alimenta la compunción de corazón, estimula la actividad espiritual y nos torna misericordiosos para con los demás.


jueves, 27 de junio de 2019

ACUÉRDATE QUE NO TIENES MAS DE UN ALMA


214.- ¿Por ventura, hermano, haste salvado? A lo que el difunto respondió: ¡Oh! ¡Maldito sea el día en que nací! ¡Maldito el día en que mi madre me parió! ¡Y maldito el hombre que le llevó a mi padre la nueva de que le había nacido un hijo, y no me mató antes de nacer, para que mi madre fuera mi sepultura, y su vientre mi túmulo sempiterno! ¡Ay de mí, para qué salí a luz! ¡Ay de mí para qué me criaron los pechos de una ama, como a los demás! ¡Que, a no ser así, ni me hubiera alcanzado la sentencia de muerte eterna que hoy tengo sobre mí, ni me poseyera este fuego infernal, en que arde contra mí la sentencia divina!
215.- ¿Qué me preguntas por mi salvación? pregúntame antes por mi condenación, infeliz, pues por justo juicio de DIOS estoy condenado al infierno, POR TODO EL ESPACIO DEUNA ETERNIDAD!
216.- ¡Ay, desdichado fraile!, replicó el anciano, y ¿de dónde te vino tanta desdicha? De 5 rosarios que me dio un amigo y recibí sin licencia de mi Prelado, con ánimo de repartirlos a mis deudos, y nunca se los manifesté, para tenerlos lícitamente con su permisión, y menos lo confesé, por no parecerme culpa considerable, aunque algunas veces sentía las reprensiones de mi conciencia, excusando siempre el delito con que la materia era poca; pero en el juicio de DIOS es gravísimo cargo el que a los hombres parece pequeño, y muchas veces ninguno, y llegado a él lo conocí muy a costa mía, y que no era leve la materia, ni de poca monta el negocio, sino grave y de más importancia que yo juzgaba.
Tanto que por él, y por no haberlo confesado como debía, remordiéndome tanto la conciencia, fui condenado al infierno.
217.- Y, para mayor evidencia de lo que digo, hallarás los rosarios debajo del escaño que está en el Oratorio. Dicho esto desapareció, dejándole sobremanera triste. Venida la mañana dio parte al Superior de lo referido, y ambos fueron al Oratorio, y hallaron los 5 rosarios en el lugar señalado, y de valor y precio bastante para su condenación.
218.- Mírate en este espejo y considera cuán estrecha y menuda es la cuenta de aquel juicio en que presto te has de hallar, y qué peligro corre tu alma. Si la de un Religioso tan observante fue condenada por culpa, a sus ojos poco grave, y mayor que a los nuestros en los ojos de Dios, que por ventura fue la primera y última que cometió en su vida, y por no haberla confesado y hecho de ella la penitencia que debía, la hace ahora tan rigurosa, como has visto, y hará eternamente en el infierno; mira si has hecho tú muchos pecados, y mayores que no éste, y, si él se condenó, mejor lo mereces tú, y si él se halló atajado en la cuenta, mucho más te hallarás tú, si no hicieres penitencia, confesando enteramente tus pecados.
219.- Atiende al, remordimiento de tu conciencia y a las aldabas que da DIOS a tu corazon, responde a sus inspiraciones, y acaba de resolverte en mejorar de vida, si quieres gozar la eterna, Carga un rato el peso de la consideración en la terribilidad de aquellas llamas, y en las tremendas cadenas con que está preso en aquellos obscuros y penosos calabozos, en compañía de los demonios y condenados, el que vivió en la de tales y tan buenos Religiosos, y había de reinar con los Ángeles y Santos en el cielo.
220.- Cava en la acerbidad de aquellas penas; mírale delante de ti gimiendo su desventura, sin esperanza de alivio, y sin que le valga la buena intención que tuvo de ayudar en el espíritu a sus parientes; porque no hay excusa para quebrantar los mandamientos de DIOS, con cuya infinita misericordia se compadece tan acerba pena, por un pecado cometido, y no llorado, dilatada por una eternidad sin fin. Y pues te da a ti el tiempo y ocasión que negó a
este, lógrale tú, haciendo debida penitencia de tus culpas, y
ordenando tu vida de tal suerte, que te halle siempre el Señor
aparejado para darle buena cuenta,
y llevarte consigo a la
bienaventuranza de su gloria.

NI HAY MAS DE UNA GLORIA Y ESTA ES ETERNA
Nota. Después de haber dedicado casi todo el tema al infierno lo cual nos deja un mal sabor de boca, hablemos aunque sea un poco del cielo, recordando aquellas palabras del apóstol san Pablo: “Ni ojo vio, ni oído oyó y ni lengua sabrá explicar los tesoros que Dios nos tiene preparados en el cielo” Es que difícil cosa es explicar la visión beatifica que envuelve y penetra a los bienaventurados.

