Entre los Huichóles
Si no
fuera tan trágico el asunto, darían ganas de reírse a carcajadas, de esos
farsantes del socialismo y comunismo, que pomposamente se presentan como
redentores del campesino y del obrero, en nuestros días.
Desde
Marx, a la fecha, qué de tinta han hecho correr en sus pasquines, o qué de
saliva han gastado en su palabrería hueca, para anunciar a los necios de este
mundo, ¡cuyo número es infinito!, que ellos van a hacer de la vida de nuestras
clases humildes, un verdadero paraíso de felicidad; que son ellos los que van a
remediar la aflictiva situación de la mayoría de la humanidad, creada por el
capitalismo, al que identifican por supuesto, con los hijos de la Iglesia
Católica, y en especial con sus sacerdotes, predicadores de la resignación
cristiana, y totalmente olvidados según ellos, los comunistas, de que el hombre
tiene que comer, vestirse y vivir como hombre y no como bestia de carga.
Pero
lo que hay de verdad en toda esa vana palabrería, es que se trata desde un
principio de llevar a cabo los fines de una conspiración terrible contra Cristo
y su Iglesia, y que esa palabrería no es otra cosa que un disfraz, dirigido a
engañar a los Cándidos, para hacerlos sus prosélitos y lograr la realización de
sus pérfidos intentos, muy ocultos, pero muy reales.
Esto
había en el fondo de la persecución callista, planeada y ordenada como ya
dijimos por la masonería iluminada fautora y directora de socialismos, comunismos
y agrarismos de nuestro tiempo. Que si hubiera sido verdad lo que anunciaban
acerca de la redención del obrero y del campesino, en nuestra patria al
encontrarse con un sacerdote como el señor cura D. Cristóbal Magallanes, de
Tótatiche, Jalisco, entregado de lleno, en medio de otras ocupaciones
culturales, a una verdadera redención económica 332 de los que entre los
enemigos de la Iglesia de nuestro país, se atribuyen a gritos ese nombre, no
siéndolo en realidad sino de palabra.
La
misma cabecera de la parroquia se hermoseó y engrandeció con la labor callada,
humilde y constante de su pastor.
Situada
en las estribaciones norteñas de la sierra de Nayarit, en sus cercanías corren
los riachuelos, que formaran el río de Tlaltenango afluente a su vez del gran
río de Santiago. El señor cura Magallanes, veía con dolor que aquellas aguas
pasaban a la vera de su parroquia, como diciendo en sus murmullos cantarinos:
"Por aquí dispuestas vamos
para hacer de vuestras tierras
un verdadero vergel.
Hace siglos, de las sierras
por este cauce bajamos
y ¡ nadie se cuida de él!
Y en
efecto aquellas aguas pasaban y se alejaban, sin gran provecho para los
descuidados habitantes. Decidió el cura, pues, construir una gran presa para
captarlas y establecer un sistema de regadío, que favoreciera a la región. Como
por encanto, formóse un barrio de Totatiche, lleno de huertas, de hortalizas,
que fueron una verdadera fuente de riqueza para los habitantes de la parroquia.
Sí; el
señor cura Magallanes sabía bien, que el hombre no consta sólo de alma, y que
si primero hay que atender a los intereses espirituales de esa alma y
procurarle la gracia de Dios; no hay que descuidar por ello, el bienestar
temporal del cuerpo para el que el soberano y amoroso Creador, le ha dado los
frutos de la tierra.
Todos
estos trabajos espirituales y temporales del buen cura, acabaron por hacer de
él, el ídolo de su pueblo.
Justo
es decir que en sus labores, era eficazmente secundado, por su vicario el padre
D. Agustín Sánchez Caloca, que era al mismo tiempo profesor del pequeñito
seminario.
Tan
semejantes en lo físico, como en lo moral; y tan ardientes en su celo por el
bien de sus feligreses, los dos sacerdotes se comprendían perfectamente y
juntos trabajaban con éxito rotundo en la cultura espiritual y temporal de los
habitantes de Totatiche, haciendo de aquel lugar de la sierra nayarita un
verdadero rinconcito del paraíso, donde la vida se deslizaba tranquila y
serena, orando todos, trabajando todos, progresando todos, aun aquellos
infelices desheredados de la fortuna y de la cultura, los pobrecitos huicholes,
tan rebeldes antes a toda clase de civilización.
