(Mons. Marcel Lefebvre)
Dos corrientes se combaten al interior del Catolicismo desde hace dos siglos. Después de la Revolución francesa algunos quisieron acomodarse con los principios revolucionarios y componer con los enemigos de la Iglesia; otros rehusaron este arreglo, teniendo en cuenta que Nuestro Señor Jesucristo nos advirtió: "Quien no está Conmigo está contra Mí". Por consiguiente, si se está por el reinado de Jesucristo, se está contra sus enemigos. No es posible de otra forma. Para pactar, los primeros pretendieron que se podía dejar de hablar de Nuestro Señor a pesar de continuar amándole. Más los Papas, hasta el Concilio Vaticano II, desaprobaron a éstos.
JESUCRISTO ÚNICO REY, ÚNICO DIOS
Nuestro Señor es nuestro Rey, nuestro Dios. Debe, pues,
reinar y no solo en privado sobre nuestras personas sino sobre nuestras
familias, aldeas, y por doquier. Por otro lado, quiérase o no, Él será un día
nuestro juez. Cuando vendrá sobre las nubes a juzgar el mundo entero, todos los
hombres estarán postrados de rodillas: budistas, musulmanes, todos. No hay, en
efecto, varios dioses, sino uno solo, como lo cantamos en el Gloria: "Tu
solus sanctus, Tu solus altissimus Jesu Christe". Él descendió de los
Cielos para salvarnos, es Él que reina en el Cielo; lo veremos cuando muramos.
DIVISIÓN DE LOS
CATÓLICOS: LOS "CATOLICOS-LIBERALES"
Con la Revolución francesa se declaró una verdadera
división, la que, por otra parte, tuvo su inicio ya con los protestantes. Toda
una clase de intelectuales se sublevó contra Nuestro Señor, en un auténtico
complot diabólico contra su reino del que no se quería oír más. Esos toleraban
que Le honrásemos en nuestras capillas y sacristías, pero en forma alguna al
exterior. No se debía hablar más de Nuestro Señor en los tribunales, la
escuela, los hospitales, en una palabra, en ninguna parte. Más Nuestro Señor
tiene el derecho de reinar sobre todo, y en los países católicos es el Amo. Y
nosotros debemos tratar de hacerlos reinar lo más posible, de convertir a
aquellos que no le conocen y no le aman todavía, a fin de que éstos lleguen a
ser también sus súbditos, y que reconozcan a su Maestro, en el Cielo.
Así, desde la Revolución francesa, los católicos se dividieron entre los que aceptaban honrar a Nuestro Señor en las familias y parroquias, pero no en la vida pública, y en aquellos que, al contrario, querían que Nuestro Señor reine en todos lados. Los primeros, para justificar el silencio sobre Nuestro Señor en la sociedad, se apoyaron sobre la libertad de creer y de no creer. Pero esto no es así; uno no es libre de creer lo que quiere. Nuestro Señor dijo "El que creerá será salvado, el que no creerá será condenado". Por supuesto, se puede usar mal de esta libertad, pero entonces se desobedece alejándose de Dios. Moralmente uno no es libre: se debe honrar a nuestro Señor y seguir su enseñanza.
Así, desde la Revolución francesa, los católicos se dividieron entre los que aceptaban honrar a Nuestro Señor en las familias y parroquias, pero no en la vida pública, y en aquellos que, al contrario, querían que Nuestro Señor reine en todos lados. Los primeros, para justificar el silencio sobre Nuestro Señor en la sociedad, se apoyaron sobre la libertad de creer y de no creer. Pero esto no es así; uno no es libre de creer lo que quiere. Nuestro Señor dijo "El que creerá será salvado, el que no creerá será condenado". Por supuesto, se puede usar mal de esta libertad, pero entonces se desobedece alejándose de Dios. Moralmente uno no es libre: se debe honrar a nuestro Señor y seguir su enseñanza.
LOS PAPAS CONDENAN A
LOS LIBERALES
He aquí aquellos que se llamó liberales, porque estaban
por la libertad, dejando a cada uno el derecho de pensar lo que quería según su
conciencia. Pero los Papas han condenado siempre ese liberalismo, afirmando en
alta voz que no hay más libertad de conciencia que la de hacer el bien y evitar
el mal. Por supuesto se puede desobedecer. Un niño puede desobedecer a sus
padres, pero ¿tiene derecho a eso? Evidentemente no. Es lo mismo en la religión.
