viernes, 19 de abril de 2019

LA PASION DEL SEÑOR SEGUN EL PADRE LA PALMA



Cristo padeció por los hombres con amor
ISAIAS CAP.53
HUMILLACIÓN Y GLORIA DEL SIERVO DE YAHVÉ
1 ¿Quién ha creído nuestro anuncio,
y a quién ha sido revelado el brazo de Yahvé?

2 Pues creció delante de Él como un retoño,
cual raíz en tierra árida;
no tiene apariencia ni belleza
para atraer nuestras miradas,
ni aspecto para que nos agrade.

3 Es un (hombre) despreciado,
el desecho de los hombres,
varón de dolores
y que sabe lo que es padecer;
como alguien de quien uno aparta su rostro,
le deshonramos y le desestimamos.
sin que nadie pensara en su generación.
fue cortado de la tierra de los vivientes
y herido por el crimen de mi pueblo. 

4 Él, en verdad, ha tomado sobre sí nuestras
ha cargado con nuestros dolores, (dolencias)
y nosotros le reputamos como castigado,
como herido por Dios y humillado.

5 Fue traspasado por nuestros pecados,
quebrantado por nuestras culpas;
el castigo, causa de nuestra paz, cayó sobre él,
y a través de sus llagas' hemos sido curados.

6 Éramos todos como ovejas 'errantes,
seguimos cada cual nuestro propio camino;
y Yahvé cargó sobre él
la iniquidad de todos nosotros.

7 Fué maltratado, y se humilló, sin decir palabra;
como cordero que es llevado al matadero;
como oveja que calla ante sus esquiladores,
así él no abre la boca.

8 Fué arrebatado por un juicio injusto,
 Sin que nadie defendiera su causa,
pues fue arrancado de la tierra de los vivientes
y herido de muerte por el crimen de su pueblo

9 Se le asignó sepultura entre los impíos, 
y en su muerte está con el rico, 
aunque no cometió injusticia,
ni hubo engaño en su boca ..

10 Yahvé quiso quebrantarle con sufrimientos;
mas luego de ofrecer su vida
en sacrificio por el pecado,
verá descendencia y vivirá largos días,
y la voluntad de Yahvé
será cumplida por sus manos.

11 Verá (el fruto) de los tormentos de su alma,
y quedara satisfecho.    
Mi siervo, el justo,
justificará a muchos por su doctrina.
y cargará con las iniquidades de ellos.

12 Por esto le daré en herencia
una gran muchedumbre,
y repartirá los despojos con los fuertes,
por cuanto entregó su vida a la muerte,
y fue contado entre los facinerosos.
Porque tomó sobre sí los pecados de muchos
e intercedió por los transgresores.

