SAN AGUSTIN
En este domingo vigésimo primero predicare
algo sobre la fiesta que ayer con gran pompa y alegría celebró la Santa Madre
Iglesia: LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS. Si la Iglesia así lo dispone
entonces conviene que también nosotros la celebremos pues a esta alegría
universal de la Iglesia se une la de la Congregación que, en una fiesta tan
solemne, fue fundada. De esta manera la devosión y la alegría deben ser las
disposiciones de nuestra alma dado que estamos celebrando o celebramos no a los
que perecieron en el combate sino a los que vencieron, con la gracia divina, a
los enemigos del alma y ahora tienen el premio y descansan de sus trabajos.
Su
triunfo y su consecuente glorificación nos sirve de consuelo y de una no menos
esperanza. Pues en estos días aciagos y difíciles nos es necesario encontrar en
ellos el apoyo y la segura intercesión para superar nuestras miserias y elevar,
cuando menos en este valle de lágrimas, nuestro corazón a la mansión celestial.
LOS
DEFECTOS DE LOS SANTOS
Cuando
el alma escucha algo sublime y elevado, considerando su miseria, puede
desalentarse o desanimarse en el camino asía su salvación eterna porque
considera que tal doctrina contenida en las bienaventuranzas solo la pueden
practicar los santos. Nada mas alejado de la realidad que esta conclusión
nuestro Señor nos las dijo a todos; pecadores y justos. Pues esto se lee en el
evangelio de San Mateo: “ Y viendo Jesús a las turbas subió a un monte, y
después de haberse sentado, se llegaron a Él sus discípulos...” Y si aun
persistimos el desaliento pensemos que también los santos alcanzaron su
galardón a pesar de sus miserias y, aunque suene un poco raro, A PESAR DE SUS
DEFECTOS. Por si bien lo meditamos son parte de la miseria humana. Quizá esto
ultimo nos pueda escandalizar a lo sumo o nos resulte extraño pero interesante
a lo menos y no pasa desapercibido.
SAN JERONIMO
Ahora bien, ¿es posible hablar de los
defectos de los santos? Puede ser que para algunas almas de criterio estrecho y
tímido les sea escandaloso, pero debemos verlo por el lado positivo o en otras
palabras pienso que no hay nada más edificante; porque si se comprueba que los
santos tuvieron los mismos o mayores defectos como los nuestros, podemos
concluir con lógica rigurosa que nosotros podemos tener las mismas virtudes que
ellos. Pero quiero recalcar de nuevo por esta razón nos es necesario tener esto
en claro y bajo este aspecto es posible que los santos tuvieron defectos. Si se
lee las vidas de los santos escritas con poca o ninguna critica histórica,
contestaremos negativamente. Según ellas, sus héroes desde su nacimiento
aparecieron sobre la tierra con una aureola de santidad jamás desmentida, como
santos de nicho o rinconera; de niños no jugaban; de jóvenes, no reían; jamás
una alteración en su carácter, ni un momento de debilidad en su animo, ni una
expansión en su corazón, ni una sombra de imperfección en su conciencia... si
así fueran los santos, harto motivo habría para desanimarnos, teniendo por
imposible su imitación.
A Dios gracias no es así, cierto tampoco
negamos que han aparecido sobre la tierra, como una visión celestial, almas que
más parecen ángeles que hombres, pero no es lo común y ordinario pues lo común
y ordinario es que un santo “no nace se hace”, y luchando a brazo partido con
sus miserias y defectos y hasta con hábitos pecaminosos, y que aun llegados a
las cumbres de la santidad, conservan alguna huella de la región tenebrosa de
donde partieron; como Cristo, en los esplendores de la gloria, conserva las
cicatrices de su muerte ignominiosa.
Pero quizá podríamos decir que
canónicamente la santidad exige que se hayan ejercitado en grado heroico todas
las virtudes o por lo menos alguna. Y para este grado heroico no basta algún
acto aislado, si no que se requiere algo permanente y habitual.
Por otra parte, teológicamente la santidad
consiste “en la transformación del alma en Dios”, o sea en su perfecta
divinización: de la naturaleza del alma, por la plenitud de la gracia; de las
facultades del alma, por las virtudes infusas y sobre todo por los dones del
Espíritu Santo en pleno ejercicio; de la actividad del alma, por la moción
constante, o casi constante, del Espíritu Santo.
Ahora bien, ¿cómo puede haber miserias en
un alma que posee todas las virtudes en grado heroico, en un alma movida
habitualmente por el Espíritu Santo? Para resolver esta dificultad debemos
considerar a los santos en tres etapas sucesivas:
1º Antes de empezar a trabajar en la
perfección,....
2º Durante el periodo largo y laborioso de
su santificación, y es el tiempo propio de la ascesis, de la lucha tenaz para
arrancar defectos y plantar virtudes.
3º Llegados al termino, en esa época de
madurez mas o menos larga que precede a la muerte.
SANTA MARIA MAGDALENA
Así pues cuando hablamos de defectos en los
santos, me refiero especialmente a esta segunda etapa, pero aun cuando han
llegado a la tercera etapa o a la madurez de la santidad, es en rigor
compatible con no pocas miserias humanas; y no solo de aquellas
que no
suponen imperfección en el orden sobrenatural, sino aun de las que implican
imperfección moral y aun pecado venial semideliberado, no habitual, sino
accidental y de pura flaqueza.
Y esto es lógico porque para poseer las
virtudes en grado heroico no es necesario que todos y cada uno de los actos de
los santos sean heroicos tengan la suma perfección. Tal perfección es
sobrehumana, no es de la tierra y sólo en la
Sma. Virgen puede concebirse.
Ni
tampoco es necesario que el alma del santo sea movida por el Espíritu Santo en
todo y cada uno de sus actos, aun los más insignificantes, ni que la
correspondencia del santo sea tal que no flaquee ni un segundo. Esto más que
heroico sería extraordinario y milagroso con relación a esto y para confirmarlo
el concilio de Trento dice: “Si alguno dijere que el hombre, una vez
justificado, no puede volver a pecar... o que puede evitar durante toda la vida
todos los pecados, aun veniales, sin un privilegio especial de Dios, como la
Iglesia lo afirma de la Bienaventurada Virgen María, que sea anatema.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario