Contradiciendo las
apariencias que tanto aprecia la propaganda atlantista, Thierry Meyssan
prefiere interpretar las relaciones internacionales a largo plazo. Estima que
lo sucedido en Siria durante los 7 últimos años no fue una guerra civil sino
una agresión externa y parte de una guerra regional de 17 años en el Gran Medio
Oriente. De ese vasto conflicto, en el que Rusia sale vencedora ante la OTAN,
está surgiendo poco a poco un nuevo equilibrio mundial.
Todas las guerras terminan
con vencedores y vencidos. Los 17 años que acabamos de vivir en el «Medio
Oriente ampliado», o Gran Medio Oriente, no serán la excepción de esa
regla [1].
Saddam Hussein y Muammar el-Kadhafi fueron eliminados, Siria está ganando,
pero no hay otro perdedor que el pueblo árabe.
Lo más que puede hacerse es
fingir creer que el problema es sólo en Siria. Y que, en Siria, es
sólo en la Ghouta. Y que, en la Ghouta, el Ejército del Islam [2]
ha perdido. Pero ese simple episodio no bastará para proclamar
el fin de las hostilidades que asolan la región, destruyen ciudades
enteras y provocan la muerte de cientos de miles de hombres, mujeres
y niños.
Sin embargo, la fábula de
la extensión por contagio de las «guerras civiles» [3]
permite a los 130 países y organizaciones internacionales que participaron
en las reuniones cumbres de los «Amigos de Siria» negar
sus responsabilidades y mantener la frente alta. Y, como
nunca reconocerán su fracaso, seguirán perpetrando abusos
y crímenes en otros teatros de operaciones. En otras palabras:
la guerra que desataron en esta región terminará pronto, pero continuará
en otra parte.
Desde ese punto de vista,
lo que se puso en juego en Siria a partir de la
declaración de guerra de Estados Unidos –la adopción en el Congreso
estadounidense de la Syrian Accountability Act, en 2003,
o sea hace casi 15 años– habrá moldeado el orden mundial que
está surgiendo. En efecto, aunque casi todos los países del «Medio
Oriente ampliado» se han visto debilitados por lo sucedido, y
algunos incluso destruidos, sólo Siria se mantiene en pie e
independiente.
Por consiguiente, el
Pentágono ya no podrá poner en práctica la estrategia del
almirante estadounidense Cebrowski, tendiente a destruir las sociedades
y Estados de los países no globalizados y a obligar los países
globalizados a pagar por la protección de los ejércitos estadounidenses para
tener acceso a las materias primas y las fuentes de energía de los países
destruidos. Aplicar esa estrategia será imposible en esta región,
pero tampoco será posible en otros lugares del mundo.
Por iniciativa del
presidente Donald Trump, las fuerzas armadas estadounidenses están abandonando
lentamente su respaldo a los yihadistas y comienzan a retirarse del campo
de batalla. Pero eso no convierte a la administración Trump en un gobierno
de filántropos, sólo están siendo realistas y esa actitud debería
poner fin a su implicación en la destrucción de Estados.
Volviendo a las bases de la
Carta del Atlántico, en la que Londres y Washington se ponían
de acuerdo, en 1941, para controlar juntos los océanos y
el comercio mundial, Estados Unidos se prepara también para sabotear
el comercio de su rival chino. Donald Trump está reformando
el grupo QUADS (al que también pertenecen Australia,
Japón y la India) para limitar los desplazamientos de la
flota mercante china en el Pacífico. Simultáneamente, nombra como
consejero para la seguridad nacional a John Bolton, cuya gran realización –bajo
la administración de Bush hijo– fue implicar a los países de la OTAN
en la vigilancia militar de los océanos y del comercio global.
Es muy probable que
el gran proyecto chino de creación de «rutas de la seda»,
terrestres y marítimas, no llegue a concretarse en los próximos años. Como
Pekín ha decidido hacer transitar sus mercancías a través
de Turquía –en vez de hacerlo a través de Siria– y
de Bielorrusia –en vez de Ucrania–, seguramente seremos testigos
de la aparición de «desórdenes» en los países seleccionados como
vías de paso.