Cierto, existen personas que desobedecen, pero hay que tratar de convertirlos y
de llevarlos a obedecer a nuestro Señor, el Dios verdadero que nos juzgará a
todos.
Esa corriente liberal fue desarrollada por católicos como
Lamennais que era sacerdote; de allí la división en el propio seno de la
Iglesia. Pero papas tales como Pío IX, León XIII; San Pío X, Pío XI, y Pío XII,
han condenado siempre a esos liberales como los peores enemigos de la Iglesia,
dado que alejaban a las gentes, las familias y los Estados de Nuestro Señor
Jesucristo.
Cuando Nuestro Señor no está más presente en las
escuelas, hospitales, tribunales y gobiernos, cuando está ausente del ambiente
público, es la apostasía y el ateísmo. En efecto, se toma el hábito de no
pensar más en Nuestro Señor, ya que no se lo ve en ninguna parte, y poco a poco
este olvido se difunde y se introduce en las familias.
¿Cuáles son actualmente, para dar un ejemplo, los
restaurantes y hoteles donde se halla la Cruz de Nuestro Señor? Por mi parte
viajo mucho, y no he hallado sino en Austria un hermoso crucifijo en algunos
restaurantes y una bella imagen de la Santísima Virgen en la habitación del
hotel. En otra parte esto se terminó. Antes no había casa sin crucifijo. Hoy,
hasta buenos católicos tienen miedo de colocar una en su casa, por temor de la
reacción de aquellos que no aman la Religión cristiana. Ved a lo que se llega
alejando suavemente a Nuestro Señor.
LOS ENEMIGOS EN EL
INTERIOR DE LA IGLESIA
Al comenzar el siglo, San Pío X decía que ahora los enemigos
de la Iglesia no están solamente en el exterior sino también en el interior.
Con esto quería señalar esos católicos que no querían más la realeza pública de
Nuestro Señor.
Pero eso no es todo. Dado que había hasta en los
seminarios profesores modernistas, que querían adaptarse al mundo moderno, con
su rechazo de nuestro Señor y su apostasía, San Pío X exigió que se los
apartase de los seminarios, para que no influyan sobre los seminaristas que,
una vez sacerdotes, difundirían a su turno las malas doctrinas. Y San Pío X
tenían razón, pues es lo que ocurrió. Los obispos no quisieron prestar atención
y suavemente esas ideas fueron introducidas en los seminarios, luego en el
clero y finalmente en todos lados. Al nombre de la libertad, se dejó de hablar de
Nuestro Señor y fue la apostasía.
En 1926, hace pues más de sesenta años, me encontraba en
el seminario en Roma, bajo Pío XI, quien, él también, combatía y condenaba a
los sacerdotes favorables al laicismo. En este año tuvo lugar en Roma una
semana contra el liberalismo, y se presentaron dos pequeños libros:
"Libéralisme et Catholicisme" del R.P. Roussel y "Le Christ Roi
des Nations" del R.P. Philippe.
He aquí la introducción del primero:
"Queremos que Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor de
los hombres, reine no sólo sobre el individuo, sino sobre las familias,
pequeñas y grandes, sobre las naciones y sobre el orden social entero; este es
el pensamiento que nos une especialmente esta semana. Este reinado social, de
Jesús Rey, reinado legítimo en sí, necesario para nosotros, no tiene adversario
más temible, por su astucia, su tenacidad y su influencia, que el liberalismo
moderno".
¿Cuáles son, pues, los orígenes de este liberalismo, sus
manifestaciones principales, su desarrollo lógico? ¿Cómo calificarlo y
refutarlo? Tales son las cuestiones que trata el libro del R.P. Roussel con su
respuesta; un libro muy interesante que damos a todos nuestros seminaristas
para que estén al corriente de esos errores modernos. El liberalismo, el
laicismo, la secularización y la ausencia de sumisión pública a Nuestro Señor
se han difundido a pesar de los Papas, porque los obispos y los sacerdotes no
los escucharon lo suficiente.