221.- Ni los ojos vieron, ni los oídos oyeron, ni en corazón de hombre cupo lo que preparó DIOS para los que le aman. Tan crecido, dice S. Agustín, es aquel premio, que ni los ojos ni los oídos, ni el corazón humano, son capaces de comprender su grandeza; porque todo lo visible es corto, y cuanto se oye de aquella gloria es poco, y lo que se piensa no iguala con su grandeza.
222.- Tal es y tan soberana, que ni alcanza la imaginación a representarla como es, ni el entendimiento a conocerla, ni se podrá entender, hasta que desnudos de este cuerpo mortal tire DIOS la cortina y eleve con la luz de su gloria nuestro corto caudal a conocer su grandeza.
223.- Hágase mi ramillete, dice S. Agustín, de todas las cosas gustosas y honrosas que hay en lo visible, y sacada una quinta esencia de ellas es nada respecto de una sola gota de la bienaventuranza con que premia DIOS a los suyos.
224.- Conforme a lo cual dijo S. Gregario aquella sentencia: si consideramos cuántos y cuáles son los bienes que nos son prometidos en el cielo despreciaremos por viles cuantos hay en la tierra; porque todo lo terreno comparado con lo celestial y eterno, por rico, que sea, es nada, y por deleitoso que parezca es carga, no alivio, nada satisface, nada consuela, todo lo de acá deja el corazón vacío. En tu gloria, Señor, hay hartura sin fatiga, y gozo sin temor, satisfacción sin límite, alegría sin tristeza, descanso sin sobresalto, paz con seguridad, salud sin enfermedad, consuelo sin lágrimas, vida sin muerte, eternidad sin fin, amor sin dolor, en una palabra: posesión de DIOS, sin perderle jamás, en que se dice todo. 225.- Porque DIOS es el Sumo Bien en quien están todas las felicidades juntas, y su vista es la bienaventuranza, .con que tiene un alma la suma felicidad, semejante en todo a Él: cuando se manifestare seremos semejantes a DIOS, porque le veremos como es. Más gloria ha de tener el menor de todos los bienaventurados, que cabe en todo el mundo junto, y sólo ver y comunicar al menor de todos es de mayor gozo que poseer todo lo terreno.
226.- Escribe Ludovico Blosio que, regalando un día DIOS a Santa Mectildis, le dijo: porqué conozcas más mi piedad te quiero mostrar el menor de mis Bienaventurados. Abrió los ojos la Santa y vio cerca de sí un varón de inexplicable hermosura, coronado como Rey, y con tal majestad, que sólo mirarle era de mayor deleite que gozar de cuanto tiene el mundo.
227.- Preguntóle Santa Mectildis: ¿quién sois vos, Señor, y cómo llegasteis a tan soberana felicidad? Yo soy, respondió, el menor de los Cortesanos del cielo. Cuando viví entre los hombres fui un ladrón, que me ejercité en robar. Más porque obraba por ignorancia y mal natural heredado de mis padres, la Majestad de DIOS tuvo piedad de mí, y me dio gracia y lugar de penitencia.
Rematé en ella mi vida, y después de haber purgado mis pecados por espacio de 100 años en el Purgatorio, vine a la felicidad que ves, la cual ni puede tener fin, ni tiene comparación.
228.- Pues si tales la gloria del menor de los Bienaventurados, ¿cuál será la de los mayores? Y ¿cuáles los premios que DIOS tiene apercibidos para los que le temen? Allí, dice S. Cipriano, cesarán todos los males y serán consumados los bienes. Allí no habrá frío, ni calor, hambre ni sed; allí habrá hartura que no canse, satisfacción que no empalague, gozo que llene, consuelo que alegre, compañía que regocije.
229.- Allí se cumplirán los deseos, tendrán satisfacción los apetitos, la carne estará deificada, y en suma concordia con el espíritu. Allí cada sentido tendrá su propio y cumplidísimo gozo, los ojos viendo cosas tan gloriosas, los oídos oyendo la música de los Ángeles, el tacto regalado con aquel temple celestial, el olfato con la suavidad del cielo, el gusto paladeado con aquella dulzura inefable.
230.- Las potencias del alma tendrán el pasto a satisfacción de su capacidad, entendiendo, cómo es DIOS, recreándose perpetuamente con su memoria, alegrándose con su vista, y uniéndose la voluntad con El íntimamente, satisfaciendo en uno todos los deseos; y esto no por Un día o por una semana, ni por un año o un siglo, SINO POR UNA ETERNIDAD, para mientras DIOS fuere DIOS.




miércoles, 26 de junio de 2019

PRESENCIA DE SATAN EN EL MUNDO MODERNO


Iglesia católica dinamitada en china
Ya no se trata de conquistar solamente el mundo terrestre, sino el universo astral. Y todo eso no es más que truhanería, vana demostración de poder; ¡todo eso no es más que vanidad y desesperación! Mientras tanto los hombres se multiplican con un ritmo que espanta a ciertos hombres de Estado; se hacen cálculos sobre el número de habitantes que puede alimentar el planeta; se siente pavor ante el pensamiento de los "mil millones de bols de arroz" que se necesitarán de aquí a cuarenta años, o quizá antes, para la China solamente. Y sólo se ven dos soluciones: ¡o sacar en los flancos de las madres la fuente de la vida, o destruir gran parte de la humanidad en una guerra monstruosa! ¡He ahí a Lo que llega divinizar al hombre! ¡Digamos antes bien: satanizar! Mentira y contradicción, tal es el primer síntoma de la presencia de Satán en el mundo moderno.
Satán, homicida
Pero el segundo síntoma, a saber el de los atentados o de las amenazas contra la vida humana, no es menos visible.
Si existe una particularidad, en efecto, por la cual nuestro mundo actual difiere de los siglos que nos han precedido, es el acrecentamiento prodigioso de los medios para matar.
Desde todos los tiempos, desde Caín y Abel — y esto se remonta a nuestros primerísimos orígenes —, ha habido guerras. Si Satán, según las palabras de Cristo, es "homicida desde el principio, es porque ha estado no solamente presente en todas las luchas fratricidas entre los hombres, sino que debemos considerarlo como el instigador secreto de todas esas luchas. Los progresos en el arte de matar son progresos satánicos. Ahora bien, estos progresos son propios de todas las épocas. Más aún, ¡es raro que un progreso aun benéfico no tenga su origen en la guerra! El mundo actual gasta más miles de millones para preparar la próxima guerra, sabiendo que quizá signifique el fin de la humanidad, que lo que gasta para cualquier otro objeto importante en la vida de los hombres. Si todos los miles de millones gastados para la próxima guerra, y todos los dilapidados en las guerras más recientes, hubieran sido empleados en propagar la verdadera fe en el mundo, en combatir la miseria y la ignorancia, en hacer retroceder el hambre y el crimen, la faz del mundo sería completamente distinta. Pero no es ni siquiera necesario que estemos en guerra para sufrir las amenazas que ésta hace pesar sobre nosotros.
Cuanto más se multiplican nuestros medios de comunicación, gracias al progreso del cual estamos tan orgullosos, más se han suprimido las distancias, más los hombres viven en aire confinado, por decirlo así, y están envenenados a hora fija, todos los días, por las noticias que nos llegan del mundo entero y que, bajo una forma u otra, nos hablan de odio, de conflictos, de catástrofes posibles, de medios de matar, inéditos y formidables.
¡El temor a la guerra hará con el tiempo tantos estragos en las almas como la guerra misma! ¡Vivimos la más extraña de las vidas y la más inhumana! Desde que hemos matado a Dios, para hablar como Nietzsche, no hay más paz para los hombres y están condenados a hablar siempre de la paz, pero como se habla de un ausente, de un ideal lejano, de un sueño, de una quimera tal vez, puesto que al mismo tiempo los hombres no cesan de trabajar para acrecentar su capacidad de matar, es decir, su fuerza militar. Los unos trabajan en ello por desconfianza, los otros por ambición secreta, con desafíos recíprocos, amenazas, alusiones a la posibilidad muy próxima de un conflicto y de un conflicto mundial, en el sentido de que sería la señal del fin del mundo.
Satán a través del mundo
¿Debemos hacer alguna distinción entre las diversas regiones del mundo moderno en lo que toca a los síntomas de la presencia de Satán? Sería muy asombroso que no estuviera presente en determinados lugares más que en otros.
En un libro que ha sido vivamente discutido y en el cual, junto con algunos rasgos brillantes o aceptables, encontramos puerilidades, opiniones heréticas, sobre las cuales volveremos, hasta blasfemias inconscientes, Giovanni Papini ha intitulado uno de sus cortos capítulos: La Tierra prometida de Satán. Con curiosidad deseamos saber cuál es esta tierra. ¿A qué pueblo puede atribuírsele el nombre de hijo mayor de Satán? ¡No sin estupefacción descubrimos, por Papini, que esta tierra es Francia y que ese pueblo somos nosotros! "Se ha escrito copiosamente, desde Julio César —dice Papini— sobre la «dulce Francia», pero nadie, creo, ha hecho sobre ese país el extraño descubrimiento que enuncio aquí: Francia es la tierra prometida del satanismo."
Extraño descubrimiento en efecto. Y Papini insiste. No es novela lo que pretende escribir. Es un hecho que comprueba, asegura él: "Una complacencia perfectamente consciente del mal por el mal, un gusto por la perversión cruel, una teoría y una práctica de la rebelión contra Dios y contra toda ley moral, particularmente la ley cristiana."
Pero como Papini muestra, a lo largo de su libro, una indulgencia muy acentuada por Satán, no quiere que se interprete mal su aseveración, tan poco halagadora para nosotros:
"Quiero inmensamente a Francia — precisa —, su arte, su literatura, y su civilización; no tengo, pues, ninguna intención de calumniarla.
Y para demostrar que no hablo ni al azar, ni en broma, me veo obligado a producir una larga enumeración de nombres de obras." Y cita efectivamente un buen número de escritores nuestros. Cosa curiosa, no son siempre los que citaríamos nosotros como habiendo tenido "tendencias satánicas". Ni una palabra de Voltaire, de Diderot, de d'Alembert, de d'Holbach, de Condorcet. En cambio encuentra satanismo hasta en autores católicos: Georges Bernanos y Francois Mauriac.
Todo esto no es muy serio. Si la Revolución Francesa, en gran número de sus aspectos y de sus acontecimientos — no en todos —, puede ser considerada como satánica, es imposible olvidar que corrió, durante mucho tiempo, un proverbio según el cual se hablaba en la Iglesia de las Gesta Dei per Francos. Desgraciadamente desde hace dos siglos es igualmente posible hablar de la Gesta Diaboli per Francos.
Todo el problema para nosotros está en saber si nos hemos curado de esa servidumbre satánica y si queremos, sí o no, volver a nuestra secular tradición de luz y de verdad en la caridad divina.
Diversos grados de presencia satánica
Dejando de lado las vanas lucubraciones de Papini, vamos a tratar de hacernos una idea más exacta de la acción de Satán en el universo que habitamos, en este año 1959.
Un primer punto nos parece muy seguro: Satán actúa en ciertos países más que en otros. Surge de ahí un segundo punto no menos evidente, a saber que es posible distinguir los grados de presencia de Satán en el seno de los pueblos, algo análogo a los grados de presencia que hemos discernido entre los individuos. Hemos dicho que la acción de Satán va creciendo de la tentación a la infestación y de la infestación a la posesión. Tiene pues que haber países poseídos, países infestados y países simplemente tentados por Satán.
Hasta aquí nada de inverosímil. La dificultad surge cuando queremos hacer la aplicación práctica de estos planteos lógicos.
Lo que vamos a decir es un punto de vista personal y no compromete más que a nosotros mismos.
El país en el seno del cual advertimos actualmente la presencia de Satán en el más alto grado, es decir en el grado de la "posesión colectiva", no vacilemos en decirlo, es la China Popular. Lo que sabemos de ella, de lo que pasa detrás de la "cortina de bambú", es literalmente diabólico: ¡inmenso país que contiene a un cuarto de la humanidad! Inmenso país sometido a un régimen de una dureza, de un poder, de una eficacia increíbles; inmenso país donde la mentira por una parte y el desprecio de la vida humana por la otra, éstos dos síntomas de la presencia de Satán, ejercen sus estragos de una manera más violenta y más generalizada que en ninguna otra parte.
 Si el comunismo ateo existe a base de mentiras, por su negación de Dios, del alma, su negación de toda espiritualidad, debemos decir que en ninguna parte la mentira triunfa como en China Roja. Un observador norteamericano, John Strohm, que acaba de ser admitido para que pase allí varias semanas y que ha podido ver, leer y oír muchas cosas que sabíamos por otra parte, pero en forma más vaga y menos precisa, atestigua que la China vive sobre la mentira de la "agresión norteamericana", de la cual se sirven los dirigentes chinos por más que saben que esta agresión es un mito, para azuzar a su pueblo, para obligarlo a sufrir, en plena paz, un régimen de estado de sitio, para impulsarlo no solamente al trabajo, lo cual sería bueno, sino al armamento febril, al odio más agresivo y quizá a las aventuras más catastróficas.

