Aquí
lo que en otra parte hemos escrito: si no le fuera posible librarse de ellos,
esos defectos ya no serían voluntarios, y por consiguiente no serían impedimento
para la perfección."
Responderemos
que Santo Tomás evita esa manera simplista y superficial de considerar las
cosas, cuando afirma (I, II, q. 68, a. 2) la necesidad de los dones del
Espíritu Santo y de sus correspondientes inspiraciones para salvarse y alcanzar
la perfección. Y más arriba hemos visto que en forma alguna admite que los
dones tengan, aquí en la vida, dos modos específicos distintos, ordinario el
uno y el otro extraordinario, como el de las gracias gratis data.
No es
posible al alma librarse de ciertos defectos morales, sino mediante la
docilidad a las inspiraciones especiales del Espíritu Santo, y sería falso de
toda falsedad decir que si el alma no puede librarse de ellos sin estas
inspiraciones especiales, "estos defectos ya no
serían voluntarios y por consiguiente tampoco serían obstáculo a la
perfección".
Los
dones del Espíritu Santo son otorgados a todos los justos precisamente para que
acepten con docilidad esas inspiraciones especiales, cuya modalidad sobrehumana
se manifiesta cada vez más palpable, si el alma es dócil.
Santo
Tomás expresa en propios términos (I, II, q. 68, a. 2, ad 3): "Rationi
humanae non sunt omnia cognita, ñeque omnia possibilia sive accipiatur ut
perfecta perfectione naturali, sive accipiatur ut perfecta. virtutibus
theologicis. Unde non potest quantum ad omnia repeliere stultittam
et alia hujusmodi de quibus ibi fit mentio. Sed ille cujus scientix et potestad
omnia subsunt, sua motione ab omni stultitia, ignorantia, hebetudine, duritia
et cceteris hujusmodi nos tutos reddit. Et
ideo dona Spiritus Sancti, quae faciunt nos bene seqüentes instinctum ipsius
dicuntur contra hujusmodi defectus dari."
Sostenemos
pues que las inspiraciones especiales del Espíritu Santo son necesarias para
que el alma se vea purificada de tal rudeza, de la insensatez, de la simpleza
espiritual, y así de otros defectos que no solamente se oponen a la perfección
psicológica, sino a la perfección moral. Sin la
docilidad progresiva a estas inspiraciones especiales del Espíritu Santo, el
alma no será purificada a fondo del egoísmo más o menos inconsciente que en
ella se encuentra, y que se mezcla, en forma de negligencia indirectamente
voluntaria, a muchos de nuestros actos y a no pocas omisiones más o menos
culpables.
Decir
que la purificación pasiva no es necesaria para la perfecta pureza moral, sería
negar la necesidad de la purificación pasiva de la voluntad; esa purificación
que impide que el interés humano bastardee los actos de esperanza y de caridad
C1).
Recordemos
aquí lo que escribió Santa Teresa en su Vida, c. xxxi (Obras, t. i, p. 257):
"Ven en todos los libros que están escritos de oración y contemplación
poner cosas que hemos de hacer para subir a esta dignidad.... un no se nos da
nada que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando dicen
bien; una poca estima de honra; un desasimiento de sus deudos...; otras cosas
de esta manera muchas, que a mi parecer las va de dar Dios, porque me parece son
ya bienes sobrenaturales, o contra nuestra natural inclinación."
Sabido
es el sentido que la Santa da a estas palabras. Por lo demás, repetidas veces
afirma que el progreso en las virtudes acompaña normalmente al de la oración, y
que una profunda humildad es de ordinario el fruto de la contemplación infusa
de la infinita grandeza de Dios y de nuestra miseria. Y esto no es cosa
accidental, sino el desenvolvimiento normal de la vida interior.
