Las Conferencias
de Santo Tomás.
En honor del Doctor Angélico, se impartían en el
Seminario modestas «Conferencias de Santo Tomás» concebidas para estimular
entre los filósofos y los teólogos el gusto por el estudio de las cuestiones
actuales a la luz de Santo Tomás y de los Papas.
El 2 de diciembre, en presencia de Monseñor Chollet,
Arzobispo de Cambrai, Georges Michel sentó en el banquillo de los acusados a la
Declaración de los Derechos del Hombre. Esa conferencia adquiriría la fama de
que luego hablaremos. El caso es que Monseñor Chollet añadió el siguiente
epílogo a la exposición del joven teólogo: «Sólo Dios es un derecho puro...
mientras que nosotros somos al principio una deuda, y sólo tenemos derechos
para satisfacerla»45. Hermosa expresión de la naturaleza objetiva del derecho y
afirmación de la primacía del bien común, nociones ignoradas por el
individualismo liberal de la Revolución.
Más tarde Pierre de La Chanoine refutaría la
libertad de pensamiento, de conciencia y de cultos; y Robert Prévost, a quien
algún compañero tildaba de «demócrata» (opinión tolerada por el Padre Superior,
pero despreciada por el Padre Voegtli), expondría con valor la génesis del
laicismo". Algunas de estas conferencias se imprimieron entonces en
folletos de difusión restringida, mientras que el Padre Roul publicó en 1931 su
obra La Iglesia católica y el derecho común".
Dos novicios en la
familia
Marcel Lefebvre se embebía por todos los poros de su
alma de las enseñanzas que se le prodigaban por todas partes con mano tan
generosa. Después de Navidad, al enviar su felicitación de Año Nuevo a sus
padres, les deseaba «principalmente avanzar en la perfección. El deseo de
perfección que lo animaba era compartido por sus hermanos mayores: en Pascua de
1924 se enteró por su madre, fiel corresponsal, de la entrada de su hermana
Jeanne en el Noviciado de María Reparadora en Tournai. En cuanto a su hermano
René, se hallaba terminando su servicio militar en el XV Regimiento Acorazado
en Douai. En agosto los dos hermanos, de sotana, se encontraron con sus dos
hermanas en Saint-Savin, en los Pirineos.
Christiane contaba cómo René no había alcanzado aún
toda la dignidad de un eclesiástico. Tarareaba incluso en su presencia
canciones de la Alhambra, por lo que se ganó un reproche de Marcel: « ¡Pero
René, no le vas a enseñar a tu hermana canciones de cuartells ", Pues
bien, más profundo de lo que parecía, y resuelto a realizar su vocación
misionera sin más demora, René ingresó en el Noviciado de los Padres del
Espíritu Santo, en Orly, el5 de octubre de 192451.
Filosofía y
contemplación
Decidido a afrontar con valentía su «tercer año» de
filosofía, Marcel Lefebvre volvió a Roma el 20 de octubre de 1924. Entre los
nuevos seminaristas encontró a un joven sacerdote irlandés, John Charles Mc
Quaid, futuro Arzobispo de Dublín. Comenzaba el Año Santo. En noviembre, Marcel
pudo ver al Cardenal Merry del Val celebrando «con una devoción conmovedora».
Al contarles su emoción a sus padres, su madre anotó: «Marcel nos escribe
cartas desbordantes de Roma, disfruta de todas las ceremonias actuales en honor
del Año Santo y cada vez se siente más feliz de pertenecer a la Iglesia» En la
Gregoriana, la clase preferida del joven estudiante era la del Padre Attilio
Munzi sobre teodicea: por fin, en esa cima de la filosofa, se podía respirar un
poco de aire puro; a pesar de su debilidad, la razón humana puede llegar al conocimiento
de la existencia de Dios y a la contemplación de sus perfecciones infinitas.
Ahora bien, las sutilezas del Padre Munzi, que eran las de su maestro Cayetano,
el gran comentarista de Santo Tomás, «hacían casi difíciles las cosas fáciles»,
aunque sólo para disfrutar luego de la alegría del descubrimiento y del
progreso de la inteligencia, «porque sólo se ama y se comprende lo que es
arduos ".
Cuando le resultaba demasiado «arduo», el joven
Lefebvre iba a consultar al «repetidor» de filosofía en Santa Chiara, el Padre
Joseph Le Rohellec'". Se hada la cola a la puerta de su habitación, y siempre
se conseguía una respuesta. Resultaba maravilloso ver al Padre alcanzar un
grueso volumen de Santo Tomás, citar un texto, buscar los pasajes paralelos con
una rapidez que manifestaba una larga intimidad con el santo Doctor, cotejados
entre sí, completados unos con otros, y hacer salir de ellos la doctrina del
Maestro ... Y entonces una gran sonrisa iluminaba su rostro".