El segundo pequeño libro editado, con ocasión de esa
semana contra el liberalismo, en Roma, es: "Catechisme des droits divins
dans L'ordre social", conocido bajo el título "Le Christ Roi des
Nations" del R.P. Philippe, redentorista. Veamos el prefacio:
"Bajo pretexto de seguir las solas luces de la
conciencia, se tomó el hábito de abandonar a la libre disposición de ésta el
cumplimiento de todos los deberes: los derechos de la verdad y especialmente,
los de la Verdad suprema son pisoteados. Nuestro catecismo pide un gran acto de
fé, el acto de fe en Dios y en Jesucristo que ejerce su autoridad. Los pueblos
deben saber que, en todas las relaciones de hombre a hombre, en todo lo que
constituye la intimidad de una nación, dependen de Dios y de Jesucristo".
Todo esto ocurrió en 1926. Entonces los sacerdotes
resistían aprestándose para luchar contra la apostasía invasora y para defender
a Nuestro Señor, contra la secularización y la laicización de todas las
instituciones. León XIII en su incíclica Humanun genus describió que los
francmasones tienen por fin descristianizar todo, especialmente las instituciones,
y que quieren quitar y expulsar a Nuestro Señor de todos lados. Todo esto se
desarrolló pues a pesar de los Papas, y así se llegó al Concilio Vaticano II.
LA PREPARACIÓN DEL
CONCILIO: LOS OBISPOS LIBERALES
Ahí también fue la división, en el seno mismo de la
Iglesia. Esos liberales que no quieren que se hable más de Nuestro Señor en la
sociedad, que, al contrario, quieren la libertad de todas las religiones y de
todos los sistemas de pensamiento, crearon una oposición entre las cardenales y
esto desde la preparación del concilio.
La Santa Sede había instituido unas comisiones a la
cabeza de las cuales se elevaba la "Comisión central preparatoria del
Concilio". Sesionó de 1960 a 1962 y estaba integrado de setenta cardenales
y una veintena de arzobispos y obispos, y si me encontraba allí era por ser
presidente de la Asamblea de arzobispos y obispos de la África occidental
francesa. El Papa Juan XXIII presidía, con frecuencia, nuestras reuniones.
Fue como un campo de batalla, hay que decirlo. ¿Quién
ganaría? ¿Los liberales o los auténticos católicos que estaban con todos los
Papas en su condena al liberalismo? Por un lado unos querían que la Iglesia
declarase su tesis sobre la libertad, la neutralidad de las sociedades y la
ausencia de Nuestro Señor Jesucristo de la vida pública. Por otro, hubo vivas
reacciones contrarias. ¿Nosotros católicos no tendríamos el derecho de tener
nuestros Estados católicos para no chocar con las religiones musulmana, budista
o protestante? ¿Y esto bajo el pretexto de no hacerles agravio, cuando ellos
nos lo hacen categórica y públicamente?
En los Estados protestantes, por ejemplo, se es
protestante oficialmente. El cantón de Vaud inscribió en su constitución que el
protestantismo es religión de Estado. Así es igualmente para Suecia, Noruega,
Inglaterra y Dinamarca, y públicamente la religión protestante es la única
reconocida por el Estado.
LOS LIBERALES SUPRIMEN
LOS ESTADOS CATÓLICOS
¿Entonces no tendríamos el derecho de tener nosotros
también nuestros Estados católicos? El Estado del Valais era católico un 90 %.
Como los liberales ganaron en el Concilio, y dominan ahora en Roma, pidieron a
Mons. Adams (a quien conocí bien y que era un buen amigo), por intermedio del
nuncio en Berna, de acabar con el Estado católico del Valais. La constitución
valdense enunciaba, en efecto, que la Religión católica era la única religión
reconocida públicamente por el Estado. Esto era, en definitiva, afirmar que
Nuestro Señor Jesucristo era el Rey del Valais. Y Mons. Adam, todo lo favorable
que fuese la Tradición, él que había combatido durante el concilio a favor del
reinado social de Nuestro Señor, escribió una carta a todos sus fieles para que
el Estado de Valais cambiase su constitución y se convierta oficialmente en
neutra.
Me informé y se me contestó que eso venía del nuncio. Fui
pues a encontrarlo a Berna y él que había combatido durante el Concilio a favor
del reinado social de Nuestro Señor, escribió una carta a todos sus fieles para
que el Estado de Valais cambiase su constitución y se convierta oficialmente en
neutra.
Me informé y se me contestó que eso venía del nuncio. Fui
pues a encontrarlo a Berna y él me confirmó que Mons. Adam había escrito por
orden suya.
- ¿Y no tiene Usted, vergüenza de pedir que Nuestro Señor
Jesucristo no reine más el Valais?
- (El Nuncio) Oh, pero ahora esto no es más posible.
