"Soy
yo el Señor quien te llamó en mi justicia, quien te tomó por la mano." |
MARTES
de la cuarta semana de adviento
Del profeta
Isaías.
El
siervo de Dios, dulce, paciente, Doctor de las naciones
He ahí mi siervo a quien
yo amparo, mi Elegido en quien mi alma se complace. Sobre
El he derramado mi Espíritu. El explicará la ley a las naciones. No
voceará ni hablará alto, ni elevará su voz sobre las plazas públicas. No
quebrará la caña hendida, ni apagará la mecha humeante. Expondrá
fielmente la Ley; no perdonará descanso ni fatiga hasta restablecer la Ley
sobre la tierra; las islas esperan su doctrina. Mediador, lumbrera,
libertador Así habla el Señor Dios, que crea los cielos y los extiende,
que produce tierra con sus frutos, que da el aire al pueblo que la
habita, y el aliento a los que caminan por ella: Soy yo el Señor quien
te llamó en mi justicia, quien te tomó por la mano. Yo te formé y
establecí la alianza con tu pueblo, te puse como luz de las naciones
para que abras los ojos de los ciegos, y saques de la prisión a
los cautivos, y del fondo de la mazmorra a los que habitan las
tinieblas. (Is„ XLII, 1-7.)
¡Oh Jesús! ¡Cuán dulce y
tranquila es tu llegada a este mundo! Tu voz no se deja oír imperiosa; y tus
manos, inmóviles todavía en el seno maternal, no tratan de romper la débil caña
que un soplo quebraría fácilmente. ¿Qué vienes a hacer, pues, en esta primera
venida? Tu Padre celestial nos lo enseña por medio del Profeta. Vienes para ser
prenda de la alianza entre el cielo y la tierra. ¡Oh divino Infante, Hijo a la vez
de Dios e hijo del hombre, bendita sea tu llegada a los hombres! Tu cuna será
nuestra Arca de salvación; tu paso por la tierra será la luz que nos ilumine y
nos liberte de la cárcel tenebrosa. Justo es, pues, que salgamos a tu
encuentro, pues que haces Sólo la mayor parte del camino. "No es mucho,
dice San Bernardo en su primer Sermón de Adviento, que, cuando el enfermo no
tiene fuerza para salir al encuentro de su Médico, trate al menos de levantar
la cabeza y hacer algunos movimientos de saludo. No se trata, oh hombre, de
atravesar los mares, de penetrar las nubes o franquear las montañas, no, el
camino no es pesado. Sal sólo hasta ti mismo, y encontrarás a tu Dios, porque
en tu boca está y en tu corazón. Sal a su encuentro en la compunción de tu
corazón y en la confesión de tu boca; sal simplemente del lodazal de tu desdichada
conciencia; porque el autor de la pureza no podría descansar en ella, tal como
ahora se encuentra". ¡Gloria, pues, a ti, oh Jesús! Que evitas el rompimiento
de la caña para que pueda reverdecer y dar flores al borde de las aguas que de
ti manan. ¡Gloria a ti que contienes tu soplo poderoso para no apagar la última
chispita de esa mecha que se consume, pero que, no estando del todo fría, puede
todavía animarse y lucir en el convite del Esposo!
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