El Salvador pasó toda la noche entre los que se burlaban de Él y le molestaban, y, mientras tanto, les deseaba la paz y la felicidad, y no pensaba en pensamientos de venganza. Nada ni nadie era más poderoso que El, y El se entregaba al sufrimiento por amor a Dios y a los hombres. Estaba triste el Señor, pero, a la vez, su amor era tan grande que se puede decir que deseaba sufrir, pues su dolor salvaba a los hombres. Esta   noche   de   dolor   fue   también   noche   de   consuelo   y   alegría,   “bañándose” -bautizándose-, como El dijo, “con este baño” -este bautismo- de sangre, “hartándose de oprobios”. Este amor de Cristo “supera y está por encima de todo entendimiento”, porque la fuente de donde nace está también fuera de toda comprensión. Porque no se basa su amor al hombre en su perfección o en sus méritos, pues es una criatura imperfecta y pecadora. No es posible amar al hombre por sí mismo, el Señor no es ciego para poner su amor en una criatura que tampoco lo merece. Este amor se funda en el amor que el Padre eterno le tiene a Él, y en los inmensos beneficios que le concedió como hombre, tanto es así, que por agradecimiento y obediencia y amor a su Padre, Dios amó a los hombres. Pero... ¿por qué ama Dios al Hombre?
Dios, en el mismo instante de la concepción de Jesús en el vientre de la Virgen María, le dio el ser divino, uniéndole a su divina persona. Por lo cual podemos decir y es cierto que aquel hombre, Jesús, es Dios, Hijo de Dios, ha de ser adorado en los cielos y en la tierra como Dios, porque lo es. Este es un regalo infinito porque lo que se da es ser Dios. Dios regaló a ese hombre, Jesús, el ser rey de toda la creación y el primero entre todos los hombres para que, como cabeza, por él fluyese a todos su virtud y su fuerza. Así que, en cuanto que es Dios es igual al Padre y al Espíritu; y en cuanto es hombre es el primero entre todos y la cabeza de todos. Posee una gracia infinita para que de Él, como de una fuente o de un mar de gracia y de santidad se enriquezcan todos los hombres. No es sólo que en El la gracia sea mayor, sino que es el santificador de todos los hombres; es, por poner un ejemplo, como un tinte en el que todos han de recibir este color de santidad. Bien que la santidad no es algo de fuera, sino interior, del ser entero. Cuando  Jesús se viese a     mismo   así,   y   supiese   que   todo  le venía de  Dios,   se encontrase siendo rey de todas las criaturas, y viese arrodillados delante de Él a todos los espíritus del cielo, decid, si se pudiera decir, ¿con qué amor amaría a Dios? ¿Con qué deseo se ofrecería a servir y obedecer a Dios? No hay lengua que pueda hablar y explicar esta misteriosa grandeza. Al manifestar Jesús su inmenso deseo de servir y agradar a su Padre Eterno, el Padre Eterno le diría que le encomendaba la salvación de todos los hombres que se habían perdido por culpa del pecado de un hombre. A El encargaba esta empresa, debía amar a los hombres con tal amor que fuera capaz de pasar cualquier cosa por ellos para salvarles. Jesús amó a los hombres por amor a su Padre y por obedecerle, y, como era Dios, les amó desde un principio con el amor de Dios. Dios regaló a Jesús la infinita gracia   de   ser   Dios,   y   Jesús,   al   ser   Dios,   correspondió   infinitamente   agradecido   y enamorado. De Jesús, fuente grande y río caudaloso, fluyó el amor de Dios a todos los hombres. El Padre Eterno entregó  a  Jesús  todos  los  hombres. De  eso habla  con frecuencia el Evangelio: “Todo me ha sido dado por mi Padre”. Todas las cosas, todos los hombres, que son míos, me los ha dado mi Padre. “Esta es la voluntad del que me envió, de mi Padre, que no se pierda nada de todo lo que me ha dado”. Pero como al encomendarle todo ya todo estaba perdido, fue como encomendarle que reconquistase y ganase todo otra vez. “No mandó Dios a su Hijo al mundo para que juzgara al mundo, sino para que el mundo se salvara por El”. Esta recomendación hizo que se preocupara con verdadera solicitud  por redimir al mundo. Lo advierte San Juan cuando dice: “Sabía que su Padre había puesto todo en sus manos”, por eso se levantó de la cena, se quitó el vestido, se puso una toalla, lavó los pies a sus discípulos. Por esta misma preocupación en cumplir el encargo de su Padre, dijo: “He dado a conocer Tu nombre a los hombres, que me diste”. Por esto mismo hacía oración por ellos: “No te pido por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos”. Y por la misma razón se ofreció por ellos: “Y por ellos Yo me santifico”. Cuando en el huerto le fueron a prender, por esta misma preocupación de cumplir el mandato de su Padre les defendió: “Si me buscáis a Mí dejad a estos que se marchen. Y así se cumplió lo escrito que dice: No perdí a ninguno de los que me diste”; no perdió a ninguno por su culpa, por eso le dolió tanto la perdición de Judas, porque,   habiéndoselo   también   encomendado   su   