En
cuanto a San Juan de la Cruz, es evidente que para él la purificación pasiva es
necesaria para la purificación perfecta de la voluntad, Basta recordar lo que
dice de los defectos que hacen necesaria la purificación pasiva de los sentidos
y del espíritu: Noche oscura, 1. I, c. ir al ix y 1. II, c. i y u. En estos
últimos capítulos habla de las "fallas o lunares
del viejo hombre que quedan todavía en el espíritu, como herrumbre que no
desaparece sino bajo la acción de un fuego intenso". Entre los
defectos de los adelantados que tienen necesidad de "la
fuerte lejía de la noche del espíritu", habla
de la rudeza, de la impaciencia, de un secreto orgullo, de un egoísmo inconsciente
que hace que muchos usen, con miras un tanto personales, los bienes del
espíritu, lo cual los introduce en el camino de las ilusiones. Y eso es una
falta de pureza, no sólo psicológica, sino moral.
En
fin, es muy cierto que para San Juan de la Cruz esa purificación pasiva (que es
de orden místico) y la contemplación infusa de los misterios de la fe, están en
el camino normal de la santidad; puesto que dejó escritas estas dos
proposiciones que en sus obras son capitales (Noche oscura, 1. I, c. vm): "La noche o purgación sensitiva es común y acaece a
muchos, y éstos son los principiantes"; siendo pues pasiva, pertenece no
al orden ascético sino al místico. Ibíd., 1. II, c. xiv: "Los adelantados
se encuentran en la vía iluminativa; ahí alimenta Dios al alma y la fortalece
por la contemplación infusa."
Sin
lugar a dudas, San Juan de la Cruz ha querido notar aquí, no una cosa
accidental, sino los fenómenos que se producen normalmente, en el camino de la
santidad, en un alma verdaderamente dócil al Espíritu Santo, mientras esa alma
no se eche atrás en las pruebas.
Mantenemos
pues lo que siempre hemos enseñado sobre esta materia.
Es por
lo demás lo mismo que han enseñado los teólogos del Carmen. Felipe de la SSma.
Trinidad y Antonio del Espíritu Santo dicen expresamente: "Debent omnnes
ad supernaturalem contemplationem aspirare.(Todos deben aspirar a la contemplación
sobrenatural) Debent omnes, et máxime Deo specialiter consecrate animae, ad
actualem fruitivam unionem cum Deo aspirare et tendere: Todos deben aspirar a
la contemplación sobrenatural o infusa (estos teólogos dan idéntico sentido a
las dos últimas palabras”…
En
fin, José del Espíritu Santo ( 3 ) , lo hemos notado ya en diferentes
ocasiones, ha escrito; "Si se toma la contemplación infusa en el sentido
de rapto, de éxtasis o de favores semejantes, entonces no podemos entregarnos a ellos, ni pedirlos a Dios, ni
desearlos; pero en cuanto a la contemplación infusa en si misma, como acto de
contemplación (prescindiendo del éxtasis que accidentalmente le puede
acompañar), aunque ciertamente no podamos esforzarnos por alcanzarla por
nuestra propia industria o actividad, nos es lícito aspirar a ella, desearla
ardientemente y pedirla a Dios con humildad." El mismo autor añade aún ( L
) ; "Eleva Dios ordinariamente —solet elevare— a la contemplación infusa
al alma que se ejercita con fervor en la contemplación adquirida. Ésta es la
doctrina común, quod omnes docent."
Jamás
dijimos nosotros cosa distinta; y ésa es indudablemente la doctrina de San Juan
de la Cruz, en absoluto acuerdo con lo que'nos ha legado Santo Tomás sobre los
siete dones del Espíritu Santo conexos con la caridad, y que, a título de
hábitos infusos, crecen con ella; no se concibe pues sin ellos y sin las
inspiraciones especiales a los cuales nos hacen dóciles, la plena perfección de
la vida cristiana,
ARTÍCULO QUINTO
LA GRACIA ACTUAL Y SUS DIVERSAS FORMAS
Conviene
recordar: 1°, la necesidad de la gracia actual; 2°, sus diversas formas; 3°, en
qué consiste la fidelidad a la gracia.
