Dónde
está el rey de los judíos que ha nacido...
Os he dicho hoy que en estas palabras se muestra la
fe de los nobles Reyes, primeros cristianos, los cuales fueron, de entre los
gentiles, las primicias dé la fe cristiana; y se muestra su fe en cuanto al
acto intrínseco, en cuanto al acto previo y en cuanto al acto subsiguiente. El acto
intrínseco consiste en buscarle; y esto se indica al decir: ¿Dónde está el rey
de los judíos que ha nacido? Y os decía cómo los Reyes buscaban al rey de los
judíos, niño, pobrecillo y reputado por nada; buscaban, digo, al rey niño,
pequeño infante por la generación materna, pero eterno por la generación
paterna; buscaban al rey pobrecillo, desnudo de todos los bienes transitorios,
pero opulento por la herencia sin término; buscaban, en fin, al rey reputado
por nada, despreciado por su estado pasible por condescendencia, pero glorioso
por su potencia triunfante sobre todos. Por eso fue necesario que creyeran con
la fe de otra manera de la que veían con los ojos, pues no les era dado
alcanzar el misterio mediante los sentidos. Por eso dignóse el Señor venir por
medio de los milagros en ayuda de los Reyes, los cuales llegaron al acto previo
de la fe por la visión de la estrella; y esto se indica cuando se dice: Vimos
su estrella en oriente. Cosa cierta es que tal estrella no era de las que están
fijas en el firmamento, ni tampoco alguna de las estrellas movibles; pues se
hallaba cerca de los Magos, y era tan grande, que pudiese guiados en el camino,
por lo cual fue preciso que apareciera, no por virtud natural, sino sobrenatural.
Caminaban los Magos-; la estrella: iba delante de ellos y se paraba. Es verdad,
y no lo negamos, que el autor de la naturaleza usa de la misma en cosas que
están a su alcance, Pero cuando la naturaleza es incapaz para producir un
efecto, como en nuestro caso, entonces da origen a las estrellas por virtud
sobrenaturalmente divina. Hay cinco géneros de cometas, y no se producen por el
sol ni por las estrellas; y hay nueve clases de estrellas, entre las cuales la
octava, Hamada rosa, es hermosísima, la cual, a lo que dicen los filósofos, es
grande y rubicunda, con figura de hombre y color semejante al de la plata en
aleación con el oro. Y que tal estrella fuese la aparecida en el oriente; parece
sufragarlo San Juan Crisóstomo; pero es imposible que se produjera
naturalmente; por lo que se ha de tener que los ángeles suplían lo que no podía
producir la naturaleza y esa estrella apareció, no sólo para los Magos, sino
también para esclarecer el misterio que ilustra a todo el mundo. Ahora es enseñado todo el mundo por el misterio de
la estrella; son ilustrados, digo, los que siguen la ruta de la estrella, la
cual es, no ruta natural, sino evangélica; y así como los Magos fueron
dirigidos por la estrella natural, así nosotros lo seremos por la estrella'
espiritual. Y así digo que la estrella indujo a los Magos a presentarse ante
Cristo, los condujo a Cristo y los redujo a Cristo. Y que los indujese se da a
entender cuando se dice: Hemos visto su estrella en el oriente. Y que los
condujese, se insinúa con estas palabras: La estrella iba delante de ellos
hasta que llegando se paró delante donde estaba el niño. Y que los redujese, se
indica diciendo: Y viendo la estrella, se regocijaron en gran manera. Y
entrando en casa, hallaron al niño, etc. Esta estrella, por consiguiente,
induce, conduce y reduce. Pero esta estrella no es sino una figura de la
estrella espiritual, que también nos induce a ir a Cristo, nos conduce a Cristo
y nos reduce a Cristo la estrella que nos induce a la presencia de Cristo, es
significada por la estrella de la mañana, de la cual, si de alguna, tuvo origen
la estrella aparecida a los Magos; y bien podemos decir que la estrella externa
es la que nos induce a presentamos ante Cristo; la estrella superior es la que
nos conduce a Cristo.
