SOBRE LA RAZÓN DE SER DE RUSIA.
Pero aquí me interrumpe la conocida voz
de mis compatriotas: ¡Que no vengan a hablarnos de nuestras necesidades, de
nuestros defectos y sobre todo de nuestros deberes para con ese Occidente en
decadencia! Vixit. No lo necesitamos ni le debemos nada. Tenemos entre nosotros
cuanto nos hace falta. In (síc) Oriente lux (1). El representante verdadero y el
definitivo producto del cristianismo es la santa Rusia. ¿Y qué nos importa la
vieja Roma decrépita cuando nosotros mismos somos la Roma del porvenir, la
tercera y última Roma (2). La Iglesia Oriental cumplió su gran tarea
histórica cristianizando al pueblo ruso, ese pueblo que se identificó con el
cristianismo y al cual pertenece todo el porvenir de la Humanidad.»
De esta manera, el objeto definitivo
del cristianismo en la historia y la razón de ser del género humano se
reducirían a la existencia de una sola nación. Pero para aceptar semejante
aserto debería primero rechazarse formalmente la idea misma de la Iglesia
Universal. Se nos propone un retorno al viejo
judaísmo con la diferencia de que el papel excepcional del pueblo judío en el
plan de la Providencia está atestiguado por la palabra de Dios, en tanto que la
importancia exclusiva de Rusia sólo puede ser afirmada fundándose en el
testimonio de ciertos publicistas rusos, cuya inspiración dista mucho de ser
infalible. Por lo demás, como las ideas de
nuestros patriotas exaltados respecto de las bases de la fe religiosa, no son
completamente claras y definidas, debemos colocarnos en un terreno más general
y examinar sus pretensiones desde el punto de vista puramente natural y humano.
El patriotismo ruso se obstina en
repetir, desde cuarenta o cincuenta años acá, en todos los tonos, una frase
invariable. “Rusia es grande y tiene que llenar una misión sublime en el
mundo”. ¿En qué consiste precisamente esta misión y qué debe hacer Rusia —qué
debemos hacer nosotros mismos— para cumplirla? Esto queda siempre sin respuesta
precisa. Ni los viejos eslavófilos, ni sus epígonos actuales, ni el mismo
Katkof han dicho nada explícito al respecto (3). Han hablado de la luz que viene
de Oriente; pero no parece en modo alguno que su inteligencia haya sido ya
iluminada por esa luz y que hayan visto claro. Séanos, pues, permitido,
haciendo justicia a los patrióticos sentimientos de estas respetables personas,
plantear la cuestión que ellos tratan de eludir, la gran cuestión de la
conciencia nacional: ¿Cuál es la razón de ser Rusia en el mundo? Por siglos la
historia de nuestro país tendió a un solo fin: la
formación de una gran monarquía nacional.
La reunión de Ucrania y de una parte de
3a Rusia blanca a la Rusia moscovita, con el zar Alejo, fue un momento decisivo
en esa obra histórica, porque dicha reunión terminó con la disputa por la
primacía entre la Rusia del Norte y la del Mediodía, entre Moscú y Kief, y dio
alcance efectivo al título de «zar de todas las Rusias”. A partir de ahí no se
pudo dudar del éxito de la laboriosa tarea emprendida por los arzobispos y los
príncipes de Moscú desde el siglo XIV. Y es de lógica providencial que sea
precisamente el hijo del zar Alejo quien, superando la obra de sus antepasados,
plantee atrevidamente el problema ulterior: iQué debe hacer Rusia unida y
convertida en Estado poderoso? La respuesta provisoria dada por el gran
emperador a esta cuestión fue que Rusia debía ponerse a la escuela de los
pueblos civilizados de Occidente para asimilarse su ciencia y su cultura. Era,
con efecto, todo lo que nos hacía falta por el momento. Pero una solución tan
simple y clara venía a ser cada vez más insuficiente a medida que la joven
sociedad rusa adelantaba un grado en la escuela europea; ahora se trataba de
saber lo que ella haría después de sus años de aprendizaje. La reforma de Pedro
el Grande introducía a Rusia en el arsenal europeo para enseñarle a manejar
todos los instrumentos de la civilización; pero permanecía indiferente a los
principios e ideas de orden superior que determinaban la aplicación de esos
instrumentos. Por lo cual dichos medios de consolidación, no revelaba el objeto
definitivo de nuestra existencia nacional. Si se preguntaba con razón: ¿Qué
debe hacer la Rusia bárbara?, y si Pedro había respondido bien diciendo: «Debe
ser reformada y civilizada», no es menos justo preguntar: "¿Qué debe hacer
la Rusia reformada por Pedro el Grande y sus sucesores; cuál es el objeto de la
Rusia actual?» Los eslavófilos han tenido el mérito de comprender todo el
alcance de este problema, aun cuando no hayan podido hacer nada para resolverlo.