Usted comprende no es más posible.
- ¿Y los protestantes? Vaya Usted, pedirles de dejar de
reconocer su protestantismo como religión oficial en el cantón de Vaud y o en
Dinamarca. ¿Y nosotros católicos, no tenemos, acaso, el derecho de tener
Estados en los cuales la Religión católica es la única reconocida públicamente?
- (El nuncio) Ah, eso no es más posible. - ¿Qué hace
Usted de la magnífica encíclica Quas primas donde Pío XI recuerda que Nuestro
Señor Jesucristo debe reinar sobre todos los Estados y sobre todas las
naciones?
- (El nuncio) Oh, el Papa no lo escribiría ahora.
Ah, esto como ejemplo. Esta encíclica fue escrita en 1925
por Pío XI para recordar a todos los obispos la doctrina sobre el reinado
social de Nuestro Señor Jesucristo, y he aquí ahora obispos hacen exactamente
lo contrario. Y es lo que desgraciadamente aconteció: oficialmente el Estado
del Valais no es más un Estado católico. La Iglesia sólo sigue reconocida al
mismo nivel que cualquier asociación privada, como las otras religiones, que
tienen el derecho de organizarse en el Valais (Suiza).
EL CARDENAL BEA PORTAVOZ DE LOS LIBERALES
¿Cómo ocurrió esto? Un día el cardenal Ottaviani y el
cardenal Bea nos trajeron dos fascículos que valían su peso en oro. Estos dos
fascículos delimitaron los campos en la Iglesia: uno es de la Revolución
francesa y el otro de la Tradición católica. Uno es el del cardenal Bea,
liberal, el otro el del cardenal Ottaviani, prefecto de la Comisión.
En su documento el cardenal Ottaviani habla de la
"tolerancia religiosa". Es decir, si hay otras religiones en los
Estados católicos, se los tolera, pero no se les concede las mismas libertades
que a la Iglesia, del mismo modo que se toleran los pecados y los errores, dado
que no se puede expurgar todo. En una sociedad hace falta una cierta
tolerancia, pero esto no quiere decir que se apruebe el mal.
Cuando llegó el momento para el cardenal Ottaviani de
presentar su documento a la Comisión central preparatoria del Concilio,
documento que no hacía más que retomar la doctrina enseñada siempre por la
Iglesia católica, el cardenal Bea se irguió diciendo que se oponía. El cardenal
Ruffini, de Sicilia, intervino para detener ese pequeño escándalo de dos cardenales
que se enfrentaban así con violencia ante todos los otros. Pidió referir a la
autoridad superior, es decir al Papa que ese día no presidía la sesión. Pero el
cardenal Bea dijo, no, quiero que se vote para saber quién está conmigo y quién
con el cardenal Ottaviani.
Se procedió, pues, a votar. Los setenta cardenales, los
obispos y los cuatro superiores de órdenes religiosas que estaban allí se
dividieron más o menos por mitades. Prácticamente todos los cardenales de
origen latino: italianos, españoles y sudamericanos, estaban por el cardenal
Ottaviani. El contrario los cardenales norteamericanos, ingleses, alemanes y
franceses estaban por el cardenal Bea. Así se halló una Iglesia dividida sobre
un tema fundamental de su doctrina: La realeza de Nuestro Señor Jesucristo.
Era la última sesión, y uno se podía preguntar lo que iba a acontecer con ese Concilio si ya la mitad de los setenta cardenales eran favorables a la tolerancia religiosa del cardenal Ottaviani y la otra mitad favorable a la libertad religiosa del cardenal Bea que se basaba en la Revolución francesa y la Declaración de los derechos del hombre. Y bien, en el Concilio también hubo lucha, y hay que reconocer que son los liberales los que se impusieron. ¡Qué escándalo! Así llegó esa nueva religión, que desciende más de la Revolución francesa que de la Tradición católica, ese famoso ecumenismo donde todas las religiones están en pie de igualdad. Ahora Ustedes, pueden comprender la situación actual, esta se deriva de los liberales en el Concilio.
Era la última sesión, y uno se podía preguntar lo que iba a acontecer con ese Concilio si ya la mitad de los setenta cardenales eran favorables a la tolerancia religiosa del cardenal Ottaviani y la otra mitad favorable a la libertad religiosa del cardenal Bea que se basaba en la Revolución francesa y la Declaración de los derechos del hombre. Y bien, en el Concilio también hubo lucha, y hay que reconocer que son los liberales los que se impusieron. ¡Qué escándalo! Así llegó esa nueva religión, que desciende más de la Revolución francesa que de la Tradición católica, ese famoso ecumenismo donde todas las religiones están en pie de igualdad. Ahora Ustedes, pueden comprender la situación actual, esta se deriva de los liberales en el Concilio.
