Provincia de entre Rios, Argentina
En la
Argentina se han creado colonias judías, copiosamente regadas por las subvenciones
del Barón Hirsch. Entre Ríos, Corrientes, la Mesopotamia argentina, estuvo a
punto de ser la nueva Mesopotamia judía. Pero al cabo de pocos años, el colono
abandonó el arado, se transformó en comerciante, y dejó en su lugar, en la
tierra desdeñada, a un italiano, a un español, que serian sus mejores clientes.
La
colonización judía en la Argentina ha fracasado.
No en
vano aconseja así el Talmud: "El que tiene 100 florines en el comercio, come
carne y bebe vino todos los días; el que los tiene en la agricultura come pasto."
"El
que quiera hacer agricultores de los judíos, dice Teodoro Herzl, comete un
extraño error." (1)
"El
instinto mismo de la propiedad, que, por otra parte resulta del apego a la tierra,
no existe en los semitas, esos nómades que nunca han poseído el suelo y no
quisieron poseerlo. De ahí sus tendencias comunistas innegables, desde la más
remota antigüedad." (1)
La
sola riqueza indiscutible para el judío es el oro, que seadhiere a su dueño y
lo acompaña en sus avatares, y se puede guardar indefinidamente, esconder y transportar.
Mientras
los otros pueblos manejaban la espada, el judío, arrinconado en el ghetto,
aprendía los secretos del oro.
Y a
medida que lo acaparaba, y a fin de aumentar su valor, sus financistas iban
haciendo penetrar en las universidades y en los libros cristianos, una doctrina
que les convenía, y que el mundo ha aceptado, como un dogma económico, pero de
la cual se mofarán los siglos futuros: "No puede haber moneda sana, que no
tenga por garantía el oro."
Fetichismo
funesto, verdadera trampa judía.
Es
imposible apoderarse de toda la riqueza de un país. Pero no tan difícil controlar
sus negocios, para quien logra controlar su moneda.
La
riqueza de una nación vale cien mil millones. ¿Quién posee cien mil millones
para comprar una nación?
¡No es
necesario! La moneda de esa nación no pasa de mil millones. El que se apodere
de esos mil millones en dinero líquido, se habrá apoderado del país.
Pero
tampoco es necesario. Esa moneda es papel, cuya garantía son quinientos
millones en oro.
Bastaría
adueñarse de ese oro, aunque se lo dejara dormir en las cajas de sus bancos,
para dominar los negocios y poseer prácticamente la riqueza entera de la nación.
Teodoro Herzl,
5. Una doctrina económica que es una trampa judaica.-"Se compra
oro".-Esta crisis, vasta maniobra de los financistas judíos.-La crisis
prepara la revolución.-El judío es revolucionario.-La Argentina lo atrae
especialmente.-La apatía criolla.-Buenos Aires, futura Babilonia
La
doctrina del oro, como súper moneda universal, conduce al súper reinado de
Israel sobre el mundo.
Este
es el sentido en que debe interpretarse el famoso manifiesto de Adolfo Crémieux,
fundador de la Alianza Israelita Universal, que ya en 1860 se dirige a Moisés
Montefiere y le dice: "…8°-No está lejano el día en que todas las riquezas
de la tierra pertenezcan a los hebreos."
Ciertamente,
no lograrán nunca apoderarse de todos los campos, de todas las fábricas, de
todos los ferrocarriles, de todas las empresas cristianas; pero al apoderarse
del oro, tendrán en sus manos todos los medios de pago de la humanidad, que se
fundan en el oro.
Podrán
provocar crisis y encender guerras y preparar por ellas la revolución mundial,
que allanará el camino del Anticristo, su Mesías.
En el
capítulo V de la segunda parte de esta novela, el banquero judío Blumen dice a
los financistas consternados por la noticia de que un alquimista ha descubierto
la manera: de producir oro artificial, al precio del jabón:
“Algún
día la humanidad se asombrará de que haya habido una época en que ella misma se
dejó encerrar en esta prisión israelita del prejuicio del oro. Hallará inconcebible
una crisis, como la actual, en que el mundo, conservando y hasta aumentando sus
fuerzas productoras, ha vivido pereciendo de miseria, por carecer de medios de
pago, a causa de que el oro, del que nuestros sabios han sabido hacer la base
de las monedas universales, ha sido retirado de la circulación, en grandes
masas por nosotros mismos…”
Nunca
había el mundo presenciado la avidez por el oro, que actualmente se observa. En
todas las calles de esta ciudad y en todas las ciudades de la República y del
mundo han aparecido sugestivos letreros: "Se compra oro" "Compramos
oro". "Oro, oro, oro, pagamos el mejor precio."