Pero este observador, muy atento desde el punto de vista económico y político, no habla de los aspectos religiosos del problema.
Ahora bien, la China, con respecto a la religión, tenía el culto, sobre todo, de los antepasados y de la familia, unido a un cierto culto por ídolos. ; El número de cristianos no superaba los tres o cuatro millones, sobre seiscientos cuarenta, o sea uno por doscientos! Pero esta modesta y valiente Iglesia de China está siendo "liquidada", como se dice en el grosero lenguaje del comunismo. La persecución se ha enconado en la forma más brutal contra los europeos, luego contra los mejores entre los cristianos. Su mayor triunfo, sin embargo, ha consistido en arrastrar al cisma una parte demasiado grande de la Iglesia católica misma, mediante la consagración de un número considerable de obispos elegidos del pueblo, pero separados de todo vínculo con Roma.

martes, 25 de junio de 2019

Testimonio impresionante de un alma condenada, acerca de lo que la llevó al Infierno.


Cuando mis padres, entonces solteros, se mudaron del campo a la ciudad, perdieron el contacto con la Iglesia. Era mejor así. Mantenían relaciones con personas desvinculadas de la religión. Se conocieron en un baile, y se vieron "obligados" a casarse seis meses después. En la ceremonia nupcial, recibieron solo unas gotas de agua bendita, las suficientes para atraer a mamá a la misa dominical unas pocas veces al año. Ella nunca me enseñó verdaderamente a rezar. Todo su esfuerzo se agotaba en los trabajos cotidianos de la casa, aunque nuestra situación no era mala. Palabras como rezar, misa, agua bendita, iglesia, sólo puedo escribirlas con íntima repugnancia, con incomparable repulsión. Detesto profundamente a quienes van a la Iglesia y, en general, a todos los hombres y a todas las cosas. Todo es tormento. Cada conocimiento recibido, cada recuerdo de la vida y de lo que sabemos, se convierte en una llama incandescente.
Y todos estos recuerdos nos muestran las oportunidades en que despreciamos una gracia. Cómo me atormenta esto! No comemos, no dormimos, no andamos sobre nuestros pies. Espiritualmente encadenados, los réprobos contemplamos desesperados nuestra vida fracasada, aullando y rechinando los dientes, atormentados y llenos de odio. ¿Entiendes? Aquí bebemos el odio como si fuera agua. Nos odiamos unos a otros. Más que a nada, odiamos a Dios. Quiero que lo comprendas. Los bienaventurados en el cielo deben amar a Dios, porque lo ven sin velos, en su deslumbrante belleza. Esto los hace indescriptiblemente felices. Nosotros lo sabemos, y este conocimiento nos enfurece. Los hombres, en la tierra, que conocen a Dios por la Creación y por la Revelación, pueden amarlo. Pero no están obligados a hacerlo.
El creyente - te lo digo furiosa - que contempla, meditando, a Cristo con los brazos abiertos sobre la cruz, terminará por amarlo. Pero el alma a la que Dios se acerca fulminante, como vengador y justiciero porque un día fue repudiado, como ocurrió con nosotros, ésta no podrá sino odiarlo, como nosotros lo odiamos. Lo odia con todo el ímpetu de su mala voluntad. Lo odia eternamente, a causa de la deliberada resolución de apartarse de Dios con la que terminó su vida terrenal. Nosotros no podemos revocar esta perversa voluntad, ni jamás querríamos hacerlo.
¿Comprendes ahora por qué el infierno dura eternamente? Porque nuestra obstinación nunca se derrite, nunca termina. Y contra mi voluntad agrego que Dios es misericordioso, aún con nosotros. Digo "contra mi voluntad" porque, aunque diga estas cosas voluntariamente, no se me permite mentir, que es lo que querría. Dejo muchas informaciones en el papel contra mis deseos. Debo también estrangular la avalancha de palabrotas que querría vomitar. Dios fue misericordioso con nosotros porque no permitió que derramáramos sobre la tierra el mal que hubiéramos querido hacer. Si nos lo hubiera permitido, habríamos aumentado mucho nuestra culpa y castigo. Nos hizo morir antes de tiempo, como hizo conmigo, o hizo que intervinieran causas atenuantes.
Dios es misericordioso, porque no nos obliga a aproximarnos a El más de lo que estamos, en este remoto lugar infernal. Eso disminuye el tormento. Cada paso más cerca de Dios me causaría una aflicción mayor que la que te produciría un paso más rumbo a una hoguera.
Te desagradé un día al contarte, durante un paseo, lo que dijo mi padre pocos días antes de mi comunión: "Alégrate, Anita, por el vestido nuevo; el resto no es más que una burla". Casi me avergüenzo de tu desagrado. Ahora me río. Lo único razonable de toda aquella comedia era que se permitiera comulgar a los niños a los doce años. Yo ya estaba, en aquel entonces, bastante poseída por el placer del mundo. Sin escrúpulos, dejaba a un lado las cosas religiosas. No tome en serio la comunión. La nueva costumbre de permitir a los niños que reciban su primera comunión a los 7 años nos produce furor (esta sana costumbre la introdujo San Pío X). Empleamos todos los medios para burlarnos de esto, haciendo creer que para comulgar debe haber comprensión. Es necesario que los niños hayan cometido algunos pecados mortales. La blanca Hostia será menos perjudicial entonces, que si la recibe cuando la fe, la esperanza y el amor, frutos del bautismo - escupo sobre todo esto - todavía están vivos en el corazón del niño.
¿Te acuerdas que yo pensaba así cuando estaba en la tierra? Vuelvo a mi padre. Peleaba mucho con mamá. Pocas veces te lo dije, porque me avergonzaba. Qué cosa ridícula la vergüenza! Aquí, todo es lo mismo. Mis padres ya no dormían en el mismo cuarto. Yo dormía con mamá, papá lo hacía en el cuarto contiguo, donde podía volver a cualquier hora de la noche. Bebía mucho y se gastó nuestra fortuna. Mis hermanas estaban empleadas, decían que necesitaban su propio dinero. Mamá comenzó a trabajar. Durante el último año de su vida, papá la golpeó muchas veces, cuando ella no quería darle dinero. Conmigo, él siempre fue amable. Un día te conté un capricho del que quedaste escandalizada. ¿Y de qué no te escandalizaste de mí? Cuando devolví dos veces un par de zapatos nuevos, porque la forma de los tacos no era bastante moderna.
En la noche en que papá murió, víctima de una apoplejía, ocurrió algo que nunca te conté, por temor a una interpretación desagradable. Hoy, sin embargo, debes saberlo. Es un hecho memorable: por primera vez, el espíritu que me atormenta se acercó a mí. Yo dormía en el cuarto de mamá. Su respiración regular revelaba un sueño profundo. Entonces, escuché pronunciar mi nombre. Una voz desconocida murmuró: "¿Qué ocurrirá si muere tu padre?"