Como reacción contra la poesía vaga y estéril del paneslavismo, patriotas más
prosaicos han afirmado en nuestros días que no es
indispensable que un pueblo tenga de sí mismo una idea determinada y procure un
objetivo superior dentro de la Humanidad, sino que basta ser independiente,
contar con instituciones apropiadas a su carácter nacional y bastante poder y
prestigio para defender con éxito sus intereses materiales en los negocios del
mundo. Desear todo esto para su patria, esforzarse por hacerla rica y
poderosa, esto es suficiente para un buen patriota. Lo cual importa afirmar que
las naciones viven solamente del pan cuotidiano, cosa ni cierta ni deseable. Los pueblos históricos han vivido no sólo para sí, sino
también para la Humanidad entera, adquiriendo con obras inmortales el derecho
de afirmar su nacionalidad. Este es el carácter distintivo de toda gran
raza, y el patriotismo que no comprende el valor de ello es patriotismo de mala
ley. Por cierto, no se indaga cuál es la misión histórica de los Ashantis o de
los esquimales. Pero cuando una nación
cristiana tan extensa y poblada como la nuestra, con mil años de existencia y
provista de los medios exteriores necesarios para desempeñar un papel en la
historia universal, afirma su dignidad de gran nación y pretende la hegemonía
sobre los pueblos de la misma raza e influencia decisiva en la política
general, se tiene el derecho de exigirle sus títulos, el principio o la idea
que aporta al mundo, lo que ha hecho y lo que todavía le resta por hacer en
bien de la Humanidad. Pero, dicen, responder a estas cuestiones importaría
anticipar lo porvenir. Sí, si tratara de un pueblo niño, de la Rusia kiéfica de
San Vladimiro o de la Rusia moscovita de Juan Kalita. Pero la moderna Rusia,
que desde hace doscientos años no deja de manifestarse en la escena de la
historia universal, y que al comenzar el siglo enfrentó a la mayor parte de
Europa, esta Rusia no debería ignorar por completo adonde va ni lo que pretende
hacer. Que el cumplimiento de nuestra misión histórica corresponda al porvenir,
lo aceptamos; pero es necesario que, al menos, tengamos alguna idea de ese
porvenir, y que en la Rusia actual se contenga un germen vivo de sus futuros
destinos. No puede hacer gran cosa quien ignora lo que debe hacer. Nuestros
antepasados del siglo XV tenían clara idea del porvenir que construían: el
imperio de todas las Rusias. ¿Podemos nosotros, para quienes ese supremo
objetivo de sus esfuerzos es ya un hecho cumplido, ser menos conscientes que
ellos de nuestro porvenir, podemos creer que será él realizado sin nosotros y
ajeno a nuestro pensamiento y a nuestra acción?
(1) Título de una composición en verso, dedicada por un conocido poeta al extinto Katkof..
(2) Así han designado a la Moscovia, algunos monjes griegos y rusos, después de la caída del Imperio bizantino. (Por ejemplo, los startzi Phílothé y Dimítri Guerassimof).—(N. del T,)
(3) Los paneslavistas políticos querrían que Rusia destruyera ai Imperio austríaco para formar una confederación eslava. ¿Y después?
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