EL TIEMPO DE NAVIDAD
CAPITULO I
HISTORIA DEL TIEMPO DE NAVIDAD
Damos el nombre de Tiempo
de Navidad al período de cuarenta días que va desde la Natividad de
nuestro Señor, el 25 de Diciembre, hasta la Purificación de la Santísima
Virgen, el 2 de febrero. Este período forma, en el Año litúrgico, un conjunto
especial, como el Adviento, la Cuaresma, el Tiempo Pascual, etc.; por todo este
tiempo campea la idea del mismo misterio, de suerte, que ni las fiestas de los
Santos que ocurren durante esta temporada, ni la llegada bastante frecuente de
la Septuagésima con sus tonos sombríos, son capaces de distraer a la Iglesia
del inmenso gozo que la anunciaron los Ángeles en esa noche
radiante, durante tanto tiempo esperada por el género humano, y cuya
conmemoración litúrgica ha sido precedida de las cuatro semanas que forman el
Adviento. La costumbre de celebrar con cuarenta días festivos o de especial
memoria la solemnidad del Nacimiento del Salvador, se halla enraizada en el
mismo santo Evangelio, el cual nos dice que la virginal María, pasados cuarenta
días en la contemplación del suavísimo fruto de su gloriosa maternidad, se
dirigió al templo para cumplir, con perfectísima humildad, todo lo que la ley
ordenaba a las mujeres de Israel después de haber sido madres. Por consiguiente,
la conmemoración de la Purificación de María está íntimamente unida a la del
Nacimiento del Salvador; y la costumbre de celebrar esta santa y festiva cuarentena
parece ser de una remota antigüedad en la Iglesia. En primer lugar, por lo que
se refiere a la celebración de la Natividad del Salvador en el 25 de diciembre,
San Juan Crisóstomo, en su Homilía sobre esta fiesta, opina que los Occidentales
la habían celebrado en esa fecha desde el principio. Incluso se detiene a justificar
esta tradición, haciendo notar que la Iglesia romana había tenido todos los
medios de conocer el día verdadero del nacimiento del Salvador, ya que las actas
del censo ordenado por Augusto de Judea se conservaban en los archivos públicos
de Roma. El santo Doctor propone un segundo argumento, sacado del Evangelio de
San Lucas, haciendo notar que, según el sagrado escritor, debió ser en el
ayuno del mes de setiembre, cuando el sacerdote Zacarías tuvo en el templo
la visión a raíz de la cual su esposa Isabel concibió a San Juan Bautista: de
donde se sigue que, habiendo la Santísima Virgen, según el relato de San Lucas,
recibido la visita del Arcángel Gabriel, y concebido al Salvador del mundo en
el sexto mes después del embarazo de Isabel, o sea, en Marzo, debía dar
a luz en el mes de diciembre'. No obstante eso, las Iglesias orientales no comenzaron
a celebrar la Natividad de Nuestro Señor en el mes de diciembre hasta el siglo
cuarto. Hasta entonces la habían celebrado, bien el 6 de enero, mezclándola
bajo el nombre genérico de Epifanía con la Manifestación del Salvador
a los Gentiles; bien el 25 del mes Pachón (15 de mayo) o el 25 del mes Pharmuth
(20 de abril), si hemos de creer a Clemente de Alejandría. San Juan Crisóstomo
afirma, en la Homilía que acabamos de citar y que pronunció en 386, que la costumbre
de celebrar con la Iglesia romana el Nacimiento del Salvador el 25 de
diciembre, databa solamente de diez años atrás en la Iglesia de Antioquía.