Ya no lo quería a papá, desde que había empezado a maltratar a mi madre. En realidad, no amaba absolutamente a nadie: sólo tenía gratitud hacia algunas personas que eran bondadosas conmigo. El amor sin esperanza de retribución en esta tierra solamente se encuentra en las almas que viven en estado de gracia. No era ése mi caso. "Ciertamente, él no morirá", le respondí al misterioso interlocutor. Tras una breve pausa, escuché la misma pregunta. "El no va a morir!", repliqué con brusquedad. Por tercera vez, me preguntaron: "Qué ocurrirá si muere tu padre?". Me representé en ese momento en la imaginación el modo como mi padre volvía muchas veces: medio ebrio, gritando, maltratando a mamá, avergonzándonos frente a los vecinos. Entonces, respondí con rabia: "Bien, es lo que se merece. ¡Que muera!". Después, todo quedó en silencio.
A la mañana siguiente, cuando mamá fue a ordenar el cuarto de papá, encontró la puerta cerrada. Al mediodía, la abrieron por la fuerza. Papá, semidesnudo, estaba muerto sobre la cama. Al ir a buscar cerveza al sótano, debió sufrir una crisis mortal. Desde hacía tiempo que estaba enfermo. (¿Habrá hecho depender Dios de la voluntad de su hija, con la que el hombre fue bondadoso, la obtención de más tiempo y ocasión de convertirse?).
Marta K. y tú me hicieron ingresar en la asociación de jóvenes. Nunca te oculté que consideraba demasiado "parroquiales" las instrucciones de las dos directoras, las señoritas X. Los juegos eran bastante divertidos. Como sabes, llegué en poco tiempo a tener allí un papel preponderante. Eso era lo que me gustaba. También me gustaban las excursiones. Llegué a dejarme llegar algunas veces a confesar y comulgar. Para decir la verdad, no tenía nada para confesar. Los pensamientos y las palabras no significaban nada para mí. Y para acciones más groseras todavía no estaba madura.
Un día me llamaste la atención: "Ana, si no rezas más, te perderás". Realmente, yo rezaba muy poco, y ese poco siempre a disgusto, de mala voluntad. Sin duda tenías razón. Los que arden en el infierno o no rezaron, o rezaron poco. La oración es el primer paso para llegar a Dios. Es el paso decisivo. Especialmente la oración a Aquella que es la madre de Cristo, cuyo nombre no nos es lícito pronunciar. La devoción a Ella arranca innumerables almas al demonio, almas a las que sus pecados las habrían lanzado infaliblemente en sus manos.
Furiosa continúo, porque estoy obligada a hacerlo, aunque no aguanto más de tanta rabia. Rezar es lo más fácil que se puede hacer en la tierra. Y justamente de esto, que es facilísimo, Dios hace depender nuestra salvación. Al que reza con perseverancia, paulatinamente Dios le da tanta luz, y lo fortalece de tal modo, que hasta el más empedernido pecador puede recuperarse, aunque se encuentre hundido en un pantano hasta el cuello. Durante los últimos años de mi vida ya no rezaba más, privándome así de las gracias, sin las que nadie se puede salvar.
Aquí, no recibimos ningún tipo de gracia. Aunque la recibiéramos, la rechazaríamos con escarnio. Todas las vacilaciones de la existencia terrenal terminaron en esta otra vida. En la tierra, el hombre puede pasar del estado de pecado al estado de gracia. De la gracia, se puede caer al pecado. Muchas veces caí por debilidad; pocas, por maldad. Con la muerte, cada uno entra en un estado final, fijo e inalterable. A medida que se avanza en edad, los cambios se hacen más difíciles. Es cierto que uno tiene tiempo hasta la muerte para unirse a Dios o para darle las espaldas. Sin embargo, como si estuviera arrastrado por una correntada, antes del tránsito final, con los últimos restos de su voluntad debilitada, el hombre se comporta según las costumbres de toda su vida.
El hábito, bueno o malo, se convierte en una segunda naturaleza. Es ésta la que lo arrastra en el momento supremo. Así ocurrió conmigo. Viví año entero apartado de Dios. En consecuencia, en el último llamado de la gracia, me decidí contra Dios. La fatalidad no fue haber pecado con frecuencia, sino que no quise levantarme más. Muchas veces me invitaste para que asistiera a las predicaciones o que leyera libros de piedad. Mis excusas habituales eran la falta de tiempo. ¿Acaso podría querer aumentar mis dudas interiores? Finalmente, tengo que dejar constancia de lo siguiente: al llegar a este punto crítico, poco antes de salir de la "Asociación de Jóvenes", me habría sido muy difícil cambiar de rumbo. Me sentía insegura y desdichada. Pero frente a la conversión se levantaba una muralla.
No sospechaste que fuera tan grave. Creías que la solución era tan simple, que un día me dijiste: "Tienes que hacer una buena confesión, Ani, todo volverá a ser normal". Me daba cuenta que sería así. Pero el mundo, el demonio y la carne, me retenían demasiado firme entre sus garras. Nunca creí en la influencia del demonio. Ahora, doy testimonio de que el demonio actúa poderosamente sobre las personas que están en las condiciones en que yo me encontraba entonces. Sólo muchas oraciones, propias y ajenas, junto con sacrificios y sufrimientos, podrían haberme rescatado. Y aún esto, poco a poco.
Si bien hay pocos posesos corporales, son innumerables los que están poseídos internamente por el demonio. El demonio no puede arrebatar el libre albedrío de los que se abandonan a su influencia. Pero, como castigo por su casi total apostasía, Dios permite que el "maligno" se anide en ellos. Yo también odio al demonio. Sin embargo, me gusta, porque trata de arruinarlos a todos ustedes: él y sus secuaces, los ángeles que cayeron con él desde el principio de los tiempos. Son millones, vagando por la tierra. Innumerables como enjambres de moscas; ustedes no los perciben. A los réprobos no nos incumbe tentar: eso les corresponde a los espíritus caídos.
Cada vez que arrastran una nueva alma al fondo del infierno, aumentan aún más sus tormentos. Pero, ¡de qué no es capaz el odio! Aunque andaba por caminos tortuosos, Dios me buscaba. Yo preparaba el camino para la gracia, con actos de caridad natural, que hacía muchas veces por una inclinación de mi temperamento. A veces, Dios me atraía a una Iglesia. Allí, sentía una cierta nostalgia. Cuando cuidaba a mi madre enferma, a pesar de mi trabajo en la oficina durante el día, haciendo un sacrificio de verdad, los atractivos de Dios actuaban poderosamente. Una vez fue en la capilla del hospital, adonde me llevaste durante el descanso del mediodía. Quedé tan impresionada, que estuve sólo a un paso de mi conversión. Lloraba. Pero, en seguida, llegaba el placer del mundo, derramándose como un torrente sobre la gracia. Las espinas ahogaron el trigo. Con la explicación de que la religión es sentimentalismo, como siempre se decía en la oficina, rechacé también esta gracia, como todas las otras.
En otra ocasión, me llamaste la atención porque, en lugar de una genuflexión hasta el piso, hice solamente una ligera inclinación con la cabeza. Pensaste que eso lo hacía por pereza, sin sospechar que, ya entonces, había dejado de creer en la presencia de Cristo en el Sacramento. Ahora creo, aunque sólo materialmente, tal como se cree en la tempestad, cuyas señales y efectos se perciben.

