miércoles, 10 de octubre de 2018

TESTIMONIO DE UN ARZOBISPO MODERNISTA SOBRE LA CRISIS DE LA IGLESIA ACTUAL (MODERNISTA)


TESTIMONIO
de
Mons. Carlo Maria Viganò
Arzobispo titular de Ulpiana
Nuncio Apostólico
En este momento trágico que está atravesando la Iglesia en varios lugares del mundo: Estados Unidos, Chile, Honduras, Australia, etc., la responsabilidad de los obispos es serísima. Pienso en especial en los Estados Unidos, donde fui enviado como Nuncio Apostólico por el Papa Benedicto XVI el 19 de octubre de 2011, memoria de los Primeros Mártires de América del Norte. Los obispos de los Estados Unidos están llamados, y yo con ellos, a seguir el ejemplo de esos primeros mártires que llevaron el Evangelio a tierras de América, a ser testimonios creíbles del amor inconmensurable de Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Obispos y sacerdotes, abusando de su autoridad, han cometido crímenes horrendos en detrimento de sus fieles, menores, víctimas inocentes, hombres jóvenes deseosos de ofrecer su vida a la Iglesia, o han permitido, con su silencio, que dichos crímenes siguieran siendo perpetrados.
Para devolver la belleza de la santidad al rostro de la Esposa de Cristo, terriblemente desfigurado por tantos delitos abominables, y si queremos sacar de verdad a la Iglesia de la fétida ciénaga en la que ha caído, tenemos que tener la valentía de derribar esta cultura de omertà y confesar públicamente las verdades que hemos mantenido ocultas. Es necesario derribar el muro de omertà con el que los obispos y sacerdotes se han protegido a ellos mismos en detrimento de sus fieles; omertà que, a los ojos del mundo, corre el riesgo de hacer aparecer a la Iglesia como un secta, omertà no muy distinta de la que encontramos vigente en la mafia. “Lo que digáis en la oscuridad… se pregonará desde la azotea” (Lc 12, 3).
Siempre he creído y esperado que la jerarquía de la Iglesia pudiera encontrar en sí misma los recursos espirituales y la fuerza para sacar a la luz la verdad, para enmendarse y renovarse. Por esta razón, aunque me lo habían pedido en varias ocasiones, siempre había evitado hacer declaraciones a los medios de comunicación, incluso cuando habría estado en mi derecho hacerlo para defenderme de las calumnias publicadas sobre mi persona por parte de altos prelados de la Curia romana. Pero ahora que la corrupción ha llegado a los vértices de la jerarquía de la Iglesia, mi conciencia me impone revelar esas verdades relacionadas con el tristísimo caso del arzobispo emérito de Washington Theodore McCarrick, de las que tuve conocimiento durante los cargos que me fueron confiados: por Juan Pablo II como Delegado de las Representaciones Pontificias de 1998 a 2009, y por el Papa Benedicto XVI como Nuncio Apostólico en los Estados Unidos de América del 19 de octubre de 2011 a finales de mayo de 2016.
Como Delegado de las Representaciones Pontificias en la Secretaría de Estado, mis competencias no se limitaban a las Nunciaturas Apostólicas, sino que incluían también ocuparme del personal de la Curia romana (contratación de personal, promociones, procesos informativos sobre los candidatos al episcopado, etc.) y el estudio de casos delicados, también de cardenales y obispos, que eran confiados al Delegado por el Cardenal Secretario de Estado o por su Sustituto en la Secretaría de Estado.
Para disipar las sospechas que han sido insinuadas en algunos artículos recientes, diré inmediatamente que los Nuncios Apostólicos en los Estados Unidos Gabriel Montalvo y Pietro Sambi, ambos fallecidos recientemente, informaron inmediatamente a la Santa Sede en cuanto tuvieron conocimiento de los comportamientos gravemente inmorales del arzobispo McCarrick con seminaristas y sacerdotes. Es más. La carta del padre Boniface Ramsey, O.P. del 22 de noviembre de 2000, según cuanto escribió el Nuncio Pietro Sambi, la escribió por petición del llorado Nuncio Montalvo. En la misma, el padre Ramsey, que había sido profesor en el seminario diocesano de Newark desde finales de los años 80 hasta 1996, afirma que era un secreto a voces en el seminario que el arzobispo “shared his bed with seminarians” ["compartía su cama con seminaristas"], e invitaba a cinco cada vez para que pasaran con él el fin de semana en su casa de la playa. Y añadía que conocía a un cierto número de seminaristas, algunos de los cuales fueron ordenados en la archidiócesis de Newark, que habían sido invitados a susodicha casa y habían compartido cama con el arzobispo.
Mientras permanecí en el cargo que entonces desempeñaba, no tuve conocimiento de que la Santa Sede hubiera tomado medida alguna al respecto tras la denuncia del Nuncio Montalvo a finales del 2000, cuando el cardenal Angelo Sodano era Secretario de Estado.
Asimismo, el Nuncio Sambi transmitió al cardenal Secretario de Estado Tarcisio Bertone un memorándum de acusación contra McCarrick presentado por el sacerdote Gregory Littleton de la diócesis de Charlotte, reducido al estado laico por violación de menores, junto a dos documentos del mismo Littleton en los que relataba su triste historia como víctima de abusos sexuales perpetrados por el entonces arzobispo de Newark y por varios sacerdotes y seminaristas. El Nuncio añadía que Littleton, a partir de junio de 2006, había enviado este memorándum a una veintena de personas entre autoridades judiciales civiles y eclesiásticas, policías y abogados y que era muy probable, entonces, que la noticia se hiciera pública. Pedía, por consiguiente, una rápida intervención de la Santa Sede.
Como Delegado de las Representaciones Pontificias estos documentos me fueron confiados el 6 de diciembre de 2006 y redacté una Nota en la que exponía a mis superiores, el cardenal Tarcisio Bertone y el sustituto Leonardo Sandri, que los hechos atribuidos a McCarrick por Littleton eran tan graves y abominables que provocaban en el lector desconcierto, repugnancia, profunda pena y amargura. Dichos hechos configuraban crímenes de captación; incitación a actos obscenos de seminaristas y sacerdotes, repetidos y simultáneos con más personas; escarnio de un joven seminarista que se resistió a las seducciones del arzobispo en presencia de otros dos sacerdotes; absolución del cómplice en los actos obscenos; celebración sacrílega de la Eucaristía con los mismos sacerdotes tras haber cometido dichos actos.
En esa Nota mía, que entregué ese mismo día 6 de diciembre de 2006 a mi directo superior, el sustituto Leonardo Sandri, proponía a mis superiores las siguientes consideraciones y líneas de acción:


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