Contra ellos propone San
Agustín el siguiente ejemplo.
Si
alguien entra a la casa de un artesano y allí encuentra instrumentos con los
que tropieza, y que lo hieren, y por ello juzgare que dicho artesano es malo, por
tener esos instrumentos, sería un estulto, pues el artesano los tiene para su
trabajo. Asimismo es estulto decir que las criaturas son malas por ser nocivas
en algo, pues lo que es nocivo para el uno es útil para el otro.
Este
error es contrario a la fe de la Iglesia, y para descartarlo se dice: "De
todas las cosas visibles e invisibles".
Génesis
1, 1: "En el
principio creó Dios el cielo y la tierra". Juan I, 3: "Todas las
cosas son hechas por El".
24. —El
segundo error es de los que afirman que el mundo es eterno, según este modo de
hablar que Pedro consigna (II Pedro 3, 4): "Desde que murieron los padres,* todo sigue como al
principio de la criatura".
* La primera generación cristiana.
Estos
son inducidos a tal postura porque no supieron considerar el principio del
mundo. Por lo cual, como dice Maimónides, a éstos les pasa lo que a un niño que
desde su nacimiento fuese puesto en una isla, y que nunca viese a una mujer
encinta ni nacer a un niño: si a este niño se le dijera, siendo ya grande, cómo
es concebido el hombre y llevado en el seno y cómo nace, no creería nada de lo
que se le dijera, porque le parecería imposible que el hombre pudiese existir
en el seno materno. De la misma manera, estos hombres, considerando el estado
del mundo presente, no creen que haya tenido comienzo.
También
esto es contra la fe de la Iglesia, por lo cual para descartarlo se dice:
"Creador del cielo y de la tierra".
Y si
fueron hechos es claro que no siempre existieron, por lo cual se dice en el
Salmo 148, 5: "Dios mandó y ellas fueron creadas". "Dixít et
facta sunt".
25. —El
tercer error es de los que afirman que Dios hizo el mundo de una materia
preexistente. Y a esto fueron llevados porque quisieron medir el poder de Dios
conforme a nuestra capacidad, y como el hombre nada puede hacer sino de alguna
materia preexistente, creyeron que también así es Dios, por lo cual dijeron que
para la producción de los seres contó El con una materia preexistente.
Pero
esto no es la verdad. En efecto, nada puede hacer el hombre sin una materia
preexistente, porque él es una causa parcial y no puede dar sino tal o cual forma
a una materia determinada, por algún otro proporcionada.
Y la
razón es que su poder no abarca sino la forma, y en consecuencia no puede ser
causa sino de ella sola. Dios, en cambio, es la causa universal de todas las
cosas, y no crea sólo la forma sino también la materia; así es que de la nada
lo hizo todo. Por lo cual para descartar este error se dice: "Creador del
cielo y de la tierra".
Así es
que crear y hacer difieren en que crear es hacer algo de la nada, y hacer es
producir algo de cierta cosa. Por lo tanto, si de la nada creó Dios, debemos creer
que podría crear todas las cosas de nuevo si fuesen destruidas: así es que
puede darle la vista a un ciego, resucitar a un muerto, y hacer las demás obras
milagrosas. Sabiduría 12, 18: "Con sólo quererlo lo puedes todo".
26. —Por
la consideración de esta doctrina el hombre es llevado a cinco consecuencias.
Primeramente
al conocimiento de la divina Majestad.
Porque
el artesano es superior a sus obras, y como Dios es el creador de todas las
cosas, es evidente que está por encima de todas las cosas. Sabiduría 13, 3-4: "Si seducidos
por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de
todos ellos; y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos,
deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo". Por
lo cual cuanto podamos entender y pensar es inferior a Dios mismo. Job 36, 26: "¡Qué grande es
Dios! Excede nuestra ciencia".
27. —En
segundo lugar, esto lleva al hombre a la acción de gracias. Porque si Dios es
el creador de todas las cosas, resulta evidente que cuanto somos y tenemos, de
Dios procede. Dice San Pablo en I Cor 4, 7: "¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido?".
Salmo 23, I: "Del
Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe de la tierra y cuantos en él
habitan". Y por lo mismo debemos rendirle acciones de gracias:
Salmo 115, 12: "¿Qué
podré yo darle al Señor por todo lo que El me ha dado?".