lunes, 24 de junio de 2019

TRATADO DE LA SANTISIMA EUCARISTI.A D. GREGORIO ALASTRUEY


INTRODUCCION

Vamos a intentar, no sin temor y reverencia, la exposición del Tratado de la Eucaristía, sacramento el más noble y principal de todos, continuación y extensión en cierto modo de la Encarnación por los frutos ubérrimos de redención que nos comunica, centro y ornamento de toda la religión de Cristo y consuelo suavísimo de nuestra peregrinación.
Porque en este Sacramento, como dice San Buenaventura. «está el verdadero cuerpo, la carne inmaculada de Cristo, como para comunicarse a nosotros y, a la vez, como para unimos a Él y en El transformamos por una caridad ardentísima, en virtud de la cual se dio a nosotros, se restituyó en nosotros y está hasta el fin del mundo con nosotros» y Santo Tomás: «Ningún sacramento es más saludable que éste; por él se purgan los pecados, se aumentan las virtudes y la mente se llena con la abundancia de todos los carisma s espirituales, Y nadie, finalmente, puede expresar la suavidad de este sacramento, por el cual se gusta en su  fuente la dulzura espiritual y se recuerda la memoria de aquella ardentísima caridad que Cristo mostró en su Pasión» 2.
De ahí que Su Santidad el Papa León XIII llame a la Eucaristía (don divinísimo salido de lo intimo del corazón del mismo Redentor. que desea ardientemente esta singular unión de él con los hombres, ordenada principalmente a prodigarles con largueza los ubérrimos frutos de su redención.
Porque ¿qué hay más grande o más apetecible que hacerse en lo posible partícipe y consorte de la divina naturaleza? Pues esto que Cristo nos da en la Eucaristía, con la cual une a sí más estrechamente al hombre ya elevado a la vida divina con el don de la gracia» , Nadie, pues, podrá alabar jamás con su lengua ni honrar suficientemente con su veneración un sacramento tan grande y abundante en toda virtud, cuanto lo reclama su dignidad.
Orden del “tratado”._ Se puede considerar la Santísima Eucaristía como sacramento y como sacrificio; de ahí que el presente Tratado tenga dos partes, una de las cuales trata de la Santísima Eucaristía en cuanto que es sacramento, y la otra, de la misma en cuanto que es sacrificio.
Pero, aunque el sacrificio sea primero que el sacramento, puesto que antes se ofrece Cristo que se da, y es primero hostia que manjar, sin embargo, no nos apartamos del orden establecido, conforme al cual ha sido uso anteponer el estudio del sacramento al del sacrificio.
Enc. Mirae caritatis, 28 mayo 1902,

