9 DE DICIEMBRE
SEGUNDO DIA DE LA
OCTAVA DE LA
INMACULADA CONCEPCION
INMACULADA CONCEPCION
Meditemos en María
Inmaculada que viene al mundo nueve meses después de su Concepción, alentando
más cada día las esperanzas de los hombres. Admiremos la plenitud de la
gracia que Dios puso en ella, y contemplemos a los santos Ángeles envolviéndola
en amoroso respeto como a futura Madre de quien ha de ser jefe de la naturaleza
angélica lo mismo que de la humana. Vayamos con esta augusta Reina al templo de
Jerusalén, donde es presentada por sus padres, San Joaquín y Santa Ana. A los
tres años comienza ya a conocer los secretos del amor divino. "Levantábame
siempre a media noche, dijo ella a Santa Isabel de Hungría en una revelación, e
iba ante el Altar del Templo para pedir a Dios la gracia de poder observar
todos sus mandamientos y de hacer en todo su beneplácito. Pedíale sobre todo,
que me concediese ver el tiempo en que había de vivir la Virgen Santísima que
debía dar a luz al Hijo de Dios. Rogábale me conservase los ojos para verla, mi
lengua para ensalzarla, mis pies para obedecer sus mandatos y mis rodillas para
adorar al Hijo de Dios entre sus brazos." Tú misma eras, oh María, esa
Virgen digna por siempre de alabanza. Pero el Señor te lo ocultaba aún; y tu celestial humildad
no podía permitir que tu pensamiento se detuviera un instante en la idea de que
tan alta dignidad pudiera estar reservada para ti. Además, no eras ya libre
ante el Señor; la primera y única entre las hijas de Israel, habías renunciado
para siempre a la honra de pretender un favor tan excelso, por temor de que tan
feliz privilegio de ser Madre del Mesías, perjudicase, aunque fuera
ligeramente, al voto de virginidad que te ligaba a Dios. Tu matrimonio con el
casto José, fué por tanto, un triunfo más de tu incomparable virginidad siendo
al mismo tiempo conforme a los decretos de la Sabiduría divina, un medio
inefable de proporcionarte apoyo en las sublimes necesidades que bien pronto
iban a sobrevenirte. Seguirnos te ¡oh Esposa de José! hasta tu casa de Nazaret, donde se va a
deslizar tu humilde vida; te contemplamos allí como la Mujer fuerte de
la Escritura, dedicándote a tus quehaceres, y siendo objeto de las complacencias
del Padre y de los Ángeles. Recogemos tus oraciones en favor de la venida del
Mesías, tus homenajes a su futura Madre; y, suplicándote nos asocies al mérito
de tus deseos del divino Libertador, nos atrevemos a saludarte como a la Virgen
anunciada por Isaías, a la que únicamente pertenece la alabanza y el amor de la
Ciudad redimida.
EL MISMO DÍA
SANTA LEOCÁDIA
VIRGEN Y MÁRTIR
(† 304-345)
Distinguiese en Toledo a
principios del siglo iv, por su gentileza y gracia singular, la noble doncella
Leocadia, del número de las vírgenes consagradas; llamábanse así las que
hacían profesión de virginidad y vivían con sus familias, edificando a los suyos
y vecinos con la práctica de la virtudes cristianas. No era entonces común que
las doncellas vivieran a parte en asceterios sujetas a regla y superiora que
las custodiara y gobernara. Las actas del martirio de Leocadia dicen que sus
padres eran cristianos, y de noble linaje. Es natural que educaran a la niña
con mucho esmero en el santo temor de Dios. Creció en sabiduría y gracia ante
Dios y los hombres de manera que toda la ciudad de Toledo la tenía por un
prodigio de santidad, y hasta los mismos paganos la miraban como la doncella
más cabal de toda la comarca. Su modestia infundía veneración en todos y sentimientos
de gran respeto. Su gracioso donaire, su caridad y compasión hacia los
menesterosos y su diferencia para con todos, Cuyas prendas realzaba una
hermosura incomparable, convertían la en el encanto universal de todos cuantos
la veían u oían relatar sus virtudes. Llegó a principios del siglo iv a Toledo,
el pretor Daciano, gobernador de la Tarraconense, hombre crudelísimo y enemigo
encarnizado de la religión cristiana, gran adulador de los emperadores. Por
congraciarse con ellos, a la vez que satisfacía los feroces instintos propios
de fiera sanguinaria, se ensañó contra los cristianos españoles con todo género
de tormentos inauditos que inventó su satánica vesania, pasando de diecisiete
mil los mártires que individualmente comparecieron ante su monstruoso tribunal.
Pronto llegó a sus oídos la fama de la virgen Leocadia; dijéronle que era una
joven hermosí- sima, cuyos antepasados habían desempeñado hasta entonces los
primeros cargos públicos; que poseía muy agudo ingenio, muchas y raras prendas
que la hacían extremadamente amable y agraciada. "Pero es cristiana,
añadieron, y como tiene embelesado al pueblo con su virtud modestia y pureza de
costumbres, predica su religión, y con sus palabras y ejemplo desacredita grandemente
el culto de los dioses." Pensó Daciano lograr instantáneamente la apostasía
de los fieles toledanos si conseguía persuadir a aquella joven cristiana que en
opinión de todos era la más celosa y popular, y mandó que al punto se la
trajesen. Cuando Leocadia supo que la llamaba el gobernador pensó en prepararse
para el martirio. Renovó con amor supremo la consagración de su virginidad al Señor
y le ofreció generosa con fervor su vida en sacrificio. Fué luego al palacio, e
intrépida se presentó a Daciano, radiante de virtud y de hermosura. Al verla
entrar tan noble y digna, quedó el tirano como suspenso y admirado, y la
recibió con muestras de honor y deferencia.