¿Qué
había en aquellas dos vidas sacerdotales que no debieran alabar y bendecir y
aun proteger y sostener, los que actualmente, con mentida e hipócrita audacia
se proclaman redentores de los pueblos y de las clases humildes? Nada; si no es
un odio, que tras tanta alharaca ocultan cuidadosamente, porque su fealdad es
tal, que si se presentara al descubierto no encontrarían un solo partidario, ni
aun entre los destacados y más diferentes de los hombres.
Eran
dos sacerdotes católicos, es decir predicadores y discípulos de Jesucristo,
"la Luz de todo hombre que viene a este mundo", los que se distinguían
en aquella labor cristiana y benéfica, que ellos con sus impiedades decían iban
a establecer en este mundo. Eran dos representantes genuinos de la Iglesia
Católica, a la que ellos habían jurado la muerte bajo los impulsos y
seducciones del espíritu del mal.
¡Oh,
no!, ¡eso no podían permitirlo! ¡No! ¡Nunca! Y juraron la muerte de los dos
sacerdotes; para que ya no hubiera quien con el relato de sus obras, les
desmintiera completamente de sus calumnias ordinarias contra la Iglesia
Católica.
La
tempestad que levantaron esos desdichados en México, llegó con sus nublazones y
sus siniestros relámpagos, al paradisíaco rincón de Tótatiche.
Cerraron,
entre los llantos y clamores de dolor de los católicos habitantes, la iglesia
donde vivía aquel señor, consuelo de sus penas, aliento de sus fatigas, que
tenía a su servicio a hombres tan abnegados y solícitos, como los sacerdotes
Magallanes y Sánchez Caloca. El segundo de ellos se confinó por lo pronto en el
seminario, continuando entre sobresaltos, sus clases y dirección espiritual a
los jóvenes seminaristas; el primero buscó otro refugio, desde donde pudiera,
como los demás sacerdotes país, salir a escondidas para ejercer entre los
afligidos fieles su ministerio de caridad y de salvación.
El mes
de mayo de 1927, el señor cura Magallanes se dirigía al seminario para asistir
a los exámenes de los alumnos, que habían continuado sus estudios bajo la
dirección del P. Caloca. Una guardia federal entraba en la ciudad al mismo
tiempo, con las intenciones más aviesas, y Dios, que quería premiar a sus
siervos con la más excelsa corona de gloria aun en la tierra, quiso que la
columna federal diera de manos a boca con el sacerdote en cuya busca venía.
Aprehendiéronle desde luego y lo llevaron al palacio municipal, o lo que fuera,
habitación de la autoridad del pueblo.
Acto
continuo se dirigieron algunos esbirros al seminario. El P. Sánchez Caloca advertido
de la presencia de aquellos criminales en la ciudad, salía para escapar de
ellos, acompañado de uno de los alumnos, pero precisamente a la salida, toparon
con los soldados y fueron arrestados sin más ni más.
Logrado
aquel intento, para el que había venido toda una columna militar, se
dispusieron a llevarlos a Colotlán, centro por entonces de las fuerzas
callistas. El pueblo alarmado se aglomeró ante la casa municipal, pidiendo con
lágrimas y aun ofreciendo dinero por la libertad de sus dos pastores. ¡Todo fue
inútil...! Los dos presos custodiados por los militares salieron desde luego,
rumbo a su destino fatal.
Llegaron
así, animosos y confortándose uno al otro los dos sacerdotes, y fueron llevados
incontinenti al cuartel callista establecido en lo que fuera antes Palacio
Municipal de Colotlán. ¡Y después...! Un documento cínico y deshonroso para el
firmante nos lo dirá:
"Colotlán,
Jalisco, mayo 25 de 1927. —C. Gobernador del Estado.
—Guadalajara.—Para
conocimiento de esa superioridad tengo la honra (!!!) de informar, que en el
ex-palacio municipal de esta ciudad fueron pasados por las armas hoy dos
sacerdotes católicos llamados Cristóbal Magallanes y Agustín Sánchez Caloca por
las fuerzas federales del teniente coronel Enrique Medina.—El Presidente Municipal,
L. Corona".
¡Allí
no había pasado nada! Se cumplió la consigna..." y nada más!
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