¡TU IRAS A ROMA!
Yo no
veía clara mi ida a Roma, diría más tarde Monseñor Lefebvre, no era un gran
intelectual y debía estudiar los cursos
en latín… Ir hasta allá, y luego la Universidad Gregoriana y pasar exámenes
difíciles. Hubiera preferido quedarme, como los seminaristas de mi diócesis, en
el Seminario de Lille y convertirme en un simple párroco rural. Así me veía,
siendo como un padre, el padre espiritual de una población a la cual uno se
consagra para inculcarles la fe y las costumbres cristianas. Ese era mi ideal.
_Me
gustaría quedarme en la diócesis, le dijo Marcel a su padre, y puesto que
quiero trabajar en la diócesis, no vale la pena que me vaya a Roma.
_ ¡No,
no, no! Tú iras con tu hermano. Tú hermano esta en Roma, así que tu iras con tu
hermano; de ninguna manera te vas a quedar aquí, en la diócesis; además la
diócesis…
Don
René ya desconfiaba un poco, y por eso resolvió una vez más; “No no, Roma, será
mejor.
“Así
es como la providencia ha guiado mi vida, a cusa de la guerra. De no haber
estallado la guerra, es evidente que mi hermano no hubiera hecho sus estudios
en Versalles; habría entrado directamente con los misioneros, ya que sentía una
vocación misionera. Pero en Versalles estaba el Padre Collin, que lo oriento
Asia Roma...Si no, yo mismo hubiera ingresado en el Seminario de Lille, nunca
habría ido a Roma; y eso habría cambiado completamente mi existencia, decía
Monseñor.”
“¡Tú
iras a Roma!” fue la decisión tajante del Sr. Lefebvre había sido tomada.
Marcel no intento discutirla, por respeto a su padre; en su casa, el Sr.
Lefebvre era la cabeza pensante. Era un hombre de principios, lucido sobre el
liberalismo que infestaba muchos seminarios de Francia y resuelto a confiar a
Marcel, con el permiso del Obispo de Lille, Mons. Hector Quilliet, en las
segundas manos del Padre Le Floch.
EL DESMANTELEMIENTO DE UN BASTION.
Lille
había sido siempre un bastión de la catolicidad romana. Cuando en 1875
Philibret Vrau, hilador de Lille, presento a Pio IX su proyecto de establecer
una Universidad Católica, explico al sumo Pontífice: “Nuestra única meta es
crear en establecimiento que, inspirándose en las sanas doctrinas de la Iglesia
y particularmente en las enseñanzas de su Santidad contenidas en el Sillabus,
impregne todas las materias de la enseñanza de los verdaderos principios de la
fe.”
Bajo
León XIII, los patronos del norte, católicos y monárquicos, apoyados por “La
Croix du Nort” y la “Semaine religieusede Cambrai” del canónico Delassus,
combatieron a los sacerdotes demócratas Lemire, Six y Bataille (este último
había fundado en Roubais en 1893, el primer sindicato obrero cristiano). Pero
esos sacerdotes pronto se sintieron confortados por la política de
“Ralliment”(adhesión) a la República, solicitada por el Papa. “le Sillon” (Sus
principales errores; Pretende sustraerse a la autoridad de la Iglesia: primer
error; Pretende nivelar todas las clases: segundo error; Sus ideas brillantes en lenguaje vago y
equívoco, y la necesidad de juzgarlas. Sus puntos esenciales en particular; 1.