ARTICULO I
DEL NOMBRE. FIGURAS. SÍMBOLOS O EMBLEMAS Y NOCIÓ
GENÉRICA .DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA
l." NOMBRES DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA. 1) Eucaristía. €úzaptotia, del griego €úzapiG€w, quiere decir «buena gracia» o «acción de gracias”: a) buena gracia ya porque contiene en sí a Cristo que es verdadera gracia y fuente de todas las otras; ya porque por ella son impetradas gracias ubérrimas; ya porque presignifica la vida eterna de la cual escribe el Apóstol (Rom. 6. 23): Gracia de Dios es la vida eterna; b) acción de gracias tanto porque a su institución precedió una acción de gracias hecha por Cristo (Mt. 26. 27), como porque nada se puede ofrecer más agradable que esta santísima hostia para dar a Dios gracias por todos los beneficios. Y este nombre de Eucaristía fue ya usado antiguamente por los Padres, como San Ignacio,  San Justino,  San Cipriano 3, San Cirilo de Jerusalén 4, etc.
2) Se han dado también otros nombres a la Santísima Eucaristía; así ha sido llamada:
a) Por las circunstancias de su institución: Cena, Cena del Señor, porque fue instituida por Cristo en la última cena; Mesa del Señor, porque Cristo la instituyó estando a la mesa con sus apóstoles, Nuevo Testamento, porque fue la última disposición de Cristo horas antes de morir; Ágape, porque acompañaban en la primitiva Iglesia a la Eucaristía convites de caridad.
b) Por la materia de pan y vino en que se consagra y cuyos accidentes permanecen después de la consagración, se dice pan, pan de Cristo" pan celestial, pan de vida, pan de ángeles, pan del alma, pan sobrenatural, vino que engendra vírgenes, cáliz de salud perpetua, etc.
c) Por razón del contenido se le llama cuerpo y sangre de Cristo, cuerpo del Señor, sacramento del cuerpo de Cristo, celebración del cuerpo y sangre de Cristo, porque en este sacramento bajo las especies sacramentales están contenidos el cuerpo y la sangre del Señor. Y precisamente de esto toma su inefable dignidad este sacramento, porque así como en otro tiempo el lugar más recogido y venerable del templo entre los judíos fue llamado Santo de los Santos, así también el sacramento de la Eucaristía, que entre los cristianos tiene mayor veneración que los otros misterios, ha sido llamado Sacramento de los Sacramentos, Misterio de los misterios, Santo del Señor, Santo de los Santos, augusto Sacramento y sencillamente Sacramento por antonomasia 5.
d) Por los ritos que se usan en la preparación y distribución de la Eucaristía se la denomina bendición, sacramento de bendición, cáliz de bendición, porque Cristo bendijo el pan al instituir la Eucaristía (Mt. 26, 26; 1 Cor. 1 o, 16); fracción del pan, liturgia y. asimismo, por el lugar en que se celebra, Sacramento del altar,
f) Por los efectos se llama comunicación de la sangre de Cristo, participación del cuerpo del Señor (1 Coro 10, e), y en el uso eclesiástico, synaxis, comunión, porque con la comunicación del cuerpo y de la sangre de Cristo los fieles se asocian no sólo a Cristo Señor, sino también entre sí; sacramento y vínculo de caridad, por la misma razón; finalmente viático, esto es subsidio o provisión para el camino de la patria celestial.

2.0 FIGURAS DE LA EUCARISTIA.

De muchas maneras fue prefigurada la Santísima
Eucaristía en el Antiguo y Nuevo Testamento.

a) Convenía ciertamente que la Eucaristía estuviese prefigurada en el Antiguo Testamento; porque, como dice Santo Tomás, «este sacramento es especialmente un memorial de la pasión de Cristo; y convenía que la pasión de Cristo, por la cual nos redimió, fuese prefigurada para que la fe de los antiguos se encaminase hacia el Redentor 6.         
Cuatro fueron las principales figuras de la Santísima Eucaristía en el Antiguo Testamento: la oblación de Melquisedec, que ofreció pan y vino (Gen. 14, 18); diversos sacrificios de la Ley antigua, principalmente el de la expiación que era solemnísimo (Lev, 2 s.); el maná concedido a los judíos en su peregrinación por el desierto, que tenía en sí todo sabor (Ex. 16, 13-1 S; Sap. 16, 20), y el Cordero pascual (Ex. 12, 8).
La principal de estas figuras fue el cordero pascua, según Santo Tomás: “En este sacramento podemos considerar tres cosas: lo que es solamente sacramentum, o sea el signo exterior, que es el pan y el vino; lo que es res et sacramentum, el signo y la cosa, esto es; el cuerpo verdadero de Cristo; y lo que es solamente res, esto es, el efecto de este sacramento. En cuanto a lo que es solamente sacramentum, la principal figura de este sacramento fue la oblación de Melquisedec, que fue de pan y de vino. En cuanto al mismo Cristo, que padeció y es la realidad sublime en este sacramento, sus figuras fueron todos los sacrificios del Antiguo Testamento, principalmente el sacrificio de expiación, que era solemnísimo. Y en cuanto al efecto, su principal figura fue el maná, que tenía en sí todos los sabores (Sap. 16, 20), así como la gracia de este sacramento  restauran y nutre el alma de todas maneras y en todas sus necesidades. Pero el cordero pascua prefiguraba este sacramento bajo esos tres aspectos: en cuanto a lo primero, porque se comía con panes ácimos, según el Ex. 12, 8: Comerán la carne ... con panes ácimos; en cuanto a lo segundo, porque era inmolado por toda la multitud de los israelitas en la decimocuarta luna, lo cual fue figura de Cristo, llamado Cordero a causa de su inocencia; en cuanto al efecto, porque con la sangre del cordero pascual fueron los israelitas 'protegidos del ángel exterminador y sacados de la servidumbre de Egipto; y por esto se pone el cordero pascual como principal figura de este sacramento, en cuanto que representa al mismo en todos esos aspectos» 7.
Además de las figuras enunciadas, hay otras muchas en el Antiguo Testamento: el árbol de la vida, plantado en medio del paraíso (Gen. 2, 9); el sacrificio de A braham, dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac por mandato de Dios (Gen. 22, 2 s.] : el Arca de la alianza, hecha de madera de acacia, en la cual se guardaba el maná (Ex. 16, 33-34; 25, 10); los panes de la proposición, los cuales eran ofrendados El Dios todos los sábados sobre la mesa de oro (Lev. 24, 5-8) ; el pan cocido bajo la ceniza, con el cual fortalecido Elías, llegó hasta el monte de Dios, Horeb (Reg. 19, 6-9). Por razones apuntadas, estas y otras figuras semejantes se pueden reducir fácilmente, a alguna de las anteriores en cuanto que designan en la Eucaristía o solamente el sacramento (signo), o res et sacramentum (realidad contenida bajo el signo) o solamente res (el efecto).
b) En el Nuevo Testamento hay dos figuras insignes de este sacramento: la multiplicación de los panes y de los peces con los cuales Cristo sació a cinco mil hombres en el desierto y la conversión del agua en vino en las bodas de Caná de cuyo milagro usa San Cirilo de Jerusalén para hacer persuasible el misterio de la transubstanciación.


sábado, 22 de junio de 2019

EL MODERNISMO Y LA DESTRUCCIÓN DE LA IGLESIA CATÓLICA.