28. —En
tercer lugar es llevado a la paciencia en las adversidades. En efecto, si toda
criatura viene de Dios, y por esto mismo es buena según su naturaleza, empero, si
en algo nos daría una de ellas y nos produce un sufrimiento, debemos creer que
éste viene de Dios; mas no el pecado, porque ningún mal viene de Dios sino en
cuanto está ordenado al bien. Por lo cual, como cualquier pena que
el hombre sufra viene de Dios, pacientemente debe soportarlas. En efecto, las
penas purgan los pecados, humillan a los culpables, inducen a los buenos a amar
a Dios. Job 2, 10: "Si los bienes los hemos recibido de la mano de Dios,
¿por qué no hemos de aceptar igualmente los males?".
29. —En
cuarto lugar somos llevados a usar rectamente de las cosas creadas: en efecto,
de las criaturas debemos usar para aquello para lo que fueron creadas por Dios.
Ahora bien, fueron hechas con un doble objeto: para la gloria de Dios, porque "el Señor ha
hecho todas las cosas en atención a El mismo" (esto es, para su
gloria], como dice Prov 16, 4; y para nuestro provecho: Deut 4, 19: "El Señor tu
Dios las hizo para el provecho de todas las gentes". Por lo
tanto, debemos usar de las cosas para la gloria de Dios, o sea, para que al
usarlas agrademos a Dios; y para nuestro provecho, o sea, de modo que al usarlas
no cometamos pecado.
I
Paralip 29, 14: "Tuyas
son todas las cosas y te damos lo que de tu mano hemos recibido".
Así es que cuanto tengas, o ciencia, o belleza, todo debes referirlo y usarlo
para la gloria de Dios.
30. —Todo
ello nos lleva, en quinto lugar, al conocimiento de la dignidad humana. En
efecto, Dios todo lo hizo para el hombre, según se dice en el Salmo 8, 8: "Todo lo
pusiste bajo sus pies". Y entre todas las criaturas, el hombre
es, después de los ángeles, la más semejante a Dios, por lo cual dice el
Génesis (I, 26): "Hagamos
al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y esto no lo dijo ni
del cielo ni de las estrellas, sino del hombre. Pero no en cuanto al cuerpo,
sino en cuanto al alma, que goza de una voluntad libre y que es incorruptible,
que es en lo que se asemeja a Dios más que las otras criaturas.
Por lo tanto, hemos de considerar
que después de los ángeles el hombre tiene mayor dignidad que las demás criaturas
y de ninguna manera disminuir nuestra dignidad por el pecado y por el
desordenado apetito de las cosas corporales, que son inferiores a nosotros y fueron
hechas para nuestro servicio, sino que debemos portarnos tal como Dios nos
hizo.
Pues
bien, Dios hizo al hombre para que domine todas las cosas que existen en la
tierra y para que se sujete a Dios. Por lo tanto, debemos dominar y someter las
cosas; pero sujetarnos a Dios, obedecerlo y servirlo; y de esto pasaremos a la
fruición de Dios. Que El se digne concedérnoslo, etc.
Artículo 2
Y EN JESUCRISTO, SU ÚNICO HIJO, SEÑOR
NUESTRO
31. —No
sólo les es necesario a los cristianos creer en un Dios único, y en que El es
creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas, sino que también les es necesario
creer que Dios es
Padre y que Cristo es verdadero Hijo de Dios.
Lo
cual, como lo dice el bienaventurado Pedro en su Segunda Epístola Canónica,
cap. I, no es una fábula, sino algo cierto y probado por la palabra de Dios en
la montaría. En efecto, dice él allí (16-18): "Os hemos dado a conocer el poder y la
Venida de Nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino
después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad.
Porque
recibió de Dios Padre honor y gloría cuando de la sublime Gloria le vino esta
voz: Este es mi
hijo muy amado en quien me complazco. Oídle. Nosotros mismos escuchamos esta voz venida del cielo,
estando con El en el monte santo".
El
mismo Jesucristo en muchas ocasiones llama Padre suyo a Dios y se dice Hijo de
Dios. Por lo cual
los Apóstoles y los Santos Padres pusieron entre los artículos de Fe que Cristo
es Hijo de Dios, al decir: "Y en Jesucristo su Hijo", esto es, Hijo
de Dios. 32
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