domingo, 7 de abril de 2019

LA PASION DE JESUCRISTO SEGÚN SANTO TOMAS DE AQUINO



 Nota. La pasión de nuestro divino Salvador es la cusa principal de su vida en la tierra, por ella suspiro varias veces durante su vida apostólica y con gran vehemencia deseaba llegar a ese momento, porque en el cumpliría plenamente con la Voluntad Divina y saciaría plenamente nuestra redención. Para la Iglesia su esposa Inmaculada es la esencia del año litúrgico, es donde Ella se explaya manifestando su tristeza y pesar con las lamentaciones del gran profeta Jeremías, lamentaciones que son como gemidos inenarrables que surgen de lo más profundo del corazón de nuestra Madre la Iglesia.
Debería, para nosotros, significar lo mismo y unirnos con gran espíritu magnánimo y generoso a esta pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Con este fin de incentivar nuestras almas para tan gran acontecimiento, que pude ser el ultimo para alguno de nosotros, es que desde este primer domingo del gran tiempo de pasión empezare a mandarles cada día una reflexión sobre el tema sacado de los comentarios a la suma teológica de Santo Tomas que corresponde a la tercera parte de la suma, más concretamente los artículos 46 a 50 que explayan la pasión de nuestro Salvador.

l. De la pasión de Cristo en la Sagrada Escritura, (a.1-3)
Cuando leemos en el Antiguo Testamento los oráculos proféticos sobre el Mesías, echamos de ver que siempre nos lo presentan como un monarca glorioso, que defiende la causa de los humildes contra la violencia de los poderosos, que recibe los homenajes de los pueblos y de los reyes. Esta concepción no podía menos de halagar al pueblo israelita, que acaba por ver en el reino mesiánico una idealización del reino de David, De aquí viene que el pueblo expresara su fe en la dignidad mesiánica de Jesús llamándole Hijo de David y aclarándole en su entrada en Jerusalén con las voces de «Bendito el reino de David, nuestro padre, que llega» (Mc, 11,10). Por esto los apóstoles no entendían las palabras del Salvador cuando les anunciaba su pasión en Jerusalén (Mt. 6,22 s), y los judíos se mostraban desconcertados cuando oían que Jesús les habla de su exaltación de la tierra (lo. 8,32ss).
Sin embargo, no podía ser que el Antiguo Testamento dejase de vaticinar el gran misterio de, la pasión redentora del Hijo de Dios. San Lucas nos cuenta que el Salvador resucitado, al aparecerse a los dos discípulos, que caminaban hacia Emaús, les dijo: iOh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo Lo que vaticinaron Los profetas! ¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria? Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas Las Escrituras (Lc. 24,25-27).
Pues éste es el programa que nos proponemos desarrollar en esta introducción.

Para conseguirlo tenemos necesidad de recordar que la exégesis judía admitía en la Sagrada Escritura, además del sentido literal histórico, un sentido literal más hondo, que, hoy suelen llamar sentido pleno, y luego el sentido típico. Esto sin contar el sentido acomodado, del que usaban y abusaban los doctores de la Ley. Todos estos sentidos, sin excluir el acomodado, que no es sentido de la Escritura, sino del intérprete de ella, los podemos hallar en los escritos del Nuevo Testamento.

