La
pelea del cristiano
(Catequesis
sobre el Bautismo, Vlll, 8-15)
EU/ARMA-TENTACIONES:
El
tiempo que ha precedido al Bautismo era un periodo de entrenamiento y de
ejercicio, en el que las caídas encontraban su remedio. A partir de hoy la
arena se os abre, y empieza el combate. Estáis bajo la mirada del público. Y no
sólo del género humano; también la muchedumbre de los ángeles contempla
vuestras luchas. Pues Pablo escribe en su carta a los Corintios: hemos sido
entregados en espectáculo al mundo, tanto a los ángeles como a los hombres ( I
Cor 4, 9). Los ángeles, pues, nos contemplan, y el Señor de los ángeles es
quien preside la pelea. Para nosotros, esto es un honor y una seguridad. Pues
si Aquél que ha entregado su vida por nosotros es el juez de esta lucha, ¿qué
orgullo y qué confianza no tendremos?
En los
juegos olímpicos, el árbitro permanece en medio de los dos adversarios, sin
favorecer ni al uno ni al otro, esperando el desenlace. Si el árbitro se coloca
entre los dos combatientes, es porque su actitud es neutral. En el combate que
nos enfrenta al diablo, Cristo no permanece indiferente: está por entero de
nuestra parte. ¿Cómo puede ser esto? Veis que nada más entrar en la liza nos ha
ungido, mientras que encadenaba al otro. Nos ha ungido con el óleo de la
alegría y a él le ha atado con lazos irrompibles para paralizar sus asaltos.
Si yo
tengo un tropiezo, Él me tiende la mano, me levanta de mi caída, y me vuelve a
poner de pie. Pues escrito está: pisad desde lo alto las serpientes, los
escorpiones y todo poderío del enemigo (Lc 10, 19).
El
demonio tiene la amenaza del infierno. Si yo consigo la victoria, recibo una
corona; pero él, cuando triunfa, es castigado. Y para que veas cómo es atormentado
sobre todo cuando vence, te mostraré un ejemplo. Él derrotó a Adán, haciéndole
tropezar. ¿Cuál ha sido el premio de su victoria?: te arrastrarás sobre tu
pecho y sobre tu vientre, y comerás el polvo todos los días de tu vida (Gn 3,
14). Si Dios ha castigado con tanta severidad a la serpiente material, ¿qué
castigo no infligirá a la serpiente espiritual? Si tal ha sido la condena del
instrumento, está claro que un castigo igualmente terrible espera a quien lo
manejó. Como un buen padre que al echar mano sobre el asesino de su hijo,
además de castigarle le destroza la espada, así Cristo, encontrando al diablo
homicida, no solamente le ha reprimido, sino que ha quebrantado su espada.
Llenémonos,
pues, de confianza y despojémonos de todo para afrontar esos asaltos. Cristo
nos ha revestido de armas más resplandecientes que el oro, más resistentes que
el acero, más ardientes que la llama, más ligeras que un leve soplo de aire.
Poseen tales propiedades que no nos doblamos bajo su peso; dan alas, aligeran
nuestros miembros, y si con ellas quieres emprender el vuelo hacia el cielo, no
te serán obstáculo. Son armas de naturaleza totalmente nueva, pues han sido
forjadas para un combate inédito. Yo, que no soy más que un hombre, me veo
obligado a asestar golpes a los demonios; yo, que estoy revestido de carne,
lucho contra las potencias incorpóreas. También Dios me ha fabricado una coraza
que no es de metal, sino de justicia; me ha preparado un escudo no de bronce,
sino de fe. Tengo en la mano una espada aguda, la palabra del Espíritu. El otro
lanza flechas, yo tengo una espada. El es arquero, yo soy lancero. Esto nos
muestra cuán cauteloso es, pues el arquero no osa aproximarse, sino que dispara
desde lejos.
¿Pero
qué? ¿Dios no te ha dado más que una armadura? No, ha preparado también un
alimento más vigoroso que cualquier arma, para que no te desmoralices en el
combate. Es necesario que tu victoria sea la de un hombre que rebosa contento.
Si el enemigo te ve regresar del festín del Señor, huye más rápido que el
viento, como quien ve un león cuya boca escupe fuego. Si le enseñas tu lengua
teñida de la preciosa sangre, no podrá apresarte; y si le muestras tu boca
empurpurada, como un ruin animal se batirá en retirada a gran velocidad.
¿Quieres
conocer la virtud de esta sangre? Volvamos a lo que fue figura de esto, a las
narraciones antiguas, a lo que ocurrió en Egipto. Dios iba a infligir a Egipto
la décima plaga. Quería suprimir sus primogénitos, porque retenían a su pueblo
primogénito. ¿Qué podía hacer para no dañar a los judíos con los egipcios, ya
que todos se encontraban en el mismo lugar? Observa la virtud de la figura para
conocer así el poder de la realidad.
El
castigo enviado por Dios iba a venir del cielo y el ángel exterminador andaba
rondando por las casas; ¿Qué hizo Moisés? Inmolad, dijo, un cordero sin mancha
y pintad vuestras puertas con su sangre (cfr. Ex 12, 21-25). ¿Qué dices de
esto? ¿La sangre de un animal irracional puede salvar a los hombres dotados de
razón? Sí, responde Moisés; no porque sea sangre, sino porque es figura de la
sangre del Señor. Del mismo modo que las estatuas de los emperadores, que no
tienen alma ni entendimiento, protegen a los hombres dotados de alma y de razón
que buscan refugio cerca de ellas, no porque sean de bronce, sino porque
representan al emperador; así esta sangre, privada de alma e inteligencia, ha
salvado a hombres dotados de alma no porque fuera sangre, sino porque
prefiguraba la sangre del Señor.
Aquel
día el ángel exterminador vio la sangre que señalaba las puertas, y no se
atrevió a entrar. En el presente, si el diablo ve no ya la sangre de la figura
señalando las puertas, sino la sangre de verdad sobre los labios de los fieles,
marcando la puerta de este santuario de Cristo en que se han convertido, con mayor
razón se guardará de intervenir. Pues si la figura ha detenido al ángel, con
mucho más motivo la verdad pondrá al diablo en retirada.
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