La dignidad humana mal entendida: a) por entender una emancipación política,
económica e intelectual desmedida; b)
por reclamar un desproporcionado y desordenado poder político, económico y mora
del individuo. Para una mayor comprensión de este movimiento consultar la
Encíclica Nostre Charge Apostolique de San Pio X) (Fundado 1873 Por Marc Sagnier quien
(periodista y político francés) recluto
adeptos entre el clero joven que había seguido es política y en los ambientes
innovadores de las facultades catolicas (Eugene Durtoit, el Padre Thellier de
Poncheville). Durante el pontificado de S.S. San Pio X “Le Sillon” fue
condenado (1910) y, para seguir de cerca el combate antiliberal se suprimió la
Diócesis de Cambray y en su lugar se erigió la de Lille el 25 de octubre de
1913. Al recibir a su clero, Monseñor Charost, saludo a la “ciudad de Lille,
que se ilumina por el sol de la verdad integra y rechaza con toda la tenacidad
con la cual Dios ha adornado nuestra raza flamenca, el espejismo del falso y
decepcionante liberalismo.
Pero
la llegada de Benedicto XV estuvo acompañada de un regreso de perniciosas
influencias; Monseñor Dellasus se retiro y se habilito a los Padres Six, y
Eugene Duthoit; el primero quedo a cargo de las obras sociales de la diócesis y
el otro se hizo cargo de los secretariados del norte. En 1919 Monseñor Charost
autorizaba a un párroco de Roubaix, el Padre Debussche, a promover sindicatos cristianos, porque no
se veian otros medios para contrarrestar la acción revolucionaria de la
Confederación Nacional del Trabajo.
René
Lefebvre deploraba esta nueva orientación liberal; seguía aferrado al principio
corporativo y simpatizaba con la Liga de la Acción Francesa, que captaba muchos
miembros en los ambientes. No se adhirió, sin embargo, al Comercio de la
Industria Textil ni aprobó sus métodos de reducción brutal de salarios, que
provocaron huelgas casi insurreccionales de 1919 a 1921, en especial en las
fabricas de Turcoing, Eugéne Mathon,
presidente del consorcio, presento una denuncia en Roma contra los sindicatos
obreros cristianos, a los que acusaba de “participación en la lucha de clases”.
René Lefebvre también era de la misma opinión, pero se quedo al margen de ese
debate, en las cual ambas partes estaban equivocadas.
En esa
misma línea de conducta, decidió alejar a su hijo menor de la atmosfera liberal
que se introducía también en los seminarios de la diócesis, y ubicar a Marcel
en un clima de serenidad y de seguridad doctrinal de Roma, del que disfrutaba
su hijo mayor. Monseñor Quilliet, que intentaba mantener la diócesis en su
antigua fidelidad al magisterio pontificio, accedió al pedido del industrial y
no pudo menos que recomendarle a Marcel que se hiciera bien romano.
SEMINARISTA EN ROMA.
Bajo
la egida del Espíritu Santo y del Corazón Inmaculado de María
El
ingreso en Santa Chiara, 25 de octubre 1923.
Pese a
la ausencia de su hermano, que estaba cumpliendo con su servicio militar y de
Robert Leupoutre que había ingresado en el seminario de Annapes, Marcel
Lefebvreviajo en compañía de de sus compañeros de colegio, Andre Frys y Georges
Leclercq. Al acercarse a Roma, todos se arrimaban a las ventanillas del tren
para divisar la cúpula de San Pedro: “¿Sabia Marcel que le tocaría a el escribir una página de la historia de esa
ciudad a la que, como Dios llamamos eterna”?
EN La
Vía Santa Chiara nuestros neófitos, introducidos por su ángel de la guarda
Henri Fockedey, encontraron frente a la entrada una Virgen de mármol, inclinada
y dulce: “Tutela domus” imitando a su ángel, Marcel se arrodillo, algo titubeante,
ante esa Señora a la que aprendería a conocer mejor: no salía ni se entraba
nunca sin honrarla con un saludo al que ella no dejaba de corresponder, luego
Marcel, precedido de su mentor, tomo posesión de su habitación. Posesión era
mucho decir, puesto que Vivian de a dos: las habitaciones habían sido
duplicadas para dar alojo a 220 seminaristas de diferentes regiones y
batallones; seminaristas diocesanos, “escolásticos” espirítanos, “canónicos” de
Saint Maurice en Valais, etc. Así pues, Marcel compartió su habitación con
Georges Picquenard, un año mayor que él, de la diócesis de Leval.