En el siglo XV, China trató
de reabrir la «Ruta de la Seda», construyendo para ello una
gigantesca flota de 30 000 hombres, bajo las órdenes del
almirante musulmán Zheng He. A pesar de la calurosa acogida que aquella
flota pacífica recibió en el Golfo Pérsico, en África y en el
Mar Rojo, aquel proyecto fracasó. El emperador ordenó quemar toda
la flota y China se replegó sobre sí misma durante
5 siglos.
El presidente Xi
se inspira hoy en aquel ilustre precedente para concebir la «Belt and
Road Initiative» (Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda). Pero,
al igual que el emperador Ming Xuanzong, el presidente Xi podría
verse obligado a renunciar a ese proyecto, lo cual implicaría la pérdida
de las enormes sumas que su país está invirtiendo para concretarlo.
Por su parte, el Reino
Unido no ha renunciado a su plan de nueva «revuelta árabe»,
que reedita la maniobra que le sirvió –en 1915– para poner a los
wahabitas en el poder, desde Libia hasta Arabia Saudita, aunque la llamada «primavera
árabe» de 2011, destinada a poner el poder en manos de la
Hermandad Musulmana, se ha estrellado contra la resistencia siro-libanesa.
Londres pretende aprovechar
el «giro hacia Asia» de Estados Unidos para restaurar
su propio esplendor en las tierras de su antiguo imperio. Hoy
se dispone a salir de la Unión Europea y orienta sus fuerzas armadas
en contra de Rusia. Ha tratado de reunir a su lado el mayor
número posible de aliados mediante la manipulación del «caso Skripal»,
pero ha sufrido numerosas decepciones, como la negativa de Nueva Zelanda
a seguir haciendo el papel de dócil «dominion». Lógicamente,
Londres reorientará a sus yihadistas en contra de Moscú, como ya
lo hizo antes, durante las guerras desatadas en Afganistán, Yugoslavia
y Chechenia.
Rusia, única gran potencia
que sale victoriosa del conflicto en el Medio Oriente, ha logrado
concretar el objetivo que Catalina La Grande [4]
se había fijado: tener acceso al Mediterráneo y salvar la cuna del
cristianismo, pilar de la cultura rusa.
Moscú debería ahora
desarrollar la Unión Económica Euroasiática, a la que Siria desea integrarse
–Damasco ya presentó su candidatura en 2015. En aquel momento,
la adhesión de Siria a esa asociación de países quedó en suspenso
a pedido de Armenia, inquieta ante la entrada de un país
en guerra en ese espacio económico común.
El nuevo equilibrio del
mundo ya es bipolar desde el momento en que Rusia dio a conocer su nuevo
arsenal nuclear. Es muy probable que el mundo se divida
en dos, pero no por que exista una «cortina de hierro»
sino sólo por voluntad de las potencias occidentales, que ya están
separando los sistemas bancarios y que pronto tratarán de hacer lo mismo
con internet. Ese orden mundial bipolar se basaría en la OTAN, que ya
no tendría enfrente el Pacto de Varsovia sino la Organización del
Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). En un periodo de 30 años, Rusia ha
pasado la página del bolchevismo y ha desplazado su influencia del centro
de Europa hacia el Medio Oriente.
Mientras tanto, en un
movimiento de balanza, Occidente –el antiguo «mundo libre»–
se convierte en un conjunto de sociedades coercitivas de falso consenso.
La Unión Europea se dota de una burocracia más grande y opresiva
que la de la desaparecida Unión Soviética, mientras que Rusia vuelve a ser el
defensor del Derecho Internacional.
[1]
Ver como referencia De
la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran
farsa de las “primaveras árabes”, Thierry Meyssan, Orfila Valentini,
2017.
[2]
El autor se refiere al grupo armado islamista Yesh al-Islam (Ejército del
Islam) que durante los últimos años sembró el terror en Damasco disparando
constantemente cohetes y proyectiles de mortero contra los barrios
residenciales de la capital siria y asesinando personas que no aceptaban
su autoridad y homosexuales en las zonas que controlaba. La prensa
atlantista clasifica a Yesh al-Islam como «rebeldes». Nota de la Red Voltaire.
[3]
Ver «Agresión
disfrazada de guerras civiles», por Thierry Meyssan, Red Voltaire,
27 de febrero de 2018.
[4]
«De Catalina La Grande
a Vladimir Putin», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28
de noviembre de 2017.
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