"Informado estoy, le dijo, de la nobleza de tu linaje, y de los grandes
servicios prestados a la República por tus antepasados, y de las raras prendas
que adornan tu propia persona; se quedaron cortos los que me las ponderaron. Yo
mismo daré parte al emperador del tesoro que se oculta en la ciudad de Toledo.
Sigue, pues, mi consejo; deja ya de una vez esa religión que profesas; con esto
te favoreceré cuanto pueda, te llevaré a la corte de nuestros augustísimos
emperadores y serás de ellos y de todos los patricios romanos muy honrada. Añadió
otras razones para apartarla de la fe, y a todo, después de escuchar atenta y
sosegada el alegato del juez, contestó Leocadia con tal aplomo, gracia y
elocuencia, que todos los presentes quedaron admirados y dieron a entender que
aprobaban cuanto había dicho, incluso Daciano mismo. Pero... temió el impío
desagradar al emperador y perder su gracia si se mostraba benévolo con los
cristianos, y juzgó era vergonzosa cobardía ceder a las razones de una
doncellita cristiana; el odio y la soberbia ahogaron la voz de su
conciencia." "Anda, vil esclava, gritó con voz atronadora, eres
indigna de pertenecer a la noble familia de que desciendes." Vuélvese luego
a los soldados que le rodeaban y les dijo: "Puesto que esa mujerzuela dice
gloriarse de ser esclava de un galileo muerto en una cruz, tratadla como a esclava,
azotadla sin piedad." Tomáronla por su cuenta los soldados, la desnudaron
y de tal manera la trataron, que su cuerpo quedó terriblemente llagado y
afeado. La virgen no exhalaba la menor queja, antes se mostraba alegre, rogaba
por los verdugos y daba gracias al Señor que la escogía para dar testimonio de
su gloria. No era intento de Daciano acabar con la santa doncella con aquel tormento,
y mandó la encerraran en lóbrego y hediondo calabozo, esperando triunfar de su
constancia. Regocijóse Leocadia al oír el nuevo mandato del presidente y con
paso decidido caminó hacia la cárcel, ufana de padecer nuevos tormentos por
amor de Jesucristo. Advirtió al pasar, que algunos cristianos y no pocos
gentiles lloraban al ver tan lastimado su cuerpo virginal por los azotes. Ea
soldados de Cristo, les gritó con rostro alegre, no os aflijáis por mi pena, antes
dadme el parabién, pues el Señor me juzgó digna de padecer algo por la confesión
de su nombre. Entró en la cárcel como en la antecámara del cielo, dando gracias
a su divino Esposo. Sufría con indecible amor a Jesucristo las incomodidades,
los malos tratos de los crueles carceleros, y rogaba por la libertad de los
cristianos. Oyó referir los inauditos suplicios de que eran víctimas en toda la
extensión de España y los pormenores, en particular del martirio heroico de la
prodigiosa niña Santa Eulalia de Mérida, y enternecida rogó al Señor se dignase
sacarla de este mundo para no presenciar la mengua de nuestra santa religión.
Dios la oyó, y haciendo ella con los dedos la señal de la Cruz en la roca de la
cárcel, milagrosamente quedó grabada; la besó con inefables trasportes de amor
a Jesucristo, y en vivas ansias de llegar a Cristo, exhaló su último suspiro.
Era el 9 de diciembre del año 305. Arrojaron al campo los soldados los restos mortales
de la heroína, pero los cristianos se dieron maña para recogerlos con respeto y
les dieron honrosa sepultura. Sobre el sepulcro de la Santa, levantó el rey
Sisebuto suntuoso templo a honra de Leocadia y en él se celebraron los famosos
Concilios de Toledo. ¡Oh graciosa virgen, tiernamente amada y distinguida del
celestial Esposo de las almas virginales y castas! ¡ruega por España sobre la
que irradió en los primeros siglos, desde tu sepulcro, la luz esplendorosa de
la fe cristiana que la hizo inmortal! Bien patente se vio el día en que el glorioso
arzobispo toledano S.Idelfonso, rogando devotísimo ante tu sarcófago,
levantaste milagrosamente la pesada lápida que le cubría, y apareciste radiante
ante el rey y el pueblo entero allí presente, y tocando la orla prelaticia, exclamaste:
"¡Oh Idelfonso! por ti vive la gloria de mi Señora." Conjúrate el
santo ruegues por Toledo, y al retirarte de nuevo al lugar de tu reposo, con la
daga que ceñía Recesvinto rey de España, cortó un pedazo del velo que cubría tu
cabeza y guardó ambos objetos en el Relicario de la iglesia primarcial.
Apasionadamente te interesas por el bienestar de nuestra Patria; haznos recordar
que incesantemente suplicas a tu Esposo Jesucristo no desfallezca la fe
católica en nuestro suelo. Tres templos tienes dedicados a tu nombre en la
imperial Toledo, que halles tantos altares erigidos a tu honra en las Españas, cuántos
son los corazones españoles que laten al unísono de la misma fe en sus ámbitos.
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