"Y, a pesar de todo, tú eres, oh Señor, nuestro Padre; nosotros somos de arcilla y tú eres el alfarero; obra de tus manos somos todos." |
JUEVES
de la cuarta semana de adviento
de la cuarta semana de adviento
Del Profeta
Isaías.
¿Renovarás, Señor,
los antiguos prodigios? Si rasgando los cielos,
descendieses haciendo estremecer los montes en tu presencia, como un fuego que
devora un bosque seco, como un fuego que hace hervir el agua. Para
que tu nombre se revelase a tus enemigos y temblasen las naciones a tu
vista, obrando maravillas nunca oídas y jamás habladas. Nunca oído oyó, ni
ojo vió obrar a un Dios de tal manera, para que de Él se fíen. Tú sales
al encuentro de los que obran el bien y se acuerdan de tus caminos. Nuestros
pecados te alejan de nosotros ' He aquí que te irritabas y nosotros
éramos los culpables, todos nosotros éramos como inmundos, y toda nuestra
justicia como sucio paño. Habíamos caído como hojas secas y nuestras maldades
nos llevaban como el viento. Nadie invocaba tu nombre, nadie se levantaba
para apoyarse en ti. Porque has vuelto tu rostro lejos de nosotros, y
nos has entregado a nuestros pecados. Y, a pesar de todo, tú eres, oh
Señor, nuestro Padre; nosotros somos de arcilla y tú eres el alfarero;
obra de tus manos somos todos. El castigo es muy duro Señor,
no te irrites en demasía, no tengas siempre presentes nuestros pecados
mira y considera que somos tu pueblo. Tus ciudades santas han quedado desiertas,
Sión es un yermo, Jerusalén un lugar desolado. Nuestro santo y glorioso
templo, donde te alabaron nuestros padres, ha sido hecho presa de las
llamas. Todas nuestras glorias están por el suelo; ¡oh, Señor! ¿Hasta
cuándo permanecerás insensible, y te callarás humillándonos hasta el extremo?
(Is., 64, 1-11.)
¡Oh Dios de nuestros
padres! ven cuanto antes. ¡Tu ciudad querida está desolada! Ven a levantar a
Jerusalén y vengar la gloria de su templo. Este es el grito del Profeta: lo has
oído y has venido a libertar a Sión del cautiverio y a inaugurar para ella una
era de gloria y santidad. Has venido, no a destruir la ley, sino a completarla;
gracias a tu visita, Sión ha sido transformada y es ahora la Iglesia tu Esposa.
Pero ¡oh Salvador, oh Esposo! ¿por qué has apartado tu rostro? ¿Por qué, esta
Iglesia, para Ti tan querida, está sentada en el desierto, llorando como
Jeremías sobre las ruinas del Santuario, como Raquel por sus hijos, porque ya no
existen? ¿Por qué ha sido entregada su herencia a las naciones? Madre fecunda gracias
a Ti, había criado numerosos hijos; les había enseñado en nombre tuyo la
ciencia de la vida presente y de la futura; y estos hijos ingratos la han
abandonado. Arrojada de nación en nación, se ha visto en el trance de trasladar
de un lugar a otro la antorcha divina de la Fe; sus Misterios no se celebran ya
en los lugares donde antes gustaban los pueblos celebrarlos; y desde lo alto
del cielo puedes ver por doquier, altares destruidos y templos profanados.
¡Oh, ven a reanimar una Fe
que se apaga! Acuérdate de tus Apóstoles y de tus Mártires; acuérdate de tus
Santos^ fundadores de Iglesias que honraron con sus virtudes y milagros; acuérdate
finalmente de tu Esposa, y sostenía en la peregrinación que realiza aquí abajo,
hasta que el número de tus elegidos se complete. Sin duda, aspira esta Esposa a
contemplarte eternamente en los esplendores del día sin fin; pero el corazón de
madre que la has dado, no sabe decidirse a dejar a sus hijos en medio de tantos
peligros, mientras no suene la hora en que cese la Iglesia militante, para dar
paso a la Iglesia triunfante, embriagada, con tu presencia y con tus eternas caricias.
Mas ¡oh Salvador! esta hora no ha sonado todavía; mientras sea tiempo, deja los
cielos, baja y llégate a nosotros. Conserva en las ramas del árbol esas hojas
que el viento de la maldad había desprendido. Haz que eche nuevas ramas este tu
árbol querido; y que las desgajadas por su culpa y que estaban ya preparadas
para el fuego, sean nuevamente unidas por tu poder, a este tronco materno, que
se sintió cruelmente desgarrado el día de la escisión. ¡Oh Jesús! ven a tu Iglesia,
que te es más querida aún que la antigua Jerusalén.
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