LOS SACRIFICIOS

Entre las fiestas que celebraba el pueblo israelita, ocupa un lugar destacado la Pascua. El día 10 de Nisán, cada familia separará del rebaño un cordero o un cabrito; el 14, al atardecer, lo sacrificarán y lo comerán al ser de noche, asado con panes ácimos y lechugas silvestres.
Sólo a los circuncidados será permitido participar de este banquete.
Este es el sacrificio de la Pascua de Yavé, que pasó de largo por las casas de los hijos de Israel cuando ario a Egipto, salvando nuestras rosas (Ex. 12,27). La Pascua recuerda la liberación de Israel en virtud de las promesas hechas a los patriarcas, confirmadas luego con el pacto del Sinaí. A esas promesas hace, sin duda, referencia el Apóstol cuando dice de Moisés que por la fe celebro la Pascua y la aspersión de la sangre, para que el exterminador no tocase a los primogénitos de Israel; (Hebr. II, 28). La consumación de esta Pascua nos la declara San Pablo escribiendo a los Coriritios: alejad la vieja levadura para ser masa nueva, como sois ácimos, porque Cristo, nuestra Pascua, ya ha sido inmolada (1 Cor. 5,7). El sacrificio pascual, conmemorativo de la liberación de Israel, es, pues, el tipo del sacrificio de Cristo, con que se realizó la liberación del género humano. Por esto San Juan, declarando por qué al Salvador no quebraron las piernas como a los ladrones, trae las palabras del Éxodo en que se mandó no quebrar hueso al cordero pascual (lo. 19,36; Ex. 12,46).
El acto principal del culto es el sacrificio. Los patriarcas, dondequiera que fijaban sus tiendas, levantaban un altar y ofrecían sacrificios al Señor: La víctima sacrificada era el substituto del oferente, que en aquélla se ofrecía y sacrificaba. La oblación de la sangre representaba el alma del que la ofrecía. Por eso, cuando faltaba en el oferente la devoción, por la que se incorporaba a la víctima, el sacrificio no era grato al Señor, y, en cambio, la devoción como quiera que se manifestase, constituía un sacrificio grato al Señor. Mas ya se ve que sola la perfectísima devoción del Hijo de Dios podía ser grata al Padre celestial, y la de los otros, por cuanto participasen de ella.

En el Levítico se nos dan a conocer las diversas clases de sacrificios admitidos por el ritual mosaico: el holocausto, el sacrificio pacífico y el doble sacrificio expiatorio de los pecados (Lev. 1-5). De éstos era mirado como más perfecto el holocausto, porque en él toda la víctima se consumía en obsequio de Dios, sin que ni el oferente ni el sacerdote se reservasen parte alguna. Del sacrificio pacífico se ofrecían a Dios la sangre y las vísceras; las carnes se las repartían el sacerdote y el oferente, que debían comer las en el santuario, en banquete de comunión, ofrecido por Dios mismo, que lo había santificado. Los sacrificios expiatorios se ordenaban a la expiación de los pecados y purificación de las almas. Los sacerdotes solos recibían una porción de ellos, por lo cual se decía que comían los pecados del pueblo: Sola la fe y la devoción hacían gratos todos estos sacrificios, que del sacrificio de Cristo recibían la virtud de agradar a Dios y expiar los pecados. En esto se halla  la razón de tipo que todos ellos tienen para figurar el sacrificio del Calvario
       
Entre los sacrificios expiatorios ocupan lugar preferente los que se ofrecía allá del mes séptimo en la fiesta de la expiación, que muy detalladamente se nos describen en el capítulo 16 del Levítico y que en la Epístola a los Hebreos es declarada en su sentido típico (9-10). Mediante estos sacrificios, el pueblo se creía purificado de sus pecados y plenamente reconciliado con su Dios. Dos cosas hay que distinguir en la virtud de esta fiesta, como en la de los otros ritos mosaicos: la purificación de las impurezas legales, que tenían su origen en la ley misma, y la purificación de los pecados o infracciones de la ley de Dios. Las primeras eran quitadas por los ritos de la misma ley que las ponía; pero las segundas sólo se quitaban por la devoción y la fe en el sacrificio de Jesucristo, por lo cual es tan ponderada esta fe de los patriarcas en la Epístola a los Hebreos (II, 1-40)
Todo esto aparecerá más claro en el sacrificio de Isaac, que la tradición exegética ha mirado siempre como tipo el más expresivo del sacrificio de Jesucristo. Los sacrificios humanos ofrecidos a los dioses falsos eran frecuentes en Canaán, Los padres ofrecían a sus divinidades aquel que más amaban, sus propios hijos. Con , esto pensaban merecer sus gracias ... Que esta bárbara costumbre se introdujo en Israel, nos lo prueba el caso de Jefté, que ofreció su hija a Dios después de la victoria sobre los amonitas ... La intención del autor sagrado al referir el sacrificio de Isaac es, sin duda, mostrar qué es lo que en los sacrificios agrada al Señor… Para entender el sentido de este relato hay que comenzar por hacerse cargo de lo que era Isaac para su padre: el hijo tan deseado, el heredero de las promesas divinas. Pues el Señor se lo exige a Abrahán, y el patriarca se dispone a realizar el sacrificio y, cuando estaba para consumarlo, Dios le revela su voluntad y cómo estaba satisfecho de su obediencia. Abrahán era, a la vez, el sacerdote y la víctima. Al descargar el golpe mortal sobre su hijo, lo descarga sobre su propio corazón.


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