IV. — EL MAESTRO ESTA AQUI Y TE LLAMA
Sea lo que quiera lo que nosotros
sintamos, Él lo mismo está allí, y ≪obra siempre≫
desde el momento en que nosotros hacemos todo lo que esta de nuestra parte para
volver a fijar nuestra mirada amorosa sobre Él. Permanezcamos inmóviles delante
de Él, a la manera que un lienzo esta tenso delante de un pintor, y de esta
manera habrá posibilidad de que El grave en nosotros los trazos que desea.
Por otra parte, el divino Maestro
sabrá pagarnos centuplicada cuando menos lo pensemos, nuestra perseverancia en
medio de la aridez. Desaparecerá de nuevo la duda sobre su Presencia Real y
sobre el poder asombroso y, por decirlo así, milagroso que sale de Él.
Cuando a nuestro Señor le plazca
manifestarse de esta manera, no nos podremos separar de Él; volveremos con
frecuencia y cada vez con más ardor al Tabernáculo, que será entonces lo que
siempre debe ser: el imán que todo lo atrae hacia Si, la fuente de agua viva,
en la cual todos buscan refrigerio... Cuando nos veamos obligados a abandonar
la Iglesia, sentiremos una especie de tirón. Partiremos llevando a Jesús con
nosotros, en nuestro corazón, porque su acción misteriosa seguirá
desarrollándose en nosotros.
Entonces le descubriremos en todas
partes. Se juzgan y se ven las cosas según sea el amor que nos domina. Teniendo
el corazón lleno de Jesús, juzgaremos todas las cosas como Él las juzga, y le
veremos a Él en todas ellas, y exclamaremos con San Juan! El Señor es! —!
Dominus est!—o como la Iglesia en la fiesta de la Epifanía: ≪!Christus
apparuit nobis, venite adoremus! ≫90. Si, por todas
partes nos aparecerá Cristo, porque le amaremos. El corazón hará que veamos más
lejos que las apariencias. Que se nos pide un sacrificio grande o pequeño? Sera
Cristo que parece decirnos como a la Samaritana: ≪Dame
de beber≫91. Que un toque interior impide que
nos detengamos ante la tentación o la disipación? Es Jesús que nos dice al oído
≪! Si conocieras el Don de Dios, y
quien es el que te quiere hablar!≫ 92. Porque será de
Jesús, nuestro único amor, del que veremos proceden estos llamamientos a una
delicadeza más exquisita y a una mayor generosidad, y entonces los aceptaremos
con reconocimiento y con alegría, no pudiendo negarle nada. Quien puede
resistir a la fuerza de su Amor? De este modo, no solamente obraremos por
Jesús, sino que viviremos con El. Su pensamiento no se
apartara de nuestro espíritu, porque su Amor ardera en nuestros corazones.
Comprenderemos que, a pesar de hallarnos lejos de la iglesia físicamente, el
Rey del Tabernáculo, nos acompaña a todas
partes nos
sigue con su mirada divina, y nos envuelve en las delicadezas de su afecto,
obligándonos a repetir con el autor del himno del Santo Nombre de Jesús: ≪! Qué bueno sois, Señor, para los que os
buscan! Pero, que seréis para los que os hallan?≫ —!Quam bonus Te
quarentibus! Sed quid invenientibus? 93—. Hasta tanto que no hayamos
experimentado la dulzura de la intimidad con Jesús, tal como acabamos de
describirla, faltara algo en nuestra vida. Nada hay, en efecto, más precioso
para nosotros como entender bien lo que es la verdadera generosidad. A las menores
dificultades que encontramos en nuestra vida espiritual, nos sentimos
fuertemente inclinados a recurrir a los socorros humanos, que ciertamente no
están prohibidos por Dios, tomarlos en una medida prudencial Pero cuando hemos
descubierto a Jesús en la Hostia, El llega a ser Alguien, que cuenta en nuestra
vida, y con el cual contamos también nosotros. Comprendemos mejor que fuerza
sacamos al recibirle en la santa Comunión. Porque Jesús no está en la Hostia
solo para morar entre nosotros; esta también allí como ≪Pan
de Vida≫ para darse a nosotros, para ser el
alimento espiritual de nuestra alma: ≪Yo soy el pan de vida: el que viene a mi no
tendrá hambre,.. El pan que yo daré es mi propia carne, que será entregada por
la salvación del mundo...Mi carne es verdadero manjar, y mi sangre verdadera
bebida. El que come de este pan vivirá eternamente≫ 94. Así como deseamos
que Jesús nos comunique su propia vida y todos sus sentimientos, del mismo
modo, en la Misa, recibimos la Victima del Sacrificio para hacer nuestras sus
disposiciones, para continuar aquí abajo la vida de Jesús, sacrificándose e
inmolándose por amor, y cumpliendo siempre la voluntad de su Padre. A partir de
aquel momento, aun cuando parezca que nos levantamos insensibles de la sagrada
Mesa, habremos sacado de ella fuerzas nuevas; seremos, según expresión de San
Juan Crisóstomo, ≪como leones, vomitando fuego, terribles a los demonios≫ 95.
