Como
sal y como luz
(Homilías
sobre el Evangelio de San Mateo, 15, 6-7) /Mt/05/13-16 CR/SAL-LUZ/CRISOSTOMO
Vosotros sois la sal de la tierra (Mt 5, 13). Vosotros no habéis de preocuparos sólo de
vuestra propia vida, sino de la de toda la tierra. A vosotros no os envío, como
hice con los profetas, a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte, ni siquiera a
una entera nación. No. Vuestra misión se extenderá a la tierra y al mar, sin
más límites que los del mundo mismo. Y a una tierra que encontraréis mal
dispuesta.
En
efecto, por el hecho mismo de decirles: vosotros sois la sal de la tierra, el Señor les mostró que toda la humanidad estaba
insípida y podrida a causa de los pecados. Por eso exige de sus Apóstoles
aquellas virtudes que especialmente son necesarias para el aprovechamiento de
los demás. El que es manso, modesto, misericordioso y justo, no guarda para sí
solo estas virtudes, sino que procura que estas aguas tan hermosas se derramen
abundantemente para provecho de los otros hombres. Del mismo modo, el que es
limpio de corazón, el pacífico, el que es perseguido por causa de la verdad,
dispone también su vida para común utilidad.
No
penséis—dice el Señor a sus discípulos—que os lanzo a combates sin importancia,
y que os encomiendo negocios de poca monta. No. Vosotros sois la sal de la tierra. Entonces, ¿curaron los Apóstoles lo que estaba podrido?
De ninguna manera. Lo que el Señor renovaba y a ellos entregaba, lo que El
libraba del mal olor de la podredumbre, eso salaban ellos, conservándolo y
manteniéndolo en la novedad que del Señor había recibido. Porque librar de la
podredumbre de los pecados fue hazaña exclusiva de Cristo; mas hacer que los
hombres no volvieran a pecar fue ya obra del celo y del trabajo de sus
Apóstoles. ¿Veis cómo poco a poco el Señor les va
haciendo ver que son superiores a los profetas? Porque no les llama maestros de sola Palestina, sino de
la tierra entera; y no sólo los hace maestros, sino temibles.
Ahí
está la maravilla: que los Apóstoles no se hicieron amables a todo el mundo
porque adulasen y halagaran a todos, sino escociendo vivamente como la sal.
No os
sorprendáis—les dice—si, dejando por un momento a los demás, hablo ahora con
vosotros y os invito a tamaños peligros. Considerad a cuántas ciudades y
pueblos y naciones deseo enviaros como maestros. Por eso no quiero que seáis
prudentes vosotros solos, sino que hagáis también prudentes a los demás. ¡Y qué
prudencia han de tener aquellos de quienes depende la salvación de las almas!
¡Qué abundancia de virtud en quienes han de ser provecho para los otros!
Porque, si no sois tales que podáis servir de provecho a los demás, tampoco os
bastaréis para vosotros mismos.
No os
irritéis, como si lo que os digo fuera cosa molesta. Si los demás se tornan
insípidos, vosotros podéis devolverles el sabor; pero, si esto os sucediera a vosotros,
con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás. Por tanto, cuantos
mayores asuntos llevéis entre manos, mayor fervor y celo necesitaréis.
Por
eso les advierte: si la sal se torna insípida, ¿con qué se le
devolverá el sabor? Para nada vale ya, sino para ser arrojada y pisoteada de
las gentes (Mt 5, 13). Los
otros, en efecto, aunque mil veces desfallezcan, mil veces pueden obtener
perdón; pero, si cae el maestro, no tiene defensa posible (...).
Había
dicho el Señor a sus discípulos: cuando os insulten y persigan, y
digan toda palabra mala contra vosotros... (Mt 5, 11). Para que no se acobardaran al oír esto, y rehusaran
salir al campo de batalla, ahora parece decirles: si no
estáis preparados a sufrir todas estas cosas, vana ha sido vuestra elección. Lo que debéis temer no es que se os maldiga, sino el
ser envueltos en la común hipocresía. En ese caso os habríais tornado
insípidos, y seríais pisoteados por la gente. Pero si seguís frotando con sal,
y por ello os maldicen, alegraos entonces. Ésa es precisamente la función de la
sal: escocer y molestar a los corrompidos. La maledicencia os seguirá
forzosamente, pero no os hará ningún daño, sino que dará testimonio de vuestra
firmeza. Pero si por miedo a la murmuración abandonáis el ímpetu que debéis
tener, entonces sufriréis más graves daños. En primer lugar, se os maldecirá lo
mismo; y luego, seréis la irrisión de todo el mundo; porque eso quiere decir
ser pisoteado.
El
Señor pasa ahora a otra comparación más alta: vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 14). Nuevamente se nos habla del mundo; no de
una sola nación, ni de veinte ciudades, sino de la tierra entera. Se nos
habla de una luz inteligible, mucho más preciosa que los rayos del sol, como
también la sal había que entenderla espiritualmente. Y pone primero la sal, luego la luz, para que te des
cuenta de la utilidad de las palabras enérgicas y el provecho de una enseñanza
seria. Ella nos ata fuertemente y no nos permite disolvernos. Ella nos hace
abrir los ojos, llevándonos como de la mano a la virtud.
(...)
Después de haberles mostrado su propio poder, el Señor les exige franqueza y
libertad, diciéndoles: nadie enciende una lámpara y la pone debajo
del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, a fin de que vean vuestras buenas
obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (Mt 5, 15-16). Es como si les dijera: yo he encendido
la luz; pero que siga ardiendo, depende ya de vuestro afán apostólico. Y eso no
sólo para alcanzar vuestra propia salvación, sino también la de aquellos que
han de gozar de su resplandor, y ser así conducidos como de la mano hacia la
verdad. Si vosotros vivís con perfección, como conviene a los que han recibido
la misión de convertir a todo el mundo, las calumnias no podrán echar ni una
sombra sobre vuestro resplandor.
Llevad,
pues, una vida digna de la gracia; a fin de que, así como la gracia se predica
en todas partes, también vuestra vida esté de acuerdo con la gracia.
Por
fin, además de la salvación de los hombres, el Señor les señala otro provecho,
que es suficiente por sí solo para incitarles a la pelea y llevarles al más
intenso fervor. Porque—les dice—viviendo rectamente, no sólo
corregiréis a toda la tierra, sino que glorificaréis a Dios; de manera
semejante a cómo, si no vivís virtuosamente, no sólo perderéis a los hombres
sino que haréis que sea blasfemado el nombre de Dios.
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