De derecha a izquierda (sentido de la lectura de las imágenes en el mundo árabe), Bachar al-Assad, presidente de la República Árabe Siria; sayyed Hassan Nasrallah, secretario general del Hezbollah libanés; el general Mohammed Alí Jafari, comandante en jefe de los Guardianes de la Revolución iraníes; Michel Aoun, presidente del Líbano; y Haider al-Abadi, primer ministro de Irak, se ven convertidos de hecho en camaradas de armas contra los yihadistas.
Comienza a concretarse la
política del presidente Trump en el Gran Medio Oriente. Hasta ahora, Estados
Unidos y sus aliados habían tratado de destruir los Estados de la región e
imponer el caos, pero ahora están legitimando las alianzas contra los
yihadistas. En los discursos, Irán, Siria y el Hezbollah siguen siendo los
enemigos que habría que liquidar, pero en la práctica se han convertido en
socios. Esta nueva situación podría permitir a los Estados de la región sacar a
las transnacionales del juego político y lograr el restablecimiento de la paz.
oco a poco, comienza a
concretarse la política exterior del presidente Trump. En el Medio Oriente
ampliado –o Gran Medio Oriente– Trump ha logrado, con ayuda de su consejero de
seguridad nacional, el general H. R. McMaster, y de su director de la CIA, Mike
Pompeo, poner fin a los programas secretos de ayuda a los yihadistas.
Contrariamente a lo que
trata de dar a entender el Washington Post, aunque es cierto que esa decisión
se tomó antes del encuentro que Trump sostuvo al margen del G20 con el
presidente ruso Vladimir Putin, es importante el hecho que su adopción es
también anterior a la preparación de la cumbre de Riad, celebrada a mediados de
mayo. El objetivo de esa decisión no era arrodillarse ante el zar ruso, como afirma
la clase política estadounidense, sino poner fin a la utilización del
terrorismo, como Donald Trump había anunciado durante su campaña electoral.
Por supuesto, toda la
prensa occidental se hizo eco de las insinuaciones del Washington Post. Si bien
es posible imputar esto último al usual comportamiento de manada de los
periodistas occidentales, se trata más probablemente de una nueva demostración
del hecho que los grandes medios de difusión están en manos de los
organizadores de la guerra que asola el Medio Oriente y de la confrontación con
Rusia.
Las revelaciones
provenientes de Bulgaria [1] sobre la existencia de una gran red de tráfico de
armas, creada por el general estadounidense David Petraeus cuando era director
de la CIA –en 2012– y posteriormente controlada por el propio Petraeus desde su
oficina privada en el fondo de inversiones KKR, demuestran el enorme poder de
los partidarios de la guerra.
Al menos 17 Estados han
participado en esa operación, identificada como «Timber Sycamore», durante la
cual Azerbaiyán garantizó el transporte de 28 000 toneladas de armas destinadas
a los yihadistas mientras que Israel proporcionaba documentos falsos sobre la
destinación final de todo ese armamento. Todo indica que David Petraeus y KKR
actuaron con ayuda del secretario general adjunto de la ONU, el también
estadounidense Jeffrey Feltman. Por supuesto, nadie será juzgado –ni en los
países implicados, ni en el plano internacional– por haber participado en ese
gigantesco tráfico de armas, cuyo volumen no tiene precedente en la historia.
Ya resulta más que evidente
que, desde hace 4 años, los pueblos del Levante han estado luchando no sólo
contra otros Estados sino, ante todo, contra un consorcio de transnacionales –o
sea, una alianza de empresas privadas que incluye a los grandes medios de
difusión internacionales– y varias potencias o Estados de nivel medio que,
juntos, imparten órdenes a pequeños Estados, los que a su vez se encargan del
trabajo sucio.
En todo caso, las
dificultades que Donald Trump ha venido enfrentando para imponer su voluntad a
la CIA y al Pentágono, así como la existencia misma de esa red paralela –de
naturaleza simultáneamente pública (estatal) y privada– permiten entrever la
complejidad de su tarea en el marco de un orden mundial que se halla bajo la
nefasta influencia de intereses privados.
En un primer momento, y
aunque se registraron varios incidentes, las fuerzas estadounidenses no han
detenido la ofensiva de los ejércitos de Irak y Siria que tratan de restablecer
la ruta de la seda.
La ofensiva que el Ejército
Árabe Sirio emprendió con el Hezbollah, y en coordinación con el ejército
libanés, en el jurd de Ersal [2] es el primer resultado visible de la nueva
política de Washington. Aunque mantiene sus fuertes críticas contra la
participación del Hezbollah en esa ofensiva, el primer ministro libanés Saad
Hariri autorizó el ejército del Líbano, a pedido de Arabia Saudita, a
participar en la operación. Es la primera vez que los ejércitos del Líbano y
Siria y el Hezbollah actúan oficialmente de manera coordinada. Aunque mantiene
su retórica contra Irán y el Hezbollah, Riad estimó que resulta más conveniente
trabajar, al menos momentáneamente, junto al Hezbollah y priorizar la
liquidación de los yihadistas.
El hecho es que esta
guerra, concebida para destruir los Estados de la región, está arrojando un
resultado exactamente inverso ya que está forjando la unidad entre las fuerzas
iraníes, iraquíes, sirias y libaneses.
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