unidos la justicia social, los bienes
morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (NA, ibid.).
También aquí se tuerce con violencia el
significado de los hechos históricos, porque se reducen artificiosamente a
meras "desavenencias y enemistades" las luchas sangrientas, largas cruentas,
fe contra fe, que hubimos de sostenerla lo largo de los siglos para rechazar el
asalto del islam. Además, también se pasan por alto las diferencias abisales
que median entre la escatología católica y la islá. mica (la carencia de una
verdadera visión beatífica, la carnalidad del paraíso, la eternidad de las
penas infernales sólo para los infieles), por no mencionar la incompatibilidad
absoluta de su concepción de la "vida moral" y del "culto"
con la nuestra: el islam es una religión que, además de admitir instituciones
moralmente inaceptables como la poligamia, con todos sus corolarios, pretende
garantizar la salvación nada más que con solas las prácticas legales .del
culto; constituye, pues, una religión exterior y legalista, aún más que el
fariseísmo, condenado por Nuestro Señor a boca llena (cf. Mt 6, 5). Todo eso se
pasa en silencio para invitarnos a una colaboración imposible con la morisma,
aunque sólo sea porque ésta no da a las expresiones "justicia
social", "paz", "libertad", etc., otro significado que
el que puede inferirse del Corán y de la Asuna (10 que dijo e hizo Mahoma),
según los ha entendido la interpretación "ortodoxa" a lo largo de los
siglos: Un significado islámico, absolutamente distinto del nuestro. Por poner
un ejemplo, la morisma agarena no entiende la paz ni siquiera a la manera del
Pontífice actualmente reinante: al no admitir que los islamitas puedan vivir
bajo los infieles, dividen el mundo en dos: la parte donde domina el islam (dar
al-islam: morada del islam) y todo el resto, forzosamente enemigo hasta que se
convierta o someta (dar alharb: morada de la guerra). La comunidad islámica se
considera siempre en guerra con ese resto del mundo; de ahí que la paz no sea
para ella un fin en sí, que permita la convivencia de Estados y religiones
diversos: no es más que un medio dictado por las circunstancias, que obligan a
pactar armisticios con los infieles; deben gozar de una duración limitada (no
más de diez años); y la guerra debe reanudarse siempre que se pueda -constituye
una obligación moral para el agareno, de cuño jurídico-religioso- hasta la
infalible victoria final: la instauración de un Estado islámico mundial.
NOTA:
La afirmación según la cual los moros "adoran al Dios único,
etc." parece justificarla el concilio citando en nota la carta personal de
agradecimiento que san Gregorio VII, Papa desde el 1073 al1 085, le escribió en
el 1076 a Anazir, emir de Mauritania, quien se había mostrado bien dispuesto
para con ciertas peticiones del Papa y generoso respecto de algunos prisioneros
cristianos, que había restituido.
El Papa le decía al emir que tal «acto de bondad» le había sido «inspirado
por Dios», quien exige amar al prójimo y lo requiere especialmente «de nosotros
y vosotros [...] que creemos en el mismo Dios, al cual confesamos, aunque de
modo distinto [licet diverso modo]; que alabamos y veneramos a diario al
Creador de los siglos y rector de este mundo» (PL 148,451 A).
Cómo explicar afirmaciones tamañas? Con la ignorancia de entonces tocante a la religión fundada por Mahoma. En efecto, el Corán no se había traducido aún al latín en tiempos de san Gregorio VII, razón por la cual no se echaban de ver aspectos fundamentales de su "credo". Se sabía que los isiamitas, esos enemigos acérrimos del nombre cristiano salidos de repente de los desiertos de Arabia en el 633, con ímpetu conquistador, mostraban, con todo, cierto respeto hacia Jesús, aunque como profeta tan sólo, y hacia la Santísima Virgen; que creían en un Dios único, en el carácter inspirado de sus Escrituras santas, en el juicio y en una vida futura. Podían parecer, por ello, una secta cristiana herética ("la secta mahometana"), equívoco que se mantuvo largo tiempo, porque todavía a principios del siglo XIV Dante colocó a Mahoma en los infiernos, entre los herejes y los cismáticos (In! XXVIII, vv. 31 ss).
Cómo explicar afirmaciones tamañas? Con la ignorancia de entonces tocante a la religión fundada por Mahoma. En efecto, el Corán no se había traducido aún al latín en tiempos de san Gregorio VII, razón por la cual no se echaban de ver aspectos fundamentales de su "credo". Se sabía que los isiamitas, esos enemigos acérrimos del nombre cristiano salidos de repente de los desiertos de Arabia en el 633, con ímpetu conquistador, mostraban, con todo, cierto respeto hacia Jesús, aunque como profeta tan sólo, y hacia la Santísima Virgen; que creían en un Dios único, en el carácter inspirado de sus Escrituras santas, en el juicio y en una vida futura. Podían parecer, por ello, una secta cristiana herética ("la secta mahometana"), equívoco que se mantuvo largo tiempo, porque todavía a principios del siglo XIV Dante colocó a Mahoma en los infiernos, entre los herejes y los cismáticos (In! XXVIII, vv. 31 ss).
Así, pues, el elogio privado que Gregario
VII tributó al emir hay que encuadrarlo en dicho contexto: Gregorio VII suponía
que le escribía a un "hereje", que se había comportado
caritativamente en aquella ocasión, como si el Dios verdadero, en quien pensaba
que aquél creía, le hubiese tocado el corazón. De un hereje, en efecto, se
puede decir que cree en el mismo Dios que nosotros, y que lo confiesa, aunque
de "manera distinta". El elogio, sin embargo, no le impidió a san
Gregorio VII propugnar, con una coherencia perfecta, la idea de una expedición
de todos los países cristianos contra la marisma para socorrer a la cristiandad
oriental, amenazada de aniquilación por aquélla; idea que se llevó en efecto,
poco después de su muerte, con la cruzada, proclamada por Urbano II.
La primera traducción latina del Corán vio
la luz tan sólo en 1143, cincuenta años después de la muerte de san Gregorio
VII; la efectuó el inglés Roberto de Chester para el abad de Cluny, Pedro el
Venerable, quien le agregó una refutación decidida del credo islámico: se
trataba, en realidad, de un resumen del Alcorán, que se reputó por traducción
del mismo durante siglos, hasta la aparición de la versión crítica y completa
del padre Marracci, en 1698. El cardenal de Cusa se valió del resumen de
Roberto de Chester para escribir su célebre Cribratio Alcorani (Cribadura
Crítica del Alcorán) en la primera mitad del siglo XV, que precedió en poco a
la bula promulgada por Pío II (Eneas Silvio Piccomolini) en octubre de 1458; el
Papa llamaba en dicha bula a una cruzada contra los turcos (jamás llegó a
realizarse), que se estaban extendiendo por los Balcanes después de expugnar
Constantinopla, y calificaba a los musulmanes de secuaces del «falso profeta
Mahoma»; calificación que repitió el 12 de septiembre de 1459, en un discurso
digno de nota pronunciado en la catedral de Mantua, donde se había convocado la
Dieta encargada de aprobar la avanzada: en dicho discurso motejó otra vez de
impostor a Mahoma diciendo que, si no se detuviera al sultán Mehmed, éste, una
vez subyugados todos los príncipes de Occidente, «derrocaría el evangelio de
Cristo e impondría a todo el mundo la ley de su falso profeta»
He aquí, pues, una condena lisa y llana del
islam y de su profeta por boca del magisterio pontificio, una vez removido el
error que reputaba el credo agareno por "herejía" cristiana.
9.7 Las proposiciones: «Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores
reclamaron la muerte de Cristo (cf Jn 19, 6), sin embargo, lo que en su pasión
se hizo no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que
entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y si bien la Iglesia es el nuevo
Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y
malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras» (NA § 4).
Se echa de ver aquí el propósito de limitar
la responsabilidad del deicidio a un circulo reducido de personas casi
privadas, mientras que el sinedrio, por el contrario, autoridad suprema en lo
religioso, representaba en realidad al Judaísmo todo entero, por manera que su
actuación entrañó la responsabilidad colectiva de la religión judía y del
pueblo hebreo en el rechazo del Mesías e Hijo de Dios, según se desprende de
las Sagradas Escrituras de manera inequívoca (Jn 19, 12: «Desde entonces Pilato
buscaba liberarlo; pero los judíos gritaron, diciéndole: Si sueltas a ése, no
eres amigo del César ... »;
Mt 27, 25: «y todo el pueblo contestó
diciendo: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos “
Sorprende también la afirmación de que "no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios
y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras".
Una vez más, nos topamos con la carencia de la distinción debida entre
individuos y religión hebrea. Si se habla de los judíos como individuos, la
afirmación es verdadera, como lo demuestra el gran número de conversos del
judaísmo en todo tiempo; pero si se habla del judaísmo como religión, la
afirmación es errónea e ilógica: errónea, porque contradice ni más ni menos que
al evangelio y a la fe constante de la Iglesia desde el origen (cf. Mt 21, 43: «Por eso os digo que os será quitado el reino de Dios y será
entregado a un pueblo que rinda sus frutos»; ilógica, porque si Dios no
reprobó la religión hebrea ni al pueblo hebreo en sentido religioso (que en
tiempos de Jesús se identificaban), entonces la Antigua Alianza ha de reputarse
válida todavía, en competencia con la Nueva, y también ha de seguir siendo
válida la injustificada esperanza en la venida del Mesías, que los judíos
nutren aún. Todo ello configura una descripción absolutamente mendaz del
judaísmo y de sus relaciones con el cristianismo.
9.8 La afirmación inaceptable, contraria a
la doctrina perenne de la Iglesia y a toda sana exégesis católica, según la
cual los libros del Antiguo Testamento ilustran y explican el Nuevo, mientras
que siempre se ha enseñado que 10 verdadero es lo contrario, sin reciprocidad,
es a saber, que el Nuevo Testamento es el que ilustra y explica al Antiguo: «
... No obstante, los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en
la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significacion en
el Nuevo Testamento ( Mt 5, 17; Le 24,27; Rom 16,25-26; 11 Cor 3, 14-16) [hasta
aquí nada que objetar] ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo (illud vicissim
illuminant et explicant) [afirmación errada, que pugna con la
precedente]» (DV § 16).
9.9 La inversión de la misión de los
católicos respecto de los seguidores de las demás religiones.
En vez de exhortar a los creyentes a tomar
más aliento para convertir al mayor número posible de infieles, arrancándolos
de las tinieblas en que están sumidos, 'el concilio exhorta a los católicos a
que «reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales,
así como los valores socio-culturales que en ellos [los adeptos de otras
religiones] existen (qua apud eos inveniuntur)» (NA § 2, cit.). Dicho de otro
modo: los exhorta a afanarse para que los budistas, hindúes, moros, judíos,
etc., sigan siendo tales, o por mejor decir, "progresen" en los
"valores" de sus religiones y culturas respectivas, hostiles todas
ellas a la verdad revelada (l).
Tamaña exhortación expresa un principio
general señalado por el concilio a la "iglesia" que debía nacer de
sus reformas y que se au-61 en adelante
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