La estrella exterior, cuya virtud nos induce a la
presencia de Cristo, es la Sagrada Escritura; la estrella superior, a la que
compete conducimos a Cristo, es la santa y bendita Virgen María; y la estrella
interior, que nos reduce a Cristo, es la gracia del Espíritu Santo. Estas tres
estrellas nos llevan como de la mano a la presencia de Cristo. Viniendo a lo
primero, se ha de decir que la estrella que nos induce a ir donde está Cristo,
es la Sagrada Escritura, de la cual se dice en el Eclesiástico: Brilla como el
lucero de la mañana, en medio de la niebla, y como la luna llena en sus días,
etc. La Escritura se halla en medio de la niebla, es decir, en medio de la
obscuridad de la ignorancia humana. Puesto que no podemos ver las 'cosas
superiores, tampoco podemos ver la faz divina de Cristo; de ahí que sea
requisito necesario para veda la dirección de la luz celestial; y esta luz es
la Sagrada Escritura, luz del cielo, traída por los Ángeles a los Patriarcas,
Profetas y Apóstoles. Esta es la luz que hemos de mirar; y de ella dice San
Pedro, II Canónica: Y aun tenemos más firme la palabra de los profetas; la cual
hacéis bien en atender como a una antorcha que luce en un lugar tenebroso.
Necesitamos la luz de la Sagrada Escritura, hasta que brille el día de la
eternidad. La Sagrada Escritura es luz legal en los Patriarcas, profética en los
Profetas y evangélica en los Apóstoles. En los Patriarcas hay brillo de
méritos, en los Profetas brillo de méritos y de milagros, y en los Apóstoles
brillo de méritos, de milagros y de martirio.
Los Patriarcas tuvieron claridad de visión
intelectual solamente; los Profetas, claridad de visión intelectual junto con
la imaginaria; y los Apóstoles, claridad de visión intelectual e imaginaria,
unida con la visión cierta, corporal, digo, no espiritual; por lo cual dice el
Señor: Porque me has visto, Tomás, has creído, y en la epístola primera de San
Juan: Lo que vimos con nuestros ojos y lo que palparon nuestras manos del Verbo
de la vida, etc., os lo anunciamos. Junta el brillo de los méritos, de los
milagros y martirios con la claridad de la visión intelectual, imaginaria y
patente a los sentidos; junta, digo, en una estas seis excelencias y su
concierto amigable, y tendrás la certeza de la autoridad, que será siempre
indefectible para ti. Esta es la estrella fructuosísima, por la que podemos ir
a Cristo. Dice el papa San León: "Cuando vamos a considerar el misterio
del Hijo de Dios, nacido de la Virgen, ahuyéntese lejos la obscuridad de los
razonamientos terrenos y disípese el humo de la sabiduría mundana, a los
fulgores de la fe que ilumina nuestros ojos", etc. Por esta estrella, que es la Sagrada Escritura, se
va a Cristo. Los herejes carecen de ella los judíos, por ocuparse en genealogías
inacabables; los paganos, por entender en enseñanzas de los demonios, y los
herejes, por entregarse a filosofías falaces. Cuidémonos de estos errores,
porque, de otra suerte, perderemos la luz de la Escritura, según nos amonestan
los Magos que, al ir a Herodes, perdieron la dirección de la estrella Concluyamos:
la estrella exterior nos induce a ir a la presencia de Cristo.
En cuanto a lo segundo, la estrella superior, que es
la bienaventurada Virgen, nos conduce a Cristo; y de ella se entiende lo que se
dice en el libro de los Números, con estas palabras: "De Jacob nacerá una
estrella, y de Israel Se levantará una vara, y herirá a los caudillos de Moab. Llámese
estrella la bienaventurada Virgen por su virtud estable e inconmovible; por
Moab se entienden los voluptuosos. Caudillos de Moab son los demonios o los
pecados capitales. Esta estrella, es decir, la bienaventurada Virgen, desbarata
a los caudillos de Moab, que son los siete pecados capitales: el espíritu de
soberbia, siendo humildísima; el espíritu de envidia, siendo benignísima; el
espíritu de ira, por ser rnansísinra ; el espíritu de pereza, por ser devotísima;
el espíritu de avaricia, por su generosidad liberalísima; el espíritu de gula
por su templanza moderadísima, y, por último, el espíritu de lujuria siendo
como es integérrima y omnímodamente casta. Desbarató, pues, esa estrella a los
caudillos de Moab; y condujo a los Magos a Cristo. Y así como cayendo en la
perfidia de Herodes, pierde el hombre la dirección de la estrella que lo induce
a la presencia de Cristo, esto es, al conocimiento de la Sagrada Escritura, así
también, incurriendo en la hipocresía de Herodes, se desvía de la dirección de
la bienaventurada Virgen, radiante estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo.
