XII.
Mostrar siempre humildad en el corazón y en el cuerpo, con los ojos clavados en
tierra.
XI.
Expresarse con parquedad y juiciosamente sin levantar la voz.
X. No
ser de risa fácil.
IX.
Esperar a ser preguntado para hablar.
VII.
No salirse de la norma común del monasterio.
VII.
Reconocerse como el más despreciable de todos.
VI.
Juzgarse indigno e inútil para todo.
V.
Confesar sus pecados.
IV.
Abrazar por obediencia y pacientemente las cosas ásperas y duras.
III.
Someterse a los superiores con toda obediencia.
II. No
amar la propia voluntad.
I.
Abstenerse por temor de Dios en todo momento de cualquier pecado.
LOS GRADOS DE SOBERBIA EN ORDEN DESCENDENTE
I.
La curiosidad, que
lanza los ojos y demás sentidos a cosas que no le interesan.
II.
La ligereza de
espíritu, que se manifiesta en la indiscreción de las palabras, ahora tristes,
ahora alegres.
III.
La alegría tonta, que estalla en risa ligera.
IV. La
jactancia que se hace patente en el mucho hablar.
V. La
singularidad, que en todo lo suyo busca su propia gloria.
VI. La
arrogancia, por la que uno se cree más santo que los demás.
VII.
La presunción que se entremete en todo.
VIII.
La excusa de los pecados.
IX. La
confesión fingida, que se descubre cuando a uno le mandan cosas ásperas y
duras.
X. La
rebelión contra el maestro y los hermanos.
XI. La
libertad de pecar.
XII.
La costumbre de pecar.
PRÓLOGO
Me
pediste, hermano Godofredo, que te pusiese por escrito y con relativa extensión
lo que prediqué a los hermanos sobre los grados de humildad. He intentado
satisfacer tu ruego como se merece, aunque con temor de no poder realizarlo. Te
confieso que nunca se apartó de mi mente el consejo del Evangelio. No me
atrevía a comenzar sin detenerme a pensar si contaba con medios para llevarlo a
cabo.
Y
cuando la caridad ya había arrojado lejos este temor de no poder rematar la
obra, me invadió otro signo contrario. En caso de terminar, me acecharía el
peligro de la vanagloria, peligro mucho más grave que el mismo desprecio de no
acabarlo. Por eso, entre el temor y la caridad, como perplejo ante dos caminos,
estuve dudando largo tiempo sobre cuál de ellos debía tomar. Me temía que, si
hablaba útilmente de la humildad, podría dar la sensación de no ser
humilde; que si callaba por humildad,
podría ser tachado de inútil.
No me fiaba de ninguno de estos dos caminos,
pero me veía obligado a tomar uno. Me pareció mejor compartir contigo el fruto
de mis palabras que permanecer seguro, yo solo, en el puerto de mi silencio.
Confío que, si por casualidad digo algo que te agrade, tu oración conseguirá
que no me envanezca de ello. Y si por el contrario -lo que me parece más
normal-, no llego a redactar algo digno de tu talento, entonces ya no tendré
motivo alguno para ensoberbecerme.
Parte 2
SOBERBIA Y HUMILDAD
TRATADO SOBRE LOS GRADOS DE HUMILDAD Y SOBERBIA
San Bernardo de Claraval
PARTE II
2. La
humildad podría definirse así: es una virtud que incita al hombre a menospreciarse ante la clara luz
de su propio conocimiento. Esta definición es adecuada para quienes se
han decidido a progresar en el fondo del corazón. Avanzan de virtud en virtud,
de grado en grado, hasta llegar a la cima de la humildad. Allí, en actitud
contemplativa, como en Sión, se embelesan en la verdad; porque se dice que el
legislador dará su bendición. El que promulgó la ley, dará también la
bendición; el que ha
exigido la humildad, llevará a la verdad.
¿Quién es este legislador? Es
el Señor amable y recto que ha promulgado su ley para los que pierden el
camino. Se descaminan todos lo que abandonan la verdad. Y ¿van a quedar
desamparados por un Señor tan amable? No. Precisamente es a estos a los que el
Señor amable y recto, ofrece como ley el camino de la humildad. De esta forma
podrán volver al conocimiento de la verdad. Les brinda la ocasión de
reconquistar la salvación, porque es amable. Pero, ¡atención, sin menoscabar la
disciplina de la ley, porque es recto. Es amable, porque no se resigna a que se
pierdan; es recto, porque no se le pasa el castigo merecido.
II. 3.
Esta ley, que nos orienta hacia la verdad, la promulgó San Benito en doce
grados. Y como los diez mandamientos de la ley y de la doble circuncisión, que en total suman
doce, se llega a Cristo, subidos estos doce grados se alcanza la verdad.
El mismo hecho de la aparición
del Señor en lo más alto de aquella rampa que, como tipo de la humildad, se le
presentó a Jacob, ¿no
indica acaso que el conocimiento de la humildad se sitúa en lo alto de la
humanidad? El Señor es la verdad, que no puede engañarse ni engañar. Desde
lo más alto de la rampa estaba mirando a los hijos de los hombres para ver si
había algún sensato que buscase a Dios. Y ¿no te parece a ti que el Señor,
conocedor de todos los suyos, desde lo alto está clamoreando a los que le
buscan: Venid a mí todos los que me deseáis y saciaos de mis frutos; y también:
Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro?
Dios mirando
a los hijos de los hombres para ver si había algún sensato que buscase a Dios. Frase
sacada de los salmos en donde la conclusión es triste porque dice: “Que no hay
uno que lo busque, todos se han desviado a una” si bien lo dice de todos los
hombres y concluye de esta manera es porque mucho hay de cierto cuando nuestra
alma se refleja en los doce grados de humildad y, después de meditar, no se
encuentra totalmente en ellos sino en partes. Pero en muchos de nosotros si nos
encontramos o nos reflejamos bien en los doce grados de la Soberbia y en la
actualidad si el mundo camina a su propia destrucción es porque la Soberbia
predomina y es la señora que campea en todos los círculos de la sociedad
moderna sin distinción alguna incluyendo a aquellas almas consagradas. Vuelvo a
insistir si este mundo es castigado es porque con su soberbia está pidiendo a
gritos el azote divino y este no se hará esperar o, quizá, ya se inicio este
castigo. Porque el hecho de vivir sin Dios, de negarlo, de no cumplir con sus
preceptos, de sus consejos evangélicos y, lo peor, de negar hasta su misma
existencia como lo hace el ateo o ponerla en duda como osa el católico ya nos
de vez en cuando sino con relativa frecuencia, todo esto en si ya es una calamidad
humana, una miseria humana y una ingratitud sin nombre.
Es
esta época una de las peores de la humanidad cuyo fin, sin duda, es el
exterminio en donde quizá algunos pocos quedaran por la misericordia divina,
como en el caso del arca de Noé en donde solo ocho se salvaron o en el caso de
Sodoma y Gomorra donde solo Lot y sus hijas se salvaron de la destrucción de
esas malditas ciudades.
Estimado
lector si a la luz fulgurante de los doce grados de la humildad no te
encuentras entonces gime por tu alma y pide a Dios te conceda dicha virtud. Si por
el contrario la mayor parte de tu alma esta gangrenada por la peste de la
soberbia y sus doce grados entonces teme a Dios y su justicia que no quedara
sin castigo ejemplar esta sociedad corrupta.
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