67. —En segundo lugar, caemos en desgracia respecto a Dios. Porque
así como el hombre carnal ama la belleza carnal, así Dios ama la espiritual,
que es la belleza del alma. Así es
que cuando el alma se mancha por el pecado, Dios se ofende y le tiene odio al
pecador.
Sabiduría 14, 9: "Dios
odia al impío y su impiedad".
Pero esto lo borra la Pasión de Cristo, el
cual satisfizo a Dios Padre por el pecado, por el que no podía satisfacer el
propio hombre, porque la caridad y la obediencia de Cristo fueron mayores que
el pecado del primer hombre y su desobediencia. Rom 5, 10: "Cuando
éramos enemigos (de Dios), fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo".
68. —En tercer lugar, caemos en debilidad. Porque el hombre tan
pronto como peca cree poder en seguida preservarse del pecado; pero ocurre todo
lo contrario; porque por el primer pecado se debilita y se hace más inclinado
al pecado; y así domina más el pecado al hombre, y el hombre, en cuanto de sí
depende, se pone en tal situación que sin el poder divino no se puede levantar,
como quien se arrojara a un pozo. Por lo cual después de haber pecado el hombre, nuestra
naturaleza se debilitó y corrompió, y entonces el hombre se encontró más
inclinado a pecar. Pero
Cristo disminuyó esta flaqueza y esta debilidad, aunque no la
suprimió enteramente.
Sin embargo, de tal manera ha sido
confortado el hombre por la Pasión de Cristo, y debilitado el pecado, que ya no
estamos tan dominados por él; y puede el hombre, ayudado por la gracia de Dios,
que nos confiere con los sacramentos, que tienen eficacia por la Pasión de
Cristo, esforzarse de tal manera que puede apartarse de los pecados. Dice el
Apóstol en Rom 6, 6: "Nuestro hombre viejo fue crucificado con
El, a fin de que fuera destruido el cuerpo de pecado". En efecto, antes de la Pasión de Cristo se
halló que eran pocos los hombres que vivieran sin pecado mortal; pero después
son muchos los que vivieron y viven sin pecado mortal.
69. —En cuarto lugar, incurrimos en el reato de una pena. Pues la
justicia de Dios exige que todo el que peque sea castigado. Y la pena se mide
por la culpa.
De modo que como la culpa del pecado mortal
es infinita, puesto que es contra el bien infinito, o sea, Dios, cuyos
preceptos menosprecia el pecador, la pena debida al pecado mortal es infinita.
Pero Cristo por su Pasión nos levantó esa pena, y El mismo la padeció. Pedro 2,
24: "El mismo llevó nuestros pecados (esto es, la pena del pecado)
en su cuerpo". Porque
la virtud de la Pasión de Cristo fue tan grande que bastó para expiar todos los
pecados de todo el mundo, aun cuando fuesen sin cuento. Por eso los bautizados
son aliviados de todos sus pecados. Por eso también el sacerdote perdona los pecados. Por eso también el que mejor se conforme a
la Pasión de Cristo, mayor perdón obtendrá y más gracia merece.
70. —En quinto lugar, incurrimos en el destierro del reino. Porque
quienes ofenden a los reyes son obligados a dejar el reino. Y así el hombre por
el pecado es echado del paraíso. Por eso, inmediatamente después de su pecado
Adán es arrojado del paraíso, y es cerrada la puerta del paraíso. Pero Cristo
por su Pasión abrió esa puerta, y llamó al reino a los desterrados. En efecto, abierto
el costado de Cristo, fue abierta la puerta del paraíso; y derramada su sangre,
se limpió la mancha, Dios fue aplacado, suprimida fue la debilidad, fue expiada
la pena, los desterrados fueron llamados al reino. Y por eso se le dijo al
ladrón inmediatamente (Lc 23, 43): "Hoy estarás conmigo en el
paraíso". Esto no
fue dicho en otro tiempo: no se le dijo a nadie, ni a Adán, ni a Abraham, ni a
David; sino hoy, o sea, cuando es abierta la puerta, el ladrón pide y obtiene
el perdón.
Hebr 10, 19: "Teniendo... la seguridad de
entrar en el santuario por la sangre de Cristo".
De esta manera, pues, queda patente la
utilidad (de la Pasión de Cristo) en calidad de remedio. Pero no es menor su
utilidad en calidad de ejemplo.
71. —En efecto, como dice San Agustín, la Pasión de Cristo basta
totalmente como instrucción para nuestra vida. Pues quien anhele vivir de
manera perfecta, que no haga otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en
la cruz y que desee lo que Cristo deseó.
