martes, 19 de febrero de 2019

El santo cura de Ars y el Demonio



Este relato fue confirmado por el mismo cura de Ars que contaba, años más tarde, en la "Providencia" —institución de caridad fundada por él— cómo su primer guardián, en el presbiterio había tenido miedo: "El pobre Verchére —decía riendo— estaba todo tembloroso con su fusil.. . ¡No se acordaba más que lo tenía en la mano!"
Otros testigos
Con la retirada del carretero, el abate Vianney se dirigió al alcalde quien envió al presbiterio a dos guardias juntos: su propio hijo Antoine, fuerte muchachón de veintiséis años, y el jardinero del castillo de Ars, Jean Cotton, de veinticuatro. Todas las noches durante unos diez días pernoctaron en el presbiterio. Y éstas fueron sus declaraciones en el proceso de beatificación: "No oímos ningún ruido — informa Jean Cotton —. No ocurrió lo mismo con el señor cura que dormía en un departamento contiguo.
Más de una vez su sueño fue perturbado y nos interpelaba diciendo: ¿Hijos, no oyen ustedes nada? Le contestábamos que ningún ruido llegaba a nuestros oídos. Con todo, en cierto momento, oí un ruido semejante al que produce la hoja de un cuchillo golpeando con rapidez un recipiente con agua... Habíamos dejado nuestros relojes cerca del espejo del cuarto. «Estoy muy asombrado — nos dijo el señor cura — porque los relojes de ustedes no se han roto.»"
A pesar de todo el abate Vianney no se atrevía aún a pronunciarse sobre el origen y la naturaleza de los ruidos insólitos que oía. Pero por fin se hizo la luz plena en su espíritu como consecuencia de una nueva experiencia.
Las calles se hallaban cubiertas de nieve. Era pleno invierno. Súbitamente, en el transcurso de la noche se oyen gritos en el patio del presbiterio.
"Era —escribe Catherine Lassagne, que lo sabía por el mismo cura — como un ejército de austríacos o de cosacos que hablaban confusamente un idioma que él no comprendía."
Baja, entonces, abre la puerta, mira la nieve inmaculada en la calle. ¡Ninguna huella de pasos! Entonces ¡todo este barullo, todos estos rumores de ejércitos que pasan, no eran más que imaginación! En todo caso, pensó, no hay nada de humano en todo esto. Pero si no era humano no podía tampoco ser hecho por "espíritus buenos".
¡Esta vez, había tenido miedo! Fue el presentimiento de un ataque infernal. Su convicción estaba hecha:
"Pensé que era el demonio — decía más tarde a su obispo, monseñor Devie, que lo interrogaba —, porque tenía miedo: ¡Dios no da miedo!" Desde ese momento no creyó útil recurrir a protecciones humanas. Despachó a todos los guardianes y quedó solo frente al Adversario.
El Arpeo
Este Adversario — es el sentido, lo sabemos ya, de la palabra Diablo o Satán — él lo llamaba el Arpeo, y hemos dicho por qué cuando ya estuvo seguro de lo que se trataba adoptó una táctica muy sencilla y muy juiciosa.
"Le pregunté varias veces — declaró su confesor, el abate Beau —cómo rechazaba estos ataques. Me contestaba: —Me vuelvo hacia Dios; hago la señal de la Cruz; dirijo algunas palabras de desprecio al demonio. Por lo demás he advertido que el ruido es más fuerte y los ataques más frecuentes cuando, al día siguiente, debe venir a verme un gran pecador."
Esto fue para el humilde cura, que los pecadores iban a ver desde todos los puntos de la diócesis y aún mismo desde toda Francia y a veces del extranjero para confesarse con él, un gran descubrimiento y una maravillosa consolación.
"Tenía miedo — decíale más tarde a un amigo fiel que declaró luego—, tenía miedo en los primeros tiempos; no sabía qué era; pero ahora estoy contento. Es una buena señal: la pesca del día siguiente es siempre excelente."
Y otra vez: "El diablo me ha perturbado en grande esta noche; mañana tendremos a mucha gente. . . El Arpeo es muy tonto: me anuncia él mismo la llegada de los grandes pecadores. . . Está encolerizado: ¡tanto mejor!"
Un ejemplo memorable
Uno de los ejemplos más notables de estas infestaciones diabólicas es el que se produjo en ocasión de los ejercicios del jubileo, en diciembre de 1826, en Saint-Trivier-sur-Moignans.