Porque naturalmente, en Santa Chiara, por aprobación
tácita pero notoria del Padre Le Floch, se seguía a Santo Tomás de Aquino, ya
Santo Tomás en el texto, el texto de su Suma Teológica, como lo había ordenado
y mandado San Pío X en su Motu Proprio Doctoris Angelici del 29 de junio de
1914. Así pues, reinaba en el seminario la fiebre tomista, como atestiguaba el
Padre Berto: Cinco años de ese régimen debían crear tomistas y, a decir verdad,
nada en nuestra educación conducía a otra cosa y todo conducía a eso; por
supuesto no a hacer de nosotros teólogos tomistas, pretensión ridícula, pero sí
al menos tomistas en teología, y tomistas de convicción y de estudio.
En las «repeticiones» públicas que el Padre Le
Rohellec daba en el seminario, Marcel apreciaba «el hábito del profesor de
remontarse a los principios y resolver por medio de ellos todos los problemas,
esa forma de reducido todo a la unidad del ser, que da una idea de la sublime
armonía de la Creación».
El seminarista buscó el principio más unificador.
Por eso le escribió al Padre bibliotecario la siguiente nota: «Desearía, Padre,
la Revue des sciences philosophiques et thelogiques, abril de 1909, Padre del
Prado: De veritate fundamentali philosophiae christianae. El principio que ahí
leyó era sencillo: «Existe en los seres creados una distinción real entre
esencia y existencia». El corolario inmediato es que sólo Dios es el ser, no
participado ni recibido.
Dios es a sé, existe por sí mismo, mientras que
nosotros somos ab alio, existimos por otro. Además, la aseidad es la definición
que Dios dio de Sí mismo a Moisés: «Yo soy el que soy» (Ex. 3, 14). De ahí se
deduce que no tenemos el ser por nosotros mismos. Entonces el seminarista se
puso a meditar esta verdad: «Yo no soy nada, nada sin Dios, lo recibo todo de
Él, luego lo recibo todo de Nuestro Señor Jesucristo, que es Dios». Esa verdad
se convirtió en «su disposición fundamental: reconocimiento de nuestra nada
ante Dios y de nuestra dependencia continua con relación a Él, en nuestra
existencia y en nuestra actividad»
Fue entonces cuando Marcel Lefebvre disfrutó
verdaderamente de la filosofía.
Vacaciones en
Umbría. Una prueba para la vocación
Las cabezas cansadas recibían con gusto las pequeñas
vacaciones, sobre todo las de Pascua. La casa de campo de San Valentino se
abría a una colonia de alpinistas novatos. El año anterior, Marcel se había
inscrito en el Club Alpino Italiano, y había hecho la ascensión del Pizzuto,
Pero, al parecer, ese año prefirió imitar a los antiguos peregrinos y
participar en sus méritos caminando a pie, bastón en mano y mochila a la
espalda, solicitando una modesta hospitalidad en los viejos conventos
franciscanos o en las casas parroquiales de las pequeñas aldeas de Umbría.
Pasábamos la noche en esas pequeñas aldeas -contaba-
donde nos maravillaba comprobar la relevancia de que gozaba el sacerdote. Él lo
era todo: juez, alcalde, conocía a todo el mundo, y era recibido con alegría
por todas las familias. Nada se hacía sin el sacerdote, y todo lo hada con un
celo y una entrega admirables, viviendo de manera excepcionalmente pobre. Viniendo
de Francia, donde el espíritu laico había penetrando tan profundamente que el
sacerdote era considerado casi como un extraño en el pueblo, todo eso suponía
para mí una diferencia muy grande".
El joven estudiante rezó con fervor en la tumba de
su segundo Santo patrono en Asís y, fortalecido desde todos los puntos de vista
por su peregrinación, hizo el último esfuerzo del tercer trimestre y el 27 de
junio de 1925 consiguió con un feliciter su doctorado en filosofía.
El verano le permitió cambiar de aires ayudando? a
un sacerdote en un patronato parroquial de jóvenes. Allí se quedó atónito al
ver que algunos sacerdotes sostenían discusiones vehementes, duras y
lamentables, que provocaban distanciamientos y casi rupturas. Y confieso --dedo-
que eso me hizo sufrir tanto que mi vocación llegó a tambalear durante mi
seminario. Me decía: es lamentable tener que vivir en estas condiciones y
encontrarse en una casa parroquial donde se van a presenciar tales enfrentamientos.
Marcel Lefebvre retuvo la lección toda su vida: «Hay
que tomar propósitos firmes y hacer todo lo posible para nunca ser motivo de
escándalos”.
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