GOTITA DE SANGRE (CONTINUACIÓN)
El pajarito bajo al lugar donde Jesús derramó su preciocísima
sangre; inclinó su cabecita en señal de adoración y, con su pico, revolvió esa
tierra impregnada de sangre. Sus ojitos estaban cargados de sueño y cansado,
dobló sus patitas quedándose dormido en ese bendito lugar donde se realizó la
segunda efusión de sangre del Salvador. Al amanecer emprendió el vuelo en busca
de Jesús. Se dirigió a la casa de Caifás, pero no estaba ahí; fue al templo y
no lo encontró; cansado y triste preguntó a uno de sus compañeros:
--- ¿No has visto a un hombre de tés trigueña vestido
con una túnica blanca?
---- He visto muchos hombres gritando como locos en la
casa del procurador y nunca he tenido tanto miedo como el de esta mañana.
Presiento que algo muy grave va a suceder: ¡No pensarás ir a ese lugar! Bien
sabes que en todo momento debemos temer al hombre porque, sin Dios, es malo y
perverso, siempre nos espía para matarnos o nos pone trampas para atraparnos y
vendernos. Y en este día los veo como endemoniados.
--- No me interesa eso; quiero encontrar a Jesús de
quien me consta que es bueno e inocente. Además, es mi Dios y creador.
--- ¿Y cómo lo sabes?
--- Ayer por la noche, mientras oraba allá en el huerto
de los olivos, escuché que lo llamaba "Padre mío" a Dios con una
confianza filial poco común entre los hombres cuando se dirigen a Dios y vi
cómo un ángel bajó del cielo para consolarlo. Ahí supe que Él es el Hijo de
Dios.
Su compañero movió la cabecita como dudando de la
veracidad de sus palabras.
--- Por lo visto no me crees.
--- La mera verdad no, quizá no pasaste muy bien la
noche; por qué no descansas un poco.
--- No me importa que no me creas; gracias por tu
información.
Se dirigió sin demora al palacio de Poncio Pilato. La
gente, reunida en el palacio, vociferaba pidiendo la muerte de Jesús, mas a Él
no se le veía entre ellos.
Las carcajadas y el alboroto provenientes del interior
del palacio le facilitaron la búsqueda. Voló al lugar de donde procedía tal
alboroto, se puso en un rincón seguro por temor a esa chusma que, tan
entretenida en su maldad, no notaron su presencia. Miró unos instantes a Jesús
y con gran indignación exclamo:
--- ¡Pobre, Jesús mío, cómo se han atrevido a poner sus
malvadas manos sobre ti, despojándote de tus vestiduras y exponiendo tu
purísimo cuerpo a las burlas y sarcasmos de esta plebe infame, salvaje y
endemoniada!
Una vez despojado de sus vestiduras lo ataron, con
violencia inaudita, a una columna con la intención de flagelarlo según la orden
del procurador.
La flagelación era uno de los crueles suplicios usados
por los romanos. Los instrumentos utilizados para tan cruel suplicio eran
varios: el Flagelum o látigo que se componía de tres correas de cuero sujetas a
un palo corto; las Virgas que eran varas flexibles de cualquier árbol; los
Fustes o simples correas de cuero y, finalmente, el Flagrum o látigo de correas
guarnecidas de volitas de plomo, de huesecillos o de puntas de hierro llamadas
escorpiones. De todos, este último era el más inhumano pues penetraba en el
cuerpo de la víctima desgarrándolo.
Amarrado a la columna esperó pacientemente a sus
despiadados verdugos quienes no tardaron en presentarse llevando en sus manos
los instrumentos antes mencionados. El pobre e impotente pajarillo sintió que
un escalofrío recorría su pequeño cuerpo al pensar en el daño que le causarían
a Jesús los verdugos, exclamó:
--- ¡Por caridad, no lo hagan! ¿No les basta con
quitarle sus vestiduras? ¿por qué quieren flagelarlo? ¿qué mal les ha hecho
para que le paguen con este denigrante castigo?
Nadie lo escuchó. Los verdugos iniciaron su ingrato
trabajo golpeando el purísimo cuerpo de Jesús con tal precisión que no
golpearon dos veces en el mismo lugar dejando muy amoratado su santísimo
cuerpo, luego emplearon el Flagelum magullando su purísima humanidad,
finalmente desgarraron su cuerpo con el Flagrum. La sangre corrió hasta el
suelo empapándolo completamente.
La plebe, que lo rodeaba, al ver la sangre de Jesús
pedía a los verdugos prolongaran más tiempo el castigo.
Todo lo soportó Jesús sin la más leve queja o gesto de
dolor y sin pedir clemencia a sus verdugos quienes, asombrados por el silencio
de la víctima inmaculada, se alejaron del lugar sin proferir palabra. El
pájaro, desconcertado ante la actitud callada y sufrida del divino maestro y la
ferocidad de los verdugos, dijo:
--- Si mi Jesús no les pide clemencia yo sí se las imploro ¡Oh, hombres,
tengan compasión de Él! Miren cómo lo han dejado, bien veo que no hay parte de
su cuerpo donde no lo hayan dejado.
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