No tendremos entonces más que una
aspiración, la de vivir durante la jornada que comienza, no para nosotros, sino
para Jesús, que nos sostiene y fortalece, no buscando más que su voluntad y
beneplácito, y haciéndolo todo por amor, para Él y para las almas.
De esta manera, cuando nos sintamos
desfallecer, nos acordaremos que debemos buscar nuestro apoyo en Aquel que vive
en nosotros y es nuestra fuerza. Al momento recurriremos a El por medio de
frecuentes y confiados retornos, renovando e intensificando, bajo su amante
mirada, nuestras resoluciones.
Y, ayudados de la gracia,
reanudaremos insensiblemente el contacto con Jesús, comulgaremos espiritualmente con frecuencia y
como instintivamente, en el curso de todas nuestras ocupaciones. Estos retornos
son un
4. —
Dios nos ama grito, una llamada, una
mirada interior, un impulso del corazón, que alimenta esta vida de intimidad,
tan dulce y tan preciosa. Ellos nos ayudan a reconocer a Jesús en cualquier
ocasión que se presente; en un suceso que contraria nuestros proyectos, ante
una humillación, en una dificultad que nos sale al paso, en todo ello veremos a
Jesús que nos pide un sacrificio y quiere que busquemos en El la fuerza que
necesitamos para corresponder jubilosamente a su amor.
En el periodo que sigue
inmediatamente al descubrimiento de la verdadera intimidad con Cristo, todo es
fácil. Pero vendrán otros en que nos sentiremos turbados o aburridos. Son los
tiempos de pruebas y sufrimientos, en los cuales tendremos necesidad de un
socorro más poderoso, y entonces iremos con la mayor naturalidad a encontrarlo
de nuevo al Tabernáculo, renovando el contacto vivificante de la comunión
matinal. Jesús, que ve y conoce todas nuestras dificultades, allí nos espera
con su Corazón, siempre tan compasivo: ≪Venid a mi todos los que andáis agobiados con
cargas y trabajos, que yo os aliviare≫97.
Vayamos, pues, con toda sencillez y
confianza, a exponerle nuestros sufrimientos.
No tengamos reparo en contárselo todo
al detalle, y hasta, si a mano viene, dirigirle algún dulce y respetuoso reproche:
≪Vos,
Señor, decís que vuestro yugo es suave y vuestra carga ligera; y sin embargo
!cuantas cosas hay que me hacen sufrir y me cuestan!≫. Jesús, lleno de
bondad, escucha en silencio, y luego, de un modo o de otro, nos da la fuerza
que necesitamos, y nos da a su vez tiernas pero saludables amonestaciones: ≪Hombre de poca fe, modicae fidei, 98 por que temes? .No ves que yo estoy
contigo? No fui yo acaso el que calme la tempestad?99 .No he vencido al mundo?≫100.
Y si continuamos replegándonos sobre nosotros mismos, puede ser que nos diga
como a Santa Catalina de Sena: ≪Ya hemos hablado bastante de ti, hablemos
ahora un poco de mi y de mis sufrimientos ≫; o bien como a Santa Ángela de
Foligno, cuando se le apareció coronado de espinas y cubierto de sangre: ≪!No.
es como para tomarlo a risa como yo te he amado!≫ En
un momento se habrá desvanecido todo, quedaremos pensativos en silencio y...
habremos comprendido; ha salido de Él una
virtud que nos ha fortalecido e inundado de luz; y nos retiraremos, confusos,
es verdad, pero sobre todo más valientes y decididos a olvidarnos de nosotros
mismos y a sacrificarnos por El, como El lo ha hecho por nosotros. Entonces
nuestro amor se hace fuerte y generoso. ≪Pero en medio de
todas estas cosas, triunfarnos por virtud de aquel que nos amo≫
101. ≪Nada hemos de preferir al amor de
Cristo≫. ≪Christo
omnino nihil praeponant≫ 102.
Estamos decididos a hacer todos los
sacrificios que sean necesarios y, como San Francisco de Sales, si
encontráramos una sola fibra de nuestro corazón que no latiese por Él, la
arrancaríamos.
En adelante, nuestro amor, tan tierno
y delicado, como fuerte y generoso, irá en aumento y se desarrollara, por medio
de una comunicación cada vez mas intima, con los sentimientos de Cristo. Pero
antes de ver hasta dónde nos arrastran las exigencias de la amistad divina,
bueno será que nos demos perfecta cuenta y demos un vistazo de conjunto al seto
de amor que nos rodea por todas partes y cuya trama no tejen solos el Padre y
el Hijo. Con Jesús, y unida inseparablemente a Él, encontramos en primer plano
a su Santísima Madre.
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