No es
una simple casualidad: es el indicio claro de una política no menos clara,
aunque se dirige desde la sombra: la política del Kahal, que por un lado incita
a los judíos a acaparar el oro, y por el otro difunde en libros, periódicos y universidades
la doctrina económica que ha dado al metal amarillo un privilegio insensato.
Con el
andar del tiempo se verá que esta crisis ha sido una vasta maniobra de financistas,
para quienes los mejores semilleros de negocios son las crisis y las guerras.
Esta
crisis prepara la guerra que acabará en una colosal revolución e introducirá el
caos en las naciones. Del caos saldrá lo que el Talmud promete a Israel.
"El Mesías dará a los judíos el imperio del mundo al cual
estarán sometidos todos los pueblos·"
(Trat. Schabb f. 120 c.l.) ¿El Mesías? ¿Acaso los judíos esperan el
advenimiento del Mesías? Es posible que algunos judíos, de ésos que todavía
lloran al pie del muro de las lamentaciones en la Ciudad Santa, conserven la
esperanza de un Mesías personal, que vendrá como un rey omnipotente a realizar
las profecías.
Pero
la inmensa mayoría, inclusive sus teólogos de más autoridad, han abandonado
hace tiempo esa interpretación.
No
creen en el Mesías, pero creen en la misión mesiánica Israel.
Y se
apoyan en las palabras de Moisés, en la última asamblea general de su nación
(Deuter. XXX, 1-9), donde, a manera de un testamento, predice la futura grandeza
del pueblo escogido.
"En
esta profecía-observa el gran rabino y teó1ogo" Weill- no hay ninguna mención
directa, ni indirecta, de un Mesías personal. .. Ningún vestigio de un rey, príncipe
e personaje cualquiera, encargado de esta misión reparadora, Moisés no conoce o
al menos no anuncia al Mesías personal. Predice una regeneración, un renacimiento
nacional… Este mesianismo se resume en una restauración moral y religiosa."
(1)
Tan
restringida interpretación de las profecías, concuerda muy bien con la religiosidad
judía, deísmo vago o inanimado, pequeño par de alas de su nacionalismo pesado,
vigoroso y materialista.
El
judío encuentra insustancial la esperanza del cielo. No sabe ni quiere saber de
las cosas del otro mundo. Cree en el paraíso terrenal.
No
siempre es ateo, pero siempre es anticristiano.
"Habría
que examinar, dice B. Lazare, cuál ha sido la contribución del espíritu judío
al terrible anticlericalismo del siglo XVIII." (2)
Sabido
es que de ese anticlerica1ismo brotó el liberalismo del siglo XIX, pesado Mar
Muerto en cuyas aguas plúmbeas ninguna vida espiritual subsiste, filosofía
taimada, que encendió las luchas religiosas y políticas de aquel siglo, y atiza
la guerra social del presente.
Dejemos
otra vez la palabra al autor de L' Antisemitisme. “En la historia del liberalismo
moderno en Alemania, en Austria, en Francia, en Italia el judío ha desempeñado
un gran papel” "El liberalismo ha marchado a la par del anticlericalismo.
El
judío ha sido ciertamente anticlerical; él ha provocado el Kulturkampt, en Alemania:
él ha aprobado las leyes Ferry en Francia. Es justo decir que los judíos
liberales han descristianizado, o a lo menos han sido los aliados de los que fomentaban
esta descristianización, y para los antisemitas conservadores, descristianizar
es desnacionalizar." (1)
Recojamos
esta preciosa confesión: el judío es un poderoso factor antinacional.
Por el
apego que tiene a sus tradiciones, por su espíritu de economía, por su admirable
patriotismo, se nos presenta como un tenaz conservador.
Y lo
es, pero conservador de sus propias instituciones. Sumergido en un ambiente cristiano,
resulta insocial, inasimilable y revolucionario.
Citemos
otro testimonio insospechable.
Oigamos
de nuevo a Teodoro Herzl, en una estupenda confesión: "Abajo
nos volvemos revolucionarios proletarizándonos y constituimos los suboficiales
de todos los partidos subversivos. Al mismo tiempo que se agranda arriba
nuestra temible potencia financiera." (2)
"El judío tiene espíritu
revolucionario; consciente o no, es un agente de revolución", dice B. Lazare. Y más adelante agrega esta observación:
"El día en que el judío ocupó una función civil, el
estado cristiano se puso en peligro… En ese gran movimiento que conduce cada pueblo a la
armonía de los elementos que
lo componen, los judíos son los refractarios, la nación de la dura
cerviz." (3)
Palpita
en las entrelíneas de estos escritores el orgullo de la raza, porque esa condición
de revolucionario y de insociable que confiesan, es toda una definición: El judaísmo no es una nacionalidad, no es
una religión, es un nacionalismo, mejor
todavía, un imperialismo.
