§ 8. ALTAR DE
LOS HOLOCAUSTOS
La
séptima cosa digna de destacarse que yo veo en el Templo de Salomón, es el
Altar de los Holocaustos.
San
Agustín (31), San Gregorio el Grande (32), y otros muchos Santos Padres, dicen
que este altar era la figura de los corazones de todos los Santos, que son los
verdaderos altares sobre los que Dios es honrado por los sacrificios
espirituales que allí se ofrecen noche y día a su Divina Majestad.
¿Pues
si esto es verdad de los corazones de los Santos, cuanto más del Santísimo
Corazón de la Madre del Santo de los Santos (9) Este es el verdadero altar de
los holocaustos, dice el ilustre Juan Gerson (33), sobre el cual el fuego
sagrado del divino amor siempre ha estado encendido día y noche.
San
Agustín advierte que como habla allí en el templo de Salomón dos altares...
Siendo
esto así, podemos decir que estos dos, altares del templo de Jerusalén eran una
pintura de los dos altares que hay en el templo más santo que jamás hubo,
después del templo de la sagrada humanidad del Hijo de Dios, es decir, en la
Santísima Virgen. ¿Cuáles son estos dos altares? Son el Corazón de su alma y el
Corazón de su cuerpo, de los que ya se ha hablado, en otra parte.
Estos
dos altares con todas sus pertenencias y dependencias, es decir, con todos los
sentidos interiores y exteriores del cuerpo y con todas las facultades de la
parte superior e inferior del alma, estuvieron siempre consagrados a Dios con
la consagración más santa que imaginarse pueda, después de la humanidad deifica
del Salvador.
En
estos dos altares, o más bien en este altar (porque estos dos Corazones no son
más que un solo Corazón y un solo altar), la Madre del Sumo Sacerdote ofreció
incesantemente a Dios sacrificios de amor, de alabanza, de acción de gracias,
de holocausto, de expiación por los pecados del mundo, y toda clase de
sacrificios.
Sobre
este altar sacrificó a Dios todas las cosas de este mundo y todas las creaturas
que hay en el universo, como otras tantas víctimas diferentes como veremos en
otro lugar. En este altar sacrificó
a Dios su ser, su vida, su cuerpo, su alma, todos los pensamientos, palabras y
acciones, todo el uso de sus sentidos y de sus potencias, y en general todo lo
que ella era, todo, lo que tenia, todo lo que podía. En este altar ofreció a su
Divina Majestad el mismo sacrificio que su Hijo Jesús le ofreció en el
Calvario.
Este
adorable Salvador no se sacrificó a su Padre más que una vez en el Altar de la
Cruz; mas su Santa Madre lo inmoló diez mil veces en el Altar de su Corazón, y
este mismo Corazón fue como el Sacerdote que lo inmoló, y él mismo se inmoló
con él. De suerte que se puede decir que este Corazón admirable desempeñó el
oficio de Sacerdote en este sacrificio, y ocupó en él el lugar de la víctima y
el altar. ¡Oh, qué honor no se debe a este Santo Sacerdote!, ¡qué respeto a
esta preciosa víctima!, ¡qué veneración a este sagrado altar! Bendito seáis, oh
Dios de mi corazón, por haber consagrado a gloria de vuestra adorable Majestad
este dignísimo altar. Haced también, si os place, que nuestros corazones sean
otros tantos santos altares en que os ofrezcamos un continuo sacrificio de
alabanza y de amor.
§ 9. EXHORTACIÓN
Después
de esto, no tengo que decirte sino una cosa sobre esta materia. Y es, que te
conjuro querido hermano, que te acuerdes que el Espíritu Santo te dice y te
repite muchas veces, por boca de San Pablo, que tu cuerpo y tu corazón son el
templo del Dios Viviente, y que consideres que este templo está consagrado a la
Santísima Trinidad con una consagración mucho más excelente y más santa que lo
es la
consagración
de los templos materiales. Aunque los templos, dice San Agustín, hechos
de piedra y de madera por manos de hombres sean santos, sin embargo los templos
de nuestros corazones, edificados por la propia mano Ve Dios, son mucho más
preciosos y más santos(34). La razón es porque están consagrados solamente
con algunas oraciones y ceremonias; y éstos con muchos y grandes sacramentos,
es decir, con el sacramento del Bautismo, con el sacramento de la Confirmación,
con el sacramento de la Eucaristía, y si eres eclesiástico, con el sacramento
del Orden. Y por esto, si no está permitido emplear ninguna de las cosas que
pertenecen a los templos materiales para un uso diferente del que mire al honor
de Dios, a menos de hacerse, creo, una especie de sacrilegio: mucho menos puedes
emplear, sin hacerte culpable, ninguno de los pensamientos y afectos de tu
corazón sino es para el servicio y la gloria de aquel a quien está consagrado
en calidad de templo.
Graba
estas verdades en lo más profundo de tu alma, y que ellas te lleven a conservar
este templo en la pureza y santidad que convienen a la casa de todo un Dios; a adornarlo
con las ricas tapicerías de las divinas gracias; a embellecerlo con las santas
imágenes de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la humildad, de la
obediencia, de la paciencia, de la mansedumbre y de todas las demás virtudes; y
a obrar de suerte que este mismo templo de tu corazón, con todas sus
dependencias y pertenencias, es decir, con todos los sentidos exteriores e
interiores de tu cuerpo y con todas las facultades de tu alma, esté todo él
empleado en honrar al que lo hizo y lo consagró personalmente a gloria de su
Divina Majestad.