En Herodes están figurados los hipócritas. Se dice
en el Evangelio que Herodes, llamando en secreto a los Magos, les interrogó
cuidadosamente .sobre el tiempo de la aparición de la estrella; y les dijo: Id
e informaos con diligencia sobre este niño, y cuando le encontréis,
comunicádmelo, para que vaya también yo a adorarle. Dice San Gregorio,
comentando este pasaje, que nada hay que tanto aparte de la dirección de la
bienaventurada Virgen como la hipocresía. Habló Herodes de esta manera:
Averiguad diligentemente dónde está el niño, para que vaya también yo a
adorarle. Según manifestaba con esto, quería que los Magos se informaran acerca
del niño, para que también él fuese a adorarle, pero, en realidad, pretendía
otra cosa. De esta suerte el hipócrita se informa exteriormente de las virtudes
y finge seguir a la bienaventurada Virgen, cuando otra cosa es la que intenta. Cuando
aparentas que eres humilde, siendo soberbio; que eres benigno, siendo
envidioso; que eres manso, siendo iracundo; que eres devoto, siendo perezoso;
que eres casto, siendo lujurioso: créeme, por Dios, que eres Herodes, nombre
que se interpreta el que se gloria en la epidermis, significando, por lo mismo,
a los hipócritas. Se gloriaba, repito, en la epidermis, esto es, en la corteza
exterior, al igual que los hipócritas, que se glorían en las apariencias externas.
Si eres, pues, de los hipócritas, ten entendido que no sigues a Cristo. Mirad
cómo los hombres de dos caras se atraen el juicio de Dios. Decía San Agustín
que "no hay infelicidad mayor que la felicidad de los que pecan".
Repútase tal o cual hombre afable cuando no es sino un hombre pésimo. He aquí
una idolatría: hacer creer a los hombres que se tiene el espíritu de Dios,
cuando no se tiene sino el espíritu del demonio. Huid, pues, de la hipocresía.
En cuanto a lo tercero, la estrella interior, que es
la gracia del Espíritu Santo, nos reduce a Cristo. De ella se dice en el Apocalipsis:
Y al que venciere y guardan! mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre
las naciones, y le daré la estrella de la mañana) Mas se ha de notar que la
gracia del Espíritu Santo puede ser inicial, promotiva y final. No nos reduce a
Cristo sino la gracia final. Pierde la dirección de esta estrella el que
incurre en el endurecimiento de Herodes, es decir, aquel que extingue las
inspiraciones divinas en sí mismo. Demos que has concebido el propósito de
practicar obras de piedad, enmendar la vida y entrar en una Religión. Pues
bien, si lo dejas sin cumplirlo, eres como Herodes, que intentaba matar al
niño.
Otros, en cambio, son como Faraón, que mandó arrojar
al río a todos los niños varones. Hay quienes extinguen todo buen propósito del
prójimo, allí donde lo encuentran. Por ejemplo: cuando a uno que quiere entrar
en una Religión, se le dice: puedes hacer mayor bien en el siglo, llegando a
apagar en él su buen propósito. Estos son, sin duda, como Faraón, que mandó
matar a todos los hijos varones; y cosa cierta es que el pecado de Faraón fue
grande. Habríale de bastar al hombre su propio pecado. Ir tras las obras de la
carne es grandísimo pecado. Los tales bajen a lo profundo como la piedra, y no
llegan a Cristo.
En conclusión: hay tres clases de estrellas: una que
nos induce a Cristo, otra que conduce a Cristo y otra, en fin, que nos reduce a
Cristo, tres estrellas, cuya dirección tenga a bien concedérnosla el que con el
Padre, etc,
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