NUESTRAS RESERVAS
Las energías de que podemos disponer los católicos son
múltiples y poderosas. Porque si bien es cierto que la persecución nos ha
estado y nos está diezmando, sin embargo, el número de católicos es bastante
respetable, puesto que formamos una masa inmensa que constituye la mayoría del
país. Cierto es que esto no quiere decir que cada católico sea una fuente
unidad, una conciencia poderosa de atleta y de mártir, pero de todos modos
somos un número verdaderamente respetable. Y si hasta ahora poco nos ha servido
nuestro número, es porque o hemos sabido aprovechar nuestras energías, ni mucho
menos nuestro número. Nos ha perjudicado, sobre todo, el querer que cada uno
trabaje en la forma y con la misma intensidad que los demás. Y esto es un
error. No solamente esto, sino que además es una causa de desastres. “Unidad no
es lo mismo que uniformidad”, decía hacer muy poco tiempo en elocuente discurso
el célebre General Castelneau. Y nosotros, mucho nos empeñamos en que cada uno
de los demás, no solamente se unifique con nosotros, sino que obre
uniformemente. Y esto nos ha restado y nos resta energías. Por esto es
necesario que muy lejos de empeñarnos en violentar, en falsear la realidad,
procuremos aprovechar las fuerzas de todos en la medida de loo posible y de las
circunstancias. A unos habrá que pedirles solamente ayuda económica; a otros
actos personales; a otros su pluma y su palabra; a otros que nomás compren el
periódico; a otros que lo vendan. Ya llegará un momento en que, después de un
trabajo fuerte, profundo de formación de conciencias, todos los espíritus estén
prontos a dar más de lo que ahora dan y entonces los menos dispuestos a
sacrificarse querrán aumentar su contingente de energía. Y de este modo
habremos logrado que todos se aproximen al instante en que tengamos suficientes
mártires que ganen con su sangre la libertad de las conciencias y de las almas
en nuestro país.
HACER, HACER Y HACER
Hasta ahora todos o casi todos los católicos no hemos
hecho otra cosa que pedirle a Dios que El haga, que El obre, que El realice,
que solamente El haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra
Patria. Y por esto todos o casi todos los católicos no hemos hecho otra cosa,
en nuestra Patria, que reza, sumergirnos en éxtasis, quedarnos dentro de
nuestras iglesias de rodillas en espera de que Dios solamente lo haga todo. Y
Su Santidad Pío XI ha venido a decirnos clara y terminantemente que hemos
estado en un gravísimo error, al esperarlo todo exclusivamente de la acción de
Dios y al abstenernos de hacer algo por la victoria de la causa de Dios y de su
Iglesia. Por esto en su Carta Apostólica ha dicho que se necesita la acción
católica y, por tanto, la acción de todos los católicos. Una acción, es cierto,
que cuenta con Dios como fuente y autor fundamental de todo bien; pero una
acción que, aparte de contar con Dios, consista en que cada católico, además de
rezas, además de orar, además de practicar las ceremonias esenciales del culto,
desarrolle esfuerzos enérgicos, organizados y constantes para restablecer el
orden cristiano en los espíritus y en las conciencias. Ha llegado el momento de
hacer algo, de hacer, es preciso hacerlo entender. No solamente de que Dios
haga, sino de que cada católico haga algo por la victoria de la causa de Dios.
Por esto en estos momentos angustiosos de prueba y en los instante en que
desaparezca la prueba, en todo momento la divisa de todo católico debe ser
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