Macel
iba y venía por los cuatro pisos del armonioso edificio cuadrado, desde la
terraza, dominaba la loggia (en la que aprendió a orientarse en el bosque de
cúpulas de la ciudad), hasta el sombrío claustro, bordeado por una hermosa
columnata de granito rosa que rodeaba un patio interior, fresco y colorido, en
cuyo centro, sobre una fuente inagotable, el Señor mostraba su Sagrado Corazón:
In die illa eritfons patens. Al lado de la capilla, corazón de la casa, reunía
a los seminaristas en la estrechez de su coro, junto al sencillo altar de
mármol blanco y del Corazón Inmaculado de María, refugio de los pecadores.
En el
corazón de la Ciudad Eterna
Al día
siguiente de su llegada, lo dedico íntegramente a familiarizarse con la ciudad.
Los seminaristas fueron a San Pedro, y se encontraron con la majestuosidad
misma del edificio, con la decoración y las obras de arte, con los textos
fundamentales que adornan el gran friso dorado de las naves de la cúpula, un
verdadero tratado De Romano Pontifice.
Encarecidamente
recomendamos al lector leer la Carta Notre Charge Apostolique, DONDE San Pio X
condena a al movimiento Le Sillon, el texto esta copiado íntegramente de los
apuntes de Monseñor Marcel Lefebvre, cuando impartió las clases del Magisterio
de la Iglesia en el Seminario de Eccone Suiza allá por los años 1979- 1980
CAPITULO 3
Seminarista en Roma
(1923-1930)
Bajo la égida del
Espíritu Santo y del Corazón
Inmaculado de María
El ingreso en Santa
Chiara, 25 de octubre de 1923
Pese a la ausencia de su hermano,
que estaba cumpliendo el servicio militar, y de Robert Lepoutre, que había
ingresado en el Seminario de Annapes, Marcel Lefebvre viajó con alegría en
compañía de sus compañeros del colegio, André Frys y Georges Leclercq. Al
acercarse a Roma, todos se arrimaban a las ventanillas del tren para divisar la
cúpula de San Pedro: «¡Ahí estál» ¿Sabía Marcel que le tocaría a él escribir
una página (¡y qué página ... !) de la historia de esa Ciudad a la que, como a
Dios, llamamos Eterna?.
En la Vía Santa Chiara nuestros
neófitos, introducidos por su «ángel de la guarda» Henri Fockedey, encontraron
frente a la entrada una Virgen de mármol, inclinada y dulce: Tutela domus.
Imitando a su ángel, Marcel se arrodilló, algo balbuceante, ante esa Señora a
la que aprendería a conocer mejor: no se salía ni se entraba nunca sin honrada con un saludo al
que ella no dejaba de corresponder.
Luego, Marcel, precedido de su menor, tomó posesión de su habitación. Posesión era mucho decir, puesto que
vivían de a dos: las habitaciones habían sido «duplicadas»? para alojar a los
casi 220 seminaristas de diferentes regiones y «batallones»: seminaristas
diocesanos, escolásticos»" espirítanos, «canónigos» de Saint-Mau-
rice-en-Valais, etc. Así pues, el joven Lefebvre tuvo que compartir su
habitación con Georges Picquenard, un año
mayor que él, la Diócesis de Lavalde de Marcel iba y venía por los cuatro pisos del
armonioso cuadrilátero, desde la terraza, denominada loggia (en la que aprendió
orientarse en el bosque de cúpulas de la Ciudad), hasta el sombrío claustro,
bordeado por una hermosa columnata de granito rosaque rodeaba un patio
interior, fresco y colorido, en cuyo centro, sobre una fuente inagotable, el
Señor mostraba su Sagrado Corazón: In die illa erit fons patens, Al lado, la
capilla, corazón de la casa, reunía a los seminaristas en la estrechez de su
coro, junto al sencillo altar de mármol blanco y del Corazón Inmaculado de
María, refugio de los pecadores".
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