"Como me ves te veras como te vez me vi"
CAPITULO 11
De algunas causas, allende de las
dichas, por las cuales vienen algunos a perder la castidad, para que huyamos de
ellas si no la queremos perder; y con qué medios nos debemos animar a ello.
Ningún
cuidado ni trabajo que por la guarda de esta limpieza se ponga debe parecer
demasiado, si sabe estimar el precio y mérito de ella y su galardón. Y pues que
nuestro Señor os ha dado a entender el valor de ésta joya, y os ha dado gracia
para que la eligieras y prometieras, no será menester tanto deciros la excelencia
de ella, cuanto daros avisos de cómo no la perdáis; enseñándoos algunas causas
más de las ya dichas por donde algunos la pierden, para que sabidas, las
evitéis, porque no la perdáis, y vos seáis perdida con ella.
Unos
la pierden por tener recias inclinaciones naturales contra ella; y por no ser
importunados, ni pasar guerra contra sí mismos tan cruel y durable, se dan maniatados
a sus enemigos con miserable consejo, no entendiendo que el propósito del
cristiano ha de ser morir o vencer, con la gracia de Aquel que ayuda a los que
por su honra pelean.
Otros
hay que aunque no son muy tentados, tienen una vileza y pequeñez natural de
corazón, inclinada a cosas bajas. Y como ésta sea una de las más viles y bajas,
y que más a mano se les ofrece, encuentran luego con ella, y se dan a ella como
a cosa proporcionada con la bajeza y vileza de su corazón, que no se levanta a emprender
aún vida de hombres regidos por razón natural; con la cual enseñado uno, dijo
que en los deleites carnales no hay cosa digna de magnánimo corazón. Y otro
dijo que la vida según los deleites carnales es vida de bestias. Porque no sólo
la lumbre del cielo, mas aun la de la razón natural, condena a los que en esta
vileza se ocupan como a gente que no vive según hombres, cuya vida ha de ser
conforme a razón, mas según bestias, cuya vida es por apetito. Y si bien se mirase,
podrían con mucha justicia quitar a estos tales el nombre de hombres, pues,
teniendo figura de hombres, viven vida de bestias, y son verdadera deshonra de hombres.
Y no sería cosa poco monstruosa, ni que diese pequeña admiración a los que la
viesen, traer una bestia enfrenado a un hombre, llevándole adonde ella
quisiese, rigiendo ella a quien la había de regir.
Y hay
tantos de éstos, regidos por el freno de apetitos bestiales, bajos y altos, que
no sé si por ser muchos, no hay quien eche de ver en ello. O, lo que más creo,
es porque hay pocos que tengan lumbre para mirar qué miserable está una ánima
muerta con deleites carnales, debajo de un cuerpo especialmente hermoso y de
fresca edad: ¡ Oh, a cuántas ánimas de éstos y de otros tiene abrasados este
fuego infernal, y ni hay quien eche lágrimas de compasión sobre ellos, ni quien
diga de corazón:
A Ti, Señor, daré voces, porque el fuego ha comido las cosas hermosas del
desierto. (Joel, 1, 19).
Que,
cierto, si hubiese viudas en Naim que amargamente llorasen a sus hijos muertos,
usaría Cristo de su misericordia para resucitarlos en el alma, como lo usó con
el hijo de la otra en el cuerpo, de quien el Evangelio (Lc., 7, 13) hace
mención. No debe dormirse el que en la Iglesia tiene oficio de orar e
interceder por el pueblo con afecto de madre, porque no castigue Dios al orador
(orador: el que tiene oficio de orar) y su pueblo, diciendo (Ezech., 22, 30): Busqué entre ellos
varón que se pusiese por muro, y se pusiese contra Mí, porque no destruyese la tierra,
y no lo hallé: y derramé sobre ellos mi enojo; en el fuego de mi ira los
consumí.
Guardaos,
pues, vos de tener corazón tan pequeño y envilecido, que os parezcan bien y os
contenten estas vilezas. Y acordaos de lo que San Bernardo dice: «Que si bien si
consideraras el cuerpo y lo que sale de él, es un muladar muy más vil que
cualquiera que hayáis visto.»
Despreciadlo
de corazón con todos sus deleites, atavíos y flor, y haced cuenta que ya está
en la sepultura, convertido en un poco de tierra. Y cuando algún hombre o mujer
viéredes, no miréis mucho su faz ni su cuerpo; y si lo vieras, sea para tener
asco de él; mas enderezad vuestros ojos interiores al ánima que está encerrada
y escondida en el cuerpo, en las cuales no hay diferencia de hombre a mujer; y
aquella alma engrandeced, como cosa criada de Dios; cuyo valor de una sola es
mayor que de todos los cuerpos criados y por criar.
Y así
despedida de la bajeza de los cuerpos, buscad grandes bienes y emprended nobles
empresas, y no menores que aposentar a Dios en vuestro cuerpo y vuestra ánima
con entrañable limpieza de corazón.
Miraos
con estos ojos, pues dice San Pablo (1 Cor., 3, 16): ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en vosotros? Y en otra parte (1 Cor., 6, 19)
dice: ¿No sabéis
que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo que en vosotros está, el
cual Dios os lo ha dado, y que no es vuestro? Y pues sois comprados
por precio grande, honrad a Dios en vuestro cuerpo. Considerad, pues, que
cuando recibisteis el santo Bautismo fuisteis hecha templo de Dios, y
consagrada vuestra ánima a Él por su gracia, y vuestro cuerpo, por ser tocado
con el agua santa; y de alma y de cuerpo se sirve el Espíritu Santo, como un
señor de toda su casa, moviendo a buenas obras a ella y a él. Y por eso se dice
que también nuestros miembros son templo del Espíritu Santo. Grande honra nos
da Dios en querer morar en nosotros, y honrarnos con verdad y nombre de templo;
y grande obligación nos echa para que seamos limpios, pues a la casa de Dios
conviene limpieza. (Ps., 92.) Y si mirases que fuisteis comprada, como dice San
Pablo, con precio grande, que es con la vida de Dios humanado que por vos se
dio, veréis cuánta razón es honrar a Dios y traerlo en vuestro cuerpo,
sirviéndole con él, y no haciendo cosa en él que sea para deshonra de Dios y daño
vuestro. Porque verdadera y justa sentencia es (1 Cor., 3, 17) que quien
ensuciare el templo de Dios lo ha de destruir Dios; y que no ha de haber en su
templo sino cosa de su honra y de su alabanza. Y acordaos de lo que dijo San
Agustín: «Después
que entendí que me había Dios redimido y comprado con su sangre preciosa, nunca
más me quise vender.» Y añadid vos: Cuanto más por vilezas de carne.
Obra
habéis comenzado de gran corazón, pues queréis tener en la carne corruptible
incorrupción; y tener por vía de virtud lo que los Ángeles tienen por naturaleza;
y pretender particular corona en el cielo y ser compañera de las vírgenes, que
cantan el nuevo cantar, y acompañar al Cordero doquiera que va. (Apoc, 14, 4.)
Mirad
vuestro título que de presente tenéis, que es ser esposa de Cristo, y el bien
que esperáis en el cielo cuando vuestro Esposo os ponga en su tálamo allá; y amaréis
tanto la limpieza de la virginidad, que de buena gana perdáis la vida por ella,
como lo hicieron muchas vírgenes santas, que por no dejarlo de ser, pasaron martirio,
y con grandeza de corazón: la cual procurad de tener, porque es muy necesaria
para conservar el grande estado en que Dios os ha puesto.
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