BREVE INTRODUCCIÓN.
“Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprende, ruega, exhorta con paciencia siempre y afán de enseñar. Porque vendrá tiempo en que no soportaran la sana doctrina, sino que en alas de sus pasiones y con la comezón en sus oídos, se elegirán  maestros a granel y desviaran sus oídos de la verdad y se volverán asía las fabulas” (II,tim. 4-8 ss). Los tiempos ya han llegado, las palabras de san Pablo tienen un pleno cumplimiento ya en estos días. Es preciso recordar las encíclicas de los Sumos Pontífices de antaño que con una clarividencia providencial nos advirtieron sobre estos aciagos tiempos, no hacerlo sería contribuir con quienes desde el interior de la Iglesia difuminaron los errores modernistas que han querido destruir desde su raíz la sana doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. Si no fuera por la promesa divina que el mismo Verbo de Dios hecho Hombre no hubiera dado (“Mirad que Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”) motivos habría para desesperarse y dejar que los lobos con piel de oveja hagan y deshagan de las doctrinas sagradas dejadas por Nuestro Salvador y sus discípulos en el depósito de la fe.
Mas como siempre sucede pocos serán los que con un espíritu sincero lleno de la verdadera fe, lean estos escritos no míos sino de estos venerables Pontífices, mas aun por esos pocos se hará el sacrificio recordando como nuestro Salvador, al momento de su muerte, se encontraba con muy pocos al pie de la cruz. Amado lector Dios bendiga e ilumine tu inteligencia para el bien eterno de tu alma.
Nota._ Por caridad y amor a la VERDAD ÚNICA lean con atención el presente articulo aunque este un poco largo.