Parece que este cambio fué ordenado por la autoridad de la Santa Sede, a la que
vino a añadirse al final del siglo cuarto un edicto de los emperadores Teodosio
y Valentianiano, prescribiendo la separación de las dos fiestas de la Natividad
y de la Epifanía. La práctica de celebrar el 6 de enero este doble misterio
solamente se ha conservado en la Iglesia cismática de Armenia; sin duda porque
este país era independiente de la autoridad imperial y además el cisma y la
herejía le sustrajeron a la influencia de Roma'. La fiesta de la Purificación
de la Santísima Virgen, que cierra el ciclo de Navidad, es una de las cuatro fiestas
de María más antiguas: es posible que, por tener su origen en el mismo relato
evangélico, fuese ya celebrada en los primeros siglos del Cristianismo. De todos
modos, en la Iglesia oriental, no la vemos establecida definitivamente el 2 de
febrero hasta el siglo sexto, bajo el emperador Justiniano Si pasamos ahora a
examinar el carácter del Tiempo de Navidad en la Liturgia latina, tenemos que reconocer
que es un tiempo dedicado de una manera especial al júbilo que procura a la Iglesia
la venida del Verbo divino en carne, y consagrado particularmente a felicitar a
la Santísima Virgen por la gloria de su maternidad.
Esta doble idea de un Dios niño y de una Madre virgen se halla expresada de un
modo continuo en las oraciones y ritos litúrgicos. Así, por ejemplo, los
Domingos y todas las fiestas que no son de rito doble durante todo el curso
de esta festiva cuarentena, la Iglesia hace memoria de la fecunda virginidad
de la Madre de Dios, por medio de tres Oraciones especiales que dice
en la celebración del santo Sacrificio. Estos mismos días, en los Oficios de
Laudes y Vísperas, solicita el sufragio de María, poniendo de relieve su
calidad de Madre de Dios y la inviolable pureza que permaneció en
ella, aún después de su alumbramiento. Finalmente, hasta el mismo día de la
Purificación continúa con la costumbre de terminar todos sus Oficios con la solemne
antífona del monje Hernán Contracto, en loor de la Madre del Redentor. Tales
son las demostraciones de amor y veneración con las que la Iglesia, honrando al
Hijo en la Madre, exterioriza su religiosa alegría durante este período del Año
litúrgico que conocemos con el nombre de Tiempo de Navidad. Ya saben
todos que el Calendario eclesiástico llega a contar seis semanas después de
Epifanía, para los años en que la fiesta de Pascua se retrasa hasta el mes de
abril. La cuarentena de Navidad a la Purificación cuenta a veces con cuatro de
estos domingos. Otras veces solamente dos, y algunas uno sólo, cuando en
ciertos años se anticipa de tal modo la Pascua, que obliga a celebrar en enero
el domingo de Septuagésima, y aun el de Sexagésima. A pesar de todo, y como hemos
dicho, nada se cambia en los ritos de esta alegre cuarentena, fuera del color
morado y la omisión del Himno angélico en los domingos que preceden a la
Cuaresma. Aunque la Santa Iglesia venera con particular devoción, durante todo el curso del Tiempo de Navidad, el misterio de la
Infancia del Salvador, el curso del Calendario, que aun en los años en que la
fiesta de Pascua viene más atrasada, ofrece menos de seis meses para la
celebración de toda la obra redentora, o sea desde Navidad a Pentecostés obliga
a la Iglesia a anticipar en las lecturas del Evangelio, acontecimientos de la vida
pública de Cristo; pero la Iglesia continúa recordándonos los encantos del
divino Infante y la gloria única de su Madre, hasta el día en que vaya a
presentarse en el Templo. Los Griegos hacen también frecuentes Memorias de
la maternidad de María en sus Oficio de todo este tiempo; pero sobre todo
guardan una veneración particular a los doce días que trascurren entre la
fiesta de Navidad y la de Epifanía, período designado en su Liturgia con el
nombre de Dodecameron. Durante este tiempo no observan ninguna
abstinencia de carnes; incluso los Emperadores de Oriente hablan establecido
que, por respeto a tan excelso misterio, estuviesen prohibidos los trabajos
serviles y aun el ejercicio de los Tribunales hasta después del día 6 de enero.
Estas son las características históricas y los hechos positivos que contribuyen
a crear el distintivo de esta segunda parte del Año litúrgico que conocemos con
el nombre de Tiempo de Navidad. El capítulo siguiente tratará de desarrollar
las ideas místicas de la Iglesia en este período tan querido a la piedad de sus
hijos.
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