lunes, 8 de abril de 2019

LA PASION DE JESUCRISTO SEGÚN SANTO TOMAS DE AQUINO

LA VERONICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESUS

pero el segundo, ofrecida por Él la satisfacción plena de la justicia, pide solo misericordia y perdón. A este mismo tenor hemos de interpretar muchos salmos, en que su autor, aunque se reconoce culpable ante el Señor, se nos pinta perseguido de los malvados y, como Jeremías, pide al Señor la defensa de su causa. (Pero entre todos estos salmos, uno se distingue en que el salmista, sin hacer mención alguna


Y, a la vez, Isaac, doblando el cuello para recibir el golpe de su padre, se  unía con el corazón a la obediencia de éste y venía a ser el sacrificador de sí mismo. Los conceptos de víctima y sacrificador aparecen formalmente identificados en este sacrificio, que nos atrevemos a considerar como ejemplar y modelo de todos los sacrificios de la ley. En él tenemos declaradas las palabras del salmista: Sacrificio grato a Dios es el corazón contrito (Ps. 51,59). Y las otras que el salmista dice después de reprobar los sacrificios puramente materiales: Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo. E invócame en el día de la angustia; yo te libraré y tú cantarás mi gloria (Ps. 50,14s).


LA PASIÓN DE LOS JUSTOS
Esta idea del sacrificio espiritual nos lleva al conocimiento de un nuevo misterio del Antiguo Testamento. Los justos son en la tierra los representantes de la causa de Dios. El gobierno divino sobre los hombres está lleno de misterios que los hombres no alcanzan a comprender.  
Los justos, guiados por la fe, los acatan, no sin grave dolor de su alma; pero los malvados toman de ahí ocasión para insultar a la providencia del Señor. Esto engendra una lucha en la que los justos tienen mucho que sufrir y muchas ocasiones de ofrecer al Altísimo el sacrificio de su espíritu atribulado.          
Esta idea del sacrificio espiritual nos lleva al conocimiento de un nuevo misterio del Antiguo Testamento. Los justos son en la tierra los representantes de la causa de Dios. El gobierno divino sobre los hombres está lleno de misterios que los hombres no alcanzan a comprender.
Los justos, guiados por la fe, los acatan, no sin grave dolor de su alma; pero los malvados toman de ahí ocasión para insultar a la providencia del Señor. Esto engendra una lucha en la que los justos tienen mucho que sufrir y muchas ocasiones de ofrecer al Altísimo el sacrificio de su espíritu atribulado.          

El profeta Elías, valiente luchador contra la idolatría fenicia, defendida por la poderosa reina Jezabel, huye al desierto y desfallecido, pide al Señor la muerte: Basta, Yavé, lleva mi alma, que no soy mejor que mis padres. (1 Reg. 19,4).

Jeremías fue suscitado por Dios como su profeta y recibió sobre pueblos: y reinos poder de destruir, arrancar, arruinar y asolar, de levantar, edificar y plantar (I,ID). Esto obliga al profeta a vivir en medio de continuas angustias, que le arrancan tan amargas expresiones como éstas; Tú me sedujiste, ¡oh Yavé, y yo me dejé seducir; Tú eres el más, fuerte y fui vencido. Ahora soy iodo el día la irrisión, la burla de todo el mundo. Siempre que les hablo tengo que gritar, tengo que clamar; “Ruina, devastación” Y todo el día la palabra de Yavé es oprobio y vergüenza para mí. Y aunque me dije: no pensare mas en ello, no volveré a hablar más en tu nombre, hay dentro de mí como fuego abrasador que siento dentro de mis huesos, que no puedo contener ,y no puedo, soportar. Oigo muchas maldiciones y por todas partes me amenazan: «Delatadle, delatémosle. Aun los que eran mis amigo me expían para ver si doy un paso en falso: «A ver si le engañamos, y triunfaremos y nos vengaremos de él», Pero Yavé es para mí un fuerte guerrero; por eso mis enemigos caerán vencidos, no triunfarán y serán eternamente confundidos por su fracaso con perpetua ignominia, que nunca se olvidará (20,7-II).  