XI° Undécima
imagen de santísimo Corazón de la bienaventurado Virgen, que es el horno de los
tres Jóvenes israelitas.
§ 1. SÍMBOLO Y REALIDAD
La
undécima imagen del Corazón admirable de la Santísima Madre de Dios, es este
Horno milagroso que se halla descrito en el capítulo III de la profecía de
Daniel. Porque San Juan Damasceno y muchos otros santos Doctores, nos aseguran
que es una figura de la bienaventurada Virgen y de su Corazón virginal; y que
el fuego que ardía en este horno no era más que una sombra y pintura del celestial
que abrasó siempre el pecho sagrado de la Madre de amor: He aquí sus palabras:
¿No es verdad, dice, hablando con ella, que este horno que estaba lleno de un
fuego ardiente y refrescante al mismo tiempo, te representa con toda verdad, y
que era una excelente figura de este fuego divino y eterno que escogió
tu Corazón para hacer de él su casa y su morada? .
Pero
tal vez me diga alguno, ¿cómo es que una cosa tan noble y tan santa como el
Corazón de la Reina del cielo, puede estar representada por este horno de
Babilonia, que es obra de la impiedad y de la crueldad de Nabucodonosor? Mas
¿no sabes tú que en general todas las cosas que pasaban a los israelitas eran
sombras y figuras de las grandes y maravillosas cosas que debía haber en el Cristianismo
y en el Padre y la Madre de los Cristianos? Verdad es que este horno era efecto
de la impiedad y del furor de Nabucodonosor; mas el designio de la Divina
Providencia, sin cuyo mandato y permisión nada se puede hacer, era hacer aparecer
allí la grandeza de su poder y las maravillas de su bondad con la protección
milagrosa de sus amigos; como también darnos en este horno una hermosa imagen
del augustísimo Corazón de la Reina del cielo, verdadero horno de amor y de
caridad.
§ 2. LAS SIETE LLAMAS DE AMOR
Esta
es la cualidad que le atribuye San Bernardino de Sena (2), al declararnos que
todas las palabras que pronunció la Madre del Verbo Divino y que nos relata el
Santo Evangelio, son otras tantas llamas de amor que salieron de este horno de
amor. Habló siete veces, dice este Santo Doctor, la primera vez con el Arcángel
Gabriel, cuando le dijo: ¿Cómo puede ser que yo sea madre de un Hijo estando
resuelta a vivir y morir virgen? La segunda vez, con el mismo Arcángel, cuando
le declaró su sumisión a la voluntad de Dios diciendo: He aquí la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra. La tercera vez, con Santa Isabel, cuando
la saludó. La cuarta vez, con la misma Santa, cuando pronunció este maravilloso
cántico de alabanza a Dios: Mi alma glorifica al Señor, etc. La quinta vez, con
su Hijo Jesús cuando al hallarle en el templo, después de haberle buscado
durante tres días, le habló de esta manera: Hijo mío, ¿por qué has obrado así
con nosotros? Tu padre y yo te estábamos buscando con dolor. La sexta vez, con
este mismo Hijo cuando, para manifestarle la necesidad de los que daban el
banquete de las bodas en Caná de Galilea, le dirigió estas palabras: No tienen
vino. La séptima vez, con los que servían este banquete, cuando les advirtió,
refiriéndose a su Hijo: Haced lo que él os diga.
Estas
siete palabras añade San Bernardino, son como siete llamas, y siete llamas de
amor, que salieron del horno del Corazón de la Madre de Jesús.
La
tercera es una llama de amor comunicante, que induce a la Madre del Salvador a
visitar a la madre del Precursor de su Hijo, para derramar su Corazón en el de
ella, para comunicar y tratar con ella las cosas que aprendió del Ángel; y para
hacer a la madre y al hijo participes de la plenitud del espíritu y de la
gracia de que ella estaba repleta, mediante la virtud de su voz, la bendición
de las palabras que le dijo al saludarla, y las conversaciones que con ella
tuvo a lo largo de tres meses.
La
cuarta es una llama de amor jubiloso, que colma el Corazón de la Madre de Dios
de un gozo inconcebible, a vista de las grandes cosas que Dios realizó en ella
y que le hizo pronunciar estas divinas palabras: Mi alma glorifica al Señor, y
mi espíritu está arrebatado en gozo de Dios mi Salvador.
La
quinta es una llama de amor gozoso. Representante de una madre que sólo tiene
un hijo, a quien ama infinitamente; la cual ha biéndole
perdido y buscado con mucho dolor por espacio de tres días, después de haberle
encontrado y habérsele quejado amorosamente por la pena que sufrió con su
ausencia, goza de un contento tanto más dulce y más agradable por la posesión
de su muy amado tesoro, cuanto la amargura y la angustia que pasó por su
privación fueron más sensibles.
La
sexta es una llama de amor compasivo ante la indigencia y necesidad del
prójimo.
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