miércoles, 29 de marzo de 2017

Tratado del amor a Dios


“Cómo estando ocupado todo el corazón en el amor sagrado; puede, sin embargo, amar a Dios deferentemente, y amar también muchas cosas por Dios" (continuación)

No sólo entre los que aman a Dios de todo corazón, hay quienes le aman más y quienes le aman menos, sino que una misma persona se excede, a veces, a sí misma, en este soberano ejercicio del amor de Dios sobre todas las cosas.
¿Quién no sabe que hay progresos en este santo amor, y que el fin de los santos está colmado de un más perfecto amor que los comienzos? Según la manera de hablar de las Escrituras, hacer alguna cosa de todo corazón no quiere decir sino hacerla de buen grado y sin reserva.
Todos los verdaderos amantes son iguales en dar todos su corazón, con todas sus fuerzas; pero son desiguales en darlo todos diversamente y de diferentes maneras, pues algunos dan todo su corazón con todas sus fuerzas, pero menos perfectamente que otros. Unos lo dan todo por el martirio, otros por la virginidad, otros por la pobreza, otros por la acción, otros por la contemplación, otros Dar el ministerio pastoral, y, dándolo todos todo, por la observancia de los mandarmietos, unos empero, lo dan más imperfectamente que otros.
El precio de este amor que tenemos a Dios donde de la eminencia y excelencia del motivo dar el cual y según el cual le amamos. Cuando le amamos por su infinita y suma bondad, como Dios y porque es Dios, una sola gota de este amor vale mucho más, tiene más fuerza y merece más estima que todos los otros amores Que jamás puedan existir en los corazones de los hombres y entre los coros de los ángeles, porque mientras este amor vive, es él el que reina y empuña el cetro sobre todos los demás afectos, haciendo que Dios sea en la voluntad preferido a todas las cosas, universalmente y sin reservas.

De dos grados de perfección con los cuales este man-
damiento puede ser observado en esta vida mortal

Hay algunas almas que, habiendo hecho ya algunos progresos en el amor divino, han cortado todo otro amor a las cosas peligrosas; mas, a pesar de esto, no dejan de tener algunos afectos perniciosos y superfluos, porque se aficionan con exceso Y con un amor demasiado tierno y más apasionada de lo que Dios quiere. Dios quería que Adán amase tiernamente a Eva, pero no tanto que, por complacerla. quebrantase la orden que la divina Majestad le había dado. No amó, pues, una cosa superflua y de suyo peligrosa, pero la amó con superfluidad y peligro. El amor a nuestros padres, amigos y bienhechores es, de suyo, un amor según Dios, pero no es lícito amarlos con exceso; las mismas vocaciones, por espirituales que sean, y nuestros ejercicios de piedad (a los cuales debemos aficionarnos) pueden ser amados desordenadamente, cuando son preferidos a la obediencia o a un bien más universal, o cuando se pone en ellos el afecto como en el último fin, siendo así que no son sino medios y preparativos para la realización de nuestro anhelo final, que es el divino amor. y estas almas, que no aman sino lo que Dios quiere que amen, pero que se exceden en la manera de amar, aman verdaderamente a la divina bondad sobre todas las cosas.. pero no en todas las cosas, porque a las mismas cosas cuyo amor les está permitido, aunque con la obligación de amarlas según Dios, no las aman solamente según Dios, sino por causas y motivos Que no son contrarios a Dios, pero que están fuera de Él. Tal fue el caso de aquel pobre joven que, habiendo guardado los mandamientos desde sus primeros años, no deseaba los bienes ajenos, pero amaba con demasiada ternura los propios. Por esto, cuando nuestro Señor le aconsejó que los diese a los pobres, se puso triste y melancólico. No amaba nada que no le fuese lícito amar, pero lo amaba con un amor superfluo y demasiado cerrado.
Estas almas, oh Teótimo, aman de una manera demasiado ardorosa y superflua, pero no aman las superfluidades, sino lo que deben amar. Y, por esta causa, gozan del tálamo nupcial de la unión, de la quietud y del reposo amoroso de que nos hablan los libros quinto y sexto de los Cantares; pero no gozan en calidad de esposas, porque la superfluidad con que se aficionan a las cosas buenas hace que no penetren con mucha frecuencia en las divinas íntimadades del Esposo, por estar ocupadas y distraídas en amar, fuera de Él y sin el, lo que deberían amar únicamente en Él y por El.

De otros dos grados de mayo perfección por los cúa-
les podemos amar a Dios sobre todas las cosas.

Hay almas que aman tan sólo lo que Dios quiere. Almas felices, pues aman a Dios, a, sus amigos en Dios y a sus enemigos por Dios, pero no aman ni una sola sino en Dios y por Dios; Refiere San Lucas que nuestro Señor invitó a que le siguiese a un joven que le amaba mucho, pero que también amaba mucho a su padre, por lo cual deseaba volver a él y el Señor le corta esta superfluidad de su amor y le da un amor más puro, no sólo para que ame a Dios más que a su padre, sino también para que ame a su padre únicamente en Dios. Deja a los muertos el cuidado de enterrar a sus muertos; mas tú, ve y anuncia el reino de Dios". y estas almas, Teótimo, como ves, gozando de una tan grande unión con el Esposo, merecen participar de su calidad y de ser reinas, como Él es rey, pues le están todas dedicadas, sin división ni separación alguna, no amando nada fuera de Él y sin Él, sino tan sólo en Él y por Él.
Finalmente, por encima de todas estas almas hay una absolutamente única, que es la reina de las reinas, la más amable, la más amante y la más amada de todas las amigas del divino Esposo, la cual no sólo ama a Dios sobre todas las cosas y en todas las cosas, sino únicamente a Dios en todas las cosas; de suerte que no ama muchas cosas, sino una sola cosa, que es Dios. Y, porque solamente ama a Dios en todo lo que ama, le ama igualmente en todas partes, fuera de todas las cosas y sin todas las cosas, según lo exige el divino beneplácito. Si es tan sólo Ester a quien ama Asuero, ¿por qué le amará más cuando anda perfumada y adornada que cuando viste en traje ordinario? Si sólo amo a mi Salvador, ¿por qué no he de amarle tanto en el Calvario como en el Tabor, pues es el mismo, en uno y otro monte? ¿Por qué no he de decir con el mismo afecto, en uno y otro lugar: Señor, bueno es estarnos aquí? La verdadera señal de que amamos a Dios sobre todas las cosas es amarle igualmente en todo, pues, siendo Él siempre igual a Sí mismo, la desigualdad de nuestro amor para con Él no puede tener su origen sino en la consideración de alguna cosa que no es Él.


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