Pero, a veces, el profeta experimenta algo así como el abandono del Señor, sufre su Getsemaní y exhala con vehemencia sus dolores; ¡maldito sea et día en que nací! ¡No sea bendito¡ Maldito et hombre que alegre anunció a mi padre: «Un niño, tienes un hijo varón», llenándole de gozo, Sea ese hombre como las ciudades que destruye Yavé sin compasión, donde por la mañana se oyen gritos y al medio día alaridos.
Por qué no me mató en et Seno de mi madre, y hubiera sido mi madre mi sepultura y yo la preñez eterna de sus entrañas ¿Por qué salí del vientre de mi madre, para no ver más que trabajo y dolor y acabar mis días en la afrenta? (20,14-18).

En otra situación semejante exhala el profeta sus quejas: ¡Hay de mí! Madre mía, ¡cual me engendraste! Soy objeto de querella y contienda para todos. A nadie preste, nadie me prestó, y, sin embargo, todos me maldicen. En verdad, ¿soy culpable? ioh Yavé!, ¿soy culpable? En el tiempo del infortunio y de la angustia, ¿no te rogaba por el bien de Los que me odian? ¡Oh Yavé  Ten cuenta de mí, mira por mí y véngame de mis perseguidores. No contengas tu ira; mira que por ti soporto oprobios de parte de los que desprecian tu palabra. Eran para mí tus palabras el gozo y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre ¡oh Yavé Sabaot nunca me senté entre los que se divertían para gozarme con ellos. La acción de tu mano: sobre mí me obligaba a sentarme, en soledad, pues llenaba mi alma tu ira. ¿Ha de ser perpetuo mi dolor? ¿Está gangrena da mi herida y se ha hecho incurable? ¡Ay! ¿Vas a ser para mí arroyo falaz, con cuyas aguas no se puede contar? (15,10-18).
Alguna vez el profeta, sintiéndose el blanco de sus enemigos que atentan a su vida, alza los ojos a Dios y pide justicia al único defensor de su causa: ¡Oh Yavé Sabaot; juez justo, que escudriñas los riñones y et corazón! Que vea yo en ellos tu venganza, pues a ti, te he confiado mi causa. Por eso así dice Yavé de los hombres de Anatot que buscan mi muerte diciendo: No profetices en el nombre de Yavé si no quieres morir a nuestras manos. Por eso, así dice Yavé Sabaot: Yo le voy a pedir cuentas. Los fuertes morirán al filo de la espada; sus hijos sus hijas morirán de hambre. No quedará superviviente, porque yo traeré la desdicha sobre los de Anatot cuando les pida cuentas, '(11, 20-23).

Aquí tenemos vivamente descrito un bien expresivo tipo de Aquel que vino a dar testimonio de la verdad y que murió en la cruz por esta causa (lo. 18,37). Todavía salta a la vista la diferencia entre el tipo y el anti tipo, pues aquél pide a Dios justicia y, castigo para sus perseguidores, mientras que éste, en el momento más solemne de su agonía, pide perdón para los que le habían crucificado. Según el primero, la justicia divina debía cumplirse sobre las espaldas de los pecadores; pero el segundo, ofrecida por Él la satisfacción plena de la justicia, pide solo misericordia y perdón. A este mismo tenor hemos de interpretar muchos salmos, en que su autor, aunque se reconoce culpable ante el Señor, se nos pinta perseguido de los malvados y, como Jeremías, pide al Señor la defensa de su causa. (Pero entre todos estos salmos, uno se distingue en que el salmista, sin hacer mención alguna pero el segundo, ofrecida por Él la satisfacción plena de la justicia, pide solo misericordia y perdón. A este mismo tenor hemos de interpretar muchos salmos, en que su autor, aunque se reconoce culpable ante el Señor, se nos pinta perseguido de los malvados y, como Jeremías, pide al Señor la defensa de su causa. (Pero entre todos estos salmos, uno se distingue en que el salmista, sin hacer mención alguna

 De sus pecados, nos pinte con vi vos colores su pasión y sin acordarse de pedir el castigo de sus perseguidores, acude luego al templo a pregonar ante el mundo entero la misericordia del Señor para con él.




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