Padre,   no   quedase   por   El conservarle a su lado y el salvarle. “Guardé a los que me diste, y ninguno se perdió, excepto el hijo de la perdición, y así se cumplió la Escritura”. De esta misma fuente nació no sólo el amor a los hombres sino también a todo lo que convenía para el bien y felicidad de los hombres. Esto dijo poco antes de su pasión: “Para que el mundo sepa cuánto es lo que yo amo a mi Padre, y que como me lo ha mandado así lo hago y lo cumplo, ¡levantaos y vámonos de aquí!” Y se fue a morir por los hombres en una cruz. Era tan grande el deseo de hacer a Dios este servicio que decía: “Con un bautismo he de ser bautizado, ¡y cómo estoy inquieto hasta que llegue la hora en que se cumpla!” Era tan grande el deseo que sentía de verse bautizado con sangre, que cada hora se le hacía mil años por la grandeza de su amor. En la Fiesta de los Ramos quiso ser recibido por la gente de Jerusalén para que viera la alegría de su corazón, y, por la misma causa, entre aplausos y cubierto de rosas y flores, quiso subir a la cruz. El rey David expresó la fuerza del amor de Jesús al escribir: “Se alegró como un atleta para correr su carrera; desde lo más alto del cielo salió, y en su órbita llegó al otro extremo, y no hay nada  que escape a su calor”. El amor divino salió de Dios y volvió a Dios. No amó al hombre por el hombre, sino por Dios. No hay nadie que pueda escapar de su calor ni huir de su amor; porque su caridad es tan encendida que fuerza y casi obliga a los corazones, como dice el Apóstol: “El amor de Cristo nos empuja”. Al apóstol Pablo le apremiaba tanto el amor de Cristo que, despreciando el hambre y la sed, las persecuciones, y la vida y la muerte, hasta deseaba por su amor, si fuera posible, padecer las penas del infierno: “Desearía hasta ser apartado de Cristo por el bien de mis hermanos”. El apóstol Andrés, al ver la cruz en que había de morir, le echaba piropos, y le decía que se alegrara como él se alegraba al verla. Estos ejemplos nos deben mover a desear subir el escalón de la cruz y llegar al corazón de Cristo. Si nos parece grande el amor de Pablo y de Andrés, mayor es, infinitamente mayor, el amor de Jesús. También Jacob da un gran ejemplo de verdadero amor: siete años sirvió a su suegro Labán para poderse casar con Raquel. Y tenía tanto trabajo que de noche casi no dormía y de día no descansaba. Andaba con la piel quemada por el hielo y el sol. Y, a pesar de esto, siete años “le parecieron poco por el gran amor que sentía por Raquel”. ¿Qué le parecería a Cristo una noche de burlas y tres horas de cruz para conseguir como esposa a la Iglesia, y hacerla hermosa y sin ninguna mancha? Le parecería poco. Sin duda amó mucho más que padeció, y fue mayor el amor encerrado en su corazón que el sufrimiento que hacían ver sus heridas y sus llagas. Si lo que Dios le mandó hacer por todos los hombres se lo hubiera mandado hacer por cada uno, por cada uno lo hubiera hecho. Y si como estuvo tres horas en la cruz hubiera sido necesario estar allí hasta el fin del mundo, lo hubiera hecho, que amor tenía para todo.  Fue mucho menos lo que el Señor padeció que lo que amó y deseó padecer; si sólo esa muestra de su sufrimiento fue tan sorpréndete para muchos hombres, que “fue escándalo para los judíos y locura para los gentiles”. ¿Qué hubieran pensado si les hubiese dado otra prueba que mostrara toda la grandeza de su amor? La prueba de amor que nos dio ciega, en medio de tanta luz, a los que no creen; a los amigos, a los que conocen este amor, les deja pasmados cuando Dios les descubre este secreto, y les da a sentir este misterio; se deshacen en lágrimas, se abrasan de amor, les hace alegrarse en la tribulación y en el dolor, les da fuerza para acometer lo que todo el mundo teme, les hace desear y amar todo lo que Cristo ha deseado y amado. Este fue otro motivo de alegría para el Señor cuando estaba, en aquella   noche, en medio de golpes y burlas: veía, gracias al dolor que sufría, la imagen del mundo ya renovado, los hombres transformados de carnales a espirituales. Veía a los hombres que, al conocer lo que había sufrido por ellos, se encendían de amor por El, se hacían a su imagen y semejanza, despreciando el mal y deseosos de hacer el bien en el mundo. Con esta alegría pudo sufrir la deshonra y la burla y el desprecio, lo pudo sufrir con fortaleza y sin desviar la cara para evitar las bofetadas y sin retirar su cuerpo para librarse de los golpes. Veía que a través de lo que hacían en El aquellos verdugos labraba el Padre Eterno, también en El, la imagen y ejemplo de los predestinados. Dios Padre se complacía en la obediencia de su Hijo y disponía y preparaba el premio con  que  quería honrarle  por  toda la   deshonra  que  estaba  sufriendo,   componía  un cantar con que alabarle perpetuamente en el cielo por todos los insultos que aquella noche le decían.


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