72. —Porque ningún ejemplo de virtud falta en la cruz. Pues si buscas
un ejemplo de caridad, "nadie tiene mayor caridad que el que da
su vida por sus amigos", Jn 15, 13. Y esto fue lo que hizo Cristo en la cruz. Por lo tanto,
si El dio su vida por nosotros, no se nos debe hacer pesado soportar por El
cualquier mal. Salmo 115, 12: "¿Qué le daré al Señor por todo lo que El
me ha dado?".
73. —Si buscas un ejemplo de paciencia, excelentísimo lo encuentras
en la cruz. En efecto, de dos grandes maneras se manifiesta la paciencia: o
bien padeciendo pacientemente grandes males, o bien padeciendo algo que podría
evitarse y que no se evita.
Pues bien, Cristo soportó en la cruz grandes
males.
Treno I, 12: "Oh, vosotros todos, los que
pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor"; y pacientemente, porque, "al
padecer, no amenazaba", I Pedro
2, 23; e Isaías 53, 7: "Como cordero llevado al matadero, y como
oveja muda ante los trasquiladores".
Además, Cristo pudo evitarlos, y no los
evitó. Mt 26, 53: "¿O piensas que no puedo yo rogar a mi
Padre, que me enviaría luego más de doce legiones de ángeles?".
Grande es, pues, la paciencia de Cristo en
la cruz.
Hebr 12, 1-2: "Por la paciencia corramos al combate
que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, Jesús,
el cual, en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz, despreciando la
ignominia".
74. —Si buscas un ejemplo de humildad, ve el crucifijo: en efecto,
Dios quiso ser juzgado bajo Poncio Pilato y morir. Job 36, 17: "Tu
causa ha sido juzgada como la de un impío". En verdad como la de un impío: "Condenémosle
a una muerte afrentosa", Sabiduría 2, 20. El Señor quiso morir por su siervo, y el que es
la vida de los Ángeles por el hombre. Filip 2, 8: "Hecho
obediente hasta la muerte y muete de cruz”.
75. —Si buscas un ejemplo de obediencia, síguelo a Él que se hizo
obediente al Padre hasta la muerte. Rom 5, 19: "Como por la desobediencia de
un solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, así también, por la obediencia
de uno solo muchos fueron hechos justos".
76. —Si quieres un ejemplo de desprecio de las cosas terrenas, síguelo
a Él, que es el Rey de Reyes y el Señor de los señores, en quien se hallan los
tesoros de la sabiduría, y que sin embargo en la cruz estuvo desnudo, objeto de
burla, fue escupido, golpeado, coronado de espinas, y abrevado con hiel y
vinagre, y murió. Por lo tanto, no os impresionéis por las vestiduras, ni por
las riquezas, porque "se repartieron mis vestiduras", Salmo 21, 19; ni por los honores, porque a
mí me cubrieron de burlas y de golpes; no por las dignidades, porque tejieron
una corona de espinas y la colocaron sobre mi cabeza; no por las delicias,
porque "en mi sed me abrevaron con vinagre", Salmo 68, 22. Sobre Hebr 12, 2: "El
cual, en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz, despreciando la
ignominia", dice San Agustín: "El hombre Jesucristo
despreció todos los bienes terrenos para enseñarnos que deben ser despreciados".
Artículo 5
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, Y
AL TERCER DÍA
RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS
77. —Como ya dijimos, la muerte de Cristo consistió, como en los
demás hombres, en que su alma se separó de su cuerpo; pero de
manera tan indisoluble está unida la Divinidad a Cristo hombre, que aun cuando
el alma y el cuerpo se separaron entre sí, la misma Deidad estuvo siempre
perfectísimamente unida al alma y al cuerpo, por lo cual en el sepulcro estuvo
el Hijo de Dios con el cuerpo, y descendió a los infiernos con el alma.
78. —Por cuatro razones descendió Cristo con su alma a los infiernos.
La primera fue soportar toda la pena del
pecado, para expiar así toda la culpa. Porque la pena del pecado del hombre no
era sólo la muerte del cuerpo, sino que también era un sufrimiento del alma.
Porque como el pecado era también por parte del alma, también la misma alma era
castigada por la privación de la visión divina. De modo que sin esa pena, de
ninguna manera se satisfacía. Por ello, después de muertos, todos descendían,
aun los santos Padres, antes de la venida de Cristo, a los infiernos. Así es
que para los diferentes "lugares" de las almas separadas de sus cuerpos
indican una relación del alma con Dios, "según esté el alma más o menos
alejada de Él", enseña el mismo Santo Tomás. (S.A.) portar toda la pena
debida a los pecadores, Cristo quiso no sólo morir, sino también bajar con el
alma a los infiernos. De aquí que diga el Salmo 87, 5-6: "Contado entre los que bajan a la fosa,
soy como un hombre acabado, libre entre los muertos". Pues los demás estaban allí como esclavos,
pero Cristo como libre.
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