(1)
Th. Herzl: "L'Etat Juif", pág. 77.
(2)
(1) Kadmi Cohen: “Nómades”,
p. 85.
(1) Lazare:
"Op. cit,", t. II, p. 224.
(2) Th.
Herzl: "L'Etat Juif", París, Librairie Lipschutz, 1926, pág.
84.
(3)
(3) Lazare: "Op.
cit, t. II, pp. 182, 225, 269.
Y esto
es lo que sintieron dos mil años antes de Cristo los primeros antisemitas de la
historia, los Faraones de Egipto, y después todos los pueblos de todos los
siglos.
No
podía nuestra joven patria ser una excepción, y ya tiene también su conflicto.
El
judío argentino no es generalmente el personaje antipático, que han caricaturizado
los escritores europeos.
Por de
pronto no es mezquino. Nosotros conocemos otros pueblos que son característicamente
cicateros y miserables.
El
judío no. Cuando pobre, es económico hasta el heroísmo. Pero cuando rico es
generoso y gran señor, como nadie.
No es
áspero ni prepotente. Por el contrario, sus maneras son civiles y afables.
Nadie
sonríe como él; nadie es complaciente como él.
Añádase
que es dúctil, tenaz e inteligente, y suple con sagacidad y perseverancia las
condiciones de fuerza o de genio que pueden faltarle.
Los
argentinos no hemos inventado la cuestión judía. Existía fuera de aquí y mucho
antes que nosotros. Ahora existe aquí, porque los judíos mismos la han planteado.
Recordemos las palabras ya citadas de su gran apóstol Herzl: "Tenemos que hacer de la cuestión judía una cuestión
mundial."
Debemos
creer que la Argentina tiene para ellos una atracción especial. Y aun hubo un
tiempo en que pensaron seria mente hacer de una porción del territorio
argentino (tal vez la provincia de Entre Ríos o el norte de Santa Fe) la tierra
prometida, donde se cumplirían las profecías de sus libros santos.
Les
parecía fácil lograr de nuestro gobierno una cesión de territorio, que transformarían
en nación independiente. Y hasta llegaban a creer que nos halagaría mucho su
preferencia.
Esta
no es una Suposición gratuita. He aquí las palabras del gran sionista ya citado,
Teodoro Herzl: "La República Argentina tendría el mayor
interés en eso demos parte de su territorio. La actual infiltración judía ha
producido allí, es verdad, cierta inquietud. Sería, pues, necesario explicar a
la República Argentina la diferencia esencial de la nueva emigración
judía."
A la
apatía criolla, que es una forma de la generosidad petrificada en el preámbulo
de la Constitución, todavía no le inquieta la infiltración judía en nuestro
comercio, en nuestra finanza, en nuestras leyes, en nuestra enseñanza, en nuestra
política y en nuestro periodismo.
No le
damos importancia al descanso del sábado, porque le llamamos sábado inglés.
No nos
preocupa la multiplicación de esas escuelas misteriosas, en que se enseña a los
niños argentinos, no solamente una lengua, sino un alfabeto extraño, que hace
poco menos que imposible vigilar el espíritu de esa enseñanza palabras de
Bernardo Lazare, cuyo testimonio es irrecusable: "El día en que el judío ocupó una función civil, el
estado cristiano se puso en peligro."
Buenos
Aires, cabeza enorme de una república de población escasa, palanca de dirección
omnipotente de este país sin tradiciones, densamente extranjerizado, puede ser
la Babilonia incomparable, la capital del futuro reino de Israel.
Ni
Nueva York, ni Varsovia, podrían disputarle el honor de ser la cuna o la
metrópoli del Anticristo.
Nuestros
judíos no creen, seguramente, en el Mesías, pero sí en la misión mesiánica de Israel, que un día tendrá a todas las naciones a sus pies.
Nadie
como el judío está armado para esta conquista universal, que no se realizará
por la espada, sino por el oro, el arma de los tiempos modernos.
En
muchos pueblos se está librando ya la gran batalla financiera, que primero conduce
a la crisis, luego a la guerra y, finalmente, a la revolución.
El
judío la fomenta, la dirige, la subvenciona y cuando ha hecho tabla rasa del
estado cristiano, la sofoca y se instala en el Capitolio vacío, a gobernar bajo
la inspiración del Kahal, precursor del Anticristo. La Revolución rusa es un
ejemplo actual y completo.
Y ésta
es la razón por la que en todos los pueblos, el grito contra el que se ha levantado
constante y enérgicamente la voz de los Papas: “¡muera el judío!” haya querido
ser sinónimo de "¡viva la Patria!"
Porque
dos naciones no pueden coexistir en la misma nación.
Buenos
Aires, 22 de abril de 1935.
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