TESTIMONIO
de
Mons. Carlo Maria Viganò
Arzobispo titular de Ulpiana
Nuncio Apostólico
En
este momento trágico que está atravesando la Iglesia en varios lugares del
mundo: Estados Unidos, Chile, Honduras, Australia, etc., la responsabilidad de
los obispos es serísima. Pienso en especial en los Estados Unidos, donde fui
enviado como Nuncio Apostólico por el Papa Benedicto XVI el 19 de octubre de
2011, memoria de los Primeros Mártires de América del Norte. Los obispos de los
Estados Unidos están llamados, y yo con ellos, a seguir el ejemplo de esos
primeros mártires que llevaron el Evangelio a tierras de América, a ser
testimonios creíbles del amor inconmensurable de Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Obispos
y sacerdotes, abusando de su autoridad, han cometido crímenes horrendos en
detrimento de sus fieles, menores, víctimas inocentes, hombres jóvenes deseosos
de ofrecer su vida a la Iglesia, o han permitido, con su silencio, que dichos
crímenes siguieran siendo perpetrados.
Para
devolver la belleza de la santidad al rostro de la Esposa de Cristo,
terriblemente desfigurado por tantos delitos abominables, y si queremos sacar
de verdad a la Iglesia de la fétida ciénaga en la que ha caído, tenemos que
tener la valentía de derribar esta cultura de omertà y confesar públicamente
las verdades que hemos mantenido ocultas. Es necesario derribar el muro de
omertà con el que los obispos y sacerdotes se han protegido a ellos mismos en
detrimento de sus fieles; omertà que, a los ojos del mundo, corre el riesgo de
hacer aparecer a la Iglesia como un secta, omertà no muy distinta de la que
encontramos vigente en la mafia. “Lo que digáis en la oscuridad… se pregonará
desde la azotea” (Lc 12, 3).
Siempre
he creído y esperado que la jerarquía de la Iglesia pudiera encontrar en sí
misma los recursos espirituales y la fuerza para sacar a la luz la verdad, para
enmendarse y renovarse. Por esta razón, aunque me lo habían pedido en varias
ocasiones, siempre había evitado hacer declaraciones a los medios de
comunicación, incluso cuando habría estado en mi derecho hacerlo para
defenderme de las calumnias publicadas sobre mi persona por parte de altos
prelados de la Curia romana. Pero ahora que la corrupción ha llegado a los
vértices de la jerarquía de la Iglesia, mi conciencia me impone revelar esas
verdades relacionadas con el tristísimo caso del arzobispo emérito de
Washington Theodore McCarrick, de las que tuve conocimiento durante los cargos que
me fueron confiados: por Juan Pablo II como Delegado de las Representaciones
Pontificias de 1998 a 2009, y por el Papa Benedicto XVI como Nuncio Apostólico
en los Estados Unidos de América del 19 de octubre de 2011 a finales de mayo de
2016.
Como
Delegado de las Representaciones Pontificias en la Secretaría de Estado, mis
competencias no se limitaban a las Nunciaturas Apostólicas, sino que incluían
también ocuparme del personal de la Curia romana (contratación de personal,
promociones, procesos informativos sobre los candidatos al episcopado, etc.) y
el estudio de casos delicados, también de cardenales y obispos, que eran
confiados al Delegado por el Cardenal Secretario de Estado o por su Sustituto
en la Secretaría de Estado.
Para
disipar las sospechas que han sido insinuadas en algunos artículos recientes,
diré inmediatamente que los Nuncios Apostólicos en los Estados Unidos Gabriel
Montalvo y Pietro Sambi, ambos fallecidos recientemente, informaron
inmediatamente a la Santa Sede en cuanto tuvieron conocimiento de los
comportamientos gravemente inmorales del arzobispo McCarrick con seminaristas y
sacerdotes. Es más. La carta del padre Boniface Ramsey, O.P. del 22 de
noviembre de 2000, según cuanto escribió el Nuncio Pietro Sambi, la escribió
por petición del llorado Nuncio Montalvo. En la misma, el padre Ramsey, que
había sido profesor en el seminario diocesano de Newark desde finales de los
años 80 hasta 1996, afirma que era un secreto a voces en el seminario que el
arzobispo “shared his bed with seminarians” ["compartía su cama con
seminaristas"], e invitaba a cinco cada vez para que pasaran con él el fin
de semana en su casa de la playa. Y añadía que conocía a un cierto número de
seminaristas, algunos de los cuales fueron ordenados en la archidiócesis de
Newark, que habían sido invitados a susodicha casa y habían compartido cama con
el arzobispo.
Mientras
permanecí en el cargo que entonces desempeñaba, no tuve conocimiento de que la
Santa Sede hubiera tomado medida alguna al respecto tras la denuncia del Nuncio
Montalvo a finales del 2000, cuando el cardenal Angelo Sodano era Secretario de
Estado.
Asimismo,
el Nuncio Sambi transmitió al cardenal Secretario de Estado Tarcisio Bertone un
memorándum de acusación contra McCarrick presentado por el sacerdote Gregory
Littleton de la diócesis de Charlotte, reducido al estado laico por violación
de menores, junto a dos documentos del mismo Littleton en los que relataba su
triste historia como víctima de abusos sexuales perpetrados por el entonces
arzobispo de Newark y por varios sacerdotes y seminaristas. El Nuncio añadía
que Littleton, a partir de junio de 2006, había enviado este memorándum a una
veintena de personas entre autoridades judiciales civiles y eclesiásticas,
policías y abogados y que era muy probable, entonces, que la noticia se hiciera
pública. Pedía, por consiguiente, una rápida intervención de la Santa Sede.
Como
Delegado de las Representaciones Pontificias estos documentos me fueron
confiados el 6 de diciembre de 2006 y redacté una Nota en la que exponía a mis
superiores, el cardenal Tarcisio Bertone y el sustituto Leonardo Sandri, que
los hechos atribuidos a McCarrick por Littleton eran tan graves y abominables
que provocaban en el lector desconcierto, repugnancia, profunda pena y
amargura. Dichos hechos configuraban crímenes de captación; incitación a actos
obscenos de seminaristas y sacerdotes, repetidos y simultáneos con más
personas; escarnio de un joven seminarista que se resistió a las seducciones
del arzobispo en presencia de otros dos sacerdotes; absolución del cómplice en
los actos obscenos; celebración sacrílega de la Eucaristía con los mismos
sacerdotes tras haber cometido dichos actos.
En esa
Nota mía, que entregué ese mismo día 6 de diciembre de 2006 a mi directo
superior, el sustituto Leonardo Sandri, proponía a mis superiores las
siguientes consideraciones y líneas de acción:
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