NECESIDAD DE LA GRACIA ACTUAL
Aun en
el orden natural, ningún agente creado obra ni opera sin el concurso de Dios,
primer motor de los cuerpos y de los espíritus. En este sentido dice San Pablo
en su discurso del Areópago: "No está Dios lejos de cada uno de nosotros,
porque en él vivimos, nos movemos y somos" (Act. A p . , XVII, 28).
Con
mayor razón, en el orden sobrenatural, para realizar los actos de las virtudes
infusas y de los dones tenemos necesidad de una moción divina que se llama la
gracia actual.
Es
esta una verdad de fe contra los pelagianos y semipelagianos, que, sin esa
gracia, no nos es posible ni disponernos positivamente a la conversión, ni
perseverar mucho tiempo en el bien, ni, sobre todo, perseverar hasta la muerte.
Sin la
gracia actual, no nos es dado realizar el menor acto de virtud ni mucho menos
llegar a la perfección. En este sentido dijo Jesús a sus discípulos: "Sin mí no podéis hacer
cosa alguna" (Juan, xv, 5); y
San Pablo añade que en el orden de la salvación, "no
somos capaces, por nosotros mismos ni de un solo pensamiento", y
que "es Dios quien opera en nosotros el querer y
el obrar", actualizando nuestra voluntad sin violentarla. Él mismo
es el que nos concede el estar dispuestos a la gracia habitual y realizar actos
meritorios. Cuando Dios corona nuestros méritos, corona sus propios dones, dice
también San Agustín. La Iglesia lo ha repetido muchas veces en los Concilios.
Ésta
es la razón por la que hay que orar siempre. La necesidad de la oración se
funda en la necesidad de la gracia actual. Fuera de la primera gracia que nos fue
concedida sin que orásemos, ya que ella es el principio mismo de la oración, es
una verdad cierta que la oración es el medio normal, eficaz y universal,
mediante el cual dispone Dios que obtengamos todas las gracias actuales de que
tenemos necesidad.
He
aquí por qué Nuestro Señor nos inculca, con tanta frecuencia, la necesidad de
la oración, para conseguir la gracia: "Pedid y recibiréis; buscad y
encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y al que llama se le abrirá". Esta necesidad de la oración,
para obtener la gracia actual, nos la recuerda, sobre todo, cuando se trata de
resistir a la tentación: "Vigilad y orad, para que no entréis en la
tentación; el espíritu está alerta, pero la carne es débil". Hemos de reconocer,
cuando oramos, que Dios es el autor de todo bien y que, de consiguiente, la
confianza que no se apoye en la oración, es presuntuosa y vana.
También
el Concilio de Trento nos dice, empleando los mismos términos que San Agustín: "Dios jamás ordena lo imposible, pero al darnos un
precepto, nos exige que hagamos lo que está en nuestra mano hacer, y que
pidamos aquello que no podemos; y él mismo nos ayuda para que lo podamos";
igualmente nos ayuda con su gracia actual, a rogar. Hay, pues, gracias actuales
que sólo podemos obtener mediante la oración.
Nunca
se insistirá lo suficiente sobre este punto, porque muchos principiantes,
llenos, sin saberlo, de un cierto pragmatismo práctico, como lo estaban los
pelagianos y semipelagianos, se imaginan que con voluntad y energía, aun sin la
gracia actual, es posible llegar a todo. Pronto les demuestra la experiencia la
profunda verdad de las palabras de Nuestro Señor: "Sin mí, no podéis hacer
nada", y de las de San Pablo: "Dios es quien opera en nosotros el
querer y el obrar"; preciso es pues pedirle la
gracia actual, para observar, y observar cada vez mejor, los mandamientos;
sobre todo el supremo precepto del amor a Dios y al prójimo.
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