Esta pequeña ciudad se halla situada a una docena de kilómetros de Ars. Todos los sacerdotes de los alrededores se habían dado allí cita para el jubileo que debía, según se esperaba, atraer a muchas gentes y suscitar numerosas confesiones.
El abate Vianney había salido de su casa mucho antes del alba.
Mientras caminaba rezaba su rosario. Era su arma favorita contra Satán. Cosa inexplicable en este mes del año, cercano al invierno, alrededor de él se levantaban fulgores siniestros. El aire parecía en llamas. Veía arder los arbustos a los lados del camino. Pensó que sería Satán que, previendo los frutos de salvación que el jubileo iba a producir, intentaba espantarlo. Pero esto no le impidió proseguir su camino.
Cuando llegó al presbiterio de Saint-Trivier, empezó sin tardanza la tarea que le era propia. Por la noche, cuando todo se hallaba en calma en el presbiterio, se oyeron ruidos inexplicables. Parecían provenir del cuarto del cura de Ars. Sus colegas, molestos por estos ruidos insólitos, fueron a quejársele. "Es el Arpeo — repuso él sencillamente—: ¡está enojado por todo el bien que se hace aquí!" Pero sus colegas no hicieron sino reírse de su seguridad: "Usted no come, no duerme —le dijeron—, le zumba la cabeza, ¡las ratas le corren por el cerebro! . . ." Y en los días siguientes las bromas arreciaron. Pero una noche que los reproches se hicieron más vehementes no dijo nada. Apenas se había acostado cuando se oyó el ruido como de un carruaje muy cargado que hacía temblar el presbiterio. Todos se levantaron aterrados.
Mientras se preguntaban de dónde podía venir semejante barullo, se oyó en el cuarto del cura de Ars un escándalo tal que el cura del lugar, Benoit, exclamó: "¡Están asesinando al cura de Ars!" En seguida, todos se dirigieron a la habitación y abrieron la puerta. ¿Y qué vieron? El abate Vianney estaba tranquilamente acostado en su cama, pero manos desconocidas lo habían empujado hasta el centro del cuarto. En ese momento, se despertó para decirles tranquilamente: "Es el Arpeo el que me ha arrastrado hasta aquí y que ha hecho todo este estruendo. . . No es nada. . . ciento no haberlos prevenido.
Pero es buena señal: mañana habrá aquí un pez gordo."
Se preguntaron de cual "pez" se trataría.
Sus compañeros lo embromaron un poco temiendo lo que llamaban sus "alucinaciones". Sin embargo no se había equivocado. Lo vieron bien cuando un personaje de la región que todos sabían alejado de las prácticas religiosas, el caballero de Murs, entró en la iglesia y se dirigió directamente al confesionario del cura de Ars.
Esta conversión hizo una impresión enorme en toda la provincia.
Desde ese momento, uno de los críticos más agresivos con respecto al abate Vianney empezó a considerarlo como "un gran santo".
Otras manifestaciones
Las infestaciones de Satán siguieron produciéndose durante largos años. Ora el santo cura Je Ars sufría solo los ataques. Ora el Demonio intentaba perturbar las almas de quienes lo rodeaban. Las directoras y las huérfanas de la "Providencia", esa magnífica institución fundada por el cura de Ars, oyeron, ciertas noches, ruidos extraños. O si no el demonio empleaba sus tretas con esa comunidad: "Cierto día — declaró más tarde en el proceso de beatificación Marie Filliat —, después de haber lavado la marmita, la había llenado de agua para hacer la sopa. Vi en el agua unos pedacitos de carne.
Era día de abstinencia. Vacié bien la marmita, la lavé y volví a echarle agua. Cuando la sopa estuvo pronta para servirla vi que se habían mezclado pedacitos de carne. El señor cura cuando lo enteré me dijo: «Es el diablo quien ha hecho eso. Sirva igualmente la sopa.»"
Como puede verse, el cura de Ars no se perturbaba. Su buen sentido permanecía inalterado y su confianza en Dios lo ponía fuera del alcance de Satán. Cierto día que le preguntaron si nunca tenía miedo respondió simplemente: "¡Uno se acostumbra a todo! . . . El Arpeo y yo somos casi camaradas"

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