Prólogo
DESTRUID LA MISA Y DESTRUIREIS LA IGLESIA. (M. Lutero)
Hemos querido recoger aquí una serie de documentos a través de los cuales la Iglesia denuncio los errores modernistas; quiso poner al descubierto toda la moderna sofistería que ya a finales del siglo XVIII comenzaba a inficionar al pueblo católico; quiso prevenir a este pueblo de la acometida de los lobos y quiso, también, denunciar a los enemigos de la Cruz, ya a principios del siglo XX infiltrados profundamente en el seno de la misma Iglesia, afanados en su destrucción desde dentro al tiempo que arreciaba la acometida extra muros.
Esta acometida no ha cesado, sino que se ha recrudecido, y aquellos errores no solo persisten sino que se han agravado. Y si antes podía oponérseles el talento y el saber de hombres donde todavía brillaba el discernimiento de la mejor escolástica, ahora el nivel intelectual se ha abismado de tal forma que incluso en el mismo seno de la Iglesia con dificultad se encuentran hombres que reúnan la claridad y determinación necesarias para enfrentarse al pensamiento moderno. Donde usamos el término ”pensamiento” de forma convencional, ya que no tenemos ante nosotros un sistema de ideas, un cuerpo de doctrina, una teoría del mundo o una imagen que pueda describirse con justeza, sino un caos donde apenas unos pocos sobrenadan en el ambiente crudamente hedonista y materialista.
Porque han confluido en estos tiempos los dos grandes vicios de los siglos anteriores, y amenazan con aniquilar al hombre. Por un lado, el estatismo monstruoso, fuera de todo control y dueño de medios que nunca antes príncipe alguno pudo imaginar. Por otro, el materialismo exacerbado servido por los modernos medios de producción en masa, que mantienen al hombre continuamente sujeto a sus sentidos, gravado de tal forma que con mucha dificultad puede elevarse al plano del espíritu y con demasiada frecuencia totalmente aplastado bajo la esfera de las cosas materiales, hasta el punto en que ha llegado a considerar como ilusiones vanas lo que son los verdaderos fundamentos de la vida civilizada: que no son materiales, sino metafísicos.
Es por eso que, a medida que el mundo se precipita a velocidad creciente hacia el abismo, resuenan con mayor fuerza las palabras de aquellos hombres sabios, timoneles fieles de la barca de Pedro, adornados del discernimiento del Espíritu Santo y que cumplieron con su obligación de levantar la voz, de advertir y de urgir contra la mala semilla cuyos frutos ahora recogemos.
Sorprende la absoluta actualidad de cada uno de los textos aquí recogidos; y no deberá, puesto que siendo la verdad católica siempre la misma, y no siendo otra que la revelada por Dios y la que se sigue de la misma naturaleza creada, no es de extrañar que los impugnadores de esa verdad apunten siempre en la misma dirección, siempre opuesta a la verdad. Toman los malos su constancia de la constancia de la verdad.
Los documentos se encuentran expuestos en orden cronológico, a excepción del Syllabus, que por su carácter más de catalogo que de discurso hemos preferido colocar al final. A ese orden cronológico pueden superponerse varios ordenes lógicos, y aun un orden pedagógico que aconseje que documentos leer antes, cuales después. Puesto que el orden cronológico está establecido, esbocemos un orden lógico.
En primer lugar hay un grupo de documentos que denuncian de forma más genérica los errores modernos. Son Mirari Vos, Qui Pluribus y Quanta Cura.
Mención aparte merece Pascendi, que por ser una exposición más ordenada tanto de los errores como de su refutación, se ha convertido con el paso del tiempo en una referencia central.
Luego tenemos dos grupos de documentos: aquellos que se inclinan más hacia la reafirmación de los sanos principios y aquellos más a propósito para denunciar errores concretos. Entre los primeros tenemos Aeterni Patris, Libertas praestantissimum, Rerum Novarum y Diuturnum Illud; entre los segundos, Humanus Genus y Quod apostolici muneris. Dos documentos más modernos son Quadragesimo anno, una actualización de Rerum Novarum y Humani Generis, sobre las falsas opiniones en torno a la doctrina catolica.
Otros muchos documentos no hemos incorporado a esta recopilación, para no hacerla más gruesa de lo preciso.
En más de uno de estos documentos se trata específicamente de la pestilencia socialista y masónica. Como quiera que estas dos plagas se encuentran entrelazadas una con otra (muchos son los diputados y senadores masones), y comoquiera que gran parte de los gentiles, nuevos apostatas, y lo que es peor, parte también de los católicos, comulgan con sus torcidos principios, nos parece conveniente dejar explícitamente señalados algunos puntos:
Primero: que el catolicismo es irreconciliable tanto con el socialismo como con la masonería, enemigos mortales de la Iglesia. Que nadie se engañe. Hoy no esperamos encontrar activistas mal vestidos de modales zafios hablando de revoluciones. Hoy encontramos socialistas y masones de clase media o alta, elegantemente vestidos y que se expresan de forma menos agresiva (aunque quizás más vacía). Pero los objetivos siguen siendo los mismos, y los medios de que disponen hoy son ciertamente formidables, y su conocimiento de las masas, de cómo manipularlas, sugestionarlas, moldearlas, ha mejorado de forma sustancial con el paso del tiempo. Pero es que, además, no han renunciado de ninguna forma a los métodos violentos de otros tiempos. Simplemente, hoy pueden administrar la violencia de forma más sutil, y usarla en un punto u otro de la Tierra, según lo aconsejen las circunstancias. Hoy quizás no sea conveniente para ellos torturar y asesinar católicos en Europa como lo hicieron hace pocas décadas. No importa: torturan y asesinan en otros lugares.
Segundo: que ni uno ni otro han depuesto en lo más mínimo su propósito declarado de erradicar a la Iglesia de la faz de la Tierra. Hoy, todas las fuerzas del mal confluyen contra la Iglesia: socialismo, masonería, capitalismo, islam, sectas, instituciones internacionales, parlamentos nacionales, la inmensa mayora de los medios de adiestramiento del pueblo católico, como la prensa, la televisión, internet etc.
Tercero: que no deben los católicos, de cualquier condición, dejarse engañar por las palabras de estas sectas, ya que, adiestrados por el mismo demonio, son dos las principales formas en que pierden a los católicos. Una, proponiendo principios de por si monstruosos, pero envolviéndolos en palabras blandas y halagadoras, y con frecuencia invocando y haciéndolos pasar por altos ideales. Otra, que no usan el lenguaje en sentido recto. Así, cuando dicen”justicia”, o”paz”, o cualquier otra cosa ¿quién no estaría de acuerdo en desearlas? Pero adviertan los católicos como luego, con el poder en sus manos, ponen en práctica estos principios.
Cuarto: que muchos católicos, sin abandonar su fe, han sido inadvertidamente movidos para aceptar principios abstractos aparentemente saludables, de los cuales a continuación se siguen consecuencias funestas por necesidad lógica. Entran estos católicos por la vía del matadero, sin advertirlo. Y muchos que han nacido ya en ambiente pagano simplemente no conciben que la cosas puedan ser de otra forma, con lo cual, al error que se difunde mediante la educación, la televisión y mil medios más, se une una ignorancia casi absoluta de la Historia (sustituida por una versión falsa, puramente ideológica), que cierra toda perspectiva más elevada.
Quinto: es de deplorar especialmente la contaminación del clero y de muchas instituciones de vida religiosa. Hoy, con frecuencia, los enemigos de la Fe celebran Misa. Unos mutilan el mensaje evangélico, escondiendo verdades que conviene conocer y que son parte esencial de este mensaje. Otros se han adherido a desviaciones ya condenadas, como el arrianismo o el pelagianismo. Otros se han dejado seducir por las propuestas socialistas o masónicas.
Otros, en fin, hay que han asimilado la propaganda anticatólica. Otros, queriendo parecer sabios, se predican a sí mismos, a su supuesta erudición, y se despachan contra las sencillas devociones del pueblo fiel, que son de una profundidad que ellos ni sospechan, envanecidos muchas veces precisamente en la ciencia profana de los libros de los enemigos de Cristo.
Sexto: Los católicos deben rechazar los principios sociales imperantes, y en particular aquellos que establecen que la religión debe ser expulsada del Estado.
Y deben rechazar este principio en concreto porque es por cuadruplicado falso. Primero: porque la Historia enseña que la sustancia de las civilizaciones es la religión, y que si esta se seca la civilización desaparece. Segundo: porque, sentado el hecho histórico anterior, se sigue que una religión solo puede ser sustituida por otra. Así, a la decadencia del catolicismo en occidente vemos que ha seguido el crecimiento sin tasa del islam. Más todavía, todos estos principios masónicos se quieren constituir en una verdadera religión de corte naturalista. Tercero, porque, esta nueva religión está impulsada precisamente desde los parlamentos e instituciones internacionales, y son incontables los masones que ocupan ya puestos de poder. Si se les aplicasen los mismos principios que quieren para el catolicismo, ninguno de ellos tendrá derecho a estar donde esta, ¿o acaso desde sus puestos no imprimen en las leyes del Estado los presupuestos de su religión? Cuarto: porque la persona es una, y es contra natura pretender que la Fe quede reducida al ámbito personal; que los ciudadanos puedan ser clandestinamente católicos y a la vez que tengan que admitir leyes inicuas, injustas y perversas, contrarias a la Ley de Dios.
Los católicos deben reclamar un Estado católico, ya que si un Estado se fundamenta en la verdadera justicia y caridad, en la verdadera naturaleza de la persona humana, se seguirá el bien común, y precisamente la razón de ser del Estado.
Séptimo: los católicos han de ser consecuentes con su religión. Esto no solo quiere decir que han de practicar su religión, sino que han de adherirse a las consecuencias lógicas que se derivan. Porque, o bien existe un Dios, o bien no existe. Pero si existe un Dios, o bien todas las religiones son falsas, o bien hay una y solo una que es la verdadera. Los católicos han de saber que la suya es la religión verdadera, y rechazar cualquier pretensión en sentido contrario. En particular, deben rechazar en primer lugar el indiferentismo religioso y deben rechazar eso que los enemigos de Cristo llaman “multiculturalismo”. Pues la única forma de que puedan convivir culturas diferentes es vaciándolas de todo lo que las hace efectivas, es decir, reduciéndolas a puro folclore. Así que los abogados del multiculturalismo son en realidad enemigos de toda cultura.
Al contrario, la religión católica, por ser universal, trasciende y perfecciona toda cultura, y es por eso genuinamente multicultural.
Octavo: el católico ha de estar en guardia. Así como el”multiculturalismo” es un fraude contra las culturas, el enemigo usa versiones falsificadas de muchas otras palabras nobles, como libertad, igualdad, amor y otras muchas.
Es preciso que el católico sepa distinguir entre el concepto verdadero y el concepto falso, acuñado en las sentinas de las sectas para enturbiar las fuentes del entendimiento, que se basa en el discurso, que a su vez requiere la correspondencia entre los términos y la realidad de las cosas. Qué duda cabe que las voces usadas por las distintas lenguas son convencionales, pero no es en absoluto convencional la correspondencia entre el concepto que la voz representa y la realidad que quiere designar. Por la alteración de las palabras es como se alteran primero los conceptos y después la propia realidad.
Otras muchas cosas podrán decirse, pero es preferible ahora que guardemos nosotros silencio y que acuda el lector a las palabras contenidas en esta recopilación: palabras sabias, verdaderas, vigorosas porque no han perdido actualidad. Vaya allí el lector y cumpla con sus obligaciones de católico, que no se limitan a la práctica de los sacramentos sino que le obligan al buen combate de la Fe. Y para combatir es preciso discernir y saber, entender y reflexionar.