Hubo, sin embargo, oposiciones violentas, pero como el
Papa tomó parte prácticamente por la libertad, son los liberales que tomaron
los puestos en Roma y los ocupan aún.
Me opuse a esto con Mons. Sigaud, Mons. de Castro Mayer y
muchos otros miembros del Concilio. Porque no se puede admitir que Nuestro
Señor sea destronado. La Iglesia está fundada sobre el principio que exige la
realeza de Nuestro Señor sobre la tierra del mismo modo que en el Cielo. Hágase
tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo. ¡Sí, que la voluntad del Señor
sea hecha por doquier y no solamente en las familias!. Pero ahora que el
liberalismo reina en Roma, aquel que nuestros autores de 1926 calificaban como
de el peor enemigo de la Iglesia, asistimos a la demolición de la Iglesia.
Hay una auténtica ruptura. Más nosotros permanecemos en
comunión con todos los Papas hasta el Concilio, mientras que el cardenal Bea no
da referencia alguna en su documento. Él no podía remitirse a ningún Papa, dado
que su doctrina es nueva y ésta siempre fue condenada por los Sumos Pontífices.
En el folleto del Cardenal Ottaviani hay más páginas de referencia que de
texto, referencias a los Papas, a los concilios, a toda la doctrina de la
Iglesia. La tolerancia religiosa está realmente en la continuidad de la
Tradición. La Fe en la Iglesia fue siempre predicar la verdad y tolerar el
error, ya que no puede hacer de otro modo, pero esforzándose en ser misionera,
reducir el error y atraer a la verdad. La Iglesia no afirmó jamás que se tenía
el derecho tanto de estar en el error como en la verdad, que había igual
derecho de ser budista que católico. Esto no es posible, o la Religión católica
no es más la única verdadera. Es una catástrofe fundamental para la Iglesia.
Hemos vivido ese combate en el Concilio y lo vivimos todavía.
CONSECUENCIAS DE LA
NEUTRALIDAD
Una vez que el Estado deja de tener religión, y que la
Iglesia exige que todas las religiones sean admitidas, las puertas están
abiertas. Y se asiste a una invasión inverosímil. Moon, adventistas, testigos
de Jehová, a tal punto que hasta los obispos se han reunido en Sudamérica para
constatar la gravedad de la situación. Unos hablan de cuarenta millones, y
otros de sesenta millones de católicos que han pasado a las sectas desde 1968;
por consiguiente, desde el Concilio. He aquí la terrible consecuencia de la
posición del cardenal Bea: la apostasía de millones y millones de católicos. Y
se constata la misma cosa por doquier, como en Francia, donde se ve de más en
más católicos pasarse al Islam, a las sectas o a las logias masónicas. Es la
apostasía general, es por eso que resistimos, pero las autoridades romanas
quieren que aceptemos esto. Cuando discutí con ellas en Roma, querían que yo
conozca la libertad religiosa como el cardenal Bea. Pero les dije, no, no
puedo. Mi fe es la del cardenal Ottaviani fiel a todos los Papas y no esta
doctrina nueva y perpetuamente condenada.
He aquí lo que constituye nuestra oposición y es la razón
por la cual no existe posibilidad de entenderse. Y no es tanto la cuestión de la
Misa, dado que la Misa es precisamente una de las consecuencias del hecho que
quiso acercarse al protestantismo y, por ende, transformar el culto, los
sacramentos, el catecismo, etc...
EL FUNDAMENTO DE NUESTRA POSICIÓN
La verdadera oposición fundamental es el reinado de
Nuestro Señor Jesucristo. Opportet Illum regnare, nos dice San Pablo. Ellos
dicen, no, nosotros decimos, sí, con todos los Papas. Nuestro Señor no vino
para estar escondido en el interior de las casas sin salir de éstas. ¿Por qué
se han hecho masacrar los misioneros? Para predicar que Nuestro Señor
Jesucristo es el único Dios verdadero, para decir a los paganos que se
conviertan. Entonces los paganos han querido hacerlos desaparecer, pero ellos
no han dudado en dar su vida para continuar predicando a Nuestro Señor
Jesucristo.
¿Habrá que hacer ahora lo contrario, decir a los paganos:
"vuestra religión es buena, conservadla siempre que seáis buenos budistas,
buenos musulmanes, o buenos paganos"? ¡He aquí la razón de nuestra
desinteligencia! Nosotros obedecemos a Nuestro Señor que dijo a los Apóstoles
"Id a enseñar el Evangelio hasta los confines de la tierra".
No hay que extrañarse que no lleguemos a entendernos con
Roma. Esto no será posible hasta que Roma no vuelva a la fe en el reino de Nuestro
Señor Jesucristo, hasta que deje de dar la impresión de que todas las
religiones son buenas. Nos enfrentamos con ellos sobre un punto de la Fe
católica, como se han enfrentado el cardenal Bea y el cardenal Ottaviani, y
como se han enfrentado todo los Papas con el liberalismo. Es la misma cosa, la
misma corriente, las mismas ideas y las mismas divisiones en el interior de la
Iglesia.
Antes del Concilio los Papas y Roma sostenían la
Tradición contra el liberalismo, mientras ahora los liberales ocuparon el
lugar. Evidentemente éstos están contra los tradicionalistas y, por
consiguiente, somos perseguidos. Pero estamos tranquilos porque estamos en
comunión con todos los Papas desde Nuestro Señor y los Apóstoles. Guardamos su
Fe y no vamos a pasarnos ahora a la fe revolucionaria en la Declaración de los
derechos del hombre. No queremos ser hijos de 1789, sino hijos de Nuestro Señor
e hijos del Evangelio.
Los representantes de la Iglesia católica dicen: cada uno
es libre y se puede colocar a todas las religiones juntas para rezar como en
Asís. ¡Eso es una abominación! El día en el que el Señor se enoje no será cosa
de risa. Pues si Nuestro Señor castigó a los judíos, como lo hizo, es porque
estos habían rehusado creen en Él. Anunció que Jerusalén sería destruida y lo
fue, y el templo nunca fue reconstruido desde aquel entonces. Bien podría decir
lo mismo ahora cuando todos sus pastores están contra Él, ya que no quieren
creer más en su realeza universal.
Hay que seguir apegado a la doctrina de la Iglesia. Permaneced
apegados a Nuestro Señor que es todo para nosotros. Él es el Amo que nos
juzgará como juzgará a todo el mundo. Luego, hay que rezar para que su reino
llegue, aún cuando se deba ser perseguido.
Por más extraordinario que pueda parecer, he aquí la situación
de hoy. No soy yo quien la inventé. ¿Por qué me he hallado casi sólo contra ese
liberalismo al que son favorables la mayoría de los obispos, hasta de Roma? Es
un gran misterio. Siendo, como antes, fiel a todo lo que han dicho los Papas,
uno se halla casi solo.
Lo principal es estar con Nuestro Señor, aún cuando haya
que estar solo. Si se está con toda la enseñanza de la Iglesia de veinte
siglos, no se tiene miedo. ¿No hay que hacerse problemas, verdad? ¡Confiad en
la Providencia! Dios que conoce el futuro, restablecerá todas las cosas un día,
dado que la iglesia no puede quedar indefinidamente en esta situación.
Confiemos en la Santísima Virgen y en Nuestro Señor y no
nos acobardemos ni nos deprimamos, ya que continuamos la Iglesia. Permanezcamos
en paz. ¡Que Dios os bendiga!
+ Mons. MARCEL LEFEBVRE
Arzobispo
De su conferencia en Sierre, Suiza, 27 de noviembre de
1988
¿No hay que hacerse problemas, verdad? ¡Confiad en la Providencia! No hay duda que, por esa falta de confianza en la providencia, muchos, al ver como "triunfa el liberalismo bajo el nombre de modernismo hayamos dejado practicamente de confiar en la PROVIDENCIA DIVINA y queramos nosotros combatir dichas herejias dejando de lado a Dios y su gobierno en general y en particular sobre SU IGLESIA que tanta sangre le costo. Querer ocupar el lugar de El en los asuntos de Dios, es negar ese divino atributo como lo es la sabiduría encarnada y hecha hombre ya directa e indirectamente cuando quizá estamos entorpeciendo su accion divina que no se "ve" ni se "nota" según nuestra gran miopía en lo espiritual y la soberbia en lo intelectual
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